ECCE HOMO
Alonso
Berruguete (Paredes de Nava, Palencia, h. 1489 - Toledo, 1561)
Hacia 1523
Madera
policromada
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente
de la iglesia de San Juan de Olmedo (Valladolid)
Escultura española
del Renacimiento. Manierismo
Esta escultura del Ecce Homo puede considerarse como una de las primeras obras
realizadas por Alonso Berruguete tras su regreso de Italia hacia 1515, después
de que consolidara su formación en Florencia y Roma en contacto con las
novedosas aportaciones técnicas y formales de los grandes maestros del
Renacimiento, cuya huella sería imperecedera en toda su posterior producción en
España, en la que asumió plenamente el lenguaje renacentista, tanto en sus
obras pictóricas como escultóricas, logrando infundir un personalísimo e
inconfundible estilo imbuido de la corriente manierista más avanzada de su
tiempo.
En 1523 Alonso Berruguete, recién instalado en su
taller de Valladolid, trabajaba en el retablo mayor de la iglesia del
monasterio jerónimo de la Mejorada, localizado extramuros de la villa
vallisoletana de Olmedo, según contrato suscrito ese mismo año con doña
Francisca de Zúñiga, viuda de don Álvaro de Daza. Este retablo, en el que tuvo
como colaborador al escultor Vasco de la Zarza, con taller activo en Ávila
desde 1508, es la primera obra de envergadura documentada del escultor. En ella
estuvo ocupado hasta 1526, sobrepasando el plazo comprometido de dos años, dedicándose durante tres
años a materializar todo un novedoso repertorio caracterizado por los
gestos enfáticos, la exaltación de los personajes, acusadas incorrecciones,
canon alargado, formas descoyuntadas y una gran afectación formal, en
definitiva, un absoluto lenguaje manierista que suponía una drástica renovación
de la plástica hispana, en ese momento dominada por las formas y composiciones
de raigambre flamenca.
Fue durante esa estancia del escultor en Olmedo
cuando también le debió ser requerida, pues no se conserva documentación que lo
garantice, esta escultura exenta del Ecce
Homo, de la que se tiene constancia, según los inventarios realizados tras
la Desamortización, que recibía culto en la capilla que la familia Zuazo había
adquirido en la iglesia del monasterio de la Mejorada. En ese momento fue
trasladada a la también olmedana iglesia de San Juan, donde permaneció hasta
que en 1968, como medida preventiva de su preservación, pasó a integrar la
colección del Museo Nacional de Escultura de Valladolid1, donde
también se conserva el retablo mencionado.
El tema del Ecce
Homo, tan extendido durante el Renacimiento como modo de resaltar la
naturaleza humana de Cristo a través de sus padecimientos, se materializa en
esta escultura de un modo cuando menos peculiar, pues es muy difícil encontrar
otra imagen renacentista que siga esta iconografía con la arriesgada
experimentación formal que pone en práctica Alonso Berruguete, pues si por un
lado, en cuanto a sus recursos formales genéricos, puede establecerse su
relación con la estatuaria clásica2, por otro es un ejercicio de
declarado manierismo — por definición anticlásico—, lo que la convierte en una
de las esculturas más personales del artista y claro ejemplo de lo que iba a
caracterizar su producción posterior.
El momento evangélico representado, tan
generalizado en la escultura y pintura pasional, corresponde al momento en que
el prefecto Poncio Pilatos muestra al pueblo, desde las escaleras del Pretorio,
la humillante figura de Cristo después de haber sido azotado, coronado de
espinas, cubierto por una clámide y recibir una caña a modo de cetro, todo un
ritual burlón previo a la ratificación de su condena a muerte. Los artistas, en
este caso Alonso Berruguete, procuran trastocar el dramatismo del trance
presentando la figura de Cristo con la mayor dignidad, intentando hacer
partícipe al espectador de su inocencia, de lo injusto de la sentencia y del
abandono humano sufrido tras ser torturado, procurando conmover para suscitar
la piedad y el remordimiento creando un sentimiento de culpabilidad ante
ciertas conductas humanas, tan irracionales como violentas, a través de una
plástica elocuente y efectista.
Así se presenta este Ecce Homo, cuya imagen produce cierta inquietud no por las señales
explícitas del dolor —la presencia de sangre se limita a pequeñas salpicaduras
producidas por la corona de espinas—, sino por la fragilidad de la naturaleza
humana ante la incomprensión, con una inestabilidad de espíritu expresada a
través de una inestabilidad anatómica muy bien calculada y cargada de
simbolismo.
En efecto, la enjuta y débil anatomía sugiere un desequilibrio
patente al presentar la pierna derecha cruzada al frente, lo que quebranta el contrapposto clásico a través de una
imposible postura descoyuntada, recurriendo de forma artificiosa a la caída de
la clámide para establecer un recurrente punto de apoyo. De igual modo, la
caprichosa manera de cruzar los brazos amarrados contribuye a acrecentar la
sensación de inestabilidad física y mental.
Esta inestable disposición ya había sido tratada
previamente por Alonso Berruguete en un boceto personal en el que aparece Jesús atado a la columna de forma
similar, según el ilustrativo dibujo que se conserva en la Galería de los
Uffizi de Florencia, donde la estabilidad viene proporcionada por la columna. Debido
a ello, no han faltado opiniones de críticos que han relacionado al Ecce Homo con el pasaje de la
Flagelación, dando por perdida una supuesta columna en la que apoyaría su
muñeca izquierda, pues la peana sobre la que descansa la imagen se trata de una
obra ajena realizada en el siglo XVIII. Esta teoría ha quedado totalmente
descartada.
Por otro lado, la estilización de la figura, la
verticalidad predominante y su frontalidad puede sugerir un cúmulo de
reminiscencias goticistas, lo que la convierte en una muestra de la transición
de un estilo a otro a través del artificio. Es destacable el trabajo de la
cabeza, en la que el maestro demuestra su indiscutible personalidad, con los
tallos de espinos tallados en el mismo bloque, destacados en tonos verdes y formando
un trenzado calado muy naturalista, efecto que se repite en el cabello oscuro,
dispuesto con raya al medio y formando largos mechones filamentosos que se
despegan de la cabeza por la parte derecha, dando la sensación de estar humedecidos.
La expresión del rostro pone el contrapunto a la
inestabilidad corporal al reflejar una gran serenidad y cierto ensimismamiento,
con un gesto un tanto lánguido definido por sus rasgos afilados. Los ojos, de
trazo almendrado, aparecen muy separados y con las pupilas pintadas, nariz
recta y alargada, boca entreabierta y larga barba terminada en dos puntas,
elementos que junto a su depurada encarnación le proporcionan el aspecto
melancólico que se repetirá en algunas de sus obras posteriores.
El escultor completa la talla con un trabajo
virtuoso de todos los elementos, desde el detallado perfilado de la anatomía,
tan original en la disposición de los brazos y los dedos huesudos, hasta los
elementos accesorios, como el perizoma cayendo desde la cintura formando una
trama de pliegues menudos que se ciñen al cuerpo recordando los paños mojados
de inspiración helenística, o el manto cayendo en vertical por la parte derecha
y formando ingeniosos pliegues sobre el hombro izquierdo, con los ribetes trabajados
en forma de finísimas láminas, especialmente sobre los hombros. Sorprendente es
también la soga tallada que anudada al cuello se despega del cuerpo y cae en
vertical para apoyar el cabo sobre el suelo, así como otra más estrecha que le
amarra las muñecas, ambas con un minucioso trabajo de fingimiento naturalista.
La escultura en su conjunto parece atenerse más a un
concepto representativo y simbólico que a presentar una figura de corte naturalista,
combinando la elegancia de la belleza clásica con el artificio manierista tan
característico del escultor, capacitado para realizar la policromía de sus
personales esculturas.
Por aquel mismo tiempo Alonso Berruguete realizaba
otra versión del Ecce Homo, de indiscutible
calidad pero de significación muy diferente, para el convento de la Concepción,
igualmente de Olmedo, que bien pudo ser una donación de doña Francisca de
Zúñiga a la comunidad femenina. Se trata de un Ecce Homo que está considerado como la más antigua representación
de esta iconografía en la modalidad de busto, una tipología de origen italiano que
haría furor en las clausuras a lo largo de todo el siglo XVII. Cuando aquel
convento olmedano de Concepcionistas Franciscanas fue desmantelado no hace
mucho tiempo, la imagen pasó al convento de Jesús y María de Valladolid,
perteneciente a la misma orden, donde se conserva en la actualidad3.
Al contrario del semblante meditativo de la
escultura del Ecce Homo del Museo
Nacional de Escultura, dicha versión berruguetesca se centra en el padecimiento
de Cristo, presentando la cabeza inclinada hacia la derecha, un rictus de dolor
en el rostro, los brazos cruzados de manera similar y la clámide cubriendo la
totalidad de la espalda, manteniendo una anatomía enjuta en la que los rastros
sanguinolentos están mucho más acentuados.
Alonso Berruguete. Ecce Homo, hacia 1525 Convento de Jesús y María, Valladolid |
En un caso y en otro se pone de manifiesto la
indiscutible calidad de talla y la capacidad creativa del escultor, cuyas obras
se mueven en el espacio con una rebeldía que no siempre fue bien comprendida
debido a sus posturas desequilibradas y sus anatomías antinaturales, no
limitándose a seguir estrictamente los modelos italianos, sino participando del
renovador lenguaje renacentista con una vitalista y expresiva obra personal en
la que es capaz de plasmar como nadie la exaltación de los sentimientos para
crear un universo de figuras vibrantes y atormentadas.
Alonso Berruguete distorsiona sus esculturas sin
atenerse a las normas de la lógica y la anatomía, procurando infundir, a través
de un complejo proceso intelectual, un estado de ánimo y una expresividad
apropiada orientada a la exaltación espiritual, consiguiendo en el arte de su
época una conciliación entre la tradición gótica y las ideas renovadoras
inspiradas en la obra de Erasmo, especialmente difundidas en los círculos
vallisoletanos de su tiempo.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Alonso Berruguete. Jesús atado a la columna Galería de los Uffizi, Florencia |
NOTAS
1 ARIAS MARTÍNEZ, Manuel. Ecce
Homo. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección / collection.
Madrid, 2009, pp. 106-107.
2 GARCÍA GAINZA, María Concepción, Catedrática emérita del
Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Navarra, así lo
considera en sus obras Renacimiento-Escultura,
en Historia Universal del Arte, vol. 6, Espasa Calpe, 1996; Renacimiento-Escultura, en Historia del
Arte Hispánico, Editorial Alhambra, vol. III, 1980; Renacimiento. Escultura, Editorial Akal, Madrid, 1998.
3 ARIAS MARTÍNEZ, Manuel. Ecce
Homo. Passio. Las Edades del Hombre, Valladolid, 2011, p. 314.
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