SAN PEDRO EN
CÁTEDRA
Gregorio
Fernández (Sarria, Lugo, 1576 - Valladolid, 1636)
Hacia 1630
Madera
policromada y postizos
Policromía
de Diego Valentín Díaz
Museo Nacional
de Escultura, Valladolid (Procedente del Convento del Abrojo, Laguna de Duero, Valladolid)
Escultura barroca
española. Escuela castellana
Fue en los años centrales del siglo XVI cuando el
escultor Arnao de Bruselas dejó asentada, en numerosos trabajos del entorno de
La Rioja, una depurada iconografía de vírgenes y santos titulares que con una
posición sedente presidían los cultos desde la hornacina principal de los
retablos, siempre imágenes dotadas de una gran vivacidad. Buenos ejemplos los
encontramos en la Virgen con el Niño y
ángeles del retablo de San Vicente de la Sonsierra (La Rioja), en el San Esteban de Genevilla (Navarra), en
la Santa Coloma de Angostina (Álava),
en el San Esteban de Bernedo (Álava),
en el San Martín de Alberite (La
Rioja), en la Virgen con el Niño de
Baños de Rioja, etc. Esta modalidad sedente, tan poco frecuente, sería retomada
hacia 1630 por Gregorio Fernández y
elegida para representar a un San Pedro en su condición de Sumo Pontífice, con
todos los atributos pontificales en alusión a la dignidad de su rango como
cabeza de la Iglesia Católica.
Con esta disposición, único caso conocido en la obra
del escultor gallego, logra dos objetivos fácilmente apreciables a través de un
trabajo de fuerte naturalismo. Por un lado, la presentación del elegido por
Cristo para ocupar la primera cátedra papal de forma solemne, entronizado,
revestido de pontifical y rodeado de todos los atributos papales en los que se
mezclan unos asociados a la iconografía tradicional, como las grandes llaves,
con otros anacrónicos que aluden a su alta dignidad eclesiástica, como la capa
pluvial, los guantes, la mitra, el báculo en forma de cruz patriarcal, un gran misal
que no se ha conservado y la cátedra reproduciendo un sillón frailero de uso
común en el siglo XVII español, elementos que ofrecen, de forma simbólica, la estereotipada imagen papal del momento en que se realiza la escultura, totalmente distinta a otras representaciones del apóstol realizadas por Gregorio Fernández para
distintos retablos, donde aparece ataviado con túnica y manto y con aire más clasicista.
Por otro lado, esta iconografía reinventada pone de
manifiesto el papel asumido por el escultor como fiel intérprete y portavoz de
los ideales trentinos. En efecto, tras la condena en el Concilio de Trento de
las tesis luteranas de 1517, que atacaban la autoridad e infalibilidad del
papado, fueron ratificados los decretos dogmáticos que establecían la
supremacía del Sumo Pontífice como cabeza de la Iglesia Católica, propugnando
las representaciones plásticas que así lo proclamaran, algo que en esta
escultura resulta más que evidente.
Este San Pedro
en Cátedra, expuesto en la colección permanente del Museo Nacional de
Escultura, debió ser realizado para el Convento de Scala Coeli del Abrojo,
ubicado en el término de Laguna de Duero (Valladolid), según indagaciones de
García Chico, que publicó un fragmento de la Crónica del padre Calderón de 1679 en la que especificaba su
ubicación en una capilla del lado del Evangelio de la iglesia del citado
monasterio que había sido levantada por don Sebastián Antonio de Contreras,
Caballero de Santiago, Señor de Villanueva de Duero y consejero de Su Majestad.
Después del proceso desamortizador fue recogido en el Museo Provincial de
Bellas Artes de Valladolid, germen del actual Museo Nacional de Escultura,
donde la escultura ha sido limpiada y restaurada poco antes de la inauguración
de las nuevas instalaciones el año 2009, figurando en la colección permanente.
La obra, como casi siempre ocurre con las grandes
creaciones de Gregorio Fernández, ofrece un cúmulo de sutiles matices, propios
de la etapa de madurez del escultor, y un juego de contrapuntos muy calculados.
La figura de San Pedro aparece rodeada de toda la parafernalia que rodeaba la
figura del Pontífice, con una puesta en escena que configura un verdadero grupo
escultórico.
La figura aparece caracterizada con la tradicional
indumentaria papal, compuesta por un amplio alba blanco, ajustado a la cintura,
una larga estola discurriendo a los lados, guantes blancos y una capa pluvial
en cuya espalda cuelga un capillo con la escena pintada de la Transfiguración,
lo que ha hecho presuponer, dada la imposibilidad de su contemplación frontal,
que se tratara de una imagen concebida con fines procesionales. A su lado,
tallada en bulto redondo, se coloca una mesa auxiliar recubierta con un paño
que la oculta y que está ribeteado por pasamanería de flecos. Sobre ella
descansa la tiara papal de tres coronas, utilizada en las ceremonias solemnes,
y dos grandes llaves cruzadas, simbolizando el poder otorgado por Cristo a
Pedro para poder abrir el Paraíso a los hombres. Originariamente estos elementos se acompañaban
con un libro de las Sagradas Escrituras que ha desaparecido. Otros dos
elementos que forman parte de la puesta en escena son el sillón frailero,
simulando madera y cuero repujado sujeto con grandes clavos, todo ello tallado con
gran fidelidad, y un báculo con forma de cruz patriarcal que el apóstol debía
sujetar en su regazo.
Llama la atención la profusión decorativa de la
indumentaria y los accesorios, especialmente la aplicada a punta de pincel sobre
la tiara, el paño que recubre la mesa, la estola y, sobre todo, la capa
pluvial, donde junto a grandes motivos florales se incluyen escenas pintadas,
que simulan bordados, con episodios de la vida de San Pedro, a lo que se suma
el ya citado capillo de la espalda con una copia de la escena de la célebre Transfiguración de Rafael. Todo este
alarde decorativo de la policromía es atribuido a Diego Valentín Díaz, el
pintor más destacado de cuantos tenían taller activo en Valladolid, erudito y
mecenas que mantuvo una estrecha relación de amistad con Gregorio Fernández,
para el que realizó, cuando el trabajo se lo permitía, la policromía de algunas
de sus obras.
Ante esta exuberancia ornamental de la Cátedra
papal, no pasa desapercibido el contrapunto establecido por Gregorio Fernández
en la propia imagen del apóstol, cuyos rasgos anatómicos recrean una tipología
de inspiración popular que contrasta con el oropel de la indumentaria. Incluso
se podría afirmar que por la morbidez del rostro, la pronunciada calvicie y las
barbas y cabellos ensortijados, el escultor se ha inspirado en un rudo labriego
castellano para crear la identidad de un apóstol de origen humilde, una
experiencia que el escultor ya había repetido en un pastor del Retablo del
Nacimiento del monasterio de las Huelgas Reales y en la figura del Cirineo del
paso Camino del Calvario.
La envoltura de la anatomía en pesados y abultados
ropajes desvirtúa en parte las proporciones corporales, por otra parte
concebidas para su visión frontal en la hornacina de un retablo. En consonancia
con la última etapa del escultor los plegados son duros y quebrados, con partes
de la indumentaria trabajadas en finas láminas y pequeños detalles en el rostro
que retratan a un hombre maduro, como las arrugas en la frente, en el ceño y en
los párpados, con efectistas postizos en las cuencas hundidas mediante la aplicación de ojos de
cristal, así como una boca entreabierta que permite distinguir en la cavidad bucal la
lengua y dientes de marfil, demostrando como el Barroco intenta persuadir a través de los sentidos.
Todos estos elementos contribuyen a definir una imagen papal de gran dignidad y realismo, amortiguando el distanciamiento que tan solemne figura pueda producir a través de sus rasgos populares y su actitud de bendecir a los fieles con aspecto bonachón.
San Pedrto en Cátedra. Juan de Ávila, 1692 Colegiata de San Pedro de Lerma (Burgos) |
Este San Pedro en Cátedra es, en definitiva, uno más
de los prototipos creados por el genio de Gregorio Fernández a partir de
modelos precedentes, a los que logra infundir su propia personalidad. No
resulta extraño que estos modelos tuvieran tanto éxito en su época y se
reclamaran versiones miméticas desde otras poblaciones. Una de ellas, que nos
ilustra sobre el aspecto que tendría esta talla colocada en su retablo, es la
copia realizada en 1692 por Juan de Ávila para presidir el retablo mayor
barroco de la Colegiata de Lerma (Burgos), conservada en su emplazamiento
original.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Fotografía 6: Museo Nacional de Escultura
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