5 de noviembre de 2010

Historias de Valladolid: CUANDO CRISTO REGRESÓ AFEITADO o pelillos a la mar



     Afirmaba el arquitecto Constantino Candeira Pérez en su discurso "Alonso Berruguete en el retablo de San Benito el Real de Valladolid", ofrecido con motivo de su investidura como Académico de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción de Valladolid el 20 de enero de 1960, que la presentación del célebre retablo, elaborado por el artista palentino afincado en Valladolid, constituyó en la ciudad un acontecimiento artístico sensacional por una serie de motivos. El primero de ellos por suponer la introducción en Castilla de un arte nuevo, por entonces denominado "a la antigua" o "a la romana", aprendido directamente en Italia y hoy conocido como renacentista, que se contraponía a los modos tardogóticos y flamencos imperantes en la España de su tiempo. Otro motivo era la fama del escultor, que vanidosamente llegó a calificar su obra como la mejor de España. A ello se unía la expectación por la importancia del cliente y el alto precio del encargo, ya que el complejo retablo venía a poner un broche de oro al templo de la congregación de Castilla de la Orden de San Benito, la de mayor prestigio en Valladolid, cuya riqueza y patrimonio cultural superaba incluso a la Colegiata Mayor de la ciudad.

     Casi la misma expectación e idéntico acontecimiento artístico, aunque en un contexto bien distinto, se iba a repetir 477 años después, cuando el retablo fue presentado en la reinauguración del remodelado Museo Nacional Colegio de San Gregorio el 18 de septiembre de 2009. Primero por la nueva recomposición parcial de la obra más célebre de una de las "Águilas del Renacimiento", según estudios complementarios aportados por Manuel Arias Martínez. Después por ser sometido el conjunto a necesarias labores de limpieza y consolidación, recibiendo un trato muy diferente al que sufriera en los almacenes del Palacio de Santa Cruz tras la Desamortización de Mendizábal de 1836. Finalmente por el elevado presupuesto invertido en la rehabilitación del antiguo Colegio de San Gregorio, unas obras que obligaron a su cierre durante once años y que privaron al público de la contemplación al completo de la importante colección escultórica y pictórica, por lo que era esperada su reapertura por los vallisoletanos con auténtica ansiedad.

     Al nuevo y pretencioso complejo museístico, que fue calificado en su inauguración por doña Ángeles González-Sinde, ministra de Cultura, como "el Prado de la escultura", se le pueden achacar ciertas carencias en cuanto a espacios e instalaciones propias de un museo nacional de tal envergadura, pero como sabemos que detrás de ello están los inconvenientes presupuestarios, dejaremos para otro momento los comentarios políticamente incorrectos y nos ceñiremos a lo anecdótico y las curiosidades, un campo fértil en nuestro querido museo.

     Hemos seleccionado el Crucifijo integrante del Calvario que coronaba el retablo de San Benito el Real, cuyo contrato firmó Alonso Berruguete con aquella comunidad el 27 de marzo de 1527 y por el que se comprometía a realizar en un plazo de 4 a 5 años una estructura de 10 metros de ancho y 14 de alto en la que se utilizaría tejo y pino para la arquitectura y nogal para la imaginería. Por este conjunto Berruguete, que había completado su aprendizaje en Italia, cobraría la suculenta suma de 300 ducados anuales más el resultante de una polémica tasación realizada en noviembre de 1532.

     El retablo permaneció presidiendo el templo benedictino durante 300 años, hasta que en 1836 fue afectado por la nefasta Desamortización del gobierno liberal y de forma descuidada más tarde se desmontó y almacenó, sin orden alguno, en el Museo Provincial de Bellas Artes, creado en 1842 y ubicado en el Colegio de Santa Cruz, donde para darle cabida algunas partes de la mazonería incluso fueron serradas. Durante la II República y por iniciativa de Ricardo de Orueta, Director General de Bellas Artes, esta institución pasaría a convertirse en 1933 en Museo Nacional de Escultura, tomando como sede definitiva el histórico Colegio de San Gregorio. Fue entonces cuando comenzó la hipotética reconstrucción del retablo a partir de una escueta documentación y del dibujo del alzado y planta realizado en 1881 por el arquitecto Iturralde, disposición que sería finalmente interpretada por Constantino Candeira como una ardua labor de "puzzle", trabajo a su vez ilustrado en una pintura (ilustración 2) realizada por el vallisoletano Mariano de Cossío (1890-1960) que guarda el propio Museo.

     Una de las partes más destacadas del retablo, tanto por su originalidad como por presentar una composición atípica en los retablos renacentistas españoles, era la colocación del Calvario en el ático asentado sobre el borde de una gran venera de inspiración italiana, visible en su parte cóncava, que cerraba y cubría como un enorme cascarón las calles centrales del retablo. Este Calvario, con parte del remate de la venera, estuvo expuesto en el Museo Nacional de Escultura hasta 1998, momento en que las instalaciones se cerraron para acometer los importantes trabajos de remodelación.

     El grupo escultórico siempre impactó por su gran tamaño, concebido por Berruguete para su contemplación a 15 metros de altura, por las expresivas e inestables figuras manieristas de la Virgen y San Juan y, sobre todo, por la rotundidad del Crucifijo, con su enjuta anatomía despegada de la cruz como la vela insuflada de un barco, como si fuera agitado por el mismo vendaval que mueve los mantos de las figuras acompañantes. Cuando esta imagen de Cristo se despidió en 1998 del por entonces Museo Nacional de Escultura era el más dramático de los crucificados del museo, efecto remarcado por su desgarro y gesto dolorido.

     Tras una larga ausencia de once años, al regresar este Cristo de nuevo a casa en 2009 todo había cambiado. Las salas enteladas habían sido reconvertidas en espacios enyesados en color blanco roto, otras habían sido completamente remodeladas con diseños de vanguardia, todas iluminadas con nueva tecnología e incluso la propia institución había pasado a denominarse Museo Nacional Colegio de San Gregorio.

     Pero entre las imágenes regresadas al museo, todas ellas más limpias y brillantes que nunca, una de las que mostró una radical transformación fue la de este Cristo, que regresó más joven, más aseado, curado de regueros sanguinolentos y -vaya sorpresa- rigurosamente afeitado, casi al extremo de resultar desconocido después de experimentar lo que más parece un "lifting" facial que una restauración.

     Sin duda el trabajo de laboratorio de la empresa Pátina S.L. habrá consistido en despojar a la imagen de postizos aplicados posteriormente para devolverle su aspecto original. El resultado es un cuerpo de encarnación mucho más pálida, un paño de pureza con abundantes brillos dorados, la herida del costado mermada de tamaño y sin regueros de sangre, la cabeza con la melena recortada y el rostro con barba de varios días, completamente diferente a aquella que mostraba abierta en dos puntas que le llegaba hasta el pecho. Y como ocurre en la vida real este detalle define un nuevo aspecto facial, casi hasta chocante por sus rudas facciones de campesino, que sin embargo está acorde con otras figuras del retablo e incluso con el Ecce Homo berruguetesco que también se expone en el museo.

     Desconocemos en qué momento se aplicaron estos postizos y repintes, aunque es posible que fuera cerca de 1800, cuando, según información del Padre Mazón a Isidoro Bosarte, se aplicaron en el retablo modificaciones impuestas por los cambios de culto, momento en que fue arrancada la custodia primitiva para ser colocado en su lugar un ostensorio en forma de tabernáculo barroco del que no disponían los retablos renacentistas, circunstancia que bien pudo ser aprovechada para "retocar" otras figuras.

     También es posible que estos añadidos fueran alguna de las imposiciones de la comunidad benedictina al escultor después del pleito favorable al convento en los arduos trámites de tasación. En este proceso varios artistas españoles se negaron a representar a Berruguete, teniendo que recurrir primero al pintor italiano Julio de Aquilis y después a Felipe Bigarny, con el que había trabajado como socio. Los intereses de los benedictinos, representados y defendidos por el escultor Andrés de Nájera, ganarían el litigio, interpretándose aquel enfrentamiento como un signo de rivalidad artística entre los partidarios de la escultura gótico-flamenca, representados por Andrés de Nájera, y las nuevas tendencias italianas personalizadas en el arte renacentista de Berruguete.

     El hecho es que el dictamen del 29 de julio de 1533 obligaba a Berruguete a corregir distintos errores de ejecución, entre ellos el retoque de la custodia y la figura titular de San Benito, cubrir o sustituir las figuras desnudas de niños (putti) y diversas modificaciones más, entre las que también pudo figurar el aspecto de este enorme crucificado, cuya cabeza fue reinterpretada por un seguidor del escultor en el Cristo del Humilladero (actualmente en la iglesia penitencial de la Santa Vera Cruz de Valladolid), que también muestra larga barba y melena.

     Sirva este imponente Cristo, afeitado por sorpresa, como exponente de la creatividad del escultor de Paredes de Nava, que dejó muestras de su genio en otras célebres figuras integrantes del mismo retablo: San Sebastián, San Cristóbal, El Sacrificio de Isaac, San Jerónimo, etc. Una serie de esculturas elaboradas con un criterio desconocido en España por un artista de carácter arrogante que también trabajó como funcionario cuando después de apoyar al emperador durante la Guerra de las Comunidades fue recompensado con el nombramiento de Escribano del Crimen en la Audiencia y Chancillería de Valladolid. Un escultor que hacia 1540 realizaría su más bello crucifijo para el convento de Santa Úrsula de Toledo y que en 1555 provocaría una nueva protesta del convento de San Benito, junto al que tenía su residencia, por la venta del vino producido en sus propiedades que los monjes consideraron competencia desleal.

Ilustraciones: 1 Aspecto actual del Cristo del Calvario de Alonso Berruguete después de restaurado (foto Jordán). 2 Pintura de Mariano de Cossío con la reconstrucción ideal de Constantino Candeira (Museo Nac. Colegio de San Gregorio). 3 y 4 Detalles del Crucifijo antes de la restauración. 5 El Calvario antes de la restauración, donde se aprecia parte de la venera del retablo y estado actual (foto Jordán). 6 Actual aspecto del Cristo restaurado (foto Jordán) .

Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1104108944071


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