ALTORRELIEVE
DE LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS
Alonso
Berruguete (Paredes de Nava, Palencia, 1489-Toledo, 1561)
1526-1532
Madera
policromada
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente
del monasterio de San Benito el Real de Valladolid
Escultura renacentista
española. Escuela castellana
El año 1526 fue muy importante en la trayectoria de
Alonso Berruguete, tanto en lo personal como en lo profesional. Ese año contraía
matrimonio con doña Juana de Pereda, hija de unos ricos mercaderes de Medina de
Rioseco (Valladolid), estableciendo su taller en Valladolid ante las grandes
expectativas laborales que la ciudad ofrecía una vez superado el conflicto de
la Guerra de las Comunidades, especialmente para él, que tres años antes, como
recompensa al apoyo mostrado a la causa imperial, había recibido del propio
Carlos V el cargo de Escribano del Crimen en la Audiencia y Chancillería de
Valladolid. Pero a este trabajo de funcionario pronto se le vino a sumar el artístico,
puesto que en 1526 la comunidad del monasterio de San Benito el Real, con el
abad fray Alonso del Toro al frente, le elegía para elaborar el retablo mayor
del que fuera el más importante centro benedictino de España1.
En esta empresa permanecería trabajando hasta 1532,
poniendo de manifiesto un personal y novedoso estilo completamente innovador en
el panorama escultórico vallisoletano. Tanto es así, que sus nerviosas y agitadas esculturas
no fueron fácilmente aceptadas y comprendidas por sus comitentes y tasadores,
en gran parte con el gusto anclado en el estilo hispanoflamenco vigente en ese
momento. Por otra parte, con este monumental trabajo, mediante una astuta práctica
de trueque establecida con los benedictinos, en 1527 conseguía comprar a esta
comunidad un terreno situado junto al monasterio, así como la licencia para
levantar en él una enorme casa solariega que incluía las dependencias del
taller, colmando el artista con ello su manifiesta ambición personal.
En el retablo mayor del monasterio de San Benito el
Real, ajustándose al repertorio iconográfico demandado por los benedictinos,
Alonso Berruguete combinó pintura y escultura con formas totalmente novedosas y
llenas de vehemencia, con un estilo sumergido en el manierismo más radical que
marcaría el rumbo de su obra, un expresivo estilo que tomaría el relevo a la
escuela burgalesa para colocarse a la cabeza de la creatividad hispana,
ejerciendo una enorme influencia en todo el norte de España. En el variadísimo
repertorio de relieves, tondos y esculturas exentas de distintos formatos elaboradas
para el retablo, Berruguete dejaba aflorar su aprendizaje y formación en Italia
entre 1507 y 1515, donde había tenido la posibilidad de ponerse en contacto con
las grandes creaciones del Quattrocento,
suponiendo esta obra un punto de inflexión en la definición de su personal
estilo.
Entre los ocho altorrelieves que integran el retablo
de San Benito se encuentran dos que hacen referencia a la infancia de Cristo: La Adoración de los Reyes Magos y la Presentación en el Templo. Hoy fijamos
nuestra atención en el primero, que desarolla una iconografía muy extendida en
el arte hispano desde tiempos medievales, aunque Alonso Berruguete incorpora novedosos
matices de ascendencia italiana que alcanzarían un grado de sublime madurez en
el grupo que preside el Retablo de los
Reyes Magos de la iglesia de Santiago, realizado en 1537 para el banquero
Diago de la Haya.
El relieve de la Adoración
de los Reyes Magos —133 cm. de altura, 106 cm. de anchura y 40 cm. de
profundidad— es uno de los más bellos del conjunto, prevaleciendo en él un aire
italianizante cuya expresividad queda definida a través de las miradas y los
gestos. El relieve está compuesto en dos espacios, uno reservado a las figuras
de la Sagrada Familia y otro a los Reyes, contrastando la serenidad clásica de
las primeras frente a la agitación artificiosa de los segundos.
Berruguete dispone la escena simulando un pórtico
colocado bajo una venera, para lo que coloca dos inestables pilastras y un
tapiz que cubre el fondo. En el centro aparece la Virgen sedente y con un
robusto Niño en su regazo. Su monumental figura es la más clasicista del grupo,
con la cabeza colocada de perfil y un ademán sereno y elegante que le
proporciona el aspecto de una patricia romana o de una diosa clásica. Especialmente
bello es el trabajo de su cabeza, en la que el escultor sustituye la tradicional
toca por un elegante tocado que deja visibles trenzas y mechones siguiendo
modelos italianos, lo mismo que la elegante mano con que sujeta al Niño.
Totalmente novedosa para la escultura española es la
figura del Niño Jesús, vigoroso y expresivo, que ante la presencia de los Reyes
parece querer deslizarse entre las rodillas de su Madre, recordando el modelo
de la Madonna de Brujas realizada en
1504 por Miguel Ángel. En esta figura del Niño todo es carnoso para simbolizar
su condición humana, ajustándose a los modelos de los putti recreados por los artistas italianos en pinturas y
esculturas.
Igualmente reposada es la figura de San José,
colocada en el extremo izquierdo, con la cabeza trabajada con la misma
minuciosidad que la serie de profetas y santos que pueblan el retablo. En
actitud estática, como mera comparsa —en este momento siempre aparece como
figura secundaria—, aunque con cierta grandeza, se limita a contemplar la
escena con gesto melancólico, mientras levanta su túnica dejando visible su
pierna derecha, calzada con borceguí. Su estatismo y su escala se contraponen a
las figuras de los Reyes, pues siguiendo una tradición medieval las figuras
presentan un anacrónico tamaño jerarquizado en función de su importancia en el
relato.
Contrastando con la serenidad de los personajes de
la Sagrada Familia aparecen los Reyes Magos en agitada adoración y con
posiciones forzadas. De forma escalonada se distribuyen en la parte derecha
representando, según los convencionalismos de la época, a Melchor como un anciano
arrodillado ante el Niño en primer plano y en escorzo, a Baltasar detrás como
un joven de raza negra que hace una reverencia al ofrecer su ofrenda y al fondo
a Gaspar como un hombre maduro y gesticulante colocado de perfil y portando un
rico recipiente. En ellos quedan sintetizadas las tres edades del hombre y las razas
humanas pertenecientes a los continentes conocidos.
De esta manera Berruguete establece en la composición
dos líneas diagonales que conducen la mirada hacia los personajes principales, una
que se eleva desde la espalda de Melchor hacia el Niño y San José y otra que
asciende desde la espalda de Baltasar hasta la cabeza de la Virgen, resolviendo
de esta manera la inserción de seis figuras monumentales en un espacio mínimo
mediante un ejercicio de manierismo.
Como en el resto de los relieves del retablo de San
Benito, Berruguete trabaja los volúmenes con un fuerte resalte, como si las
figuras quisieran despegarse del tablero, adquiriendo con ello un aspecto
monumental y una gran expresividad dentro de la maquinaria retablística, a lo
que también contribuye el brillo del oro que prevalece en toda su policromía,
en la que sólo contrastan las tonalidades de las encarnaciones y los estofados
aplicados a motivos ambientales.
En este relieve se condensa la esencia estilística
de Alonso Berruguete, que si por un lado hace concesiones a las anticuadas exigencias
de los comitentes, no duda en experimentar el tratamiento nervioso de las
figuras al modo de Brunelleschi, el uso de los escorzos y las posturas forzadas
tomadas de Miguel Ángel, la diferenciación psicológica de los rostros y
actitudes siguiendo a Leonardo y sus discípulos, especialmente Rustici, y una
belleza ideal inspirada en las Madonnas
de Rafael, todo ello tamizado por un estilo personal2 que llegó a
definir una verdadera escuela berruguetesca.
Cuerpo del retablo de San Benito el Real con el relieve de la Adoración de los Reyes Magos (abajo a la izquierda). MNE |
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 TRAVIESO ALONSO, José Miguel. La
Casa de Berruguete. Retablo
Imaginario. Historias de Valladolid, volumen II. Domus Pucelae, Valladolid,
2015, p. 173.
2 ARIAS MARTÍNEZ, Manuel. Museo Nacional Colegio de San Gregorio. Colección/Collection.
Madrid, 2009, pp. 108-115.
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