El pasado 30 de octubre, El Diario Vasco publicaba una columna de Mikel G. Gurpegui con el título "Me quedo en Valladolid". El hecho de que un vasco, suponemos que experto en "tapeo", valore nuestros vinos y gastronomía ya es todo un halago, pero lo es aún más el que habiendo llegado a nuestra ciudad atraído por la Seminci se haya sentido tan cómodo como en su propia casa donostiarra. ¡Como debe ser!
En estos tiempos que corren supone todo un estímulo el comprobar cómo nos ven desde fuera, lo que nos mueve a reproducir a continuación la columna íntegra con las impresiones del periodista.
ME QUEDO EN VALLADOLID
(Leer escuchando aquella canción tontorrona de "San Sebastián tiene cosas... ").
Aquí me tienen, en Valladolid, y sin ninguna gana de regresar. En materia de alcaldes lenguaraces no entro, pero en lo demás hay que admitir que la capital de Castilla-León empata o gana a San Sebastián. Nos golean objetivamente en oferta de exposiciones y museos, están a una hora de tren de Madrid (y no de autobús de Bilbao, no compararán) y tienen un festival de cine también muy querido por la población, que no es de categoría A pero ni tan mal. Saber que el glamour ni está ni se le espera da mucha tranquilidad.
Si a uno le entra la morriña y quiere sentirse como en Donostia, lo logrará, que puede pasarse todo el día en las mismas tiendas, o en sus franquicias clónicas, vamos, y terminar dejando bote en La Mejillonera. Y los pavos reales de los jardines de Campo Grande no es que recuerden a ellos, es que directamente son los pavos reales de Cristina-Enea (habrá que investigar esa misteriosa red de teletransportación entre parques urbanos).
De la gastronomía, qué quieren que les diga, que en Gipuzkoa habrá mucha estrella Michelin pero en los mesones castellanos se come de maravilla. Como nosotros, tienen sus concursos de pinchos, sin 'tx'. Como sólo ellos, tienen el vino Ribera del Duero. La amable, aseada y paseable Valladolid tiene su espacio recurrente, la Plaza Mayor, por la que acabas pasando varias veces al día, y mi espacio mágico, la iglesia de San Benito, quintaesencia de la austeridad ascética. Ya saben, si no me encuentran es que he conseguido quedarme en Valladolid.
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