RETRATO DEL
EMPERADOR CARLOS V
Anónimo
Hacia 1520
Piedra
caliza
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura renacentista.
Escuela flamenca
De pocos personajes históricos de occidente se
hicieron tantos retratos en vida como del emperador Carlos V (Gante, 1500-Cuacos
de Yuste, 1558), hijo de Juana I de Castilla y Felipe I el Hermoso, duque de
Borgoña, de cuya imagen quedaron numerosos testimonios pictóricos y escultóricos
desde su adolescencia hasta su retiro en el monasterio de Yuste. Como es
natural, en su mayoría fueron realizados por destacados artistas de su tiempo,
como es el caso de los pintores flamencos Bernard van Orley y Jan Cornelisz
Vermeyen, del alemán Lucas Cranach el Viejo y del gran maestro veneciano
Tiziano, a los que se suman los retratos escultóricos del flamenco Conrad Meit
y la importante colección —en la modalidad de medallas, relieves, bustos y
figuras de cuerpo entero— realizada por los milaneses Leone y Pompeo Leoni. En
todos ellos queda definida la imagen oficial de la Casa de Habsburgo, cuyos
miembros también fueron retratados repetidamente, casi siempre sirviéndose del
arte para potenciar su prestigio con fines propagandísticos.
La figura histórica del emperador Carlos V aparece
vinculada al fructífero periodo del Renacimiento, en cuya evolución artística el
género del retrato fue recuperado de las culturas clásicas y potenciado en
todas sus modalidades hasta límites insospechados.
Concebido como un medio para perpetuarse por parte
de los personajes poderosos, no pudo sustraerse al componente humanístico para
formar parte de la memoria histórica, lo que motivó a los artistas a realizar
sus propios autorretratos y a los mecenas a encargar los suyos, incluyendo a
miembros de su familia. Pero no sólo eso, sino que el género del retrato
también se mostraría idóneo para expresar la memoria perdurable de ilustres sabios,
héroes y santos, llegándose incluso a recrear la imagen de renombrados personajes
históricos de la antigüedad para ser colocados en los gabinetes particulares de
algunos gobernantes.
Asimismo, se podría hablar del componente religioso
de algunos de ellos, pues del retrato también se sirvieron en el Renacimiento algunos
comitentes para expiar sus pecados, haciéndose retratar junto a personajes
sagrados como donantes o incorporándose a episodios evangélicos en los que
quedaba implícita su redención, adquiriendo un especial significado en el arte
funerario. Otro tanto ocurriría respecto al prestigio militar y político, donde
el retrato adquiría un valor testimonial y propagandístico mediante las
plasmación de unos rasgos identificables con afán de notoriedad e inmortalidad.
Una modalidad del retrato renacentista fue aquella
que se inspiraba en los retratos de los emperadores romanos, de los que algunos
escultores italianos recuperaron la tipología del busto, como fue el caso de Verrocchio,
autor de retratos de varios miembros de la familia Medici en los que estableció
la versión florentina de este tipo de representación. En esta misma línea
trabajaría después Pietro Torrigiano, que tras formarse en Florencia y asistir
a la corte de Lorenzo el Magnífico recorrió Roma y Siena hasta que en 1509 fue
reclamado por Margarita de Austria para que trabajara en Amberes. A este
escultor, autor de una buena serie de retratos en busto de personajes
florentinos, se le considera el introductor de esta modalidad en tierras
flamencas, como tiempo después lo haría en la corte inglesa.
Izda: Conrad Meit. Busto del emperador Carlos V, 1518, Gruuthuse Museum, Brujas Dcha: Anónimo flamenco. Busto del emeprador Carlos V, h. 1520, Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
A esta tipología responde el retrato del emperador
Carlos V que se expone en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid,
realizado en piedra caliza por un escultor desconocido con una finalidad de
exaltación política. A juzgar por los rasgos fisionómicos, cuya fidelidad está
fuera de toda duda, el emperador aparece representado con unos veinte años, por
lo que puede aventurarse su datación en torno a 1520, cuando tras recorrer
varios enclaves españoles heredados de sus abuelos y recabar dinero en Castilla
para poder competir con Francisco I de Francia regresó a Alemania para ser
coronado en Aquisgrán.
El retrato, que está esculpido con minuciosidad
flamenca, presenta numerosas similitudes con los bustos realizados en terracota
policromada por el escultor de origen alemán Conrad Meit, que trabajó en la
corte de Malinas para Margarita de Austria. Este escultor realizaba en 1518 el
busto del joven Carlos, al que el 9 de febrero de ese mismo año las Cortes de
Castilla, reunidas en Valladolid, juraron como rey junto a su madre Juana. Esta
obra, conservada en el Gruuthuse Museum de Brujas, es prácticamente idéntica al
modelo pétreo de Valladolid, compartiendo la misma vestimenta —camisa con el
cuello fruncido, jubón y manto— y el collar del Toisón de Oro sobre el pecho, difiriendo en los grandes penachos del sombrero y en los acentuados rizos del
cabello.
Conrad Meit. Busto de Carlos V, 1519, Gruuthuse Museum, Brujas |
También en el Gruuthuse Museum de Brujas se conserva
otro busto similar realizado en terracota policromada por Conrad Meit en 1519, cuando
Carlos se hallaba en Barcelona convocando las Cortes catalanas, con el mismo
tipo de sombrero y pelo liso. Ambos bustos de terracota tienen su
correspondencia con los modelos plasmados por el pintor flamenco Bernard van
Orley en dos pinturas, una realizada en 1518 que se conserva en el Museo del Louvre
de París y otra de 1519 que se guarda en el Museo Nacional de Bellas Artes de
Budapest. En todas estas obras, con mayor o menor grado de idealización, se
repiten los mismos rasgos fisionómicos y la misma indumentaria de gala que
presenta la escultura de Valladolid.
El emperador Carlos, con la cabeza ligeramente
vuelta hacia la izquierda, presenta un rostro alargado, ojos rasgados, mentón
prominente y el labio inferior caído como indicio de prognatismo mandibular
desde su nacimiento. Como en otras representaciones de la época, luce una
melena corta que le llega por debajo de las orejas, en este caso con mechones
rizados, y un flequillo recto sobre la frente igualmente con mechones rizosos.
A pesar de acusar cierto deterioro en la superficie, seguramente por haber
permanecido colocada a la intemperie, en su indumentaria se aprecia una camisa
con un cuello circular fruncido, el preceptivo jubón de moda en el siglo XVI y
parte de un manto con cuello vuelto. En la serie de aderezos, los más
llamativos son el collar del Toisón de Oro sobre el pecho, símbolo de realeza,
y los penachos de plumas que adornan el gorro, en cuyo frente se incluye un
medallón como ornamento habitual. En conjunto, la obra proclama la presencia de
un alto dignatario de una corte europea a través de un cuidado ejercicio
naturalista.
Izda: Bernard van Orley. Carlos V, 1518, Museo del Louvre Dcha: Bernard van Orley. Carlos V, 1519, Museo Bellas Artes, Budapest |
Sin embargo, tomando como referencia los
pretenciosos e impactantes retratos de su etapa de madurez, especialmente los realizados
en mármol y bronce por Leone Leoni, este retrato temprano adolece de falta de
vitalidad y aspecto triunfal, casi con la adolescente figura sumida en un
ensimismamiento no exento de melancolía, algo común a todas las
representaciones del emperador por esos años, siendo el atributo del Toisón el
elemento más significativo para reseñar la importancia del personaje
representado.
El semblante se ajusta a la descripción que hiciera
don Álvaro de Bazán y Guzmán, primer marqués de Santa Cruz: “Fue el Emperador don Carlos mediano de
cuerpo, de ojos grandes y hermosos, las narices aguileñas, los cabellos rojos y
muy llanos…la barba ancha redonda y bien proporcionada, la garganta
recia,…ancho de espaldas, los brazos gruesos y recios, las manos medianas y
ásperas, las piernas proporcionadas. Su mayor fealdad era la boca, porque tenía
la dentadura tan desproporcionada con la de arriba que los dientes no se
encontraban nunca; de lo cual se seguían dos daños: el uno el tener el habla en
gran manera dura, sus palabras eran como belfo, y lo otro, tener en el comer
mucho trabajo; por no encontrarse los dientes no podía mascar lo que comía ni
bien digerir, de lo cual venía muchas veces a enfermar…”. De ello se deduce
que el joven emperador tenía una estatura media, cuerpo atlético y unos rasgos
faciales marcados por el prognatismo.
Por otra parte, esta escultura representa un
testimonio de la imagen que presentaba el monarca cuando en 1518 hizo su
presencia en Valladolid para presidir las Cortes, suponiendo su incorporación a
los fondos del Museo Nacional de Escultura en 1999, como dación del Banco Santander
Central Hispano1, un regreso metafórico a la ciudad que le acogió en
vida, cuyos escenarios recorrería de nuevo para asistir a las Cortes de 1527,
en esta ocasión acompañado de su esposa, la emperatriz Isabel, que en mayo de
ese año daba a luz al infante Felipe (futuro Felipe II) en el Palacio de
Pimentel.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Sala del Museo Nacional de Escultura donde se expone |
NOTAS
1 ARIAS MARTÍNEZ, Manuel. Busto
del Emperador Carlos V. Museo Nacional Colegio de San Gregorio: colección /
collection. Madrid, 2009, pp. 88-89.
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