27 de junio de 2022

Visita virtual: CRISTO DE LA AGONÍA, la expresión más auténtica del “phatos”







CRISTO DE LA AGONÍA

Juan de Mesa (Córdoba, 1583 – Sevilla, 1627)

1622

Madera de cedro policromada

Iglesia de San Pedro de Ariznoa, Vergara (Guipúzcoa)

Escultura barroca. Escuela andaluza

 

 






     Durante casi diez años, entre 1618 y 1627, el escultor cordobés Juan de Mesa realizó en su taller sevillano una asombrosa serie de obras pasionistas entre las que se encuentran hasta once representaciones de Cristo crucificado, en unos casos vivo sobre la cruz y en otros después de expirar, con la llaga en el costado como testimonio. Si todas ellas constituyen verdaderas obras maestras en el incipiente barroco andaluz, sin duda la cumbre la alcanza con el impactante Cristo de la Agonía, realizado en Sevilla en 1622, en el que demuestra toda su plenitud como imaginero de la madera cuando rondaba los 40 años. Esta obra se coloca entre las mejores esculturas religiosas de cuantas se realizaron en España, consolidando el apogeo del más puro Barroco de la escuela andaluza. 

En aquel tiempo en Sevilla, convertida en gran metrópolis como puerta de las Indias y uno de los centros artísticos más activos de Europa, residía el vasco Juan Pérez de Irazábal, superintendente de la Armada y contador mayor en la Real Hacienda de Sevilla durante los reinados de Felipe III y Felipe IV. Este acomodado personaje, oriundo de Vergara, no quiso olvidar la tradición, generalizada en toda España, por la que los nobles con buena posición social solían hacer donaciones a las iglesias de su población como reparación espiritual, en su caso a la parroquia de Santa Marina de Vergara, de la que era feligrés. Con esa intención y posiblemente conociendo los crucifijos realizados desde cuatro años antes por el escultor, recurrió al taller de Juan de Mesa en Sevilla para solicitar un Cristo crucificado, estableciendo en el contrato que debería estar representado vivo, clavado en la cruz, coronado de espinas y con una altura de diez cuartas, así como un plazo de ejecución de cuatro meses y un precio estipulado de 1.300 reales. 

     Terminada la imagen, esta permaneció en Sevilla durante cuatro años, hasta que el 5 de octubre de 1626 Juan Bautista Pérez de Irazábal, hijo del comitente, contradiciendo la voluntad de su padre de destinarla a la parroquia de Santa Marina, decidió donarla a la parroquia de San Pedro de Ariznoa, templo que tenía como patrono al concejo de Vergara, municipio en el que además levantó una importante casona familiar y donde fundó un mayorazgo vinculado a su linaje, lo que suponía prestigio y reconocimiento para el donante en su tierra.

De este modo el Cristo de la Agonía emprendía, sobre un carro tirado por bueyes, un largo viaje hasta la comarca guipuzcoana del Alto Deva, siendo puesto al culto en una capilla de aquella iglesia vergaresa levantada en el siglo XVI, donde generó tan intenso movimiento devocional que las autoridades religiosas y civiles de Vergara tuvieron que prohibir los enterramientos en aquella capilla para evitar la saturación de sepulturas. En el campo artístico, la llegada de la imagen tuvo una enorme repercusión en la irrupción de la escultura barroca en el País Vasco, donde en aquel tiempo predominaba la estética renacentista del movimiento romanista. 

     El Cristo de la Agonía de Juan de Mesa, que como ya se ha dicho fue tallado en la madurez artística del escultor, fue el sexto de los crucifijos que salieron de sus gubias y en su hechura aparece completamente ajeno a la suavidad de formas y los cánones que aprendiera en Sevilla junto a su maestro Juan Martínez Montañés, al que durante mucho tiempo se le estuvo atribuyendo.

Siguiendo la pauta dominante en la escuela andaluza, y aunque Juan de Mesa está considerado como el más dramático de los escultores andaluces, en la imagen de Cristo prevalecen la serenidad, el modelado suave, la búsqueda de belleza y las proporciones armónicas, a pesar de lo cual el escultor, con su personal lenguaje plástico, consigue la más conmovedora de cuantas esculturas realizara, capaz de incitar al fervor de los fieles con su fuerza expresiva, siguiendo los postulados contrarreformistas. 


     La figura de Cristo, que tiene una altura de 2,18 m y una anchura de brazos de 1,92 m, aparece sujeto por tres clavos a una cruz de tipo arbóreo que, simulando troncos naturales, fue una modalidad naturalista muy extendida por todo el territorio andaluz. Utilizando un lenguaje plástico clasicista, de herencia helenística, Juan de Mesa muestra una descripción anatómica extraordinariamente realista y premeditadamente idealizada en un cuerpo apolíneo de complexión atlética, con el tórax resaltado, el vientre hundido, caderas anchas, la pierna derecha remontando a la izquierda, los pies muy verticales, la cabeza levantada y girada hacia el lado derecho y los brazos muy horizontales, como si el cuerpo no acusara el peso y tuviera una tendencia a elevarse, lo que aminora el componente patético de la figura. 

Impresiona el modo en que está trabajada cada una de las partes, destacando el impresionante tallado de la cabeza, que presenta el rostro dirigido a lo alto con gesto suplicante, como si exclamara balbuceante la cuarta de sus palabras en la cruz: “¡Elí, Elí! ¿lama sabactani?” - ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? (Mateo, 27: 46). Su expresión está relacionada con el phatos de la estatuaria clásica, especialmente con la gestualidad del célebre Laocoonte en los ojos muy abiertos, los párpados perfilados, la elevación de las cejas hacia el entrecejo y la boca entreabierta dejando percibir los dientes, sugiriendo el último suspiro. Como una constante en sus crucificados, Jesús presenta una barba de dos puntas, de trazado simétrico y con los mechones pormenorizados, así como una larga melena con raya al medio que se desliza de forma desigual por los lados, en la parte izquierda con largos mechones dirigidos hacia atrás, dejando visible la oreja, y en la derecha cayendo sobre el hombro formando rizos muy abultados y ondulados.

     Sobre el cabello se inserta otro elemento constante, una corona de espinas compuesta por troncos de espinos tallados independientemente y ajustados con puntas —elementos que actualmente están incompletos— que entrelazados sugieren la forma de una serpiente anidada a la frente de Cristo como símbolo del pecado. 

En su extenuada anatomía están resaltadas las costillas, los tendones y las venas, especialmente en los brazos tensionados y las piernas, con dedos de manos y pies rigurosamente modelados. La disposición del cuerpo despegado de la cruz, a modo de la vela de un barco insuflada por el viento, permite contemplar la espalda, donde aparecen matizados los músculos dorsales y el trapecio, creando una morbidez a flor de piel en que la madera queda desmaterializada. 

Siguiendo la estela que marcara Martínez Montañés casi veinte años antes en el Cristo de la Clemencia de la catedral de Sevilla, el perizoma se agita y entreabre sugiriendo un tejido liviano que forma abundantes y profundos pliegues que producen efectos de claroscuro que contrastan con la tersura de la piel, siendo característico del escultor el doble anudamiento en los costados. En este Cristo de la Agonía Juan de Mesa repite el tipo de perizoma cordífero que aplicara por primera vez en 1619 en el Cristo de la Conversión (Hermandad de Montserrat de Sevilla), con la cadera recorrida por un cordón que sujeta al paño dejando entrever la cadera izquierda, lo que potencia el trabajo de un desnudo clásico. 

     Se desconoce al autor de la policromía aplicada, que, como estaba estipulado, sería realizada por algún miembro del gremio de pintores sevillano siguiendo las indicaciones del escultor. Contrastando con los tonos marfileños del perizoma, la encarnadura presenta escasos rastros sanguinolentos, destacando los regueros producidos por la corona de espinas, que se deslizan puntualmente por el rostro y el torso, y los producidos por los clavos en manos y pies. En brazos y piernas aparecen insinuados pequeños hematomas a punta de pincel como recuerdo de la flagelación, concentrándose estos efectos en la espalda, la parte menos visible de la imagen, enrojecida y recorrida por regueros verticales que caen desde la cabeza, a los que se suma la herida producida en el hombro izquierdo por el peso de la cruz y las huellas en la rodilla de sus caídas. Al no utilizar postizos, los ojos y dientes aparecen pintados, al igual que las texturas vegetales de la cruz. 

El retablo en que recibe culto actualmente fue elaborado por Jacobo de Jaúregui Ayesta en 1724 en sustitución de otro anterior, presentando una compleja decoración de elementos dorados aplicada por Juan Ángel Barón de Guerendiain. 

El caso de Juan de Mesa es un buen ejemplo de como un excelente escultor puede quedar eclipsado por la fama y personalidad de su maestro. Durante más de dos siglos y medio su nombre no recibió ni una sola mención, siendo sus obras atribuidas sistemáticamente a Juan Martínez Montañés, del que sigue la estela, pero con su propio estilo, oscilando desde las formas tardomanieristas a la esencia del barroco.

     Fue José Bermejo Carballo quien en 1882 le sacó del anonimato al adjudicarle el Cristo de la Misericordia del convento sevillano de Santa Isabel. Tras el traslado a Vergara, en 1895, del pintor Vicente Palmaroli, director del Museo del Prado, para restaurar el Cristo de la Agonía, la imagen comenzó a ser conocida, especialmente tras su difusión fotográfica en una colección de tarjetas dedicadas a la población guipuzcoana. Sería en 1927 cuando el historiador sevillano José Hernández Díaz encontrara y diera a conocer el documento del contrato del Cristo de la Agonía de Vergara, rompiendo la inercia de atribuir la autoría de las obras notables a Juan Martínez Montañés —como ocurriera en Castilla con Gregorio Fernández—, a lo que siguió el hallazgo de documentos en algunos archivos, especialmente en el de Protocolos Notariales de Sevilla, lo que permitió definir su personalidad artística y la configuración de su catálogo.  


     En la iglesia de San Pedro de Ariznoa de Vergara el Cristo de la Agonía ha permanecido al culto durante casi 400 años sumido durante muchos años en el olvido de los historiadores, sufriendo el paso del tiempo e incluso las consecuencias de un incendio. Afortunadamente, con motivo de la celebración del cuarto centenario de las grandes imágenes hispalenses de Juan de Mesa, el Cristo de la Agonía fue objeto de una restauración integral realizada en las instalaciones de la Cartuja de Sevilla por el Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, que culminó a principios de 2018, en la que, tras ser reparadas las ampollas en su policromía producidas por el incendio, eliminar la capa oscura que enmascaraba la encarnadura original y corregir los barnices y repintes aplicados a finales del XIX en una intervención realizada en la Real Academia de San Fernando de Madrid, la obra ha recuperado el esplendor original que había perdido. Tal como lo concibiera Juan de Mesa, la talla regresó a Vergara como una de las obras artísticas más destacadas de su patrimonio. 





Relación de tallas de Cristo crucificado elaboradas por Juan de Mesa:

1618-1620: Cristo del Amor. Iglesia Colegial del Divino Salvador, Sevilla.

1619-1620: Cristo de la Conversión del Buen Ladrón. Capilla de la Hermandad de Montserrat, Sevilla.

1620: Cristo de la Buena Muerte. Capilla de la Universidad, Sevilla.

1621: Cristo de la Buena Muerte. Catedral de la Almudena (procedente de la Colegiata de San Isidro), Madrid.

1622: Cristo de la Misericordia. Convento de Santa Isabel, Sevilla.

1622: Cristo de la Agonía. Iglesia de San Pedro de Ariznoa, Vergara (Guipúzcoa).

1622: Cristo de la Buena Muerte. Iglesia de San Pedro y San Pablo, Lima (Perú).

1623: Cristo de la Misericordia. Colegiata de Osuna (Sevilla).

1624: Cristo de la Vera Cruz. Iglesia de San Juan Bautista, Las Cabezas de San Juan (Sevilla).

1626: Cristo crucificado. Convento de Santa Catalina de Siena, Lima (Perú).

Izda: Cristo de la Agonía en su presentación en 2018 tras su restauración
Dcha: Cristo de la Agonia en su retablo de la iglesia de San Pedro de Vergara
1627: Cristo crucificado. No identificado. 

 


Informe: J. M. Travieso. 







Izda: Cristo del Amor, 1618-1620, Iglesia de El Salvador, Sevilla
Dcha: Cristo de la Buena Muerte, 1620, Capilla de la Universidad, Sevilla










Izda: Detalle del Cristo del Amor, 1618-1620, Iglesia de El Salvador, Sevilla
Dcha: Detalle del Cristo de la Buena Muerte, 1620, Capilla de la Universidad, Sevilla













Cristo de la Conversión del Buen Ladrón, 1619-1620, Capilla de la Hermandad de Montserrat, Sevilla











Izda: Cristo de la Buena Muerte, 1621, Catedral de la Almudena, Madrid
Dcha: Cristo de la Misericordia, 1623, Convento de Santa Isabel, Sevilla










Izda: Detalle del Cristo de la buena Muerte, 1621, Catedral de la Almudena, Madrid
Dcha: Detalle del Cristo de la Misericordia, 1623, Convento de Santa Isabel, Sevilla












Izda: Cristo de la Misericordia, 1623, Colegiata de Osuna
Dcha: Cristo de la Vera Cruz, 1624, Iglesia de San Juan Bautista,
Las Cabezas de San Juan (Sevilla)











Izda: Detalle del Cristo de la Misericordia, 1623, Colegiata de Osuna (Sevilla)
Dcha: Detalle del Cristo de la Vera Cruz, 1624, Iglesia de San Juan Bta., Las Cabezas de San Juan (Sevilla)












Cristo de la Buena Muerte, 1622
Iglesia de San Pedro y San Pablo, Lima












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