BUSTO DEL ECCE
HOMO
Juan Alonso
Villabrille y Ron (Argul, Asturias, h.
1663 - Madrid, h. 1732)
1726
Madera
policromada
Monasterio
de las Huelgas Reales, Valladolid
Procedente
del convento de San Quirce de Valladolid
Escultura barroca
española. Escuela cortesana del siglo XVIII
Las dependencias discretamente musealizadas del
monasterio cisterciense de Santa María de las Huelgas Reales dan cobijo a esta
magnífica escultura del Ecce Homo, en
cuya peana aparece la fecha de su elaboración, 1726, y el nombre de su autor:
Juan Alonso Villabrille y Ron. La talla, que hoy aparece descontextualizada,
procede del recientemente desaparecido Real Monasterio de San Quirce, igualmente
de la Orden del Císter, donde haciendo pareja con una Virgen Dolorosa, atribuida a Pedro de Ávila, ambas esculturas ocuparon
unos pequeños retablos realizados en 1744 y asentados en los laterales del
reparado coro del convento aquel mismo año, que fue inaugurado, según informa
Ventura Pérez, en una solemne función presidida por Martín Delgado Cenarro y
Lapiedra, por entonces obispo de Valladolid1.
Sin embargo, la obra no había sido realizada originariamente
para dicho convento, pues como ha dado a conocer Jesús Urrea, llegó hasta allí
procedente de la antigua Casa Profesa de San Ignacio como consecuencia de la
expulsión de los jesuitas2, cuya iglesia sería reconvertida en
parroquia de San Miguel en 1775. En efecto, el 20 de octubre de 1770 Pedro
Rodríguez Campomanes, Presidente del Real Consejo de Castilla, se dirigía a
Manuel Rubín Celis, obispo de Valladolid, concediendo la petición realizada por
la abadesa del convento de San Quirce de que fueran depositadas en el mismo dos
imágenes napolitanas del Niño Jesús y los bustos del Ecce Homo y la Dolorosa,
que hasta entonces se hallaban en vitrinas colocadas en la sacristía de la
iglesia del clausurado centro de la Compañía de Jesús.
Fue, por tanto, la Compañía de Jesús la que encargó
la talla del Ecce Homo al taller
madrileño del afamado escultor Juan Alonso Villabrille y Ron, aunque se
desconoce en qué circunstancias, apuntando Jesús Urrea como posible causa la
relación del artista con los jesuitas, en cuya Compañía profesaron dos de sus
hijos, el padre Pedro y el padre Tomás Villabrille y Ron3.
En esta ocasión podemos trazar el periplo de la
escultura: elaborada en Madrid en 1726; enviada a Valladolid y colocada dentro
de un escaparate en la sacristía de la iglesia de la Casa Profesa de San
Ignacio; trasladada en 1770 para recibir culto en el coro del convento de San
Quirce y depositada en 2017, como consecuencia del cierre de aquel convento, en
el monasterio de las Huelgas Reales.
EL ECCE HOMO DE VILLABRILLE Y RON
La talla sigue una modalidad muy bien acogida en el
ámbito castellano, en la que se presenta la figura de Cristo hasta algo más
abajo de la cintura, incluyendo el paño de pureza, con las manos cruzadas al
frente y descansando sobre una peana muy elaborada, en unas ocasiones con el
cuerpo recubierto por una clámide roja y en otras con la espalda al descubierto
para dejar visibles las huellas del azotamiento, siempre coronado de espinas y
portando una caña entre sus manos amarradas.
Como tema iconográfico ya fue abordado por grandes
maestros castellanos del siglo XVI, como Alonso Berruguete y Juan de Juni, aunque
sería a partir de los modelos de Ecce
Homo creados por Gregorio Fernández, imbuidos de la esencia
contrarreformista y de la mística teresiana, cuando discípulos y seguidores,
con ligeras variantes, lo convirtieron en un tema muy recurrente para su
contemplación cercana en oratorios y clausuras, estimulando la piedad y la
meditación con un acabado realista en el que, con afán de conmover al
espectador a través de la doliente humanidad de Cristo, los escultores recurren
a un variado uso de postizos, como ojos de cristal, dientes de hueso, corona de
espinos reales, llagas de corcho y piel, telas encoladas, etc. Notables
ejemplares de la escuela vallisoletana se deben a las gubias, entre otros, de José
y Alonso de Rozas, Francisco Alonso de los Ríos y Pedro de Ávila.
Sin embargo, esta tipología alcanzaría su máxima
difusión en la escuela andaluza a través de la obra de Pedro de Mena, que
convirtió la iconografía del Ecce Homo
de medio cuerpo en uno de los tipos escultóricos más característicos de su
producción, siendo numerosos los ejemplares que con ligeras variantes de tamaño
y composición, siempre manteniendo un extraordinario realismo, la posición
cruzada de las manos y la minuciosa aplicación de postizos, salieron de su
taller formando pareja con la figura de la Dolorosa
para suministrar de forma masiva a oratorios y clausuras, en unas ocasiones
como piezas elaboradas en serie y en otras como magistrales obras personales
destinadas a la alta nobleza y al clero, en todos los casos con una factura
inconfundible y una exitosa aceptación.
A caballo entre las influencias castellanas y
andaluzas se presenta esta obra de Juan Alonso Villabrille y Ron, incorporando
al tema del Ecce Homo la tendencia
contrarreformista de provocar un fuerte impacto emocional a través del heroico
gesto del martirio y del cuerpo lacerante del torturado, recursos sabiamente
aprovechados por Villabrille para acentuar el sentimiento piadoso mediante una
depurada técnica con la que realza cada detalle anatómico hasta convertir su
sorprendente realismo en un objeto de veneración.
A la excelente calidad de
talla se suma la policromía, en la que, siguiendo las pautas del arte
cortesano, se amortigua la descarnada serie de hematomas y regueros de sangre
presentes en las obras castellanas y de Mena, aunque mantiene el recurso del
uso de postizos, como los ojos de cristal de mirada perdida, la boca
entreabierta y con los dientes de hueso, la corona de espinos reales, la caña
en la mano y las sogas que se amarran a las muñecas y al cuello del reo.
Siguiendo las pautas estilísticas que emprendió el
estilo barroco en el siglo XVIII, la figura del Ecce Homo de Villabrille abandona la simetría para mover su
impecable anatomía en el espacio sin afectación y con la mayor naturalidad,
equilibrando la colocación de las manos cruzadas en la parte derecha del pecho
con el suave giro de la cabeza hacia la izquierda, añadiendo a la minuciosa
talla de la barba y el cabello el naturalismo del paño de pureza, que sujeto a
la cintura por un cordón presenta pliegues suavemente modelados y elegantemente
equilibrados, destacando un calculado anudamiento en la parte izquierda.
Afortunadamente, como ya se ha dicho, esta escultura devocional aparece firmada
en la superficie de la peana, donde figura de forma bien visible la leyenda
"Ron fat /1726", lo que
despeja de toda duda acerca de su autoría y la coloca entre la producción del
escultor que desempeñó tan importante papel en la transformación de la
escultura madrileña4 del primer tercio del siglo XVIII.
Este Ecce Homo
es una de las obras menos conocidas de Juan Alonso Villabrille y Ron. Sin
embargo, en ella mantiene el alto nivel de calidad de sus obras más divulgadas
y constituye un importante testimonio de los planteamientos estéticos representativos
del ambiente cortesano madrileño tras la muerte en 1683 del portugués Manuel
Pereira, un tiempo dominado por la figura del escultor Pedro Alonso de los
Ríos.
LA ENIGMÁTICA PERSONALIDAD DE JUAN ALONSO VILLABRILLE Y RON
A pesar de que paulatinamente se van conociendo más
datos sobre este escultor, especialmente en lo que se refiere a su catálogo de
obras, las noticias referentes a su personalidad son escasas, algo lamentable
en un escultor que debe ser considerado como uno de los principales
representantes del Barroco tardío español, autor de una obra polifacética tanto
en piedra como en madera y terracota, obras en las que patentiza su gran
maestría.
Juan Alonso Villabrille y Ron. Cabeza de San Pablo, 1707 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
Por un documento de declaración de probanza de
hidalguía, sabemos que nació hacia 1663 en la pequeña aldea de Argul, perteneciente
al concejo de Pesoz, en el occidente de Asturias, donde todavía se conserva la
casa familiar. Era hijo de Juan Alonso Villabrille y de María López Villamil y
Ron, mostrando desde muy joven su inclinación por la escultura. Según Germán
Ramallo Asensio debió de iniciar su formación en la villa de Corias, mientras
que Emilio Marcos Vallaure apunta su posible formación junto al escultor Pedro
Sánchez de Agrela.
En Asturias permaneció hasta 1686, cuando con unos
veintitrés años emprendió su marcha a Madrid, instalándose en la parroquia de
San Ginés. Es posible que comenzara a trabajar junto a Pedro Alonso de los Ríos,
el principal escultor del momento en el ambiente madrileño. Lo que es seguro es
que consiguió abrir su propio taller, en el que fueron aprendices Jerónimo de
Soto y Luis Salvador Carmona, y que en Madrid vivió el resto de su vida.
También sabemos que contrajo matrimonio en dos
ocasiones, la primera hacia 1685 con Teresa García de Muñatones, con la que
tuvo dos hijos: Andrea Antonia y Juan. Su primogénita se casaría con el
escultor José Galbán, colaborador en el taller paterno. Tras el fallecimiento
de su primera esposa, contrajo nuevas nupcias con Jerónima Gómez, de la que
nacieron Pedro y Diego Tomás, que profesarían en la Compañía de Jesús.
Juan Alonso Villabrile y Ron. San Joaquín, Santa Ana y la Virgen Niña, 1er. cuarto siglo XVIII. Museo Nacional de Escultura |
Durante los casi cincuenta años que duró su estancia
en el ambiente cortesano madrileño, su actividad como autor de escultura
religiosa fue prolífica y reconocida, legando al arte español, como continuador
de la tradición de los grandes maestros castellanos y andaluces del siglo XVII,
sorprendentes obras caracterizadas por su impecable ejecución técnica, llegando
a convertirse en el mejor representante de la escultura cortesana tardobarroca
de su tiempo. En su testamento, redactado en Madrid en 1728, dispuso ser
enterrado en la iglesia de San Luis. Aunque no se conoce la fecha exacta de su
muerte, las últimas noticias a él referidas datan de 1732, año en torno al cual
debió de producirse su fallecimiento.
Toda su obra conocida hasta la fecha presenta una
extraordinaria calidad, con un corpus digno de ser destacado. Fuentes antiguas
mencionan bastantes obras, aunque desgraciadamente no todas se han conservado o
no se conoce su paradero. Citaremos aquellas que por sí mismas muestran los
méritos del escultor.
Detalle de San Joaquín y Santa Ana. Museo Nacional de Escultura (Fotos Museo Nacional de Escultura) |
Una de sus primeras obras catalogadas, firmada y
fechada en 1707, es la célebre Cabeza de San Pablo que se conserva en el Museo Nacional de Escultura, que procedente
del vecino convento dominico de San Pablo de Valladolid es una impactante obra
que condensa cien años de tradición escultórica barroca en España, en la que el
escultor hace gala de su genialidad y su plenitud artística al poner de
manifiesto el triunfo del arte de los sentidos al servicio de los fines
doctrinales contrarreformistas.
De fecha imprecisa, entre 1701 y 1730, es el grupo
de San Joaquín, Santa Ana y la Virgen
Niña, que procedente del convento de la Encarnación (Clérigos Menores) de
Valladolid también se conserva en el Museo Nacional de Escultura. Mostrando la
enorme versatilidad y maestría del escultor, las figuras se presentan sumamente
amables e impregnadas del lujo, encanto y elegancia de la corriente rococó,
destacando junto a la calidad de la talla el novedoso tratamiento de las
caracterizaciones y la exuberancia de las indumentarias, realzadas por una
virtuosa policromía a base de motivos florales sobre fondo de oro que les
proporciona una extraordinaria luminosidad.
J. A. Villabrille y Ron. Detalle de San Agustín y Santa Rita de Casia 1er. cuarto siglo XVIII (Fotos Museo Nacional de Escultura) |
Idéntica calidad se repite en las imágenes de San Agustín de Hipona y Santa Rita de Casia, realizadas en
Madrid en el mismo periodo para el convento de monjas agustinas recoletas de
Santa María Magdalena de Alcalá de Henares, actualmente conservadas en el Museo
Nacional de Escultura tras la adquisición por el Estado en 1985 de la colección
barcelonesa del Conde de Güell, puesta en venta por sus herederos.
Entre 1715 y 1720 elaboraba para el asturiano
Fernando Ignacio de Arango Queipo, abad de la Colegiata de San Isidoro de León,
los admirables bustos de la Dolorosa y San Juan, obras en madera policromada
que todavía permanecen en la basílica leonesa y que ponen de manifiesto el
acercamiento a la sensibilidad de Pedro de Mena. El influjo del escultor
granadino se manifiesta de nuevo en el magistral busto de San Pablo, el Ermitaño que se conserva en el Meadows Museum de
Dallas, en el que Villabrille recrea al santo con increíble verismo anatómico,
en este caso en terracota y siguiendo el modelo de la Magdalena penitente que Pedro de Mena realizara en 1664 para la
Casa Profesa de los Jesuitas de Madrid —actualmente en el Museo Nacional de
Escultura como depósito del Museo del Prado—, de la que toma la indumentaria
lacerante confeccionada con palma trenzada y el alarde naturalista como exaltación
de la ascética propugnada por la Contrarreforma.
Juan Alonso Villabrille y Ron. San Pablo el Ermitaño, terracota Meadows Museum, Dallas |
De 1717 data la excelente talla policromada de San Juan Bautista encargada en Madrid
por el obispo Valero para presidir el retablo mayor de la catedral de Badajoz,
obra barroca elaborada por Ginés López entre 1715 y 1717 en la que destaca la talla de Villabrille por su extraordinario dinamismo e impecable
ejecución.
En torno a 1720 Juan Alonso Villabrille y Ron
elaboraba el grupo del Monte Calvario
que preside el retablo de la Buena Muerte de la iglesia de San Miguel de
Valladolid, por entonces Colegio de San Ignacio de la Compañía de Jesús. Su
autoría5 fue dada a
conocer por Jesús Urrea, que señala que el conjunto fue elaborado por
Villabrille previamente a la construcción del retablo y de nuevo interpretando
una composición de Pedro de Mena, en este caso la que el granadino contratara en
1671 para la capilla de la Buena Muerte del Colegio Imperial de la Compañía de
Jesús de Madrid (obra destruida), aunque en el caso del crucificado, anterior
al grupo, el escultor asturiano tomara su inspiración de los modelos
vallisoletanos de Juan de Juni, como también lo hizo en la imagen de la Virgen de la Amargura, una bella
dolorosa con reminiscencias junianas que ocupa la caja abierta en el interior
del basamento del mismo retablo.
Juan Antonio Villabrille y Ron. Monte Calvario, h. 1720 Retablo de la Buena Muerte de la iglesia de San Miguel, Valladolid |
En Madrid Juan Alonso Villabrille y Ron llegaría a
colaborar con el arquitecto Pedro de Ribera en la ornamentación del Puente de
Toledo, para el que en 1723 labró en piedra caliza las efigies de los patronos
de Madrid, San Isidro Labrador y su
esposa Santa María de la Cabeza, esculturas
que fueron colocadas en el interior de unos templetes de aire churrigueresco
colocados sobre el pretil del puente. Hacia 1725 colaboraba de nuevo con el
arquitecto Pedro de Ribera realizando el grupo pétreo del Triunfo de San Fernando sobre los sarracenos que preside la
fastuosa fachada barroca, asentada en 1726, del que fuera Real Hospicio de San
Fernando, actualmente reconvertido en Museo de Historia de Madrid. En ambos
casos colaboró con Juan Alonso Villabrille el joven escultor vallisoletano Luis
Salvador Carmona.
Como ya se ha visto, en 1726 realizaba de nuevo para
Colegio de San Ignacio de la Compañía de Jesús de Valladolid el busto
prolongado del Ecce Homo, obra de
plena madurez cuya calidad se repite en el busto de San Jerónimo que se conserva en la iglesia de San Ginés de Madrid.
Otras
atribuciones en la capital de España son las imágenes de Cristo crucificado de la Cofradía de Gracia y de la iglesia de las
Maravillas, obra mutilada en 1936 y restaurada por Lapayese.
Detalle de San Juan, Cristo y la Magdalena del Monte Calvario |
También conviene recordar que en 1727 a Juan Alonso
Villabrille y Ron le eran encargados los grupos procesionales de la Cena, el Prendimiento y el Descendimiento
para la iglesia de Santa María de San Sebastián, obras en las que colaboró su
yerno José Galván y que no se conservan en la actualidad. Ese mismo año le
llegaba al escultor un encargo desde Asturias, una importante serie de imágenes
destinada a distintos retablos de la colegiata de Pravia, entre ellas un San José con el Niño en el que el
escultor reinterpreta la iconografía tradicional y la dota del mismo dinamismo
que presenta el San Juan Bautista de la catedral pacense. Otro de los retablos
está dedicado a San Joaquín y Santa Ana, con imágenes de fuerte
naturalismo, y en un tercero aparece un meritorio Calvario en el que las actitudes declamatorias de la Virgen y San
Juan se relacionan con la composición conservada en Valladolid.
Detalle de la Dolorosa del Monte Calvario y de la Virgen de la Amargura Iglesia de San Miguel, Valladolid |
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Las
esculturas de Villabrille y Ron del monasterio de San Quirce. Boletín Real
Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, Valladolid, 2001, p. 137.
2 Ibíd. pp. 137-138.
3 Ibíd. p. 138.
Juan Alonso Villabrille y Ron Izda: San Isidro Labrador, 1723. Puente de Toledo, Madrid Dcha: Triunfo de San Fernando, 1725. Hospital de San Fernando, Madrid |
4 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y VV. AA.: Los siglos del Barroco. Ed. Akal, Madrid, 1997, p. 172.
5 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Villabrille
y Ron y la Capilla de la Buena Muerte, de San Ignacio de Valladolid.
Boletín del Museo Nacional de Escultura nº 11, Valladolid, 2007, pp. 22-29.
Juan Alonso Villabrille y Ron Calvario y San José con el Niño, h. 1728. Colegiata de Pravia (Asturias) |
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