6 de mayo de 2009

Viaje: Crónica napolitana



Sólo hacía tres años que no me acercaba a Nápoles y la verdad es que la ciudad, a pesar de su desastroso tráfico, la suciedad de sus monumentos y el caos general que la domina, sigue haciendo pensar que Nápoles es mucho Nápoles.

Tengo que reconocer que la primera vez que visité Nápoles, era bastante joven y nos metimos por esas calles estrechas que suben del puerto hacia las colinas, siempre llenas de gente, en las que según pasabas con tu mochila eras sometido a una radiografía, pero como no teníamos nada, menos temíamos por nada. Por entonces estuve tres días en Nápoles y recuerdo que el calor del mes de agosto era sofocante y pegajoso, algo común en el litoral mediterráneo, pero especialmente intenso en el sur de Italia.

Aquella experiencia casi juvenil me sirvió en años posteriores para poder ir con grupos a recorrer la que fuera ciudad del reino de Aragón y la vecina costa Amalfitana. Este año con Domus hemos ido en primavera, y he de reconocer que la sensación era otra, el campo aparecía de color verde intenso y las casas estaban adornadas con multitud de flores, de modo que la visión de las villas y las laderas del paisaje eran realmente preciosas, muy distintas al bochorno estival.

Recién llegados, por la mañana pudimos recorrer Pompeya y llegar hasta la Villa de los Misterios, ¡Dios! que pinturas, cada vez me gustan más, y cada vez entiendo menos el culto dionisiaco que aquellas opulentas clases practicaban cuando sus maridos marchaban a los negocios o a la guerra.

Las calles, el Teatro, las Termas, el Foro, el lupanar y el Vesubio, son elementos que forjaron un pasado interrumpido por la erupción. Cuando comenzaron las excavaciones en el lejano reinado de Carlos III de Borbón, hace ahora 271 años de su descubrimiento, poco se imaginaban que en nuestro tiempo miles de turistas sorprendidos recorrerían la ciudad que las lavas del Vesubio hicieron olvidar durante tantos siglos.

La tarde se ponía fea, unas nubes oscuras amenazan el clima bochornoso de Nápoles. Cuando ya estábamos en la ciudad y nos dirigíamos al Museo Arqueológico Nacional, comenzó a llover de forma fuerte y a relampaguear. El autocar nos tuvo que dejar enfrente de la puerta del museo y acceder al mismo corriendo porque la lluvia arreciaba. Recorrer el Museo Arqueológico siempre deja la sensación de que la visita se ha quedado corta, y es verdad. Además, teniendo en cuenta que sólo tres días después de abandonar Nápoles se han expuesto al público cuarenta pinturas procedentes de Recula y Pompeya, que han estado un montón de años restaurándolas, siempre te queda la necesidad de volver de nuevo. Eso será cuando los tiempos de las crisis nos abandonen y la hucha vuelva a estar menos anoréxica.

Desde este Museo decidimos subir en bus hasta la Cartuja de San Martino, hubiéramos tardado menos si lo hubiéramos hecho por el funicular, pero subimos en el autobús, la lluvia había inundado Nápoles y los embotellamientos eran de proporciones considerables. Recorrimos la Cartuja, como si de japoneses se tratase, pero recorrimos casi todo, la iglesia, el claustro, la sala del Prior y muchas de sus dependencias. Sólo nos faltó visitar algunas salas que han acondicionado para exponer barcos que utilizaban los Borbones cuando recorrían la costa en sus días de ocio, cuando las fatigas de la caza así lo aconsejaban. La bajada al hotel se hizo de desear, porque seguía lloviendo. Sabina, la guía, nos ilustraba con sus comentarios sobre los lugares por los que pasábamos, pero la verdad, muchos de la expedición no habían dormido nada y a muchos el sueño les iba venciendo.

Al día siguiente todos nos levantamos con expectación, los pronósticos daban agua, pero la verdad es que el día amaneció con algunas nubes menos amenazantes que el día anterior. Montamos en dos autocares para ir a la Costa Amalfitana. Hicimos dos o tres paradas hasta Positano. Recorrer Positano fue un espejismo, a muchos les gustaba el comercio y las calles estrechas de esta bella ciudad costera, pero deseábamos recorrer la costa en barco y nos habían fijado la hora, motivo que acortó nuestra estancia en Positano. Tomamos el barco y el recorrido fue precioso, la guía nos contaba que allí estaba la villa de fulanito o de perantanita, que más da, eran mansiones que desgraciadamente no están a la mano de la mayoría de los mortales. Por fin llegamos a Amalfi, recorrimos su catedral y callejeamos por ella. Después de comer fuimos recorriendo la costa hasta Sorrento para buscar nuestro destino: Paestum.

Para el viajero, Paestum son palabras mayores. Su basílica y sus templos del siglo V a.C. son los mejores modelos griegos que conozco, quizás no tan espectaculares a nivel de ubicación como los de Sicilia, pero de una calidad, una belleza y un estado de conservación inmejorables. Finalizamos la visita a las ruinas romanas y al museo, donde las pinturas, los vasos y los restos hallados en la zona han permitido fundar un centro muy ilustrativo y descriptivo.

No podía faltar un recorrido nocturno por Nápoles, pero si faltó ir al Gambrinus, a cantar con los Napolitanos, y eso que estuvimos en la puerta. Después llegamos casi todos a la plaza del Plebiscito, tras recorrer el centro de la ciudad, y paseamos por la calle Toledo y la zona del puerto para ver iluminado el Castillo y su monumental puerta marmórea dedicada al primer rey de Aragón, aquel que se apropió de Nápoles.

Al día siguiente era fiesta en Italia y miles de personas acudieron a visitar el Palacio de Caserta, porque es tradición que las gentes de Nápoles vayan a borbonear a sus jardines, antaño reservados para Carlos II y sus distinguidos amigos. Al palacio no pudimos acceder porque las colas eran interminables, pero sí recorrimos los jardines, subimos en autobuses eléctricos y bajamos a nuestro paso, pues era un día de primavera precioso. Después fuimos a Herculano, hacia años que no iba, que siempre depara nuevas sorpresas. He de reconocer que cada día me gustan más estas ruinas. Son mas pequeñas que Pompeya, pero gozan de una fuerza y un estado de conservación que sugieren que en cualquier momento puede aparecer un patricio en su mansión o en las termas.

Regresamos a Nápoles, recorrimos en bus las colinas y llegamos a comer al lado del Gambrinus. Tomamos café en este histórico lugar y decidimos callejear por el Nápoles histórico: la iglesia de Jesús Nuevo (Jesuitas), la iglesia de Santa Clara, el claustro lo hemos dejado para otro momento, al igual que la capilla de Sansevero, cerrada ese dia porque sus guardianes habían decidido hacer fiesta. Llegamos a la catedral y visitamos las capillas de San Genaro y Santa Restituta. Finalizamos regresando al hotel.

Al día siguiente de mañana nos llevaron al aeropuerto y a las tres de la tarde del domingo estábamos en casa. El recuerdo del recorrido por la Costa Amalfitana es inolvidable, pero nos quedan cosas por rematar, estoy seguro que Nápoles bien merece otra visita.

EL DUENDE VIAJERO

En la fotografía, jardines del Palacio Real de Caserta, la Reggia.
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1 comentario:

  1. Buenos dias, acabo de leer el articulo de Napoles, y me ha vuelto a entrar la morriña y los recuerdos de aquel viaje, en el año 2006, aquella Pompeya maravillosa, asi como la costa amalfitana, su paseo en Barco y sus calles estrechas, aunque en aquella vez no nos dio tiempo nada mas que para un helado,Tambien recuerdo Paestum,la suerte de poder ver esas ruinas sin apenas gente.
    Y sobre todo el poder ir con un grupo de gente que hace que el viaje sea mucho mas agradable.

    GRACIAS.

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