6 de noviembre de 2015

Visita virtual: LA BALSA DE LA MEDUSA, de Théodore Géricault





LA BALSA DE LA MEDUSA
Théodore Géricault (Ruan, 1791-París, 1824)
1818-1819
Óleo sobre lienzo, 4,91 x 7,17 m.
Museo del Louvre, París
Romanticismo



Esta impactante composición es un icono universal del género pictórico de catástrofes o "desastres" y es equiparable, por citar dos elocuentes ejemplos, a Los fusilamientos del 3 de mayo de Goya o al Guernica de Picasso, todas alusivas a momentos dramáticos vividos en determinado momento histórico en el mundo occidental. Hoy día es una de las obras más emblemáticas de cuantas se exponen en el Museo del Louvre de París por un cuádruple motivo. Primero, por la originalidad y la calidad alcanzada en la representación del drama por su autor, el célebre pintor francés Théodore Géricault. Segundo, por las enormes dimensiones de la pintura: 7,17 m. de largo x 4,91 m. de alto. En tercer lugar, por representar una crónica visual de un suceso histórico ocurrido dos años antes de ser plasmado de forma tan realista, lo que le confiere un carácter documental de primer orden como testigo de la Historia. Finalmente, porque esta obra supone la cumbre de la corriente decimonónica que hoy conocemos como Romanticismo.

Sin embargo, esta pintura que hoy produce tanta admiración por sus valores plásticos, provocó un gran escándalo cuando fue presentada por primera vez en el Museo del Louvre en agosto de 1819. No por sus indudables valores artísticos, sino por la forma tan sutil y expresiva con que daba a conocer al mundo lo más oscuro del sistema político vigente por entonces en Francia a través de un episodio ocurrido durante los primeros años de la Restauración, régimen implantado en 1815 tras la derrota definitiva de Napoleón y el retorno al trono francés de la dinastía borbónica.
Puede decirse que Géricault debe gran parte de su fama y su fortuna histórica en el mundo del arte a su arrojo para representar esta célebre escena que adquiere el valor de verdadera denuncia, algo inusual en el ambiente oficial del mundo artístico francés del momento.

LOS HECHOS: EL NAUFRAGIO DE LA FRAGATA "LA MEDUSA"

Restablecida la paz tras las guerras napoleónicas, Francia decidió enviar una flota a África, cuya misión era recuperar el control de las antiguas posesiones francesas en aquel continente, que acababan de ser devueltas por Inglaterra. Para ello, en julio de 1816 zarpaba de la isla de Aix, cerca de Burdeos, la fragata La Medusa acompañada de una pequeña flotilla, cuyo destino era la ciudad portuaria de Saint-Louis, una colonia en Senegal. A bordo viajaban militares, funcionarios, algunos colonos y, como era costumbre en la época, varios científicos que portaban material de observación.

El buque insignia era la fragata La Medusa, a cuyo mando se había colocado al capitán Hugues de Chaumareys, un oficial de marina afín a los círculos ultramonárquicos que por haber estado exiliado llevaba más de veinte años sin navegar. En la misma también viajaba a bordo el coronel Julien Schmaltz, recientemente nombrado gobernador de Senegal por el rey Luis XVIII.

Estando la expedición en marcha, comenzaron los errores del capitán Chaumareys, que, ignorando los consejos de los oficiales más experimentados, se alejó del resto de los navíos emprendiendo la ruta en solitario. Pero el principal problema surgió cuando, tras equivocarse en la interpretación de los mapas, se introdujo en el llamado banco de Anguin, una zona de aguas poco profundas a la altura de Mauritania. Debido a este error, el 2 de julio la fragata embarrancó en aquel lugar al rozar la quilla el fondo de arena. Para colmo de males, cuando parte de los tripulantes intentaban reflotar la fragata, se desencadenó una fuerte tormenta que produjo daños irreparables, comprendiendo la tripulación, integrada por casi 400 personas, que era conveniente abandonar el barco y alcanzar la costa africana con el material disponible, una decisión que, sumida en la mayor confusión, se convirtió en un desesperado ¡sálvese quien pueda!

Tan dramático momento se complicó por los efectos del alcohol consumido por los marineros, incluido el capitán, que junto a otros oficiales pasaron a ocupar los botes de emergencia. Al mismo tiempo, se improvisó una balsa de 15 x 8 metros con los restos leñosos de la fragata y con la intención de ser remolcada por los botes hasta la costa, pero su peso quedó lastrado al apiñarse en ella 150 marineros y soldados y una cocinera de la fragata. Ante tan difícil situación, el capitán Chaumareys decidió soltar las amarras, abandonando a su suerte a la balsa y sus ocupantes.

Fue entonces cuando la situación de los desesperados naúfragos se convirtió en un infierno, tanto por la falta de espacio como por los bordes de la balsa, que se hundían y desintegraban. En la primera noche se ahogaron veinte personas y en la segunda los soldados armados mataron a sesenta y cinco de sus compañeros bajo el pretexto de haberse amotinado con la intención de destruir la balsa. Al cabo de una semana a la deriva, quedaron veintiocho supervivientes, muchos enfermos, heridos y enajenados, de modo que, cuando el hambre y la sed comenzaron a causar estragos, se produjo un enconado debate tras el que se decidió arrojar al mar a trece de ellos.

Sobre la balsa quedaron quince supervivientes a la deriva que, al cabo de trece días,  tras agotar el poco vino acopiado, de beber agua del mar y la propia orina, así como de realizar desesperados actos de antropofagia para sobrevivir, avistaron una embarcación que se aproximaba. Se trataba de un bergantín de la flotilla que había zarpado junto a La Medusa y que había llegado al puerto de Saint-Louis. Había sido enviado por el capitán Chaumareys, que con uno de los botes había llegado al mismo puerto, pero no con una misión de rescate de posibles supervivientes —que poco le importaban—, sino para recuperar todo el material posible de la balsa.

Cuando dos supervivientes de la expedición, el cirujano Jean-Baptiste Savigny y el geógrafo e ingeniero Alexandre Corréard, publicaron en 1817 un libro titulado El Naufragio de la fragata La Medusa, en el que relataron los desgraciados hechos del naufragio, denunciando la negligencia y la cobardía del capitán, así como las atrocidades cometidas por los marineros borrachos, se produjo una gran conmoción en Francia, siendo difundidas las imágenes del horror en panfletos, grabados y gacetas que narraban el suceso con todo lujo de detalles. El clima de indignación fue aprovechado por la oposición liberal al régimen borbónico, que tras denunciar la incompetencia de la monarquía borbónica restaurada, consiguió la dimisión del ministro de Marina y que el capitán Chaumareys fuese condenado por un consejo de guerra a tres años de cárcel.     
       
EL TEMA TRATADO POR UN ARTISTA

Théodore Géricault vivió el tenso ambiente social originado por aquellos hechos cuando tenía 28 años. Por entonces acababa ver rechazada la petición de una beca en Roma para perfeccionar sus estudios de pintura, a pesar de que sus obras no habían pasado desapercibidas entre los críticos, por lo que pensó que un tema de tanta actualidad como el naufragio de La Medusa le serviría para realizar una pintura impactante que relanzara su carrera. El resultado sería una genial obra maestra.

Antes a acometer el trabajo, el pintor se reunió con los dos supervivientes de la tragedia para realizar esbozos basados en los testimonios que éstos le proporcionaron. Ordenados todos ellos, se propuso plasmar el drama de la forma más realista posible trabajando en un lienzo de grandes dimensiones, para lo que tuvo que abandonar su taller de la Rue des Martyrs por otro más amplio en la Rue du Faubourg-du-Roule, camino de Neuilly. Después encargó a un carpintero, que también había sobrevivido al naufragio, una maqueta de la balsa, haciendo posar a los supervivientes, a su asistente Louis-Alexis Jamar y a su buen amigo, el gran pintor Eugène Delacroix. La obsesión por plasmar la escena con un profundo realismo incluso le llevó a realizar bocetos sobre cadáveres reales, incluyendo miembros amputados, en una morgue cercana, para lo que contó con la ayuda de un amigo médico.

Según narra Charles Clément, biógrafo del pintor, en un principio pensó en representar las escenas de canibalismo, pero ante el temor de que la obra fuese censurada, decidió plasmar el esperanzador momento en que los naúfragos supervivientes divisan en el horizonte el bergantín que sería su salvación, una escena en la que estuvo aplicado sin descanso durante ocho meses, de noviembre de 1818 hasta junio de 1819, durmiendo en un altillo del taller, alimentándose de la comida que le proporcionaba la portera y con la única compañía de su asistente Jamar. El resultado fue espectacular. La pintura fue premiada con una medalla de oro en el Salón de París de 1819.

Con ella Géricault se colocaba en la cumbre del Romanticismo en Francia, un movimiento que vinculado a la literatura, la filosofía y la arquitectura, y hermanado a los movimientos sociales y políticos generados tras la Revolución francesa, suponía la contraposición a la pintura neoclásica del siglo XVIII. Este movimiento, que fue adaptado a principios del siglo XIX a las artes plásticas, después de su aparición en el campo de la pintura en 1770, alcanzaría su máximo apogeo en los países europeos entre los años 1820 y 1850, mostrando en cada país peculiaridades propias. A él quedan adscritas las últimas pinturas de Goya en España —Pinturas negras de la Quinta del Sordo—, las sutiles creaciones inglesas de Constable y Turner, o las impactantes composiciones francesas debidas a Delacroix y Géricault, con profusión de personajes que se aglomeran en la representación de escenas históricas o de tema social.

En La balsa de La Medusa (en general en toda la obra de Géricault) se quieren encontrar influencias de la obra de Miguel Ángel en el estudio de los cuerpos musculosos y de Rubens en el empastado de los colores. De acuerdo a la tradición, la composición se articula en torno a dos formas piramidales, una definida por la plataforma y el mástil de la balsa, donde aparecen esparcidos los naúfragos vencidos, y otra formada por los cuerpos que con esfuerzo gastan su último aliento en hacer señales al bergantín que se aproxima. En un caso y en otro predominan las formas agitadas y retorcidas que contribuyen a expresar el sufrimiento humano, en este caso bañadas por un claroscuro producido por el contraste violento de la luz y el color.

Théodore Géricault. Autorretrato
De forma perfectamente calculada, La balsa de la Medusa está recorrida por numerosas líneas diagonales que acentúan la inestabilidad del momento y resaltan la intensidad emocional y dramática. Pero no sólo eso, sino que una hipotética diagonal, que une el vértice superior izquierdo y el vértice inferior derecho, divide la composición en dos espacios distintos y complementarios. En el inferior se concentran los cuerpos vencidos —muertos, moribundos y meditativos con actitud estática— en un espacio dominado por la muerte como signo de tragedia y del hombre vencido por la naturaleza. Por el contrario, en el superior se amontonan los cuerpos que levantan con esfuerzo sus brazos y agitan paños para dar señales de vida al lejano barco que se aproxima, convirtiendo la esperanza de ser salvados en un gesto lleno de vida. En definitiva, la sublimación del contenido emocional de la vida y la muerte como protagonistas del naufragio.

En el espacio en que se amontonan los sufridos personajes se pone de manifiesto la fragilidad de las construcciones humanas —la balsa destartalada— frente a las fuerzas de la naturaleza —un mar picado que zarandea la balsa—, de modo que, a pesar de acumulación de una veintena de personajes, es la potente naturaleza la que adquiere el auténtico protagonismo al convertirse en fuente de sentimientos, de tal manera que, a través de la observación científica, el pintor actúa como intérprete entre la naturaleza y el espectador.

Para ello utiliza el color de forma violenta, destacando el sombreado de los cuerpos desnudos, impecables estudios anatómicos en múltiples posturas, el uso subjetivo y selectivo de los rojos en sustitución de la sangre, y el celaje lleno de nubarrones en un momento crepuscular que acentúa la tragedia, tanto evocada como sugerida de forma implícita.

En conclusión, un ejercicio antinormativo, lleno de talento e intensidad emocional, que con sutileza produce cierto desasosiego e impotencia en el espectador al hacerle partícipe de un hecho real en el que la supervivencia quedó debilitada al aflorar los comportamientos más viles del instinto humano: la vanidad, el egoísmo, la insolidaridad, la irresponsabilidad,  la hipocresía y la muerte.


Informe: J. M. Travieso.

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1 comentario:

  1. Esta obra del pintor Géricaul, es una de las mas bellas obras, la cual tiene pocas competidoras en belleza y expresión.Merece la pena ir a Paris a verla.
    No bromeo, quedareis impresionados y no podreis separaros de ella por lo menos en media hora, a mi me llevo mas de una hora.
    Saludos a los amamantes del buen arte.

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