6 de septiembre de 2013

Visita virtual: LAS CUATRO ESTACIONES, el artificioso surrealismo de un polifacético artista




LAS CUATRO ESTACIONES
Giuseppe Arcimboldo (Milán, 1527 - 1593)
1573
Óleo sobre tabla
Museo del Louvre, París
Pintura manierista italiana realizada fuera de Italia





Detalle de La Primavera
     Según informa el padre Paolo Morigia, amigo y biógrafo del artista, Giuseppe Arcimboldo realizó su formación en el taller de su padre, Biagio Arcimboldo, un pintor de procedencia alemana que trabajó en la catedral milanesa y que mantuvo relaciones amistosas con Bernardino Luini, allegado alumno de Leonardo da Vinci, a través del cual Giuseppe tuvo acceso a los dibujos y cuadernos ilustrados del gran maestro. Protegido por Gianangelo Arcimboldo, un tío abuelo que llegó a ser arzobispo de Milán, Giuseppe consiguió una gran erudición y estar registrado como pintor cuando tan sólo contaba 22 años.

En su primera obra, también realizada para la catedral de Milán, se ajustó a los cánones de la pintura de su tiempo tanto en el diseño de cartones para tapices gobelinos como en la serie de cartones para vidrieras con escenas de la vida de Santa Catalina, donde, a pesar de su genio inventivo y el prolífico uso de guirnaldas con frutas y mascarones, todavía no mostraba la atrevida creatividad que trastocaría la iconografía convencional de la pintura renacentista.

Detalle de El Verano
La verdadera personalidad de Arcimboldo se descubriría a partir del año 1562, cuando el pintor fue reclamado desde Praga por el emperador Fernando I como Retratista de la Corte (Hof-Conterfetter). Allí el emperador pronto descubrió todas sus habilidades, no sólo pictóricas, tras poner en práctica toda una serie de invenciones artísticas que le convirtieron en un verdadero maestro de escena en la celebración de torneos, juegos, desfiles, bailes, coronaciones y enlaces nupciales, llegando a tener el favor especial, no sólo del emperador durante los dos años que estuvo a su servicio, sino de toda la corte de Austria.

Arcimboldo sorprendía de continuo en tales celebraciones a los grandes príncipes que asistían a las reuniones cortesanas y a los espectadores que vivían con regocijo, incluido el propio emperador, las fiestas y desfiles en las que aparecían originales carrozas pobladas de figuras mitológicas y animales fantásticos, personas y animales ataviados con originales vestiduras teatrales y máscaras de su invención —era capaz de transformar un caballo en un dragón de tres cabezas—, incorporando alegorías y dioses mitológicos para ensalzar simbólicamente los valores del Imperio, así como construcciones efímeras como pirámides, colinas, etc., configurando asombrosos escenarios para juegos, siempre con referencias a todo el saber de su tiempo y del mundo conocido. Por toda esta polifacética labor de creación artística, el emperador le compensaba con un generoso sueldo.

Detalle de El Otoño
No es de extrañar que cuando Maximiliano II sucedió a su padre como emperador en 1564, también mantuviera a Arcimboldo al servicio de los fastos cortesanos durante los doce años que estuvo al frente del imperio germánico, donde el artista compaginaba sus originales creaciones pictóricas con diseños de arquitectura, decoración teatral, obras de ingeniería, construcciones hidráulicas e incluso la creación de un gabinete de curiosidades muy estimado por el monarca.

Otro tanto puede decirse de Rodolfo II de Habsburgo, emperador desde la muerte de su padre Maximiliano en 1576, casado con María de Austria y Portugal, hija de Carlos V, que profesaba a Arcimboldo verdadera admiración. El conocido como el emperador alquimista mantuvo al pintor a su servicio durante otros once años, cuyas pinturas venían como un anillo al dedo en aquella corte de erudición irracional en la que era habitual la presencia de artistas, científicos, astrólogos y alquimistas, con una pasión especial del monarca por su gabinete de las maravillas, donde guardaba objetos procedentes de todo el mundo, como pájaros disecados, grandes conchas y peces, piedras preciosas, supuestos demonios encerrados en recipientes, momias y hasta un exótico jardín zoológico.

Detalle de El Invierno
En 1587 Rodolfo II permitió el regreso de Arcimboldo a Milán, donde el artista llegó a pintar dos nuevas obras para el emperador, la Ninfa Flora y Vertumno, un alucinante retrato alegórico del emperador representado como el dios romano que transforma la Naturaleza y la da vida, compuesto de forma surrealista con frutas, hortalizas y flores como símbolo de la armonía de su reinado. Ambas pinturas fueron enviadas a Praga y en 1592 correspondidas por parte del emperador agradecido con la concesión al pintor del título de conde Palatino.

Conocer este contexto de la corte de Praga es imprescindible para justificar y entender los artificiosos juegos plásticos desarrollados por Arcimboldo en sus célebres pinturas, un repertorio planteado como un juego para iniciados donde las imágenes sustituyen a la palabra escrita, siendo necesario cierto nivel de erudición para captar mediante la lectura visual, al igual que en la alquimia, los mensajes secretos que encierran, mientras que para la gente ordinaria se convierten simplemente en un juego de pintura extravagante y caprichosa, una pintura que podría considerarse como el paradigma de la mentalidad manierista.


LA SERIE DE LAS CUATRO ESTACIONES

  Durante la estancia en Praga al servicio de Fernando I, además de los retratos de diversos miembros de la familia real, en 1563 Arcimboldo asombró a los soberanos y artistas de la época con una serie que supuso un brusco cambio en su obra, posiblemente después de ponerse en contacto en aquella corte con pinturas de El Bosco, Brueghel y Cranach. Se trata de Las Cuatro Estaciones, unas pinturas de discreto formato —0,76 x 0,63 m.— que simulan retratos humanos de perfil que no dejan de ser un juego óptico, ya que en realidad están compuestos por una gran variedad de pequeños objetos, naturales y artificiales, que agrupados de forma temática adquieren ingeniosas formas antropomórficas no exentas de cierta carga satírica.
De esa primera serie, La Primavera se conserva en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, y El Verano y El Invierno en el Kunsthistorisches de Viena, dándose por desaparecido El Otoño.

La Primavera, 1573. Museo del Louvre
Después de esta rompedora serie, verdadero precedente del surrealismo, en tiempos de Maximiliano II Arcimboldo volvió a sorprender en el panorama artístico con otra serie dedicada a Los Cuatro Elementos en 1566, continuando el juego caprichoso con los inusuales retratos de El Jurista, El Cocinero y El Bodeguero, consolidando un tipo de pintura fantástica que le proporcionó un enorme prestigio, recibiendo encargos reiterativos sobre los mismos temas, especialmente de Las Cuatro Estaciones, serie que repitió en varias ocasiones: en 1573 la que se conserva completa en el Museo del Louvre y en 1577 otras dos, ya en tiempos de Rodolfo II.

Las Cuatro Estaciones están compuestas por múltiples vegetales y objetos que sintetizan los bienes de la naturaleza en cada época del año, agrupados en un microcosmos reinventado donde las formas naturales se metamorfosean para mostrar una sugestiva armonía en forma de bustos femeninos y masculinos, cuya identidad sólo existe en la mente del espectador. 


LA PRIMAVERA
Un sin fin de vegetales y flores, plasmadas meticulosamente de modo naturalista, se agrupan para configurar el retrato de una mujer joven que esboza una sonrisa. Flores blancas y rosas simulan las carnaciones, una corona sugiere los cabellos y diversos tipos de hojas delinean las vestiduras, con un cuello formado por diminutas flores blancas que sugieren puntillas. La nariz es un capullo de azucena, la oreja un tulipán, y el ojo dos belladonas y sus flores, siempre con alusión al colorido que celebra la naturaleza en primavera, con un simbólico lirio en el pecho perfilado sobre un fondo neutro.

El Verano, 1573. Museo del Louvre
La original composición aglutina la esencia de la pintura manierista, que se convierte a través del ingenio y la fantasía de Arcimboldo en capricho, artificio, extravagancia, juego ilusionista, estudio científico y construcción colorista y lumínica sin pretensiones de perspectiva.
La orla en forma de guirnalda que encuadra esta serie del Museo del Louvre, fue añadida posteriormente, seguramente en el siglo XVII.


EL VERANO
Repite la configuración de un supuesto retrato a partir de la meticulosa agrupación de frutos propios del estío, simbolizado con una alcachofa colocada al pecho. De forma artificiosa, el rostro queda compuesto por un calabacín como nariz, higos y cerezas en los ojos, un melocotón en la mejilla y una pera como barbilla, acompañándose de un tocado formado por un cúmulo de frutas y hojas entre las que se distinguen cerezas, ciruelas, maíz, un melón y uvas.
En este caso lo más original es la vestidura, que simula estar trenzada con fibras vegetales de paja, con un cuello adornado con espigas agostadas bajo las que se lee el nombre del pintor, apareciendo también la fecha de ejecución, 1573, en la hombrera de la indumentaria.



El Otoño, 1573. Museo del Louvre
EL OTOÑO
El personaje que representa al Otoño es posiblemente el más tosco de la serie por sus rasgos. Está compuesto por todo un conjunto de frutos otoñales colocados artificiosamente sobre una tina desmembrada que se sujeta con anillos de mimbre. El rostro está formado con una pera bulbosa como nariz, una manzana como mejilla, una castaña en la boca, una granada en el mentón y un níscalo como oreja, de la que pende un higo reventado que simula un pendiente.

Los cabellos son racimos de uvas blancas y negras que forman un témpano y se remata con una calabaza a modo de casquete, recordando una cabeza de Baco, dios del vino, en alusión al tiempo de vendimia. Esta figuración fantástica agrupa pequeños y minuciosos detalles envueltos de una nítida luminosidad, haciendo que  adquieran una nueva significación al agruparse sobre un fondo neutro y oscuro.


EL INVIERNO
De toda la serie este es el fingido retrato más intrigante. La acumulación de elementos vegetales insinúa el depauperado busto de un anciano cuya cabeza está formada por un tronco cuya corteza perfila las arrugas, casi cicatrices, con la nariz y la oreja formadas por ramas quebradas, pequeñas ramificaciones como barbas, un hongo hinchado y pelado como boca y una hiedra enredada entre brotes secos como cabellos.

El Invierno, 1573. Museo del Louvre
Sobre su pecho penden una naranja y un limón, únicos elementos que aluden al calor y el sol, como un símbolo de esperanza de que el invierno no dure eternamente. Asimismo, parece cubrirse del frío con una gruesa estera sobre la que está entretejido un escudo de armas sin duda referido al emperador destinatario de esta caprichosa pintura.

Con estas obras Arcimboldo pasaría a la historia del arte europeo como uno de los artistas más enigmáticos y extraños, equiparable para algunos por su trabajo polifacético en la corte bohemia con el mismísimo Leonardo da Vinci, siendo sus experiencias revitalizadas en el siglo XX por artistas como Salvador Dalí y otros surrealistas.


Informe: J. M. Travieso.










Detalle de La Primavera, 1563
Real Academia de San Fernando, Madrid













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