27 de octubre de 2009

Visita virtual: MI ALDEA Y YO, los recuerdos de infancia de Marc Chagall




MI ALDEA Y YO
Marc Chagall (Vitebsk, Bielorrusia 1887 - Saint Paul de Vence, Francia 1985)
1911
Óleo sobre lienzo
Museo de Arte Moderno (MOMA), Nueva York
Vanguardias siglo XX. Corriente fauvista, cubista y surrealista


     Cuando uno se encuentra ante una pintura como esta, tan desconcertante a primera vista, experimenta una enigmática atracción muy parecida a la que motivó a Pablo Picasso a hacer un comentario referido a su autor: "Cuando Chagall pinta, no se sabe si está durmiendo o soñando. Debe tener un ángel en algún lugar de su cabeza". Muy ajustado a la sensación que produce, porque en esta pintura vemos cosas reales codificadas con un lenguaje irreal, onírico, siendo posiblemente esa la clave de su atractivo.

     A primera vista observamos como elementos bien reconocibles el rostro de un hombre de gran tamaño y la cabeza de un animal similar a una oveja, así como una mujer ordeñando a una escala inferior, un trabajador y una mujer en posiciones contrapuestas, una mano que sujeta un ramo en primer plano y una serie de casas junto a una iglesia al fondo. Una mirada más detenida nos permite apreciar una línea que une los ojos de las figuras principales, las cuentas de un collar y una medalla al cuello de la que pende una cruz. A partir de ahí pueden comenzar todo tipo de especulaciones para descifrar su significado, algo que se hace imposible si no conocemos la experiencia vital del pintor.

     Cuando Marc Chagall pinta esta obra tiene 24 años y vive en París. El pintor había nacido el 7 de julio de 1887 en el gueto judío de la localidad de Vitebsk, en Bielorrusia, en el seno de una modesta familia compuesta por sus padres y nueve hermanos de los cuales era el mayor. Mientras el padre trabajaba en una fábrica de salazón de arenques, su madre se dedicaba a las tareas domésticas, sacando adelante con mucho esfuerzo a la numerosa prole. Está claro que aquellos esfuerzos paternos, especialmente los de la madre que les cuidaba, alimentaba y abrigaba en los duros inviernos, quedaron grabados en la fina sensibilidad del artista.


     En el ambiente un tanto sórdido de su pueblo natal, Marc demostró desde muy joven una especial habilidad para la pintura, pero no fue hasta 1907, cuando tenía 19 años, que pudo trasladarse a San Petersburgo para estudiar en la Escuela de Bellas Artes (Sociedad de Patrocinadores del Arte), donde pronto apreciaron sus dotes creativas. Pasado poco tiempo, un diputado de la duma, Vivaner, le pondría en contacto con Lev Baskt, un famoso escenógrafo de los Ballets Rusos. También sería Vivaner quien en 1910 le concedió una beca para poder estudiar en París. Allí permaneció hasta 1915, año en que regresa a Vitebsk y se casa con la judía Bella Rosendfeld, con la que en 1916 tuvo una hija llamada Ida.

     Durante esta primera estancia en París, cuna de las vanguardias pictóricas del siglo XX, su pintura experimentaría una transformación radical tras ponerse en contacto con las nuevas tendencias. Sobre una base formativa influida por el expresionismo ruso, comenzó a utilizar los brillantes colores aportados por los fauvistas, ajustó las composiciones a los esquemas mentales del cubismo y asumió la búsqueda formal del surrealismo, siempre permaneciendo en el límite de estas corrientes, sin penetrar plenamente en ellas. Todos estos planteamientos estéticos fueron aplicados por Chagall a unos temas basados en su experiencia personal. El alejamiento de su cultura y su tierra natal, pero sobre todo de su familia, produjeron en el artista una fuerte nostalgia que quedaría plasmada en las obras de esa época, siempre con temas referidos a los paisajes de su tierra, a los recuerdos de su infancia, al trabajo de los campesinos y a las celebraciones de la comunidad judía, que son el repertorio habitual de las obras que presentó en exposiciones de París y Berlín celebradas esos años, en las que dejó definido su personal estilo, siempre sugerente, emotivo y poético.

     En esta época, concretamente en 1911, Chagall pinta “Mi aldea y yo”, donde con su peculiar lenguaje plástico plasma el recuerdo de su madre y su deseo de reencontrarse con ella, pues ese es el contenido simbólico del cuadro.
El pintor se autorretrata como el joven que era, con el típico gorro usado por los judíos en Vitebsk y con una medalla al cuello que proclama sus creencias religiosas. En su mano sujeta un ramo de flores y frutos que deseoso ofrece a su madre. Sí, su madre está representada en forma de cabeza de cordero, pues el cordero era el centro principal de las fiestas judías, por eso identifica a su madre con lo más importante, colocándole un festivo collar y asociando el recuerdo maternal con la leche que su madre le proporcionaba en su infancia. La presencia de la vaca también expresa una añoranza por el mundo bucólico de los animales y la naturaleza de su tierra, elementos pocos habituales en el cosmopolita ambiente parisino donde recreaba sus recuerdos.


     Tampoco falta una alusión a su padre, representado a su vuelta del trabajo, en el momento en que es recibido con alegría por su esposa, alegría simbolizada por la colocación del cuerpo al revés, un recurso muy repetido por el pintor. Al fondo aparece la aldea natal que da título a la obra, destacando entre el caserío la torre de la iglesia y un pórtico en el que asoma un sacerdote o rabino, poniendo de manifiesto la importancia de los ritos religiosos en la comunidad.

     Toda la alegría al recordar a su madre está representada de acuerdo a la subjetividad psicológica planteada por Freud, lo que le proporciona un contenido surrealista, con imágenes que sugieren los recuerdos de un sueño. Formalmente, y a partir de los postulados del expresionismo ruso, en la escena recurre a una descomposición en planos propia del Cubismo, lo que le permite ordenar las ideas, con predomino en las líneas maestras de rectas y círculos, en la línea de la pintura abstracta promovida en Francia por Robert Delaunay. Las líneas rectas que delimitan los distintos planos convergen de forma radial en el punto donde se encuentra la boca del cordero, es decir, de su madre, que de forma simbólica se convierte en el principio ordenador de toda la composición. En cuanto al uso del color adopta las experiencias de los fauves, que el pintor repetirá continuamente, en este caso apreciable sobre todo en el rostro verde y en el contraste colorista entre la aldea y el cielo negro.

      Este cuadro representa una buena muestra del estilo, tan difícil de definir, que consolidó el pintor en su juventud y que mantuvo durante toda su vida. En su obra siempre se apreciaría una añoranza por su tierra y su cultura, una melancolía canalizada a través de un creativo mundo fantástico que son una respuesta vital al convulsivo mundo que le tocó vivir, sobre todo después de la Revolución Rusa de 1917 y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), con las persecuciones del Holocausto, hechos que le llevaron a residir sucesivamente en Moscú, Berlín y Nueva York, aunque sería en Francia donde llegaría a encontrar su residencia definitiva, viviendo en Saint Paul de Vence, cerca de Niza, desde 1950 hasta su muerte en 1985.

Informe y tratamiento de imágenes: J. M. Travieso.

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2 comentarios:

  1. Es complicado llenar de tantos colores la añoranza.

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  2. el mejor cuadro gente...m vino re bien la info..:)
    hago un trabajo sobre esta pintura..

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