5 de agosto de 2010

Historias de Valladolid: ISABEL, LA NIÑA GUAPA, entre pretendientes y bandoleros




     En los aledaños de la céntrica calle de Embajadores, que enlaza el centro urbano vallisoletano con el popular barrio de Las Delicias, se abre una calle que recibe uno de los nombres más seductores de la ciudad: Calle de la Niña Guapa. Lo sugestivo del título ha motivado a distintos cronistas vallisoletanos a interesarse por identificar a la joven que mereció ese apelativo, pero todos los resultados han sido infructuosos.

     No obstante, esta rotulación sirvió de inspiración a Leandro Mariscal, escritor y profesor de la Academia de Caballería de Valladolid, para componer la historia de Isabel, basada en la supuesta existencia de aquella Niña Guapa, que fue publicada en 1903 en la Revista Contemporánea, de la que era director el reconocido historiador murciano Juan Ortega Rubio, por entonces catedrático de Historia Universal en Madrid y autor, durante su estancia en la capital vallisoletana, de una apreciada Historia de Valladolid.

     Rastreando el origen del nombre de la calle, Juan Agapito y Revilla en su obra Las Calles de Valladolid, publicada en 1937, plantea una duda acerca de si Leandro Mariscal se inspiró para su relato en el nombre de la calle o si fue la repercusión del trabajo literario lo que motivó el que así se rotulara una calle de reciente trazado. Nunca lo sabremos.

     La actual calle de la Niña Guapa se creó a finales del siglo XIX sobre unos terrenos hasta entonces ocupados por huertas próximas al barrio de San Andrés, concretamente en la llamada Huerta del Nuevo, próxima al ramal sur del Esgueva. Su construcción respondía al ensanche de Valladolid con motivo del desarrollo industrial y la llegada del ferrocarril. A ello debe su trazado rectilíneo, ocupado a un lado y a otro por viviendas a tres alturas y con fachadas en las que predomina el ladrillo, elemento constructivo que proporcionó a la moderna calle un aspecto muy homogéneo, mostrándose como un conjunto unitario de edificaciones que en tiempos posteriores no ha sido suficientemente valorado y protegido.

     Hay que recordar que el uso del ladrillo dio lugar al asentamiento en la ciudad de prestigiosos fabricantes que, con arcillas procedentes de Cigales, Fuensaldaña, La Cistérniga y Valladolid, producían unas piezas muy apreciadas que fueron aplicadas de forma masiva, incluida la modalidad de caravista, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta bien cumplida la treintena del XX, tanto en la arquitectura de edificios emblemáticos -iglesias, grupos escolares, plaza de toros, etc.- como en viviendas particulares, en ocasiones con pintorescos diseños, siguiendo una tradición que fue exaltada desde que la industria ladrillera vallisoletana levantara en 1856 el Arco de Ladrillo para demostrar las excelencias de este material.

     Es el caso de la calle Niña Guapa, que como en buena parte de las calles de su entorno, el uso del ladrillo aplicado a viviendas particulares de clases medias pone de manifiesto el dominio magistral en el manejo de este material, en ocasiones incluyendo elementos decorativos que rememoran la pericia de los apreciados alarifes mudéjares de otro tiempo.

LA HISTORIA DE LA GUAPA ISABEL CREADA POR LEANDRO MARISCAL

     En la calle vallisoletana, próxima a San Andrés, vivía Sancho Ruiz de los Arcos, que tenía una hija llamada Isabel, una niña que desde los siete años fue muy apreciada en todo el barrio por su belleza, simpatía y buenos modales, motivos por lo que fue apodada en el vecindario como "la niña guapa". Con el paso de los años, Isabel se convirtió en una joven cuyos atractivos aumentaron aún más, siendo objeto de atención de jóvenes pretendientes.

     Una noche, mientras Isabel cenaba en casa en compañía de su padre, se comenzaron a escuchar en la calle los sones musicales de una serenata. El músico era el joven don Alonso Jimeno, hijo de la marquesa de Peñaluenga, que acompañado de una rondalla pretendía atraer la atención de la guapa mujer. Atemorizado el padre, salió al balcón y solicitó al músico que cesara en sus canciones, ya que aquello podría dar lugar a murmuraciones de los vecinos que perjudicasen la reputación de su hija. Con actitud comprensiva Alonso hizo callar a los músicos y todos se retiraron abandonando la ronda.

     Al cabo de unos minutos, por una de las callejuelas próximas a la casa de Isabel, caminaba don Álvaro de Fontecha, que acostumbraba a realizar rondas nocturnas de vigilancia para evitar incidentes en el barrio. En ese momento, un personaje surgido de la oscuridad se colocó inmóvil en mitad de la calle impidiéndole el paso. Ante tan extraña provocación, don Álvaro desenfundó su espada, pero otro tanto hizo aquel hombre, de modo que durante un rato ambos estuvieron resistiendo sus estocadas. Agotado por los esfuerzos, sorprendido y sin entender que aquel hombre se limitara a defenderse, le preguntó quién era y qué pretendía.

-Juan Sánchez es mi nombre, soy herrero y me tengo por honrado. Le conozco, sé que es usted valiente y un caballero, quiero que me conozca y acepte mi amistad - respondió con cierta timidez el desconocido personaje.

-Pero hombre de Dios, ¿No conocéis otra manera de hacer amistades? ¿Y por qué tanto empeño y prisa? -dijo sorprendido don Álvaro.

-La verdad, otra manera no se me ha ocurrido y tengo prisa porque quiero que usted, que es amigo del padre de Isabel, me presente, pues estoy enamorado de ella y no me atrevo a decírselo -manifestó Juan con sinceridad.

     Al día siguiente, don Álvaro acudió a casa de Isabel y en presencia de su padre relató lo ocurrido aquella noche. Al mismo tiempo, en las ruinas del castillo del Mal Asilo, situado en las proximidades del cerro de San Cristóbal y utilizado como refugio por un grupo de bandoleros, Caperuzo y Rosillo, dos cabecillas de los bandidos que habitualmente frecuentaban las temidas cuevas de Canterac, planeaban el secuestro de la bella Isabel, pero su conversación fue escuchada desde uno de los sótanos por Galita, una niña de diez años que estaba retenida por ellos y a la que explotaban obligándole mendigar por las calles de Valladolid.

     Cuando la pequeña salió para realizar su cometido diario, se acercó a la casa de Isabel, a quien conocía bien porque frecuentemente recibía limosna de ella, y con un gesto de secretismo le dijo en voz baja que su verdadero nombre era Gabriela Sarmiento, que había sido secuestrada de pequeña por los bandoleros de Caperuzo y que había escuchado que también pretendían su rapto. Isabel contó la historia a su padre y éste fue a dar aviso inmediatamente a casa del Corregidor, que le prometió ayuda y protección. Al escuchar la denuncia, la autoridad aventuró que Galita bien podría tratarse de la sobrina de la marquesa de Peñaluenga, desaparecida sin rastro años antes.
     El Corregidor organizó la vigilancia de la casa de Isabel y preparó la estrategia para capturar a los bandidos, participando junto a la milicia Juan, el tímido pretendiente, que vio en ello una ocasión para acercarse a Isabel. Pero los habilidosos delincuentes aprovecharon un alboroto producido en la calle, que reclamó la presencia de la justicia, para colarse en la vivienda de la Niña Guapa a través de una ventana de la buhardilla. Sorprendidos por Juan, dos bandoleros se enfrentaron a él con violencia mientras el bandido Rosillo lograba secuestrar a Isabel y le obligaba a subir al tejado. Tras librarse de los atacantes, Juan persiguió entre las chimeneas a Rosillo que, viendo que habían sido descubiertos, ordenó la retirada de sus secuaces. Envalentonado Juan, emprendió la persecución del bandido, pero las tejas cedieron y cayó desde el tejado, momento que aprovechó otro de ellos para llevarse a Isabel.

     Cuando la Niña Guapa estaba retenida con Galita en los sótanos de la guarida secreta de los bandoleros, relató a la pequeña que la marquesa de Peñaluenga era su tía y que sin duda estaría deseando su regreso, animándole por ello a preparar la fuga. Galita, que conocía a la perfección los entresijos de las ruinas de aquel castillo, se arrastró por los pasadizos que conducían a una de las salidas y se dirigió con prisa a dar aviso al Corregidor. Poco después los soldados y la autoridad detenían a todos los malhechores de Canterac.

      Apenas pasados dos meses, se celebraba el enlace de Juan e Isabel, ejerciendo como padrinos la rica marquesa de Peñaluenga y su hijo Alonso, figurando entre los invitados Galita y don Álvaro de Fontecha. Y se cuenta que fueron felices por mucho tiempo y que Isabel conservó su mítica belleza durante los sesenta años que vivió, siendo objeto continuo de los piropos y comentarios del vecindario, que pasado el tiempo exclamaba a su paso: "Ya no es una niña, pero sigue tan guapa".

(Relato basado en el trabajo publicado en "Leyendas y tradiciones", de S. Puy Palacios Arregui. Colección Cuadernos Vallisoletanos, 1987).

Ilustraciones: 1 Vista de la calle Niña Guapa e imagen femenina del pintor vallisoletano Anselmo Miguel Nieto. 2 Rótulo actual en la Calle Niña Guapa. 3 Lance del siglo XVII, pintura de Francisco Domingo Marqués. 4 Traje de mujer vallisoletana del siglo XVIII. 5 Pareja de vallisoletanos del siglo XVIII, según estampa conservada en la Fundación Joaquín Díaz de Urueña (Valladolid).

Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1104108944262


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