LAS CUATRO
ESTACIONES
Giuseppe
Arcimboldo (Milán, 1527 - 1593)
1573
Óleo sobre
tabla
Museo del
Louvre, París
Pintura manierista italiana realizada fuera de Italia
Pintura manierista italiana realizada fuera de Italia
Detalle de La Primavera |
Según informa el padre Paolo Morigia, amigo y
biógrafo del artista, Giuseppe Arcimboldo realizó su formación en el taller de
su padre, Biagio Arcimboldo, un pintor de procedencia alemana que trabajó en la
catedral milanesa y que mantuvo relaciones amistosas con Bernardino Luini, allegado
alumno de Leonardo da Vinci, a través del cual Giuseppe tuvo acceso a los
dibujos y cuadernos ilustrados del gran maestro. Protegido por Gianangelo
Arcimboldo, un tío abuelo que llegó a ser arzobispo de Milán, Giuseppe
consiguió una gran erudición y estar registrado como pintor cuando tan sólo
contaba 22 años.
En su primera obra, también realizada para la
catedral de Milán, se ajustó a los cánones de la pintura de su tiempo tanto en
el diseño de cartones para tapices gobelinos como en la serie de cartones para
vidrieras con escenas de la vida de Santa Catalina, donde, a pesar de su genio
inventivo y el prolífico uso de guirnaldas con frutas y mascarones, todavía no mostraba
la atrevida creatividad que trastocaría la iconografía convencional de la
pintura renacentista.
Detalle de El Verano |
La verdadera personalidad de Arcimboldo se
descubriría a partir del año 1562, cuando el pintor fue reclamado desde Praga
por el emperador Fernando I como Retratista de la Corte (Hof-Conterfetter). Allí el emperador pronto descubrió todas sus
habilidades, no sólo pictóricas, tras poner en práctica toda una serie de
invenciones artísticas que le convirtieron en un verdadero maestro de escena en
la celebración de torneos, juegos, desfiles, bailes, coronaciones y enlaces nupciales,
llegando a tener el favor especial, no sólo del emperador durante los dos años
que estuvo a su servicio, sino de toda la corte de Austria.
Arcimboldo sorprendía de continuo en tales
celebraciones a los grandes príncipes que asistían a las reuniones cortesanas y
a los espectadores que vivían con regocijo, incluido el propio emperador, las
fiestas y desfiles en las que aparecían originales carrozas pobladas de figuras
mitológicas y animales fantásticos, personas y animales ataviados con originales
vestiduras teatrales y máscaras de su invención —era capaz de transformar un
caballo en un dragón de tres cabezas—, incorporando alegorías y dioses
mitológicos para ensalzar simbólicamente los valores del Imperio, así como
construcciones efímeras como pirámides, colinas, etc., configurando asombrosos
escenarios para juegos, siempre con referencias a todo el saber de su tiempo y
del mundo conocido. Por toda esta polifacética labor de creación artística, el emperador
le compensaba con un generoso sueldo.
Detalle de El Otoño |
No es de extrañar que cuando Maximiliano II sucedió
a su padre como emperador en 1564, también mantuviera a Arcimboldo al servicio
de los fastos cortesanos durante los doce años que estuvo al frente del imperio
germánico, donde el artista compaginaba sus originales creaciones pictóricas
con diseños de arquitectura, decoración teatral, obras de ingeniería,
construcciones hidráulicas e incluso la creación de un gabinete de curiosidades
muy estimado por el monarca.
Otro tanto puede decirse de Rodolfo II de Habsburgo,
emperador desde la muerte de su padre Maximiliano en 1576, casado con María de
Austria y Portugal, hija de Carlos V, que profesaba a Arcimboldo verdadera
admiración. El conocido como el emperador
alquimista mantuvo al pintor a su servicio durante otros once años, cuyas
pinturas venían como un anillo al dedo en aquella corte de erudición irracional
en la que era habitual la presencia de artistas, científicos, astrólogos y
alquimistas, con una pasión especial del monarca por su gabinete de las
maravillas, donde guardaba objetos procedentes de todo el mundo, como pájaros
disecados, grandes conchas y peces, piedras preciosas, supuestos demonios
encerrados en recipientes, momias y hasta un exótico jardín zoológico.
Detalle de El Invierno |
En 1587 Rodolfo II permitió el regreso de Arcimboldo
a Milán, donde el artista llegó a pintar dos nuevas obras para el emperador, la
Ninfa Flora y Vertumno, un alucinante retrato alegórico del emperador
representado como el dios romano que transforma la Naturaleza y la da vida,
compuesto de forma surrealista con frutas, hortalizas y flores como símbolo de
la armonía de su reinado. Ambas pinturas fueron enviadas a Praga y en 1592
correspondidas por parte del emperador agradecido con la concesión al pintor
del título de conde Palatino.
Conocer este contexto de la corte de Praga es
imprescindible para justificar y entender los artificiosos juegos plásticos
desarrollados por Arcimboldo en sus célebres pinturas, un repertorio planteado
como un juego para iniciados donde las imágenes sustituyen a la palabra escrita,
siendo necesario cierto nivel de erudición para captar mediante la lectura visual,
al igual que en la alquimia, los mensajes secretos que encierran, mientras que
para la gente ordinaria se convierten simplemente en un juego de pintura
extravagante y caprichosa, una pintura que podría considerarse como el
paradigma de la mentalidad manierista.
LA SERIE DE LAS CUATRO ESTACIONES
Durante la
estancia en Praga al servicio de Fernando I, además de los retratos de diversos
miembros de la familia real, en 1563 Arcimboldo asombró a los soberanos y
artistas de la época con una serie que supuso un brusco cambio en su obra,
posiblemente después de ponerse en contacto en aquella corte con pinturas de El
Bosco, Brueghel y Cranach. Se trata de Las
Cuatro Estaciones, unas pinturas de discreto formato —0,76 x 0,63 m.— que
simulan retratos humanos de perfil que no dejan de ser un juego óptico, ya que
en realidad están compuestos por una gran variedad de pequeños objetos,
naturales y artificiales, que agrupados de forma temática adquieren ingeniosas
formas antropomórficas no exentas de cierta carga satírica.
De esa primera serie, La Primavera se conserva en la Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando de Madrid, y El Verano y El Invierno en el Kunsthistorisches de
Viena, dándose por desaparecido El Otoño.
La Primavera, 1573. Museo del Louvre |
Después de esta rompedora serie, verdadero
precedente del surrealismo, en tiempos de Maximiliano II Arcimboldo volvió a
sorprender en el panorama artístico con otra serie dedicada a Los Cuatro Elementos en 1566,
continuando el juego caprichoso con los inusuales retratos de El Jurista, El Cocinero y El Bodeguero,
consolidando un tipo de pintura fantástica que le proporcionó un enorme
prestigio, recibiendo encargos reiterativos sobre los mismos temas, especialmente
de Las Cuatro Estaciones, serie que
repitió en varias ocasiones: en 1573 la que se conserva completa en el Museo
del Louvre y en 1577 otras dos, ya en tiempos de Rodolfo II.
Las Cuatro
Estaciones están compuestas por múltiples vegetales y objetos que sintetizan
los bienes de la naturaleza en cada época del año, agrupados en un microcosmos
reinventado donde las formas naturales se metamorfosean para mostrar una
sugestiva armonía en forma de bustos femeninos y masculinos, cuya identidad
sólo existe en la mente del espectador.
LA PRIMAVERA
Un sin fin de vegetales y flores, plasmadas
meticulosamente de modo naturalista, se agrupan para configurar el retrato de
una mujer joven que esboza una sonrisa. Flores blancas y rosas simulan las
carnaciones, una corona sugiere los cabellos y diversos tipos de hojas delinean
las vestiduras, con un cuello formado por diminutas flores blancas que sugieren
puntillas. La nariz es un capullo de azucena, la oreja un tulipán, y el ojo dos
belladonas y sus flores, siempre con alusión al colorido que celebra la
naturaleza en primavera, con un simbólico lirio en el pecho perfilado sobre un
fondo neutro.
El Verano, 1573. Museo del Louvre |
La original composición aglutina la esencia de la
pintura manierista, que se convierte a través del ingenio y la fantasía de Arcimboldo
en capricho, artificio, extravagancia, juego ilusionista, estudio científico y
construcción colorista y lumínica sin pretensiones de perspectiva.
La orla en forma de guirnalda que encuadra esta
serie del Museo del Louvre, fue añadida posteriormente, seguramente en el siglo
XVII.
EL VERANO
Repite la configuración de un supuesto retrato a
partir de la meticulosa agrupación de frutos propios del estío, simbolizado con
una alcachofa colocada al pecho. De forma artificiosa, el rostro queda
compuesto por un calabacín como nariz, higos y cerezas en los ojos, un
melocotón en la mejilla y una pera como barbilla, acompañándose de un tocado
formado por un cúmulo de frutas y hojas entre las que se distinguen cerezas,
ciruelas, maíz, un melón y uvas.
En este caso lo más original es la vestidura, que
simula estar trenzada con fibras vegetales de paja, con un cuello adornado con
espigas agostadas bajo las que se lee el nombre del pintor, apareciendo también
la fecha de ejecución, 1573, en la hombrera de la indumentaria.
El Otoño, 1573. Museo del Louvre |
EL OTOÑO
El personaje que representa al Otoño es posiblemente
el más tosco de la serie por sus rasgos. Está compuesto por todo un conjunto de
frutos otoñales colocados artificiosamente sobre una tina desmembrada que se
sujeta con anillos de mimbre. El rostro está formado con una pera bulbosa como
nariz, una manzana como mejilla, una castaña en la boca, una granada en el
mentón y un níscalo como oreja, de la que pende un higo reventado que simula un
pendiente.
Los cabellos son racimos de uvas blancas y negras
que forman un témpano y se remata con una calabaza a modo de casquete,
recordando una cabeza de Baco, dios del vino, en alusión al tiempo de vendimia.
Esta figuración fantástica agrupa pequeños y minuciosos detalles envueltos de
una nítida luminosidad, haciendo que
adquieran una nueva significación al agruparse sobre un fondo neutro y
oscuro.
EL INVIERNO
De toda la serie este es el fingido retrato más
intrigante. La acumulación de elementos vegetales insinúa el depauperado busto
de un anciano cuya cabeza está formada por un tronco cuya corteza perfila las
arrugas, casi cicatrices, con la nariz y la oreja formadas por ramas quebradas,
pequeñas ramificaciones como barbas, un hongo hinchado y pelado como boca y una
hiedra enredada entre brotes secos como cabellos.
El Invierno, 1573. Museo del Louvre |
Sobre su pecho penden una naranja y un limón, únicos
elementos que aluden al calor y el sol, como un símbolo de esperanza de que el
invierno no dure eternamente. Asimismo, parece cubrirse del frío con una gruesa
estera sobre la que está entretejido un escudo de armas sin duda referido al
emperador destinatario de esta caprichosa pintura.
Con estas obras Arcimboldo pasaría a la historia del
arte europeo como uno de los artistas más enigmáticos y extraños, equiparable
para algunos por su trabajo polifacético en la corte bohemia con el mismísimo
Leonardo da Vinci, siendo sus experiencias revitalizadas en el siglo XX por
artistas como Salvador Dalí y otros surrealistas.
Informe: J. M. Travieso.
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