RIMA XLV
En la clave
del arco ruinoso 
cuyas
piedras el tiempo enrojeció, 
obra de
cincel rudo campeaba 
el gótico
blasón.
Penacho de
su yelmo de granito, 
la yedra que
colgaba en derredor 
daba sombra
al escudo en que una mano 
tenía un
corazón.
A
contemplarle en la desierta plaza 
nos paramos
los dos; 
—Y ese —me
dijo— es el cabal emblema 
de mi
constante amor.
¡Ay! Es
verdad lo que me dijo entonces; 
verdad que
el corazón 
lo llevará
en la mano..., en cualquier parte... 
pero en el
pecho, no.
GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
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