EVANGELISTAS
Arnao de
Bruselas (Bruselas,1515- Logroño, 1565)
1550-1555
Madera
policromada
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura renacentista
española. Escuela aragonesa
Arnao de Bruselas. Evangelistas, c. 1547 Iglesia de Santa María, San Vicente de la Sonsierra (La Rioja) |
Dentro del panorama de la escultura renacentista
española, especialmente en la correspondiente al periodo en el que el nuevo
lenguaje alcanzó su plenitud en el siglo XVI, es decir, durante el reinado del
emperador Carlos, son sobradamente conocidos los nombres de los grandes maestros
que escribieron una página de oro en la historia de la escultura española,
tales como Felipe Bigarny y Diego de Siloé en el ámbito burgalés, Alonso
Berruguete y Juan de Juni en la escuela de Valladolid o Damián Forment y
Gabriel Joly en tierras aragonesas, por citar las personalidades más creativas
y reconocidas, aunque sea injusto no citar a otros muchos escultores que
desplegaron su talento de norte a sur y de este a oeste.
Pero si hay un escultor que no debe quedar relegado
de ninguna manera, como ha ocurrido durante siglos, ese es Arnao de Bruselas,
un artista que materializó su arte en un periplo vital que comenzó en Aragón y se
consumó en La Rioja y buena parte de Álava y Navarra, una personalidad
artística apenas citada de forma tangencial por los grandes tratadistas del
arte, que nunca le valoraron en su justa medida ni supieron apreciar el corpus
debido a su talento. Afortunadamente los tiempos han cambiado y en los estudios
más recientes la figura de Arnao de Bruselas está siendo elevada al lugar que
le corresponde, que no es otro que a la altura de los grandes maestros antes
citados por sus personalísimas y antológicas creaciones.
Arnao de Bruselas. Apostolado, 1549. Iglesia de San Esteban, Genevilla (Navarra) |
EL ESCULTOR ARNAO DE BRUSELAS
Arnao abandonó Bruselas para dirigirse a España
atraído por la enorme demanda de grandes retablos por parte de una clientela
eclesiástica, decisión compartida por otros muchos artistas nórdicos que,
estimulados por las grandes expectativas profesionales, se instalaron por toda
la geografía española.
Arnao llegaba en 1536 a Zaragoza plenamente formado como
imaginero y tracista, a pesar de lo cual, cumpliendo un requisito laboral
establecido por los gremios, el joven desconocido tuvo que ingresar como
aprendiz en el taller de Damián Forment. Allí demostró conocer no sólo el arte
flamenco, sino también el arte italiano que por entonces hacía furor en su
tierra natal, en parte debido a los cartones de maestros italianos que eran
enviados a las prestigiosas manufacturas de Bruselas para la confección de
tapices.
Arnao de Bruselas. San Roque, Profeta, San Lorenzo, San Pedro, San Pablo y San Juan Bautista, 1553-1564 Santoral perteneciente al retablo mayor de la iglesia de Santa María del Palacio, Logroño |
En Zaragoza tuvo la ocasión de conocer el arte de
Alonso Berruguete cuando este acudió a la ciudad en calidad de pintor de Carlos
V, para realizar la decoración de la capilla del Canciller Sauvage en el
monasterio de Santa Engracia (obra desgraciadamente destruida), cuyo novedoso
estilo tendría una repercusión decisiva en la obra de Damián Forment, Gabriel
Joly, así como en la de Arnao de Bruselas, que comenzó a asumir las formas
berruguetescas como propias.
En 1537 Arnao acompañaba a Damián Forment hasta
Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) para colaborar en el retablo mayor de la
catedral, en el que el maestro valenciano trabajaría hasta el momento de su
muerte en 1540. Para llevar a cabo el
proyecto, debido a no encontrarse en plenas condiciones físicas, Forment
recurrió a los hermanos Beaugrant (procedentes de Lorena y activos en el País
Vasco), a su sobrino Bernal Forment, al entallador Natuera Borgoñón, al pintor
Andrés de Melgar (discípulo de Berruguete) y a su colaborador Arnao de
Bruselas, que, a pesar de acomodarse a los modelos trazados por Forment, dejaría
en el retablo las fantásticas esculturas de San
Matías, Santo Tomás, San Marcos y
Santo Domingo de la Calzada, ejemplos
de un manierismo nervioso influenciado por Alonso Berruguete que se opone a la
corrección formal de Damián Forment. Estas personalísimas esculturas ya
muestran el estilo que caracterizaría toda su producción posterior.
El asentamiento de Arnao de Bruselas en una zona
fronteriza entre Castilla y Aragón le permitiría ponerse en contacto con el
lenguaje manierista desarrollado por destacados escultores de Burgos,
Valladolid, Zaragoza y La Rioja, que lograría incorporar a sus obras con gran
facilidad. Es a partir de 1545 cuando comienza a colaborar en algunos retablos
de la diócesis de Calahorra, como el de San Vicente de la Sonsierra (La Rioja),
contratado por los Beaugrant, con los que trabajó en equipo, así como en los de
las poblaciones riojanas de Grañón y Ábalos y el de la parroquia de Elvillar
(Álava).
En 1549, cuando colaboraba con Andrés de Araoz en el
retablo de la iglesia de San Esteban de Genevilla (Navarra), ya estaba casado
con María Isabel Zamudio, con la que tuvo a su hijo Cebrián. Allí deja un
apostolado que acusa influencias de Alonso Berruguete y una personalísima figura
sedente de San Esteban (1550), cerrando lo que sería su primera etapa laboral.
En 1551 se instala en Alberite para realizar el retablo de San Martín y colabora
en el retablo de Santa María de Agoncillo, fijando en 1552 su residencia en
Logroño, donde participó en la sillería del coro de Santa María de la Redonda.
A mitad de camino entre los potentes focos escultóricos de Burgos y Zaragoza,
el taller de Arnao de Bruselas se convertiría en el más importante de La Rioja,
marcando la evolución definitiva hacia las formas renacentistas "a la
romana".
Arnao regresaba a tierras aragonesas para realizar
en 1556 el retablo de San Bernardo del monasterio de Veruela (Zaragoza) y el
importante conjunto escultórico del Trascoro de la Seo de Zaragoza, en el que
estuvo ocupado de 1557 a 1560, así como la imaginería de la peana de la
custodia procesional. Culminada esta segunda etapa profesional, en 1558 retornaba
a Logroño para atender el retablo de Santa María del Palacio, asentándose
definitivamente en la ciudad riojana.
Desde allí atiende encargos del entorno y de
poblaciones vascas y navarras. En 1560 realiza las esculturas de los retablos
de las iglesias de las localidades navarras de El Busto y Lapoblación, donde
deja toda una serie de relieves y esculturas antológicas que responden a su
etapa de madurez. Tras realizar ese mismo año las puertas de la Sacristía de la
catedral de Calahorra, se dedica al que fuera su magno proyecto: el retablo de
la iglesia de Santa María del Palacio de Logroño, donde dejó lo mejor de su
arte.
Acabado este impresionante retablo, que cierra su tercera etapa
productiva, en 1564 colabora con el navarro Pedro de Troas en el retablo de San
Bartolomé de Aldeanueva de Ebro, siendo este el último de sus trabajos, ya que
en octubre de aquel año, en el que el escultor aparece casado de nuevo con una
tal Mariana, se vio aquejado por los efectos de la peste que durante un año asoló
la ciudad de Logroño, muriendo prematuramente con unos 48 años a principios de
1565.
Arnao de Bruselas dejaba tras de sí una fecunda
producción escultórica caracterizada por un manierismo expresionista muy
personal en el que afloran las influencias de Alonso Berruguete junto a otras
tomadas de Damián Forment que tomaban como fuente de inspiración elementos
italianos, desde Donatello a Miguel Ángel, extraídos de estampas en circulación
que él interpretaba de acuerdo a su propia sensibilidad hasta conseguir un
"manierismo de movimiento". Sus figuras son siempre dinámicas, de
gran armonía y equilibrio, generalmente revestidas de ampulosos atuendos con
pliegues tallados con gran finura, destacando la preocupación por los trabajos
anatómicos y los gestos expresivos.
En su obra destaca igualmente el acabado exquisito
de las policromías, en las que introduce una gran variedad de grutescos que,
como motivos fantásticos, complementan la representación de personajes bíblicos
y santos. Esta policromía de gran riqueza cromática, que realza el acabado y
que fue realizada por maestros pintores asociados, constituye uno de los
factores más destacados de la escuela riojana.
Tanto por sus dotes de dibujante como por su talento
creativo y el dominio del oficio de escultor, debe considerarse a Arnao de
Bruselas como uno de los mejores escultores de la plástica hispana del siglo
XVI.
LOS EVANGELISTAS DEL MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA
Reflejo de ese talento, y muy representativas de su
estilo, son las esculturas de los Evangelistas
que se exponen en la colección permanente del Museo Nacional de Escultura de
Valladolid, que seguramente estarían acompañados por los símbolos de
Tetramorfos identificativos, elementos de los que ahora carecen impidiendo
asignar su identidad, aunque conservan su correspondiente Evangelio y la posición
de los dedos en actitud de sujetar un cálamo desaparecido, ofreciendo cierta
similitud con los evangelistas del retablo riojano de San Vicente de la
Sonsierra.
En ambos casos guardan una disposición concebida
para la contemplación frontal, presentando los recursos plásticos característicos
en la obra de Arnao de Bruselas, tales como su posición sedente con las piernas
colocadas en distintos planos, las anatomías recubiertas por indumentarias voluminosas,
musculaturas resaltadas, manos con dedos
largos y expresivos, pies huesudos y alargados y una gesticulación general forzada,
aunque armoniosa y sin ningún tipo de dislocamiento radical, lo que unido a la
proliferación de pequeñas líneas diagonales por las figuras hace que queden
impregnadas de un gran dinamismo que se traduce en armonía y equilibrio.
Como recurso expresivo, uno de ellos mantiene los
pies a diferentes alturas, sujeta un libro abierto sobre la rodilla derecha y
gira su cabeza hacia la izquierda, mientras el otro, estableciendo un
contrapunto, cruza las piernas, sujeta un libro cerrado sobre su pierna
izquierda y gira su cabeza hacia la derecha. Es precisamente en las cabezas
donde destaca el habitual tratamiento personalizado para determinar distintas
tipologías humanas, uno con rostro rasurado envejecido, ojos caídos, numerosas
arrugas y cabello corto y agitado por el viento hacía atrás; el otro con melena,
pronunciado bigote y larga barba de dos puntas que se desparrama formando movidos
rizos por el manto que remiten a formas miguelangelescas. Ambos presentan una gesticulación
contenida en la que destaca disposición de las manos y los dedos, una de las más
expresivas características del escultor.
Las dos figuras quedan realzadas por una policromía que
matiza los detalles de las carnaciones y realza las vestiduras mediante grandes
motivos vegetales a punta de pincel y anchas cenefas con motivos florales, aflorando
el oro en cuellos, mangas y otros elementos puntuales.
Por sus características estilísticas, estas obras
podrían datarse entre 1550 y 1560, durante la segunda etapa laboral del
escultor, seguramente pertenecientes a una serie destinada a alguno de los
retablos riojanos realizados por Arnao de Bruselas.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Bibliografía
VV.AA. (FERNÁNDEZ PARDO, Francisco, PARRADO DEL OLMO, Jesús María y
otros). Arnao de Bruselas. La escultura en la Ruta Jacobea. Bancaja y Diócesis
de Calahorra y La Calzada-Logroño, Logroño, 2005.
RAMÍREZ, José Manuel. La evolución del retablo en La Rioja. Retablos mayores. Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, Logroño, 2010.
RAMÍREZ, José Manuel. La evolución del retablo en La Rioja. Retablos mayores. Diócesis de Calahorra y La Calzada-Logroño, Logroño, 2010.
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