CABEZA DE
SAN PABLO
Juan Alonso
Villabrille y Ron (Argul, Asturias, h.
1663 - Madrid, h. 1728)
Firmada y
fechada en 1707
Madera
policromada con postizos de marfil y cristal
Museo Nacional
de Escultura, Valladolid (Procedente del Convento de San Pablo de Valladolid)
Escultura barroca
española. Escuela cortesana
Esta impactante talla en madera policromada
sorprende en dos sentidos. En primer lugar por su verismo, fruto de una
ejecución técnica impecable que resulta fascinante cuando se observa a corta
distancia, permitiendo captar inverosímiles detalles anatómicos en un ejercicio
de verdadero simulacro. En segundo lugar por sus valores dramáticos, insertos
sin complejos en un inusitado tremendismo que puede llegar a afectar la
sensibilidad de algunos espectadores no familiarizados con el drama llevado a
sus últimas consecuencias por una mentalidad barroca genuinamente española. Por
eso se entiende que esta obra fuera descrita por M. Tollemache en su Spanish towns and Spanish pictures
(Londres, 1870) como maravillosa en su ejecución, pero horrible en el tema.
La insólita escultura representa la cabeza de San
Pablo pocos instantes después de haber sido decapitada de un golpe certero.
Aparece exhalando su último suspiro sobre un fondo rocoso recorrido por tres
regueros de agua, sugeridos con vidrios postizos superpuestos, que aluden a la
leyenda de los tres manantiales que brotaron donde rodó la cabeza del apóstol
(leyenda aún recordada en la abadía cisterciense delle Tre Fontane de Roma). En este sentido, supone una innovación
iconográfica respecto a los modelos precedentes realizados por algunos
escultores renacentistas, que siempre trataron el tema presentando la cabeza
aislada con la intención de impactar y conmover ante los valores del martirio,
siguiendo las directrices que sobre el valor de las imágenes impulsara la
Contrarreforma frente a los postulados protestantes, siendo el género de las
cabezas cortadas, especialmente de San Juan Bautista y San Pablo, uno de los más
elocuentes y repetidos en la escuela barroca castellana, con notables ejemplos de esta truculenta iconografía en instituciones e iglesias de Valladolid.
En este caso destaca el tallado minucioso de cada
uno de los elementos físicos, plasmados a escala natural y realzados después
por una virtuosa policromía que aumenta su realismo. Respecto a los modelos precedentes
también es una novedad su actitud declamatoria y su presentación con los ojos
abiertos, que junto a la ligera inclinación de la cabeza y la cascada
curvilínea de las barbas le dotan de un dinamismo y vitalidad sorprendente.
Con enorme habilidad Juan Alonso Villabrille y Ron
describe al apóstol como un hombre maduro, con la frente despejada y profusión
de arrugas, largas y canosas barbas con rizos entrelazados de reminiscencias
miguelangelescas, cuencas oculares hundidas con ojos de cristal en forma de
media luna y con la mirada a lo alto en gesto de entrega mística, así como la boca
abierta, que a corta distancia permite contemplar la lengua y los dientes de marfil,
recordando su última invocación al morir: ¡Jesucristo! Y aún el espectador estremecido
podrá captar otros detalles sutiles, como la comunicación real de la cavidad
bucal con la tráquea en la garganta, así como los pormenores carnosos del
cuello degollado, presentando la paradoja de que una representación de la
muerte aparezca como un verdadero ser viviente, palpitante y en plena tensión,
motivo por el que Wattenberg y Martín González encontraron en esta obra reminiscencias
dramáticas del mítico grupo del Laocoonte.
La obra, a excepción de los riachuelos postizos de
cristal, se conserva en óptimo estado, pudiendo ser apreciada tal y como la
concibió el autor, presentada sobre un atril que sustituye a la tradicional
peana, en cuya base aparece firmada y datada por el artista, y concentrando en
el escueto entorno de la cabeza todo el episodio del martirio. Su suave
modelado recuerda los trabajos en barro, con múltiples detalles mórbidos en la
epidermis, que deja transparentar las venas y forma arrugas que consiguen
desmaterializar la madera, así como la distribución ondulante de cabellos y
barbas, colocados con sutileza para permitir observar el cuello degollado.
La Cabeza de
San Pablo de Juan Alonso Villabrille, condensa cien años de tradición
escultórica barroca en España, después de las aportaciones de Gregorio
Fernández, Martínez Montañés, Alonso Cano, etc., portentosos creadores de
tallas que contempladas de cerca y en su ambiente original producían un fuerte
impacto emocional. Sin embargo, esta obra experimenta nuevos derroteros en un
afán de transgresión, de convicción y de búsqueda de la verdad, aunque para
ello, aunando el misterio y la fuerza de la Naturaleza, recurra al efectismo
tremendista como recurso persuasivo en toda su crudeza.
La impactante cabeza fue admirada en su
emplazamiento original, la sacristía del convento vallisoletano de San Pablo,
por distintos historiadores viajeros, como Ponz y Ceán, siendo también objeto
de la rapiña en 1809, durante la francesada en Valladolid, por parte de L.
Rieux, delegado de la Comisión Imperial de Secuestros, que con la intención de
llevarla a Madrid la depositó previamente en la Real Academia de Matemáticas y
Nobles Artes de Valladolid. De este modo se libró de la destrucción que afectó
a buena parte de los bienes del convento de San Pablo. Los derroteros de la
guerra al final impidieron que finalmente saliese de la ciudad, donde pasó a
formar parte de los fondos del Museo tras el proceso desamortizador de 1836.
La personalidad artística del escultor asturiano Juan
Alonso Villabrille y Ron queda avalada con esta obra firmada que durante mucho
tiempo fue su única obra conocida. Estudios recientes han permitido nuevas
atribuciones a este artista que fuera maestro en Madrid de Luis Salvador
Carmona, algunas de ellas también en Valladolid, como el grupo del Monte
Calvario de la Capilla de la Buena Muerte de la iglesia de San Miguel1 o el Ecce Homo y la Dolorosa del convento de San Quirce2, con un catálogo todavía no demasiado extenso que le sitúa como el escultor más
notable del barroco madrileño y cortesano a caballo entre los siglos XVII y
XVIII, siempre con modelos inspirados en obras barrocas a las que incorpora
nuevas y sorprendentes soluciones.
Fruto de un manifiesto inconformismo, en la Cabeza de San Pablo el escultor hace
gala de su genialidad en una sociedad acuciada por la crisis de su tiempo,
contribuyendo con su exaltación formal a la plenitud del barroco español. Esta
obra, que en cierto modo puede resultar extravagante, es necesario
contextualizarla en la férrea disciplina moral de su tiempo, consiguiendo su autor, a través de la
teatralidad y el lenguaje visual, una imagen que no necesita ningún tipo de
interpretación, puesto que habla por sí misma con la intención de conmover a
cuantos la contemplan, logrando, en definitiva, unos fines doctrinales
contrarreformistas muy eficaces en un momento en que el pesimismo y la
impotencia parecían desbordar al ser humano.
En pocas ocasiones como en esta se pone de
manifiesto el triunfo del arte de los sentidos en la sociedad barroca,
canalizado por un nuevo lenguaje formal concebido para transmitir determinados
mensajes dogmáticos y con características diferenciadoras en cada lugar,
procurando el escultor convertir su obra en un ejercicio de sinceridad que debe
apreciar y meditar el espectador.
La maestría de Juan Alonso Villabrille y Ron queda
resaltada si comparamos esta obra maestra con la versión mimética que realizara
el escultor tordesillano Felipe de Espinabete cincuenta años después, también
conservada en el Museo Nacional de Escultura, muy correcta en su ejecución,
pero sin el pálpito y vitalidad de la creativa cabeza del asturiano.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Fotografías 1 y 4: Museo Nacional de Escultura
NOTAS
1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Villabrille
y Ron y la Capilla de la Buena Muerte, de San Ignacio de Valladolid. Boletín
del Museo Nacional de Escultura nº 11, Valladolid, 2007, pp. 22-29.
2 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Las esculturas de Villabrille y Ron del monasterio de San Quirce. Boletín Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, Valladolid, 2001, pp. 137-138.
2 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Las esculturas de Villabrille y Ron del monasterio de San Quirce. Boletín Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción, Valladolid, 2001, pp. 137-138.
Cabeza de San Pablo. Juan Alonso Villabrille y Ron, 1707 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
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Tuve la oportunidad de observarla de cerca esta primavera, es una obra magnífica, pero existe una gran curiosidad dentro de ella, uno de los dientes es real, me llamó mucho la atención y creo que te resultará interesante el dato.
ResponderEliminarAprovecho para deciros que soy una fiel seguidora de vuestro blog, y que más de una vez me retuerzo de envidia al no poder disfrutar de muchas de las actividades que proponéis, debido a la distancia.
Felicidades por tan magnífico trabajo.