VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS
Juan de Juni (Joigny, Borgoña 1506 - Valladolid 1577)
Hacia 1561
Madera policromada
Iglesia penitencial de las Angustias, Valladolid
Escultura renacentista española
La Virgen de las Angustias es posiblemente el principal referente de la devoción popular mariana en Valladolid, equiparable a la que despiertan la Esperanza Macarena en Sevilla, la Virgen de los Desamparados en Valencia, etc. La imagen, tanto por su significado religioso, que representa el dolor de una madre madura ante el sufrimiento de un hijo, como por su tradicional y solemne exhibición por las calles vallisoletanas, es un icono que infunde un respeto generalizado, tanto a creyentes como a los más descreídos, pues unos y otros son impactados por la expresividad de una obra maestra de la escultura renacentista española.
Su autor es Juan de Juni, un francés procedente de Borgoña que tras un posible periplo por Italia llegó a España e instaló su taller en la ciudad de León, donde permaneció unos años hasta que se asentó definitivamente en Valladolid. Cuando trabajaba junto al Pisuerga, ingresó como hermano de la cofradía penitencial de la Quinta Angustia, fundada el Viernes Santo de 1561, que ese mismo año le encargó la imagen titular que debía presidir las procesiones en las que participaban todos los cofrades. La escultura, realizada en madera policromada, ponía de manifiesto su pericia en el oficio, ajustándose a la iconografía de la Soledad de la Virgen a través de la interpretación rigurosa de los versos que darían lugar a la modalidad de "Stabat Mater". Su protagonismo motivó que mediante una bula expedida en 1614 se cambiara la titulación de la cofradía por la de Nuestra Señora de la Soledad y las Angustias y que desde 1623 la imagen fuera conocida como la Virgen de los Cuchillos, después de haberle incorporado ese año siete puñales entre los dedos de la mano que aprieta contra el pecho, alusivos a los siete dolores recogidos en la profecía de Simeón.
Pero Juan de Juni había concebido la imagen sin este tipo de postizos, como una representación independiente y posterior secuencialmente al tema del Descendimiento. La Virgen aparece derrumbada por el dolor y apoyada sobre una roca al pie de la cruz, en la más estricta soledad y con una disposición helicoidal del cuerpo para realzar su agitación interior en tan patético trance. Tiene una pierna extendida al frente y otra flexionada hacia atrás a la altura de la rodilla, lo que produce un arqueamiento del torso hacía su izquierda y que el hombro izquierdo se coloque en posición avanzada. El esquema de las piernas tiene cierta correspondencia en los brazos, el izquierdo extendido hacia atrás, cubierto por el manto y con la mano apoyada en la roca, y el derecho con la mano hundida sobre el pecho en gesto de desconsuelo. El centro emocional, como es habitual en la obra de Juni, se encuentra en la magistral cabeza, cubierta por una toca y el manto, en posición elevada, con la boca entreabierta en un gesto lastimoso y la mirada suplicante hacia el cielo.
Siguiendo las pautas miguelangelescas sobre la escultura, su composición es compacta y piramidal, con las extremidades replegadas, lo que no impide que al escultor hacer gala de su maestría en cada uno de los detalles.
Siguiendo las pautas miguelangelescas sobre la escultura, su composición es compacta y piramidal, con las extremidades replegadas, lo que no impide que al escultor hacer gala de su maestría en cada uno de los detalles.
La Virgen de las Angustias luce un juego de vestiduras superpuestas entre las que destaca una túnica roja con el cuello abierto en dos, siguiendo un modelo muy utilizado por el maestro desde sus primeras obras, que cubre una saya morada que asoma a la altura de los pies. Una toca blanca con el remate fruncido envuelve la cabeza, a su vez cubierta por un manto azul verdoso que se apoya sobre el hombro izquierdo, cayendo por la espalda hasta recogerse al frente entre las piernas. Estas vestiduras describen sobre el cuerpo un torbellino de pliegues sinuosos que dotan a la figura de gran movimiento, dando lugar a infinidad de superficies recurvadas con aristas muy redondeadas que recuerdan el modelado de sus experiencias en barro, con grandes contrastes entre las amplias ondulaciones del manto y el drapeado menudo de la toca, casi descrita pictóricamente, expresando magistralmente los juegos de diferentes texturas. Debido a su destino procesional, el interior de la talla está totalmente ahuecado, recurso que además impide la aparición de grietas.
No faltan otros detalles geniales, como la mano derecha presionando el pecho, haciendo que los dedos se hundan entre el paño mientras los dedos corazón y anular se juntan simbólicamente. Muy original es la mano izquierda, casi oculta bajo el manto que se enreda entre los dedos que asoman, un juego manierista de los paños cubriendo las manos que es reiterado en toda su obra, hasta convertirse en seña de identidad de su taller.
El trabajo de la cabeza representa el nivel de calidad más alto conseguido por la escultura renacentista española, envuelta con habilidad por un juego de paños en el que destaca pliegue de la toca colocado sobre la frente, que enmarca un rostro que tiene belleza clásica, con la nariz muy recta, las mejillas y el mentón acentuados y la boca entreabierta, dejando entrever la dentadura. Su sublime expresión dota a toda la figura de una intensa vitalidad.
La obra se completa con una esmerada policromía que proporciona a la talla una gran belleza plástica, con encarnaciones hechas a pulimento en las que destaca la sutil coloración del rostro, con las mejillas sonrosadas y los ojos enrojecidos por el llanto, con pequeñas lágrimas deslizándose bajo los párpados y la pupila y el iris pintados con aspecto totalmente natural. Tanto la túnica como el manto aparecen ornamentados con motivos florales realizados a punta de pincel, destacando los florones dorados de gran tamaño sobre el fondo oscuro del manto. La talla concentra todas las experiencias manieristas realizadas anteriormente por el escultor en los temas de la Piedad, dando lugar a un escultura en la línea del mejor arte italiano de su tiempo, llegando a ser equiparada por algunos historiadores apasionados con lo mejor del arte de Miguel Ángel.
La estética de la Virgen de las Angustias ha estado condicionada durante varios siglos a los siete cuchillos añadidos al pecho durante la época barroca. Los desperfectos producidos por estos añadidos, así como las aplicaciones posteriores a su policromía original, fueron corregidos durante la restauración realizada en la década de los setenta del siglo XX, momento en que se eliminaron los cuchillos que le dieron tanta celebridad, que de forma testimonial fueron colocados a los pies de la imagen, modo en que también se incorporan al paso procesional. Sin embargo, se mantuvo la característica corona de tipo resplandor.
La popularidad alcanzada por esta imagen en la Semana Santa de Valladolid ha dado lugar a diversas tradiciones y leyendas. La imagen participa cada martes santo en la procesión del Encuentro en la Calle de la Amargura, donde se cruza, en un emotivo acto celebrado en la Plaza de Santa Cruz, con la imagen de Cristo camino del Calvario. También cierra, con su patética soledad, la impresionante Procesión General de la Pasión que cada Viernes Santo se celebra en Valladolid, donde treinta y un pasos narran en sugestivas imágenes toda la secuencia pasional.
La popularidad alcanzada por esta imagen en la Semana Santa de Valladolid ha dado lugar a diversas tradiciones y leyendas. La imagen participa cada martes santo en la procesión del Encuentro en la Calle de la Amargura, donde se cruza, en un emotivo acto celebrado en la Plaza de Santa Cruz, con la imagen de Cristo camino del Calvario. También cierra, con su patética soledad, la impresionante Procesión General de la Pasión que cada Viernes Santo se celebra en Valladolid, donde treinta y un pasos narran en sugestivas imágenes toda la secuencia pasional.
La Virgen de las Angustias en su camarín. |
El 3 de octubre de 2009 la imagen fue coronada canónicamente en la catedral de Valladolid en un acto solemne y multitudinario, estrenando en tan importante momento una nueva corona, sufragada por más de un millar de aportaciones de joyas de sus devotos, que en su taller cordobés el orfebre Manuel Valera convirtió en una nueva corona de tipo resplandor que pesa 2,3 kg. en oro de dieciocho quilates.
Informe: J. M. Travieso.
Informe: J. M. Travieso.
Buenos días,
ResponderEliminarEstoy celebrando una investigación doctoral que me ha llevado a la imagen mariana analizada en el post, me gustaría si es posible si me pudiesen remitir el correo de J. M. Travieso para realizarle unas cuantas dudas.
Muchas gracias y un cordial saludo.
Atentamente Javier Jurado García
Buenas tardes,
EliminarLo primero, fenomenal artículo, mi enhorabuena. ¿Sobre qué versa esa tesis doctoral?
¿Es cierto que antes los puñales estaban repartidos entre varias familias de Valladolid, que lo custodiaban durante el año?
Muchas gracias