CRISTO DE LA AGONÍA
Juan de Mesa (Córdoba, 1583 –
Sevilla, 1627)
1622
Madera de cedro policromada
Iglesia de San Pedro de Ariznoa,
Vergara (Guipúzcoa)
Escultura barroca. Escuela andaluza
En aquel tiempo en Sevilla, convertida en gran metrópolis como puerta de las Indias y uno de los centros artísticos más activos de Europa, residía el vasco Juan Pérez de Irazábal, superintendente de la Armada y contador mayor en la Real Hacienda de Sevilla durante los reinados de Felipe III y Felipe IV. Este acomodado personaje, oriundo de Vergara, no quiso olvidar la tradición, generalizada en toda España, por la que los nobles con buena posición social solían hacer donaciones a las iglesias de su población como reparación espiritual, en su caso a la parroquia de Santa Marina de Vergara, de la que era feligrés. Con esa intención y posiblemente conociendo los crucifijos realizados desde cuatro años antes por el escultor, recurrió al taller de Juan de Mesa en Sevilla para solicitar un Cristo crucificado, estableciendo en el contrato que debería estar representado vivo, clavado en la cruz, coronado de espinas y con una altura de diez cuartas, así como un plazo de ejecución de cuatro meses y un precio estipulado de 1.300 reales.
De este modo el Cristo de la Agonía emprendía, sobre un carro tirado por bueyes, un largo viaje hasta la comarca guipuzcoana del Alto Deva, siendo puesto al culto en una capilla de aquella iglesia vergaresa levantada en el siglo XVI, donde generó tan intenso movimiento devocional que las autoridades religiosas y civiles de Vergara tuvieron que prohibir los enterramientos en aquella capilla para evitar la saturación de sepulturas. En el campo artístico, la llegada de la imagen tuvo una enorme repercusión en la irrupción de la escultura barroca en el País Vasco, donde en aquel tiempo predominaba la estética renacentista del movimiento romanista.
Siguiendo la pauta dominante en la escuela andaluza, y aunque Juan de Mesa está considerado como el más dramático de los escultores andaluces, en la imagen de Cristo prevalecen la serenidad, el modelado suave, la búsqueda de belleza y las proporciones armónicas, a pesar de lo cual el escultor, con su personal lenguaje plástico, consigue la más conmovedora de cuantas esculturas realizara, capaz de incitar al fervor de los fieles con su fuerza expresiva, siguiendo los postulados contrarreformistas.
Impresiona el modo en que está trabajada cada una de las partes,
destacando el impresionante tallado de la cabeza, que presenta el rostro dirigido
a lo alto con gesto suplicante, como si exclamara balbuceante la cuarta de sus
palabras en la cruz: “¡Elí, Elí! ¿lama sabactani?” - ¡Dios mío, Dios
mío!, ¿por qué me has abandonado? (Mateo, 27: 46). Su expresión está relacionada
con el phatos de la estatuaria clásica, especialmente con la gestualidad
del célebre Laocoonte en los ojos muy abiertos, los párpados perfilados, la
elevación de las cejas hacia el entrecejo y la boca entreabierta dejando
percibir los dientes, sugiriendo el último suspiro. Como una constante en sus
crucificados, Jesús presenta una barba de dos puntas, de trazado simétrico y
con los mechones pormenorizados, así como una larga melena con raya al medio
que se desliza de forma desigual por los lados, en la parte izquierda con
largos mechones dirigidos hacia atrás, dejando visible la oreja, y en la
derecha cayendo sobre el hombro formando rizos muy abultados y ondulados.
En su extenuada anatomía están resaltadas las costillas, los tendones y las venas, especialmente en los brazos tensionados y las piernas, con dedos de manos y pies rigurosamente modelados. La disposición del cuerpo despegado de la cruz, a modo de la vela de un barco insuflada por el viento, permite contemplar la espalda, donde aparecen matizados los músculos dorsales y el trapecio, creando una morbidez a flor de piel en que la madera queda desmaterializada.
Siguiendo la estela que marcara Martínez Montañés casi veinte años antes en el Cristo de la Clemencia de la catedral de Sevilla, el perizoma se agita y entreabre sugiriendo un tejido liviano que forma abundantes y profundos pliegues que producen efectos de claroscuro que contrastan con la tersura de la piel, siendo característico del escultor el doble anudamiento en los costados. En este Cristo de la Agonía Juan de Mesa repite el tipo de perizoma cordífero que aplicara por primera vez en 1619 en el Cristo de la Conversión (Hermandad de Montserrat de Sevilla), con la cadera recorrida por un cordón que sujeta al paño dejando entrever la cadera izquierda, lo que potencia el trabajo de un desnudo clásico.
El retablo en que recibe culto actualmente fue elaborado por Jacobo de Jaúregui Ayesta en 1724 en sustitución de otro anterior, presentando una compleja decoración de elementos dorados aplicada por Juan Ángel Barón de Guerendiain.
El caso de Juan de Mesa es un buen ejemplo de como un excelente escultor
puede quedar eclipsado por la fama y personalidad de su maestro. Durante más de
dos siglos y medio su nombre no recibió ni una sola mención, siendo sus obras
atribuidas sistemáticamente a Juan Martínez Montañés, del que sigue la estela,
pero con su propio estilo, oscilando desde las formas tardomanieristas a la
esencia del barroco.
Relación de tallas de Cristo crucificado elaboradas por Juan de Mesa:
1618-1620: Cristo del Amor. Iglesia Colegial del Divino Salvador, Sevilla.
1619-1620: Cristo
de la Conversión del Buen Ladrón. Capilla de la Hermandad de Montserrat, Sevilla.
1620: Cristo
de la Buena Muerte. Capilla de la Universidad, Sevilla.
1621: Cristo
de la Buena Muerte. Catedral de la Almudena (procedente de la Colegiata de
San Isidro), Madrid.
1622: Cristo
de la Misericordia. Convento de Santa Isabel, Sevilla.
1622: Cristo
de la Agonía. Iglesia de San Pedro de Ariznoa, Vergara (Guipúzcoa).
1622: Cristo
de la Buena Muerte. Iglesia de San Pedro y San Pablo, Lima (Perú).
1623: Cristo
de la Misericordia. Colegiata de Osuna (Sevilla).
1624: Cristo
de la Vera Cruz. Iglesia de San Juan Bautista, Las Cabezas de San Juan
(Sevilla).
1626: Cristo
crucificado. Convento de Santa Catalina de Siena, Lima (Perú).
Izda: Cristo de la Agonía en su presentación en 2018 tras su restauración Dcha: Cristo de la Agonia en su retablo de la iglesia de San Pedro de Vergara |
Informe: J. M. Travieso.
Izda: Cristo del Amor, 1618-1620, Iglesia de El Salvador, Sevilla Dcha: Cristo de la Buena Muerte, 1620, Capilla de la Universidad, Sevilla |
Izda: Detalle del Cristo del Amor, 1618-1620, Iglesia de El Salvador, Sevilla Dcha: Detalle del Cristo de la Buena Muerte, 1620, Capilla de la Universidad, Sevilla |
Cristo de la Conversión del Buen Ladrón, 1619-1620, Capilla de la Hermandad de Montserrat, Sevilla |
Izda: Cristo de la Buena Muerte, 1621, Catedral de la Almudena, Madrid Dcha: Cristo de la Misericordia, 1623, Convento de Santa Isabel, Sevilla |
Izda: Detalle del Cristo de la buena Muerte, 1621, Catedral de la Almudena, Madrid Dcha: Detalle del Cristo de la Misericordia, 1623, Convento de Santa Isabel, Sevilla |
Izda: Cristo de la Misericordia, 1623, Colegiata de Osuna Dcha: Cristo de la Vera Cruz, 1624, Iglesia de San Juan Bautista, Las Cabezas de San Juan (Sevilla) |
Izda: Detalle del Cristo de la Misericordia, 1623, Colegiata de Osuna (Sevilla) Dcha: Detalle del Cristo de la Vera Cruz, 1624, Iglesia de San Juan Bta., Las Cabezas de San Juan (Sevilla) |
Cristo de la Buena Muerte, 1622 Iglesia de San Pedro y San Pablo, Lima |
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