14 de diciembre de 2018

Apuntes para Navidad: EL SUEÑO DE BENINO, un viaje onírico en el Nápoles dieciochesco









BELÉN NAPOLITANO
Varios autores y artesanos
Siglo XVIII
Madera y terracota policromada, textiles, cera, metales y vidrio
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura barroca y rococó. Escuela napolitana








En el tiempo relajado de la Navidad, Valladolid ofrece el aliciente de poder disfrutar de una experiencia íntima y seguramente inolvidable: visitar sosegadamente el Belén Napolitano del Museo Nacional de Escultura. El conjunto ofrece por sí mismo todo el interés de una importante creación artística, mostrándose especialmente atractivo en la "caja mágica" en que está convertida la dependencia del Palacio de Villena en que se expone.
Ahora queremos profundizar sobre su razón de ser y su significado tomando como punto de partida su carácter lúdico y su transformación en un juego para iniciados, pues, en torno a la construcción de los belenes, en el siglo XVIII se fue paulatinamente codificando en Nápoles un lenguaje plástico cuyas claves eran bien conocidas tanto por los monarcas y aristócratas que los mostraban en sus salones, como por las capas populares a las que se permitía su visita en tiempos de Navidad, viniendo a participar ambos sectores de una suerte de exorcismo marcado por la fantasía y el ensueño de una sociedad idealizada, muy diferente a la que realmente vivía cotidianamente la ciudad.

En una época en que hizo furor el gusto por el teatro —los nuevos coliseos operísticos se convirtieron en centros equiparables a las antiguas catedrales—, las mascaradas, los desfiles y la afición por lo exótico y pintoresco, también comenzó a desarrollarse, como verdadero fenómeno, el auge del coleccionismo por parte de los sectores más privilegiados. Todos estos elementos concurrieron en la configuración del belén napolitano, en el que también queda reflejada una sociedad gustosa del refinamiento del arte rococó imperante.   

Uno de los requisitos que debía mostrar este tipo de belén, diametralmente opuesto en sus intenciones al belén devocional heredero de la tradición implantada por el santo de Asís, de concepción sustancialmente religiosa, era el de mostrar una narración con cuatro apartados básicos: el Anuncio a los pastores, la Búsqueda de posada, el Nacimiento de Jesús y la llegada de los Reyes Magos. Para su configuración importantes escultores, artistas especializados y artesanos se ocuparon de suministrar los pastori (figuras humanas), los costumi (atavíos con telas reales), los animali (animales), los finimenti (aparejos) y el scoglio (escenografía), lo que supuso el asentamiento en el Nápoles dieciochesco de múltiples obradores dedicados a realizar estos trabajos.

La escenografía del belén napolitano (scoglio) responde a reglas bien precisas. En primer término debe presentar un terreno plano al que concurren paseos, rampas y escalinatas interminables. En él deben figurar dos espacios, próximos entre sí, con forma de cuevas o pórticos, uno destinado a la colocación del Misterio, que representa el momento del Nacimiento de Jesús y simboliza el Bien, y otro para la Posada, lugar que fue negado a María y José, por donde merodean los diablos que simbolizan el Mal, aludiendo a la idea de que no puede existir el triunfo del Bien sin la lucha contra el Mal. Estos dos espacios simbolizan la pugna de dos mundos antagónicos, como también lo hacen los ángeles y los diablos (ángeles caídos en la religión cristiana), que vienen a representar la armonía entre dos principios opuestos: la luz y la oscuridad.

Aunque en los belenes napolitanos han ido desapareciendo las figuras de diablos, la idea del mal en torno a la Posada queda materializada en la personificación de vicios que representan algunos personajes, muchos de ellos alusivos a los siete pecados capitales. Esto comenzó a ocurrir cuando los artífices del scoglio sustituyeron la antigua forma de gruta a dos niveles, en la que eran colocados los personajes sagrados del Misterio —en el nivel superior— y el grupo demoniaco —en el nivel subterráneo—, por un templo clásico en ruinas, recurso plástico que tomó auge desde el descubrimiento de las ciudades romanas de Herculano y de Pompeya, en 1738 y 1748 respectivamente, tras las campañas promovidas por el rey Carlos VII (futuro Carlos III de España), lo que despertó un fervor popular por la arqueología, encontrando los artesanos en el templo en ruinas una fórmula idónea para expresar simbólicamente el fin del paganismo con la llegada de Cristo.

Otro elemento indispensable es la presencia de un río, cuyo agua venía a simbolizar el fluir de la vida. El río sirve para justificar la presencia de un puente, que en el contexto dieciochesco era el elemento simbólico que permitía la comunicación entre las almas de los vivos y las de los difuntos. Sobre el puente, o próximo a él, marcando el camino, transita Ciccibacco, un hombre que transporta sobre un carro unas barricas de vino. Igualmente preceptivo en el scoglio es la presencia de un pozo, en cuyo agua se habría sumergido la estrella después de cumplir su cometido como guía de los Reyes Magos, motivo por el que nunca aparece sobrevolando la escena.
Todos estos elementos codificados del scoglio, según las normas fijadas por la tradición, están sutilmente sugeridos en el Belén Napolitano del Museo Nacional de Escultura, para el que el museógrafo y escenógrafo catalán Ignasi Cristià diseñó una escenografía de carácter neutro y minimalista con la pretensión de conceder a las figuras un protagonismo absoluto, montaje que fue presentado en público el 17 de diciembre de 2015.

El sueño de Benino, punto de arranque de la narración
EL PASTOR BENINO EN EL BELÉN NAPOLITANO DE VALLADOLID

No obstante, en dicho montaje sí que se ha respetado la secuencia preceptiva en la presentación de los temas y los personajes, apareciendo como inicio de la abigarrada composición el Anuncio a los pastores, donde, con afán narrativo, se muestra un ambiente rústico y bucólico sobre el que sobrevuela la figura del mensajero celestial, el arcángel San Gabriel. A ras de tierra aparece la figura de un pastor dormido que forma parte de la colección básica de todo belén napolitano y que constituye el punto inicial de la narración, sugiriendo de forma simbólica que la acción transcurre en la noche.
Se trata de Benino, un pastor curtido y agotado que aparece tumbado sobre una estera mientras sujeta entre sus brazos una cornamusa. Detrás de este personaje duerme la leyenda y el misterio, pues toda la composición restante del belén tiene como esencia el sueño de este pastor, un sueño que a continuación se irá desvelado al espectador, que podrá descubrir cómo, con la mayor naturalidad, en una serie de escenas imaginarias y sorprendentes se funden elementos paganos y cristianos a través de una representación de acusada teatralidad.

De modo que Benino tiene un sueño en el que aparece él mismo soñando imperturbable. En su condición de pastor, su figura se podría relacionar con el semidiós Pan de la mitología griega, protector de pastores y rebaños,  especialmente venerado en Arcadia como dios de la fertilidad y la sexualidad masculina, de las brisas del amanecer y del atardecer, dotado de dones proféticos y gustoso de tocar la siringa, también conocida como Flauta de Pan. En la mitológica Arcadia se desaconsejaba despertar al dios Pan de sus siestas en las que soñaba con un nuevo orden para el universo, pues se mostraba especialmente irascible y como representante de la naturaleza salvaje podía producir truenos y rayos que producían verdadero terror (origen del término pánico). El estar sumido en el sueño profundo de un nuevo orden, el portar un instrumento musical y el aparecer rodeado de un rebaño concurren en la figura del pastor Benino, cuya presencia podría aludir de alguna manera al mítico dios Pan.

Asimismo, el tema pastoral en Nápoles se puede vincular con el poeta romano Virgilio, que en la cuarta égloga de sus Bucólicas anuncia un nuevo mundo de paz, como consecuencia del nacimiento de un niño, que ya algunos autores de la antigüedad interpretaron como una profecía pagana sobre el advenimiento del Mesías que esperaban los judíos. En el siglo XV fue el napolitano y humanista Jacopo Sannazzaro quién en su Arcadia (Venecia, 1502) consolidó con su prosa poética el género de la novela pastoril, una literatura que resurgió como movimiento poético en el Nápoles dieciochesco que conoció la eclosión de los belenes.

En torno al sueño de Benino también se puede recordar a Dante, cuya Divina Comedia, poema que canta a la cristiandad con un rico lenguaje lleno de símbolos y referencias mitológicas, también tiene como origen un sueño. Otro tanto se podría decir del Sueño de Polífilo, obra de Francesco Colonna impresa en Venecia en 1499, donde este personaje recrea en sus sueños, mientras vagaba por una especie de país de ensueño bucólico-clásico, todas las glorias y tragedias de la antigüedad.

Finalmente, entre las referencias literarias, históricas, religiosas y populares que pudieron influir en la presencia del pastor Benino y su leyenda, habría que considerar el texto evangélico: "Y había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre sus rebaños. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis, porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que serán para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Y esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre" (Lucas 2:8-18).

De modo que Benino, en estado de suspensión de su conciencia, entra en una dimensión diferente soñando la escena de la Natividad rodeada de una gran fantasía, ubicando el milagro en su entorno más próximo: la ciudad de Nápoles. Allí participa del regocijo de sus habitantes en un nuevo mundo soñado, en el que al alimento espiritual que supone el nacimiento de Cristo se contrapone el alimento material a través de una desbordante fiesta gastronómica que expresa, al menos por los días de la Navidad, la posibilidad de saciarse con todo tipo de manjares, olvidando momentáneamente la hambruna secular de la vida real.

En el Belén Napolitano del Museo Nacional de Escultura un grupo de pastores, en torno a la figura de Benino, participan de las actividades propias del pastoreo nómada. Unos preparan una caldereta y se calientan junto al fuego, otro duerme y algunos controlan los animales, entre los que aparece un rebaño de ovejas y cabras, un grupo de búfalas, de cuya leche se producirá la tradicional mozzarella, y una piara de cerdos. Junto a los pastores, un carro cargado de toneles en los que se ha encaramado un pequeño zagal, conducido por Ciccibacco el vinatero, emprende su camino a la ciudad, donde, en una explosión de vitalidad, aparecen sucesivamente la posada, rodeada de vendedores ambulantes, la escena del Nacimiento, acompañada de legiones de ángeles, y la llegada de los Reyes Magos y su exótico, exuberante y fascinante séquito, en definitiva, todas las escenas que con sugestivas imágenes muestran el viaje onírico y esotérico del humilde pastor Benino.   



Ciccibacco portando barricas de vino en un carro
Informe y fotografías: J. M. Travieso.












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