Al contrario de lo que ocurre en la célebre Fontana
di Trevi de Roma, donde el dios Neptuno que labrara Pietro Bracci aparece
monumental y majestuoso sobre un carro con forma de venera que es guiado por
dos tritones que conducen briosos caballos alados sobre el fondo marino, en
Valladolid el dios de los océanos intenta pasar desapercibido cobijándose en el
interior de una cueva que forman las cañas de bambú que crecen en una isleta
situada en el riachuelo que forma el desagüe del estanque del Campo Grande, en
un paraje que los románticos vinieron denominando como "los países
bajos".
A este lugar, uno de los más sugerentes del
laberíntico jardín, fue a parar en 1932 una escultura en mármol de procedencia
italiana, labrada en el siglo XVIII, que representa al dios mitológico en plena
desnudez, con un vigoroso cuerpo en posición de contraposto y la cabeza girada
hacia la izquierda. Allí permanece silencioso, olvidado y sumido en un gesto de
incomprensión, diríase que tal vez añorando las glorias pasadas o simplemente
su tridente. Pero, ¿cómo llegó Neptuno a este romántico rincón?
Hemos de remontarnos al siglo XIX, cuando en la
actual Acera de Recoletos estaban asentados numerosos edificios religiosos,
desde el Hospital de la Resurrección, en el solar actualmente ocupado por la
Casa Mantilla, hasta el Convento de Capuchinos, en la actual plaza de Colón. En
las primeras décadas del siglo, el Ayuntamiento de Valladolid, antes de la
llegada del ferrocarril, decidió convertir este espacio en un gran boulevard al
modo europeo, materializándose el proyecto entre 1828 y 1834, bajo la dirección
del arquitecto Pedro García Fernández, con la apertura de una ancha avenida,
flanqueada por dos vías más pequeñas, según consta en el plano firmado por este
arquitecto en 1831 y conservado en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid.
Según narra Hilarión Sancho en su Diario (1807-1840), en la calle
principal se plantaron árboles y se colocaron bancos corridos de piedra que
conformaban un espolón, reservándose unos espacios para la colocación de tres
fuentes, una próxima a la calle de Santiago, otra en el extremo opuesto, junto
al convento de Capuchinos (que comenzó a funcionar en 1829) y otra más compleja
en el centro rodeada de cuatro pedestales para colocar estatuas.
Para decorar el paseo y las fuentes, el Ayuntamiento
solicitó al rey Fernando VII algunas de las 108 estatuas que, labradas en
piedra berroqueña, representaban a todos los reyes españoles y que en 1760 el
rey Carlos III había ordenado retirar de las cornisas del Palacio Real, según
la leyenda a petición de su madre, Isabel de Farnesio, que había soñado con un
terremoto en el que era aplastada por ellas, por lo que fueron almacenadas en
los sótanos del palacio. Después de la subida al trono en 1833 de Isabel II,
sucesora de Fernando VII, aquellas estatuas de los reyes fueron repartidas por
Madrid (Plaza de Oriente, Jardines de Sabatini y el Retiro) y otras ciudades
españolas, como Burgos, El Ferrol, Vitoria o Pamplona.
Fernando VII no atendió la petición del Ayuntamiento
de Valladolid de las estatuas de reyes, aunque, según informa Hilarión Sancho,
correspondió a la ciudad enviando tres esculturas mitológicas procedentes de
los fondos del Museo del Prado, una representando a Venus o una alegoría de la
Abundancia y otras dos con las figuras de Mercurio y Neptuno, siendo las tres
colocadas en 1835 en la Acera de Recoletos como las primeras estatuas públicas
de Valladolid.
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Tomás Carlos Capuz. Refriega entre estudiantes y cadetes en Valladolid, xilografía, 1872, Archivo Municipal, Valladolid |
No obstante, a la novedad pronto siguió la reacción
de sectores de la sociedad puritana de la hasta entonces ciudad conventual, que
se escandalizaron de los desnudos de las figuras, especialmente de los pechos
al aire de la figura femenina, que consideraban poco apropiada para ser
contemplada por los escolares, por lo que al cabo de tres días eran retiradas
de sus pedestales. Poco después regresaban al Paseo de Recoletos para ser
colocadas de nuevo por orden del Ayuntamiento.
Durante una nueva remodelación del Paseo de
Recoletos en 1845, debido a la penuria económica municipal para acometer el
ornato, se desmontó el pilón y la estatua de la fuente de Neptuno, pasando a
ser recolocada junto a la de Mercurio a la entrada del Paseo. Es ilustrativa la
xilografía de Tomás Carlos Capuz, realizada en 1872 y actualmente conservada en
el Archivo Municipal, que representa una refriega entre estudiantes y cadetes
en las inmediaciones del Campo Grande, para hacerse una idea aproximada del
aspecto que tenían las esculturas sobre sus pedestales en la Acera de Recoletos.
Corría el año 1878, cuando con motivo de las
celebraciones del Carnaval en este espacio, se realizaron algunas
modificaciones urbanas, como la renovación del arbolado y el desmontaje de las
estatuas para su reposición cuando finalizaran las obras. Sin embargo, esto no
se llevó a cabo y las estatuas quedaron almacenadas. Nuevas noticias aparecen en
1930, cuando Federico Santander Ruiz-Jiménez, alcalde de Valladolid, solicita
que una estatua almacenada en el parque de obras fuese colocada en el Campo
Grande. De este modo, mientras que de la estatua de Mercurio nunca más se supo,
la estatua de Neptuno paso a ocupar su actual emplazamiento en 1932, después de
ser construida la pequeña isleta que de forma simbólica permite al dios
mitológico estar vinculado a las aguas.
Y allí sigue Neptuno viendo pasar el tiempo,
convertido en un elemento pintoresco equiparable a la gruta, los pavos reales,
los cisnes o las ardillas que los paseantes descubren con sorpresa en su
deambular por el sugestivo universo que constituye el Campo Grande.
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