26 de mayo de 2017

Theatrum: ECCE HOMO, excelencia naturalista en el barroco tardío











BUSTO DEL ECCE HOMO
Juan Alonso Villabrille y Ron (Argul, Asturias,  h. 1663 - Madrid, h. 1732)
1726
Madera policromada
Monasterio de las Huelgas Reales, Valladolid
Procedente del convento de San Quirce de Valladolid
Escultura barroca española. Escuela cortesana del siglo XVIII













Las dependencias discretamente musealizadas del monasterio cisterciense de Santa María de las Huelgas Reales dan cobijo a esta magnífica escultura del Ecce Homo, en cuya peana aparece la fecha de su elaboración, 1726, y el nombre de su autor: Juan Alonso Villabrille y Ron. La talla, que hoy aparece descontextualizada, procede del recientemente desaparecido Real Monasterio de San Quirce, igualmente de la Orden del Císter, donde haciendo pareja con una Virgen Dolorosa, atribuida a Pedro de Ávila, ambas esculturas ocuparon unos pequeños retablos realizados en 1744 y asentados en los laterales del reparado coro del convento aquel mismo año, que fue inaugurado, según informa Ventura Pérez, en una solemne función presidida por Martín Delgado Cenarro y Lapiedra, por entonces obispo de Valladolid1.

Sin embargo, la obra no había sido realizada originariamente para dicho convento, pues como ha dado a conocer Jesús Urrea, llegó hasta allí procedente de la antigua Casa Profesa de San Ignacio como consecuencia de la expulsión de los jesuitas2, cuya iglesia sería reconvertida en parroquia de San Miguel en 1775. En efecto, el 20 de octubre de 1770 Pedro Rodríguez Campomanes, Presidente del Real Consejo de Castilla, se dirigía a Manuel Rubín Celis, obispo de Valladolid, concediendo la petición realizada por la abadesa del convento de San Quirce de que fueran depositadas en el mismo dos imágenes napolitanas del Niño Jesús y los bustos del Ecce Homo y la Dolorosa, que hasta entonces se hallaban en vitrinas colocadas en la sacristía de la iglesia del clausurado centro de la Compañía de Jesús.

Fue, por tanto, la Compañía de Jesús la que encargó la talla del Ecce Homo al taller madrileño del afamado escultor Juan Alonso Villabrille y Ron, aunque se desconoce en qué circunstancias, apuntando Jesús Urrea como posible causa la relación del artista con los jesuitas, en cuya Compañía profesaron dos de sus hijos, el padre Pedro y el padre Tomás Villabrille y Ron3.

En esta ocasión podemos trazar el periplo de la escultura: elaborada en Madrid en 1726; enviada a Valladolid y colocada dentro de un escaparate en la sacristía de la iglesia de la Casa Profesa de San Ignacio; trasladada en 1770 para recibir culto en el coro del convento de San Quirce y depositada en 2017, como consecuencia del cierre de aquel convento, en el monasterio de las Huelgas Reales.


EL ECCE HOMO DE VILLABRILLE Y RON

La talla sigue una modalidad muy bien acogida en el ámbito castellano, en la que se presenta la figura de Cristo hasta algo más abajo de la cintura, incluyendo el paño de pureza, con las manos cruzadas al frente y descansando sobre una peana muy elaborada, en unas ocasiones con el cuerpo recubierto por una clámide roja y en otras con la espalda al descubierto para dejar visibles las huellas del azotamiento, siempre coronado de espinas y portando una caña entre sus manos amarradas.

Como tema iconográfico ya fue abordado por grandes maestros castellanos del siglo XVI, como Alonso Berruguete y Juan de Juni, aunque sería a partir de los modelos de Ecce Homo creados por Gregorio Fernández, imbuidos de la esencia contrarreformista y de la mística teresiana, cuando discípulos y seguidores, con ligeras variantes, lo convirtieron en un tema muy recurrente para su contemplación cercana en oratorios y clausuras, estimulando la piedad y la meditación con un acabado realista en el que, con afán de conmover al espectador a través de la doliente humanidad de Cristo, los escultores recurren a un variado uso de postizos, como ojos de cristal, dientes de hueso, corona de espinos reales, llagas de corcho y piel, telas encoladas, etc. Notables ejemplares de la escuela vallisoletana se deben a las gubias, entre otros, de José y Alonso de Rozas, Francisco Alonso de los Ríos y Pedro de Ávila.

Sin embargo, esta tipología alcanzaría su máxima difusión en la escuela andaluza a través de la obra de Pedro de Mena, que convirtió la iconografía del Ecce Homo de medio cuerpo en uno de los tipos escultóricos más característicos de su producción, siendo numerosos los ejemplares que con ligeras variantes de tamaño y composición, siempre manteniendo un extraordinario realismo, la posición cruzada de las manos y la minuciosa aplicación de postizos, salieron de su taller formando pareja con la figura de la Dolorosa para suministrar de forma masiva a oratorios y clausuras, en unas ocasiones como piezas elaboradas en serie y en otras como magistrales obras personales destinadas a la alta nobleza y al clero, en todos los casos con una factura inconfundible y una exitosa aceptación.

A caballo entre las influencias castellanas y andaluzas se presenta esta obra de Juan Alonso Villabrille y Ron, incorporando al tema del Ecce Homo la tendencia contrarreformista de provocar un fuerte impacto emocional a través del heroico gesto del martirio y del cuerpo lacerante del torturado, recursos sabiamente aprovechados por Villabrille para acentuar el sentimiento piadoso mediante una depurada técnica con la que realza cada detalle anatómico hasta convertir su sorprendente realismo en un objeto de veneración. 
A la excelente calidad de talla se suma la policromía, en la que, siguiendo las pautas del arte cortesano, se amortigua la descarnada serie de hematomas y regueros de sangre presentes en las obras castellanas y de Mena, aunque mantiene el recurso del uso de postizos, como los ojos de cristal de mirada perdida, la boca entreabierta y con los dientes de hueso, la corona de espinos reales, la caña en la mano y las sogas que se amarran a las muñecas y al cuello del reo.

Siguiendo las pautas estilísticas que emprendió el estilo barroco en el siglo XVIII, la figura del Ecce Homo de Villabrille abandona la simetría para mover su impecable anatomía en el espacio sin afectación y con la mayor naturalidad, equilibrando la colocación de las manos cruzadas en la parte derecha del pecho con el suave giro de la cabeza hacia la izquierda, añadiendo a la minuciosa talla de la barba y el cabello el naturalismo del paño de pureza, que sujeto a la cintura por un cordón presenta pliegues suavemente modelados y elegantemente equilibrados, destacando un calculado anudamiento en la parte izquierda. Afortunadamente, como ya se ha dicho, esta escultura devocional aparece firmada en la superficie de la peana, donde figura de forma bien visible la leyenda "Ron fat /1726", lo que despeja de toda duda acerca de su autoría y la coloca entre la producción del escultor que desempeñó tan importante papel en la transformación de la escultura madrileña4 del primer tercio del siglo XVIII.

Este Ecce Homo es una de las obras menos conocidas de Juan Alonso Villabrille y Ron. Sin embargo, en ella mantiene el alto nivel de calidad de sus obras más divulgadas y constituye un importante testimonio de los planteamientos estéticos representativos del ambiente cortesano madrileño tras la muerte en 1683 del portugués Manuel Pereira, un tiempo dominado por la figura del escultor Pedro Alonso de los Ríos.
                 
LA ENIGMÁTICA PERSONALIDAD DE JUAN ALONSO VILLABRILLE Y RON

A pesar de que paulatinamente se van conociendo más datos sobre este escultor, especialmente en lo que se refiere a su catálogo de obras, las noticias referentes a su personalidad son escasas, algo lamentable en un escultor que debe ser considerado como uno de los principales representantes del Barroco tardío español, autor de una obra polifacética tanto en piedra como en madera y terracota, obras en las que patentiza su gran maestría.

Juan Alonso Villabrille y Ron. Cabeza de San Pablo, 1707
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Por un documento de declaración de probanza de hidalguía, sabemos que nació hacia 1663 en la pequeña aldea de Argul, perteneciente al concejo de Pesoz, en el occidente de Asturias, donde todavía se conserva la casa familiar. Era hijo de Juan Alonso Villabrille y de María López Villamil y Ron, mostrando desde muy joven su inclinación por la escultura. Según Germán Ramallo Asensio debió de iniciar su formación en la villa de Corias, mientras que Emilio Marcos Vallaure apunta su posible formación junto al escultor Pedro Sánchez de Agrela.
En Asturias permaneció hasta 1686, cuando con unos veintitrés años emprendió su marcha a Madrid, instalándose en la parroquia de San Ginés. Es posible que comenzara a trabajar junto a Pedro Alonso de los Ríos, el principal escultor del momento en el ambiente madrileño. Lo que es seguro es que consiguió abrir su propio taller, en el que fueron aprendices Jerónimo de Soto y Luis Salvador Carmona, y que en Madrid vivió el resto de su vida.

También sabemos que contrajo matrimonio en dos ocasiones, la primera hacia 1685 con Teresa García de Muñatones, con la que tuvo dos hijos: Andrea Antonia y Juan. Su primogénita se casaría con el escultor José Galbán, colaborador en el taller paterno. Tras el fallecimiento de su primera esposa, contrajo nuevas nupcias con Jerónima Gómez, de la que nacieron Pedro y Diego Tomás, que profesarían en la Compañía de Jesús.   

Juan Alonso Villabrile y Ron. San Joaquín, Santa Ana y la Virgen Niña,
1er. cuarto siglo XVIII. Museo Nacional de Escultura
Durante los casi cincuenta años que duró su estancia en el ambiente cortesano madrileño, su actividad como autor de escultura religiosa fue prolífica y reconocida, legando al arte español, como continuador de la tradición de los grandes maestros castellanos y andaluces del siglo XVII, sorprendentes obras caracterizadas por su impecable ejecución técnica, llegando a convertirse en el mejor representante de la escultura cortesana tardobarroca de su tiempo. En su testamento, redactado en Madrid en 1728, dispuso ser enterrado en la iglesia de San Luis. Aunque no se conoce la fecha exacta de su muerte, las últimas noticias a él referidas datan de 1732, año en torno al cual debió de producirse su fallecimiento.

Toda su obra conocida hasta la fecha presenta una extraordinaria calidad, con un corpus digno de ser destacado. Fuentes antiguas mencionan bastantes obras, aunque desgraciadamente no todas se han conservado o no se conoce su paradero. Citaremos aquellas que por sí mismas muestran los méritos del escultor.


Detalle de San Joaquín y Santa Ana. Museo Nacional de Escultura
(Fotos Museo Nacional de Escultura)
Una de sus primeras obras catalogadas, firmada y fechada en 1707, es la célebre Cabeza de San Pablo que se conserva en el Museo Nacional de Escultura, que procedente del vecino convento dominico de San Pablo de Valladolid es una impactante obra que condensa cien años de tradición escultórica barroca en España, en la que el escultor hace gala de su genialidad y su plenitud artística al poner de manifiesto el triunfo del arte de los sentidos al servicio de los fines doctrinales contrarreformistas.

De fecha imprecisa, entre 1701 y 1730, es el grupo de San Joaquín, Santa Ana y la Virgen Niña, que procedente del convento de la Encarnación (Clérigos Menores) de Valladolid también se conserva en el Museo Nacional de Escultura. Mostrando la enorme versatilidad y maestría del escultor, las figuras se presentan sumamente amables e impregnadas del lujo, encanto y elegancia de la corriente rococó, destacando junto a la calidad de la talla el novedoso tratamiento de las caracterizaciones y la exuberancia de las indumentarias, realzadas por una virtuosa policromía a base de motivos florales sobre fondo de oro que les proporciona una extraordinaria luminosidad.

J. A. Villabrille y Ron. Detalle de San Agustín y Santa Rita de Casia
1er. cuarto siglo XVIII (Fotos Museo Nacional de Escultura)
Idéntica calidad se repite en las imágenes de San Agustín de Hipona y Santa Rita de Casia, realizadas en Madrid en el mismo periodo para el convento de monjas agustinas recoletas de Santa María Magdalena de Alcalá de Henares, actualmente conservadas en el Museo Nacional de Escultura tras la adquisición por el Estado en 1985 de la colección barcelonesa del Conde de Güell, puesta en venta por sus herederos.

Entre 1715 y 1720 elaboraba para el asturiano Fernando Ignacio de Arango Queipo, abad de la Colegiata de San Isidoro de León, los admirables bustos de la Dolorosa y San Juan, obras en madera policromada que todavía permanecen en la basílica leonesa y que ponen de manifiesto el acercamiento a la sensibilidad de Pedro de Mena. El influjo del escultor granadino se manifiesta de nuevo en el magistral busto de San Pablo, el Ermitaño que se conserva en el Meadows Museum de Dallas, en el que Villabrille recrea al santo con increíble verismo anatómico, en este caso en terracota y siguiendo el modelo de la Magdalena penitente que Pedro de Mena realizara en 1664 para la Casa Profesa de los Jesuitas de Madrid —actualmente en el Museo Nacional de Escultura como depósito del Museo del Prado—, de la que toma la indumentaria lacerante confeccionada con palma trenzada y el alarde naturalista como exaltación de la ascética propugnada por la Contrarreforma.

Juan Alonso Villabrille y Ron. San Pablo el Ermitaño, terracota
Meadows Museum, Dallas
De 1717 data la excelente talla policromada de San Juan Bautista encargada en Madrid por el obispo Valero para presidir el retablo mayor de la catedral de Badajoz, obra barroca elaborada por Ginés López entre 1715 y 1717 en la que destaca la talla de Villabrille por su extraordinario  dinamismo e impecable ejecución.

En torno a 1720 Juan Alonso Villabrille y Ron elaboraba el grupo del Monte Calvario que preside el retablo de la Buena Muerte de la iglesia de San Miguel de Valladolid, por entonces Colegio de San Ignacio de la Compañía de Jesús. Su autoría5 fue dada a conocer por Jesús Urrea, que señala que el conjunto fue elaborado por Villabrille previamente a la construcción del retablo y de nuevo interpretando una composición de Pedro de Mena, en este caso la que el granadino contratara en 1671 para la capilla de la Buena Muerte del Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid (obra destruida), aunque en el caso del crucificado, anterior al grupo, el escultor asturiano tomara su inspiración de los modelos vallisoletanos de Juan de Juni, como también lo hizo en la imagen de la Virgen de la Amargura, una bella dolorosa con reminiscencias junianas que ocupa la caja abierta en el interior del basamento del mismo retablo.    

Juan Antonio Villabrille y Ron. Monte Calvario, h. 1720
Retablo de la Buena Muerte de la iglesia de San Miguel, Valladolid
En Madrid Juan Alonso Villabrille y Ron llegaría a colaborar con el arquitecto Pedro de Ribera en la ornamentación del Puente de Toledo, para el que en 1723 labró en piedra caliza las efigies de los patronos de Madrid, San Isidro Labrador y su esposa Santa María de la Cabeza, esculturas que fueron colocadas en el interior de unos templetes de aire churrigueresco colocados sobre el pretil del puente. Hacia 1725 colaboraba de nuevo con el arquitecto Pedro de Ribera realizando el grupo pétreo del Triunfo de San Fernando sobre los sarracenos que preside la fastuosa fachada barroca, asentada en 1726, del que fuera Real Hospicio de San Fernando, actualmente reconvertido en Museo de Historia de Madrid. En ambos casos colaboró con Juan Alonso Villabrille el joven escultor vallisoletano Luis Salvador Carmona.

Como ya se ha visto, en 1726 realizaba de nuevo para Colegio de San Ignacio de la Compañía de Jesús de Valladolid el busto prolongado del Ecce Homo, obra de plena madurez cuya calidad se repite en el busto de San Jerónimo que se conserva en la iglesia de San Ginés de Madrid. 
Otras atribuciones en la capital de España son las imágenes de Cristo crucificado de la Cofradía de Gracia y de la iglesia de las Maravillas, obra mutilada en 1936 y restaurada por Lapayese.

Detalle de San Juan, Cristo y la Magdalena del Monte Calvario
También conviene recordar que en 1727 a Juan Alonso Villabrille y Ron le eran encargados los grupos procesionales de la Cena, el Prendimiento y el Descendimiento para la iglesia de Santa María de San Sebastián, obras en las que colaboró su yerno José Galván y que no se conservan en la actualidad. Ese mismo año le llegaba al escultor un encargo desde Asturias, una importante serie de imágenes destinada a distintos retablos de la colegiata de Pravia, entre ellas un San José con el Niño en el que el escultor reinterpreta la iconografía tradicional y la dota del mismo dinamismo que presenta el San Juan Bautista de la catedral pacense. Otro de los retablos está dedicado a San Joaquín y Santa Ana, con imágenes de fuerte naturalismo, y en un tercero aparece un meritorio Calvario en el que las actitudes declamatorias de la Virgen y San Juan se relacionan con la composición conservada en Valladolid.    
  
Detalle de la Dolorosa del Monte Calvario y de la Virgen de la Amargura
Iglesia de San Miguel, Valladolid

Informe y fotografías: J. M. Travieso.


NOTAS

1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Las esculturas de Villabrille y Ron del monasterio de San Quirce. Boletín Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, Valladolid, 2001, p. 137.

2 Ibíd. pp. 137-138.

3 Ibíd. p. 138.

Juan Alonso Villabrille y Ron
Izda: San Isidro Labrador, 1723. Puente de Toledo, Madrid 

Dcha: Triunfo de San Fernando, 1725. Hospital de San Fernando, Madrid
4 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y VV. AA.: Los siglos del Barroco. Ed. Akal, Madrid, 1997, p. 172.

5 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Villabrille y Ron y la Capilla de la Buena Muerte, de San Ignacio de Valladolid. Boletín del Museo Nacional de Escultura nº 11, Valladolid, 2007, pp. 22-29.










Juan Alonso Villabrille y Ron
Calvario y San José con el Niño, h. 1728. Colegiata de Pravia (Asturias)















* * * * *

No hay comentarios:

Publicar un comentario