1 de septiembre de 2020

Fastiginia: Monumento a la Semana Santa de Valladolid, nueva incorporación al paisaje urbano


Desde el pasado 29 de julio de 2020, en pleno verano del que será recordado como año de la horrible pandemia, la espectacular perspectiva urbana que ofrece la plaza de Portugalete de Valladolid se ha visto enriquecida con una escultura en bronce que rinde homenaje a su Semana Santa. El autor es el madrileño Óscar Albariño Belinchón, profesor de escultura en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid, que en 2019 fue el ganador del concurso público, convocado por el Ayuntamiento de Valladolid el año anterior por iniciativa de la asociación Valladolid Cofrade, para materializar públicamente un reconocimiento perpetuo a las generaciones de cofrades que a lo largo de la historia han contribuido a configurar la idiosincrasia de la ciudad a través de una celebración religiosa y popular que ha conseguido proyección internacional.
Ese carácter generacional es el eje sobre el que el escultor ha compuesto su obra, presentando, a modo de instantánea, el momento en que un cofrade adulto, en pleno desfile, enciende de nuevo su hachón al haberse apagado por una ráfaga de viento que todavía agita su capa y capirote, ofreciéndole la llama una niña que, siguiendo la tradición vallisoletana, atiende este servicio a cara descubierta.

Con gran sutileza, el escultor recoge acertados detalles que sin duda son fruto de la observación directa. La escultura presenta un gran dinamismo desde todos los puntos de vista posibles, estableciendo en la composición una serie de contrapuntos que no pasan desapercibidos.
(Foto Rubén Olmedo)
En primer lugar la incorporación de un hombre y una mujer como protagonistas semanasanteros, como ocurre en la realidad. En segundo lugar por la plasmación de los dos tipos de hábitos habituales en los desfiles: el del cofrade adulto y el infantil. El hábito del cofrade viene a ser un compendio de todas las cofradías vallisoletanas, con túnica abotonada y puñetas de encaje, cíngulo en forma de cordón con borlones colgantes, guantes y capirote con el cono ajustado a la tradición vallisoletana, más corto que el usado en Andalucía. De igual manera, el hábito de la niña se ajusta a los generalizados en las secciones infantiles de las cofradías, con túnica con puñetas, lechuguilla al cuello y muceta abotonada.
En tercer lugar por el significado de la instantánea, donde a la agitación del hábito del cofrade adulto por un golpe de viento, que se ve obligado a sujetarse el capirote mientras gira su cuerpo e inclina el hachón, se opone la serenidad de la niña que le asiste con gesto complaciente, encarnando ambas figuras al cofrade tradicional y a las nuevas generaciones, que se unen a través de la simbólica entrega de la llama encendida. Una escena que, al ser presentada con extremo realismo, es reconocible por habitual en los desfiles de los días ventosos de la primavera vallisoletana.

La escultura, de tamaño natural y firmada en su base, fue modelada en barro por Óscar Albariño y fundida en bronce "a la cera perdida" en Manzanares el Real (Madrid). Como monumento sigue la tendencia, tan extendida en nuestro tiempo, de colocar las figuras a ras de tierra, prescindiendo de pedestal y sin terreno acotado para evitar el distanciamiento con el espectador. Con ello se persigue lo contrario, su integración en el paisaje urbano a modo de un "ciudadano" perpetuo que la gente reconoce e identifica, como ocurre con otras esculturas diseminadas por el trazado urbano desde hace tiempo, como El comediante, el Fotógrafo del Campo Grande, el Hombre con máscaras, Jorge Guillén y la infancia, Rosa Chacel, etc.

Su emplazamiento en la Plaza de Portugalete no puede ser más oportuno y privilegiado, tanto por ser un enclave recorrido por numerosas procesiones en Semana Santa, como por la incomparable referencia visual de la iglesia de Santa María de la Antigua que le sirve de fondo, cuya silueta se podría abstraer para convertir los pináculos en hachones y la torre románica en monumental capirote.

Ahora sólo queda preguntar: ¿Para cuándo un monumento a Gregorio Fernández en Valladolid?     

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