3 de septiembre de 2011

Historias de Valladolid: EL TÍO TRAGALDABAS, un cuento castellano de cartón piedra



     Son muchas las ciudades españolas cuyas fiestas están asociadas a la presencia callejera de grandes y populares muñecones, una variante dentro de la secular tradición de gigantes y cabezudos, como el Caravinagre de Pamplona, el Gargantúa de Bilbao, el desaparecido Gargantúa de Zaragoza, el Águila de Reus, las Gigantillas de Burgos, etc. Las fiestas de Valladolid también cuentan con sus propias imágenes monstruosas: El Tío Tragaldabas y la Tía Melitona.

     En los últimos tiempos las fiestas de Valladolid, tan celebradas por toda la ciudad, han cambiado de titularidad y contenido. Las fiestas en honor de San Mateo (21 de septiembre), oficializadas por el Ayuntamiento desde 1939 como herencia de aquellas celebradas al final de la vendimia, fueron cambiadas en el año 2000 en honor de la Virgen de San Lorenzo (8 de septiembre), patrona de la ciudad, en el intento de paliar los efectos de la climatología otoñal adversa y de no interferir en el curso escolar. De aquellas tradicionales fiestas sólo perduran las corridas de toros, los fuegos artificiales y la presencia de gigantes y cabezudos, todo lo demás se ha ido adaptando a los nuevos tiempos y a las exigencias de una nueva sociedad basada en la industria y el comercio: Feria de Muestras, competiciones deportivas, macroconciertos, gastronomía, alfarería, espectáculos, etc.

     El año 2011 ha cumplido 65 años una figura monstruosa que ha venido acompañando la presencia de los que son conocidos en Valladolid como "gigantones", un enorme ogro que se lo traga todo y que puede considerarse como el icono festivo por excelencia de la ciudad. Se trata del Tío Tragaldabas, que vino a sumarse a las figuras de gigantes y que desde entonces forma parte de los recuerdos de infancia de varias generaciones de vallisoletanos y, por lo tanto, de la propia idiosincrasia de la ciudad del Pisuerga.

     La presencia de gigantes en distintas festividades es una tradición no sólo centenaria, sino milenaria, que tiene un origen celta, siendo una costumbre festiva difundida por todo el ámbito de esta cultura. El tema fue cristianizado en torno a la figura de San Cristóbal y extendido por el norte de España hasta el Mediterráneo por la fuerza simbólica de los gigantes, llegando a ser un acompañamiento habitual en las fiestas del Corpus Christi, cuya decadencia comenzó en algunos lugares a partir de que Carlos III considerara su presencia demasiado irreverente y ordenara su desfile desvinculado de esa fiesta religiosa.

APARICIÓN DEL TRAGALDABAS POR LAS CALLES DE VALLADOLID

     Corría el año 1946 cuando el consistorio vallisoletano, según informaba el diario El Norte de Castilla, decidió incorporar a los gigantes y cabezudos de las fiestas una figura lúdica en la misma línea que el Gargantúa de Bilbao, un muñeco de enormes dimensiones con la boca abierta que se traga a los niños y luego los expulsa por un tobogán interior. El insaciable bilbaíno, cuya primera figura fue creada en 1854 por el bombero Echaniz, renovado en 1896 por un taller fallero valenciano y completamente rehecho en tiempos recientes por Juan Ignacio Urbieta, ha suavizado su aspecto monstruoso para dar paso a un personaje caricaturesco de aspecto fallero. La última versión está enteramente realizada en cartón piedra, se sienta sobre un canasto, está cubierto por una chapela y porta en sus manos una gran cuchara y un tenedor de madera, siendo, como desde su origen, arrastrado por una pareja de bueyes (ilustración 2).

     Emulando al Gargantúa, el proyecto vallisoletano fue diseñado por Teodoro Rivera, que, manteniendo la misma estructura que en Bilbao, recurrió al folklore castellano para encontrar como modelo apropiado un enorme ogro inspirado en el cuento infantil de "El Zamparrón" o "La Zarrampla", una historia para asustar a los niños que no querían dormir, cuya tradición oral se mantenía en muchas localidades castellanas, la más completa recogida en Astudillo (Palencia).
     Al ogro de voracidad insaciable le concibió vestido con el traje popular de los campesinos vallisoletanos, con el cuerpo realizado en cartón piedra, pero enteramente recubierto por una gran capa castellana de paño real, como los gigantones, y tocado con un sombrero de tipo pavero, con ala ancha recta y copa cónica, siguiendo el mismo modelo que lleva el Gigantillo de Burgos. Bautizado como "Tragaldabas", el gigante apareció sentado delante de una mesa y con una ansiosa boca abierta, dispuesto a engullir un enorme pastel.

     El modelado de la figura corrió a cargo del escultor González Pintado, que contó con la colaboración de Julián Moreno en los trabajos de escayola y de Luis González en la realización de los distintos elementos de cartón piedra, trabajando todos ellos en el denominado "solar de San Ambrosio". La plataforma, en principio arrastrada por una pareja de bueyes, fue realizada por Lucio Martín, mientras que del tobogán interior se ocupó Tomás Ruiz y de confeccionar la enorme capa la Casa Castilla.

     El Tragaldabas salió a la calle por primera vez el 15 de septiembre de 1946, durante las fiestas, causando gran terror entre los niños, miedo después reconvertido en placer por poder disfrutar de este enorme juguete público en una época carente de parques y juegos destinados a los más pequeños. Desde entonces, es uno de los personajes más populares de Valladolid y ha pasado a formar parte de la tradición (ilustración 7, cartel de Luis González Armero, Ito, Biblioteca Archivo Municipal de Valladolid), disfrutado por generaciones de vallisoletanos, aunque se haya diluido en el tiempo el cuento en que está inspirado, que hoy día prácticamente nadie conoce.

     Con el tiempo, los estragos producidos por la climatología adversa sobre un gigante de material tan vulnerable, originó un lento deterioro que obligó a su total restauración. Por este motivo el Ayuntamiento, a principios de 1992, decidió hacer una réplica del gigante, aunque en esta ocasión con forma femenina, encargo que fue llevado a cabo durante cuatro meses en la Casa de Oficios de la Madera y presentado en público en las fiestas de San Pedro Regalado de aquel año como la Tía Melitona, nombre inspirado en una popular jota castellana cuyas primeras estrofas proclaman: "La tía Melitona ya no amasa el pan / que le falta el agua, la harina y la sal/ y la levadura la tiene Pamplona / por eso no amasa la Tía Melitona". Restaurado el Tragaldabas, las dos figuras forman una peculiar pareja que durante las fiestas recorren las calles de la ciudad intentando saciar su voracidad, para lo que no faltan cientos de niños voluntarios que soportan estoicamente largas colas para subir hasta la boca. Incluso hay quien dice que, para considerarse vallisoletano de pura cepa, hay que haber sido tragado alguna vez por el Tío Tragaldabas o la Tía Melitona.

EL CUENTO CASTELLANO QUE INSPIRÓ LA FIGURA DEL TRAGALDABAS

     La historia tomada como inspiración de la figura del Tragaldabas es un cuento castellano que tiene como protagonista a un ogro o gigante de apetito insaciable conocido como "El Zamparrón" o "Tragaldabas", un personaje capaz de tragarse sin masticar no sólo una aldaba metálica, sino a todo un ejército. Del mismo existen otras versiones, como "El Papón" en Asturias, "O Papón" en Galicia e incluso "O Pàpao" en Portugal, curiosamente todos ellos territorios vinculados a la cultura celta. El cuento de este personaje siempre era relatado para atemorizar a los niños que no querían comer o dormir y presentaba a tan estrambótico personaje habitando una bodega, donde, a pesar de que advertía de sus intenciones, llegó a tragarse a tres niñas desobedientes, a un aceitero, un pimentonero y una pareja de guardias civiles, aunque el cuento tiene un final feliz por la valiente intervención, ¡quién lo diría!, de una hormiga.

     En otras versiones el ogro llega a tragarse a un molinero, a un rebaño de ovejas e incluso a un batallón de soldados, todos ellos liberados por el culo del gigante después de que una hormiga , que había recibido las mismas amenazas, le mordiera en esa parte (o se introdujera por ella, según las versiones) y con su mordisco le hiciera bailar.

     Como es frecuente, el cuento está salpicado de ciertos latiguillos que los niños aprendían con facilidad, tales como los reiterados avisos del Tragaldabas "Niño, niña, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar" o la cantinela final de la hormiga "Soy una hormiguita de este pedregal, te muerdo en el culo y te hago bailar", tras lo cual eran liberados todos los personajes engullidos.

     La figura lúdica del Tragaldabas vallisoletano, que alegra a los niños en las fiestas, rememora este relato, permitiendo entrar a los niños por la enorme boca, tras remontar el pastel que sujeta en la mesa, y a través de un tobogán salir por el culo del gigante.

     A continuación se recoge una de las versiones del relato que forma parte del folklore castellano, no exento de tintes machistas, que tiene como protagonista al Tragaldabas:

     Una abuela que habitaba un viejo caserón era visitada con mucha frecuencia por sus tres nietas, a las que solía preparar rebanadas de pan con miel por ser su dulce preferido, al tiempo que procuraba enseñarlas los quehaceres de la casa, para que supieran cumplir con sus obligaciones domésticas cuando fueran mayores. Pero el olor de la miel que la abuela almacenaba en jarras de barro preservadas en la bodega había sido percibido por el Tragaldabas, que recorría aquel territorio arrasando almacenes y graneros, pues su apetito era insaciable, con especial debilidad precisamente por la miel más dulce, por lo que asiduamente penetraba en la bodega de aquella casa para tragar todo lo que encontraba a mano.

     En cierta ocasión la abuela mandó a su nieta mayor coser una camisa, a la mediana planchar unos manteles y a la más pequeña barrer la casa, indicándoles que a medida que terminaran la tarea podían bajar a la bodega y recoger su ración de pan con miel. Cuando terminó la primera, recogió las agujas e hilos y bajó por las oscuras escaleras hasta la fría bodega, tan sólo iluminada por la luz tenue de algunos candiles. Cuando abrió la puerta escuchó una voz seca:
— Niña, niña, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar.
     Pero viendo la niña las dulces rebanadas preparadas sobre la mesa no hizo caso y cruzó la puerta, siendo tragada al momento.

     Cuando terminó de planchar la segunda, entregó la plancha a su abuela, que le dijo:
— Muy bien, ahora puedes bajar a la bodega a por el pan con miel y dices a tu hermana que suba.
     Cuando llegó a la puerta, que estaba abierta, escuchó la voz:
— Niña, niña, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar.
     Pero al ver todas las rebanadas en la mesa tampoco hizo caso y fue tragada nada más entrar.

     Cuando terminó de barrer la más pequeña entregó a su abuela la escoba, que al tiempo que la guardaba en un armario le indicó:
— Así me gusta, ahora bajas a la bodega y les dices a tus hermanas que suban, porque allí hace mucho frío, si no, tendré que subirlas de las orejas.
     Cuando llegó a la puerta también escuchó:
— Niña, niña, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar.
     Pero temiendo el enfado de su abuela cruzó la puerta en busca de sus hermanas y también fue tragada.

     Intrigada la abuela por la tardanza, decidió bajar a buscarles, pero al llegar a la puerta escuchó una voz que salía de la penumbra:
— Abuela, abuela, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar.

     Asustada al reconocer al voraz  y temido personaje, subió deprisa las escaleras y salió a calle sentándose a llorar a la puerta de la casa. En ese momento pasaba un aceitero que le preguntó:
— Abuela, ¿ por qué llora tanto?
— Porque se ha colado el Tragaldabas en la bodega y se ha tragado a mis nietas.
— No se preocupe abuela —dijo el aceitero—, que bajo a la bodega, le doy la aceitera y vomitará a sus nietas. La abuela bajó detrás del aceitero y de nuevo se oyó la voz del Tragaldabas:
— Aceitero, aceitero, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar.

     Nada más cruzar la puerta se abalanzó el Tragaldabas y se lo tragó. La abuela volvió a subir las escaleras casi volando y de nuevo se sentó pesarosa a la puerta. Al poco rato, llegó un pimentonero con su carga a lomos de una mula, que al verla le preguntó:
— Abuela, ¿por qué llora tanto?
— Porque se ha colado el Tragaldabas en la bodega y se ha tragado a mis nietas y a un aceitero.
— No se apure señora —dijo el pimentonero— que ahora bajo yo y le espolvoreo pimentón para que estornude y saldrán todos cantando.

     De nuevo bajó la abuela detrás del pimentonero, que intentaba vislumbrar algo en la oscuridad. De nuevo se escuchó la voz:
— Pimentonero, pimentonero, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar.

    Pero al cruzar la puerta, con el pimentón en la mano, fue tragado por el Tragaldabas. La abuela subió como un rayo y al salir llorando a la calle se encontró que pasaba una pareja de guardias civiles de largos bigotes, que le preguntaron:
— Abuela, ¿por qué llora tanto?
— Porque se ha colado el Tragaldabas en la bodega y se ha tragado a mis nietas, a un aceitero y a un pimentonero.
— No se apure señora —dijeron— que ahora bajamos, le disparamos con nuestros fusiles y saldrán todos cantando. Bajaron los guardias con la abuela detrás y nada más llegar a la puerta escucharon:
— Pareja de guardias, no paséis de acá, que soy el Tragaldabas y os voy a tragar.

     Apenas habían cruzado la puerta el Tragaldabas ya se los había tragado. La abuela volvió a subir corriendo ya sin fuerzas. Cuando estaba en la calle, llorando mucho más fuerte que otras veces, vio a un hormiga a la que casi una lágrima le cayó encima. La hormiga preguntó:
— Abuela, ¿por qué llora tanto?
— Porque se ha colado el Tragaldabas en la bodega y se ha tragado a mis nietas, a un aceitero, un pimentonero y dos guardias civiles. La hormiga se rascó la cabeza y le dijo a la abuela:
— ¿Qué me da usted si consigo que el Tragaldabas expulse a sus tres nietas, al aceitero, al pimentonero y a la pareja de guardias civiles?
— Te daría una fanega de trigo –contestó la abuela.
— Con tanto no puedo — dijo la hormiga.
— Pues te daría un puñado de trigo –replicó la abuela.
— Sigue siendo mucho peso para mí — contestó la hormiga.
— ¿Que te parecen cinco granitos de trigo? —propuso la abuela.
— Imposible, es mucho peso — respondió la hormiga.
— Entonces de daría sólo un granito de trigo –dijo la abuela pesarosa.
— ¡Eso me parece muy bien! — gritó la hormiga, al tiempo que comenzó a bajar hacia la bodega. Al llegar a la puerta escuchó:
— Hormiguita, hormiguita, no pases de acá, que soy el Tragaldabas y te voy a tragar.
Cuando el Tragaldabas se abalanzó sobre ella no pudo agarrarla con sus enormes manazas y la hormiga se le subió hasta el culo al tiempo que cantaba:

— ¡Soy una hormiguita de este pedregal, te muerdo en el culo y te hago bailar!
Cuando le mordió, el Tragaldabas comenzó a agitarse como si estuviera bailando y salieron todos cantando. El Tragaldabas salió de la bodega corriendo y dando gritos de pavor y cada uno se fue a su casa.

(Narración basada en el relato recogido por Ana Cristina Herreros en el "Libro de monstruos españoles", Las Tres Edades, Ediciones Siruela).

Informe y fotografías: J.M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1109039985230


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1 comentario:

  1. En Medina del Campo tenemos nuestra propia versión del cuento (que no del muñeco): El Zampique, que decía "No subas, que te zampo... ¡mi tragadero traga tanto!". Y en vez de una hormiga mordiendo el culo, las nietas se salvan gracias a que la abuela abre la barriga con un cuchillo al Zampique y le llenan el buche de piedras.

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