6 de enero de 2016

Theatrum: ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS, narración dorada con lenguaje manierista











ALTORRELIEVE DE LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS
Alonso Berruguete (Paredes de Nava, Palencia, 1489-Toledo, 1561)
1526-1532
Madera policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente del monasterio de San Benito el Real de Valladolid
Escultura renacentista española. Escuela castellana













El año 1526 fue muy importante en la trayectoria de Alonso Berruguete, tanto en lo personal como en lo profesional. Ese año contraía matrimonio con doña Juana de Pereda, hija de unos ricos mercaderes de Medina de Rioseco (Valladolid), estableciendo su taller en Valladolid ante las grandes expectativas laborales que la ciudad ofrecía una vez superado el conflicto de la Guerra de las Comunidades, especialmente para él, que tres años antes, como recompensa al apoyo mostrado a la causa imperial, había recibido del propio Carlos V el cargo de Escribano del Crimen en la Audiencia y Chancillería de Valladolid. Pero a este trabajo de funcionario pronto se le vino a sumar el artístico, puesto que en 1526 la comunidad del monasterio de San Benito el Real, con el abad fray Alonso del Toro al frente, le elegía para elaborar el retablo mayor del que fuera el más importante centro benedictino de España1.

En esta empresa permanecería trabajando hasta 1532, poniendo de manifiesto un personal y novedoso estilo completamente innovador en el panorama escultórico vallisoletano. Tanto es así, que sus nerviosas y agitadas esculturas no fueron fácilmente aceptadas y comprendidas por sus comitentes y tasadores, en gran parte con el gusto anclado en el estilo hispanoflamenco vigente en ese momento. Por otra parte, con este monumental trabajo, mediante una astuta práctica de trueque establecida con los benedictinos, en 1527 conseguía comprar a esta comunidad un terreno situado junto al monasterio, así como la licencia para levantar en él una enorme casa solariega que incluía las dependencias del taller, colmando el artista con ello su manifiesta ambición personal.

En el retablo mayor del monasterio de San Benito el Real, ajustándose al repertorio iconográfico demandado por los benedictinos, Alonso Berruguete combinó pintura y escultura con formas totalmente novedosas y llenas de vehemencia, con un estilo sumergido en el manierismo más radical que marcaría el rumbo de su obra, un expresivo estilo que tomaría el relevo a la escuela burgalesa para colocarse a la cabeza de la creatividad hispana, ejerciendo una enorme influencia en todo el norte de España. En el variadísimo repertorio de relieves, tondos y esculturas exentas de distintos formatos elaboradas para el retablo, Berruguete dejaba aflorar su aprendizaje y formación en Italia entre 1507 y 1515, donde había tenido la posibilidad de ponerse en contacto con las grandes creaciones del Quattrocento, suponiendo esta obra un punto de inflexión en la definición de su personal estilo.

Entre los ocho altorrelieves que integran el retablo de San Benito se encuentran dos que hacen referencia a la infancia de Cristo: La Adoración de los Reyes Magos y la Presentación en el Templo. Hoy fijamos nuestra atención en el primero, que desarolla una iconografía muy extendida en el arte hispano desde tiempos medievales, aunque Alonso Berruguete incorpora novedosos matices de ascendencia italiana que alcanzarían un grado de sublime madurez en el grupo que preside el Retablo de los Reyes Magos de la iglesia de Santiago, realizado en 1537 para el banquero Diago de la Haya.

El relieve de la Adoración de los Reyes Magos —133 cm. de altura, 106 cm. de anchura y 40 cm. de profundidad— es uno de los más bellos del conjunto, prevaleciendo en él un aire italianizante cuya expresividad queda definida a través de las miradas y los gestos. El relieve está compuesto en dos espacios, uno reservado a las figuras de la Sagrada Familia y otro a los Reyes, contrastando la serenidad clásica de las primeras frente a la agitación artificiosa de los segundos.

Berruguete dispone la escena simulando un pórtico colocado bajo una venera, para lo que coloca dos inestables pilastras y un tapiz que cubre el fondo. En el centro aparece la Virgen sedente y con un robusto Niño en su regazo. Su monumental figura es la más clasicista del grupo, con la cabeza colocada de perfil y un ademán sereno y elegante que le proporciona el aspecto de una patricia romana o de una diosa clásica. Especialmente bello es el trabajo de su cabeza, en la que el escultor sustituye la tradicional toca por un elegante tocado que deja visibles trenzas y mechones siguiendo modelos italianos, lo mismo que la elegante mano con que sujeta al Niño.

Totalmente novedosa para la escultura española es la figura del Niño Jesús, vigoroso y expresivo, que ante la presencia de los Reyes parece querer deslizarse entre las rodillas de su Madre, recordando el modelo de la Madonna de Brujas realizada en 1504 por Miguel Ángel. En esta figura del Niño todo es carnoso para simbolizar su condición humana, ajustándose a los modelos de los putti recreados por los artistas italianos en pinturas y esculturas.

Igualmente reposada es la figura de San José, colocada en el extremo izquierdo, con la cabeza trabajada con la misma minuciosidad que la serie de profetas y santos que pueblan el retablo. En actitud estática, como mera comparsa —en este momento siempre aparece como figura secundaria—, aunque con cierta grandeza, se limita a contemplar la escena con gesto melancólico, mientras levanta su túnica dejando visible su pierna derecha, calzada con borceguí. Su estatismo y su escala se contraponen a las figuras de los Reyes, pues siguiendo una tradición medieval las figuras presentan un anacrónico tamaño jerarquizado en función de su importancia en el relato.

Contrastando con la serenidad de los personajes de la Sagrada Familia aparecen los Reyes Magos en agitada adoración y con posiciones forzadas. De forma escalonada se distribuyen en la parte derecha representando, según los convencionalismos de la época, a Melchor como un anciano arrodillado ante el Niño en primer plano y en escorzo, a Baltasar detrás como un joven de raza negra que hace una reverencia al ofrecer su ofrenda y al fondo a Gaspar como un hombre maduro y gesticulante colocado de perfil y portando un rico recipiente. En ellos quedan sintetizadas las tres edades del hombre y las razas humanas pertenecientes a los continentes conocidos.

De esta manera Berruguete establece en la composición dos líneas diagonales que conducen la mirada hacia los personajes principales, una que se eleva desde la espalda de Melchor hacia el Niño y San José y otra que asciende desde la espalda de Baltasar hasta la cabeza de la Virgen, resolviendo de esta manera la inserción de seis figuras monumentales en un espacio mínimo mediante un ejercicio de manierismo.

Como en el resto de los relieves del retablo de San Benito, Berruguete trabaja los volúmenes con un fuerte resalte, como si las figuras quisieran despegarse del tablero, adquiriendo con ello un aspecto monumental y una gran expresividad dentro de la maquinaria retablística, a lo que también contribuye el brillo del oro que prevalece en toda su policromía, en la que sólo contrastan las tonalidades de las encarnaciones y los estofados aplicados a motivos ambientales.

En este relieve se condensa la esencia estilística de Alonso Berruguete, que si por un lado hace concesiones a las anticuadas exigencias de los comitentes, no duda en experimentar el tratamiento nervioso de las figuras al modo de Brunelleschi, el uso de los escorzos y las posturas forzadas tomadas de Miguel Ángel, la diferenciación psicológica de los rostros y actitudes siguiendo a Leonardo y sus discípulos, especialmente Rustici, y una belleza ideal inspirada en las Madonnas de Rafael, todo ello tamizado por un estilo personal2 que llegó a definir una verdadera escuela berruguetesca.    

Cuerpo del retablo de San Benito el Real con el relieve de la
Adoración de los Reyes Magos (abajo a la izquierda). MNE

Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 TRAVIESO ALONSO, José Miguel. La Casa de Berruguete. Retablo Imaginario. Historias de Valladolid, volumen II. Domus Pucelae, Valladolid, 2015, p. 173.

2 ARIAS MARTÍNEZ, Manuel. Museo Nacional Colegio de San Gregorio. Colección/Collection. Madrid, 2009, pp. 108-115.


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