ENTRADA DE
JESÚS EN JERUSALÉN
Claudio
Coello (Madrid, 1642-1693)
1660
Óleo sobre
lienzo
Museo de la
Universidad, Valladolid
Pintura
barroca española. Escuela madrileña
Una de las pinturas más interesantes de cuantas
alberga el Museo de la Universidad de Valladolid es una escena que representa
el pasaje evangélico de la Entrada de
Jesús en Jerusalén, una obra de mediano formato que aparece firmada por
Claudio Coello, el gran pintor madrileño que puso un broche de oro al gran
periodo de la pintura barroca española conocido como el Siglo de Oro.
LA ENTRADA DE JESÚS EN JERUSALÉN
Este trabajo de juventud, elaborado cuando Claudio
Coello contaba tan sólo 18 años y trabajaba en la escuela de Francisco Rizi,
pintor del rey, fue realizado en 1660, año en que moría Velázquez en Madrid.
Con la muerte del gran maestro sevillano la pintura española comenzaba a
debilitarse, posiblemente como reflejo en el mundo artístico de la decadencia
política que vivía el país. Lo cierto es que con Velázquez se agotaba una época
gloriosa de la pintura española, pues a partir de entonces la mayoría de los
pintores parecieron sumirse en una profunda melancolía que les alejaba de la
fecundidad y creatividad que años antes habían dominado la producción artística
hispana. En este contexto, podría decirse que solamente Claudio Coello, que
llegaría a ser pintor de Carlos II, último rey de los Austrias, lograría
mantener viva la llama encendida por Velázquez en los años centrales del siglo
XVII, tan representativa de un pueblo recio de fuerte personalidad.
Prácticamente, desde el tiempo en que vivió, Claudio
Coello fue un pintor prestigioso y reconocido, hecho avalado por sus
nombramientos como pintor del rey y pintor de cámara en tiempos de Carlos II, siendo muy valoradas,
hasta nuestros días, sus pinturas repartidas por iglesias, monasterios y museos
españoles y del extranjero, por representar el último hálito de lo sustantivo y
esencial del barroco español. Por eso adquiere un gran valor testimonial esta
pintura de La entrada de Jesús en
Jerusalén, que nos informa de las inquietudes y habilidades —entiéndase
talento— de un joven en el umbral de su carrera artística.
La entrada de
Jesús en Jerusalén, única pintura de Claudio Coello en Valladolid, fue
localizada y dada a conocer en 1949 por el arqueólogo e historiador cántabro
Miguel Ángel García-Guinea1, que también el 2 de abril de 1950 publicó
un artículo para difundir el hallazgo en el diario ABC de Sevilla2,
en el que afirmaba que el desconocido cuadro puede unirse "a las mejores obras de su autor".
Se desconoce para quién fue realizada la pintura,
pues Palomino no la cita entre las obras enumeradas y descritas del pintor, a
pesar de que la firma no deja lugar a dudas. Moviéndonos en el terreno de la
imprecisión, podría pensarse que llegó a alguna casa particular o iglesia de
Valladolid, que posiblemente se trate de la delectación de un trabajo de
estudio e incluso de un paso previo a su plasmación en el gran formato que solía
utilizar el pintor. Eso nunca lo sabremos.
Lo que sí es constatable es que se encuadra en la
temática religiosa que caracteriza la producción del artista como representante
de los ideales contrarreformistas, aunque carezca del sentido de apoteosis
barroca presente en la mayoría de sus obras. No obstante, en el cuadro
prevalece un idealismo determinado por el carácter festivo del propio tema
representado, un idealismo que se bifurca en la vía del misticismo —lo más
sublime representado por Cristo y San Juan— y del ascetismo —méritos y trabajos
del hombre simbolizados por San Pedro—, elementos que determinan un componente
espiritual que supera lo meramente narrativo o anecdótico.
De forma muy estudiada, la figura en escorzo de
Cristo sobre un pollino ocupa el centro de la escena, aunque el pintor
equilibra la composición concediendo un lugar privilegiado a San Juan y San
Pedro a la derecha y un sugestivo paisaje, precedido de la entrada de Jerusalén
y sus animados moradores, a la izquierda, de modo que una y otra parte conducen
nuestros ojos hacia el centro psicológico: la figura de Cristo. Es destacable
el movimiento escénico infundido a los personajes, bien apreciable en las
diáfanas figuras de San Juan y San Pedro, en su actitud de caminar, con un
extraordinario y colorista juego de pliegues (característicos del pintor) y con
caracterizaciones y actitudes individualizadas. Su movimiento se complementa
con los apóstoles colocados en segundo plano y los personajes que llegan desde
la ciudad agitando palmas y ramas de olivo, cuya algarabía contrasta con la
serenidad del bucólico paisaje del fondo, siempre sobre la base de un dominio
perfecto del dibujo y la aplicación selectiva del color, en este caso con una
pincelada rápida y pastosa.
Ese movimiento casi brusco de los personajes, como
el juego de perfiles y posturas forzadas del séquito apostólico, llegaría a ser
habitual en las pinturas de Claudio Coello, bien apreciable en la figura de San
Juan, que recuerda al ángel que aparece en la pintura de La Sagrada Familia con el rey San Luis de Francia que se conserva
en el Prado. Igualmente, son característicos de sus pinceles la carnosidad y
redondez de los rostros y el árbol de tronco oscuro y hojas abrillantadas que
en sus pinturas se convierte en sello o rúbrica de su personalidad.
Algo del temperamento melancólico y pesimista de
Claudio Coello, apuntado por Palomino, se trasluce en la figura del Nazareno,
especialmente en la expresión del rostro, cuyo gesto de íntimo sentimiento
aplaca la alegría bulliciosa de su entorno dando sentido a las palabras de
García-Guinea: "Coello, pintor
triste, logró entristecer a sus propios cuadros, como si sintiera que él
apagaba la llama encendida por Velázquez".
Claudio Coello, 1660. Izda: El Niño Jesús a la entrada del Templo. Museo del Prado. Dcha: San Miguel Arcángel. Museum of Fine Arts, Houston |
EL PINTOR CLAUDIO COELLO
Nacido en Madrid el 2 de marzo de 1642, era hijo de Faustino
Coello, broncista oriundo de Portugal, y de Bernarda de Fuentes. Según relata
Palomino3, para que le ayudase en el trabajo de los vaciados, su
padre le puso a estudiar dibujo con el madrileño Francisco Rizi, hijo del
pintor italiano Antonio Rizi, llegado a España para trabajar en El Escorial.
Tras mostrar sus progresos junto al maestro, que ostentaba el rango de pintor
del rey, este solicitó a su padre que continuara sus estudios en pintura,
llegando a destacar entre otros aprendices. Según Palomino, Claudio Coello era
un joven adusto y melancólico, no muy bien parecido, pero de un gran ingenio
para la pintura historiada, la captación del natural, el dominio de las
perspectivas arquitectónicas y las técnicas del temple y el fresco.
A través de Rizi y de su amistad con Juan Carreño de
Miranda pudo conocer las colecciones reales del Alcázar de Madrid, llegando a
realizar copias de maestros como Tiziano, Veronés, Bassano, Luca Giordano, Van
Dyck y Rubens, de los que asumiría influencias decisivas para su futura
producción4.
Claudio Coello. Susana y los viejos, 1663. Museo Ferré de Ponce, Puerto Rico |
Entre su obra de juventud, la primera obra firmada y
fechada en 1660 es Jesús niño, a la
puerta del Templo, conservada en el Museo del Prado, que copia una obra de
Jacques Blanchard a través de un grabado de Antoine Garnier. Le seguiría ese
mismo año la Entrada de Jesús en
Jerusalén, obra igualmente firmada y conservada en el Museo de la
Universidad de Valladolid, cuyo pequeño formato induce a pensar que pudiera ser
un boceto preparatorio para una obra de destino desconocido. De 1661 data la
pintura Cristo servido por ángeles,
hoy en una colección particular y de 1663 La
visión de San Antonio de Padua del Chysler Museum of Art de Norfolk
(Virginia), antes perteneciente a la colección de Luis Felipe de Orleans, donde
ya incorpora los fondos arquitectónicos y los ángeles en vuelo que serán
constantes en sus pinturas.
El primer encargo importante que recibe Claudio
Coello está plasmado en un contrato fechado en 1666, consistente en la
desaparecida pintura del Descubrimiento
de la verdadera Cruz del altar mayor de la iglesia madrileña de Santa Cruz,
y en una serie de pinturas al fresco en el presbiterio y la capilla de los
Ajusticiados de dicha iglesia. Años antes, ya había demostrado su maestría en
la escena de Susana y los viejos
(1663, Museo Ferré de Ponce, Puerto Rico) y en el apoteósico Triunfo de San Agustín del Colegio de
San Nicolás de Tolentino de Alcalá de Henares (1664, Museo del Prado).
Claudio Coello. Triunfo de San Agustín, 1664. Museo del Prado |
Sin embargo, su gran oportunidad llega en 1668,
cuando le encargan una serie de pinturas para la iglesia del convento de la
Encarnación de Madrid, conocido popularmente como San Plácido, donde también
había trabajado su maestro Rizi. Para este elabora la impresionante Anunciación o El Misterio de la Encarnación que todavía preside su retablo mayor,
buena muestra de su fastuoso sentido escenográfico y brillante colorido donde
incluye figuras de profetas y sibilas que predijeron la llegada del Mesías,
composición de la que se conserva el boceto previo en la Colección Helena
Rivero de Jerez de la Frontera. También es destacable en este conjunto barroco,
uno de los más notables de la época de los Austrias conservado en su lugar
original, la Visión de Santa Gertrudis
que preside el retablo de la nave derecha, que también aparece firmado en 1668.
A partir de ese momento, según Palomino, son
constantes los trabajos para iglesias madrileñas, donde fiel a la sensibilidad
contrarreformista plasma un universo barroco dirigido a los sentidos con el fin
de impresionar y conmover a los espectadores. De este momento destacan las
pinturas de Cristo mostrando a la Virgen
el Limbo (1669, colección particular, Francia), La Virgen con el Niño adorada por santos y las virtudes teologales y
La Sagrada Familia con el rey San Luis de
Francia y otros santos, estas dos últimas en el Museo del Prado.
En la década de los 70, Claudio Coello inicia sus
prácticas como fresquista en colaboración con José Jiménez Donoso, donde
demuestra su gusto por las arquitecturas fingidas, siguiendo la senda implantada
en Madrid por los italianos Angelo Michele Mitelli y Agostino Colonna. Obra
destacada fue la decoración de la capilla de San Ignacio del Colegio Imperial que
los jesuitas tenían en la capital de la Corte (actualmente catedral de San
Isidro), que fue encargada en 1671 con motivo de la canonización de San
Francisco de Borja y destruida en 1936, al igual que las historias de San
Ignacio de la bóveda de la sacristía, durante la Guerra Civil. Todavía subsisten
la cúpula y las pechinas de la capilla del Santo Cristo, con ángeles
pasionarios y figuras de profetas.
Claudio Coello. La Sagrada Familia con el rey San Luis de Francia, h. 1665 Museo del Prado |
Asimismo, en 1672 contrataba la decoración de la cámara
y antecámara de la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor de Madrid, desde la
que los monarcas contemplaban las fiestas de toros, donde aparecen virtudes
portando los emblemas monárquicos entre ángeles trompeteros y arquitecturas
fingidas, y medallones en grisalla con los seis trabajos de Hércules, el mítico
fundador de la monarquía española.
El 14 de marzo de 1674 Claudio Coello contraía
matrimonio en la iglesia de Santa Cruz con Feliciana Aguirre de Espinosa, del
que nacería su hijo Bernardino, aunque en noviembre de 1675 fallecía su esposa,
siendo el niño encomendado a unos parientes de San Sebastián de los Reyes.
Pocos días antes de su enlace matrimonial, había
contratado para el retablo de la iglesia de San Juan Evangelista de Torrejón de
Ardoz una escena con el martirio del santo, una apoteosis del mismo para el
cuerpo superior y cuatro pinturas para el tabernáculo. Aunque el retablo fue
víctima del fuego en la Guerra Civil, se salvó el gran lienzo del Martirio de San Juan, conservado en la
iglesia reconstruida.
De 1676 datan las pinturas de Cristo y la Magdalena en casa de Simón (colección particular), con
claras influencias de la pintura veneciana de Tintoretto y Veronés, y una Inmaculada (Museo de Goya, Castres), de
la que hizo varias versiones. Asimismo, en 1677 está datada la Aparición de la Virgen del Pilar al apóstol
Santiago (Hearst San Simeon State Historical Monument, California). En ese
tiempo también realiza las pinturas de San
Ignacio de Loyola y San Francisco
Javier de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción de Valdemoro
(Madrid).
En ese año de 1677 Claudio Coello se vio envuelto en
un pleito que el gremio de pintores de Madrid habían interpuesto contra la
Hermandad de Nuestra Señora de los Siete Dolores por negarse a sacar en
procesión en Semana Santa la imagen titular, aduciendo ser una función indigna
para su oficio. En agosto del mismo año contraía segundo matrimonio con
Bernarda de la Torre y en noviembre, merced al apoyo de Juan Carreño de
Miranda, firmaba el importante contrato de restaurar los frescos de la Sala de
las Batallas del Monasterio de el Escorial, lo que suponía el primer encargo de
la Corona.
Es en 1679 cuando el pintor comienza a relacionarse
con la casa real al colaborar, junto a otros artistas, en la elaboración de
unos arcos triunfales efímeros, levantados con motivo de la entrada en Madrid,
el 13 de enero de 1680, de María Luisa de Orleans, primera esposa de Carlos II,
que hizo un recorrido desde el Retiro al Palacio Real pasando por
construcciones efímeras cuyos testimonios se conservan en grabados de la
Biblioteca Nacional.
Claudio Coello. Ida: Santa Catalina de Alejandría, 1683. The Wellington Collection, Apsley House, Londres. Dcha: Doña Mariana de Austria. The Bowes Museum, Newgate, Barnard Castle, Reino Unido |
El 30 de marzo de 1683 un real decreto lo nombra
pintor del rey ocupando la vacante dejada por Dionisio Mantuano, incorporando
en ese momento a su repertorio religioso el género del retrato. Sin acusar
grandes cambios de estilo, sus figuras ganan en volumetría, el modelado tiene
un afán más escultórico y los complejos fondos arquitectónicos dejan paso a
otros más sencillos y rotundos. En ese momento firmaba la Santa Catalina de Alejandría del Museo Wellington, que recuerda los
modos de guido Reni y Van Dyck.
Entre 1684 y 1685, en colaboración con su discípulo Sebastián
Muñoz, realiza su mayor ciclo de frescos —700 metros cuadrados— para el Colegio
de Santo Tomás de Villanueva de Zaragoza, también conocido como Convento de
Agustinos de la Mantería, donde destaca la glorificación del santo titular y de
la Trinidad entre un fastuoso repertorio de frutas, ángeles, medallones con
virtudes y retratos de personajes. La restauración y recuperación de este
conjunto se inició en 1998, aunque en 2001 se desplomó parte de la cúpula.
Claudio Coello. Santa Rosa de Lima y Santo Domingo de Guzmán, h. 1685 Museo del Prado |
A su regreso de Zaragoza pinta para la iglesia del
madrileño convento del Rosario —el Rosarito— el cuadro de Santo Domingo con Nuestra Señora del Rosario, desde 1818 en la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, así como los de Santo Domingo de Guzmán y Santa
Rosa de Lima, que tras la desamortización pasaron al Museo de la Trinidad y
desde allí al Museo del Prado, en los que el pintor, con un punto de vista
bajo, finge esculturas sobre peanas insertadas en originales hornacinas
decoradas con fondos arquitectónicos y cortinajes .
En 1685 se le encomienda para la sacristía del
monasterio de El Escorial la que está considerada como la mejor de sus obras: La Adoración de la Sagrada Forma, que
firma con la inscripción «CLAUDIUS COELL. REGIAE MAIESTAS CAROLI II CAMERARIUS
PIC. FACIEBAT ANNO DNI 1690». Esta enorme pintura —5 x 3 metros—, encargada
inicialmente a su maestro Rizi, que a pesar de trabajar en ella
intermitentemente murió sin poder realizarla, supone el culmen de su
trayectoria profesional. En ella aparece la solemne ceremonia litúrgica,
oficiada por el padre Francisco de los Santos, prior del monasterio, que
presenta la Sagrada Forma dentro de una rica custodia en presencia del rey
Carlos II, que permanece arrodillado y acompañado por un grupo de cortesanos,
todas las figuras con el tratamiento de auténticos retratos.
Claudio Coello. Santo Domingo de Guzmán con Ntra. Sra. del Rosario, h. 1685. Academia de San Fernando, Madrid |
En esta ambiciosa obra, el pintor utiliza con
talento todos los recursos del lenguaje teatral barroco —grupos de personajes
distribuidos por el espacio y cortinajes que permiten observar la bóveda—,
destacando el ilusionismo creado para definir el espacio de la propia sacristía
donde se colocaría la obra dotado de una atmósfera que recuerda los hallazgos
de Velázquez en Las Meninas,
especialmente por presentar la sala en semipenumbra, con la luz penetrando por
óculos laterales. Con gran habilidad, el realismo de la parte superior adquiere
un carácter sobrenatural por el vuelo de alegorías angélicas que representan el
Amor divino, la Religión y la Majestad Real, según los modelos de Cesare Ripa.
El sentido escenográfico de la escena se refuerza con la cortina roja que en lo
alto recogen unos querubines.
El impacto causado por esta obra sería recompensado
con su nombramiento como pintor de cámara, vacante desde las muertes de Rizi y
Carreño. Con este cargo se ocupó de realizar toda una serie de retratos de
personajes de la casa real y otros cortesanos, siempre con la elegancia y el
refinamiento imperante en el momento.
No obstante, la irrupción en el ambiente cortesano
de Luca Giordano, llegado a España para pintar los frescos de la escalera del gran
proyecto decorativo de El Escorial, supuso su desplazamiento y el decaimiento de su
productividad pictórica, a pesar de que en 1691 también había sido nombrado
pintor de la catedral de Toledo. En sus últimos años se dedicaría a supervisar
las colecciones reales, restaurar sus obras y tasar colecciones de pintura.
El prolífico pintor Claudio Coello moría en Madrid el
20 de abril de 1693 y fue enterrado en la parroquia de San Andrés.
Claudio Coello. Adoración de la Sagrada Forma, 1685-1689. Sacristía de El Escorial |
Informe y fotografías del cuadro vallisoletano: J. M. Travieso.
Resto de fotografías: correspondientes museos.
NOTAS
1 GARCÍA-GUINEA, Miguel Ángel: La
Entrada de Jesús en Jerusalén: un cuadro desconocido de Claudio Coello. Boletín
del Seminario de Arte y Arquitectura (BSAA), 15, Universidad de Valladolid, 1948-1949, pp. 261-266.
2 GARCÍA-GUINEA, Miguel Ángel: La
Entrada de Jesús en Jerusalén: un "nuevo" cuadro de Claudio Coello.
Hemeroteca ABC Sevilla, 2 abril 1950.
3 PALOMINO DE CASTRO Y VELASCO, Antonio: El Museo Pictórico y Escala Óptica / 1715-1724. Tomo segundo (3
volúmenes), Madrid 1717, pp. 650-658.
4 SULLIVAN, Edward: Claudio Coello y la pintura barroca madrileña.
Nerea Ed. 1989.
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