Cabeza de San Juan Bautista. Felipe Espinabete, 1773 Iglesia de San Andrés, Valladolid |
CABEZAS DE SAN JUAN BAUTISTA Y SAN PABLO
8 ejemplares seleccionados:
- Juan de Juni, h. 1545
- Andrés de Rada, 1579
- Torcuato Ruiz del Peral, h. 1745 y 1750
- Juan Alonso Villabrille y Ron, 1707
- Felipe Espinabete, 1760, 1770 y 1773
Madera policromada o barro cocido
Estilo manierista y barroco
Cabeza de San Juan Bautista. Niclaus Gerhaert, h. 1480 Central Slovak Museum, Banská Bystrica |
La iconografía cristiana de algunos santos se
acompaña en ocasiones de elementos un tanto truculentos que aluden a una acción
violenta relacionada con el personaje representado, tanto en su faceta de
verdugo como de víctima. Una de las más antiguas representaciones es la que
presenta al apóstol Santiago a lomos de un caballo blanco, empuñando una espada
y enarbolando un estandarte para rememorar su supuesta aparición en la batalla de Clavijo —23 de
mayo de 844— y muchas veces evocando al enemigo musulmán mediante la colocación
de cabezas cortadas, aún sangrantes, diseminadas bajo el caballo. Igualmente
podríamos encontrar el uso como atributos de cabezas decapitadas en las figuras
de diversos santos y santas (San Denis de París, San Lamberto de Zaragoza,
Santa Catalina, San Vítores, Santa Quiteria, el trío de San Félix, Santa Régula
y San Exuperancio, etc.), una modalidad que alcanza su desarrollo especialmente
durante el estilo gótico, con ejemplos en distintos países europeos.
Será la iconografía referida a San Juan Bautista la
que a partir del siglo XV incorpora algunas variantes a la representación del
Precursor. Si unas veces es presentado participando en el Bautismo de Cristo a orillas del Jordán y en otras como anacoreta en el desierto acompañado de un
cordero —prefiguración del futuro sacrificio de Jesús—, se generalizan las
referencias a su martirio tras el episodio de Salomé, incluyendo aquellas que presentan explícitamente sobre una bandeja de plata la cabeza cortada del que fuera el último de los profetas y el primero de los mártires. Por
citar un ejemplo elocuente y de notable calidad podemos remitirnos a la Cabeza de San Juan Bautista elaborada
hacia 1480 en el círculo del escultor Niclaus Gerhaert van Leyden para una
iglesia de Tajov, hoy conservada en el Central Slovak Museum de Banská Bystrica
(Eslovaquia), un ejemplar gótico entre los más antiguos de los conocidos.
Cabeza de San Juan Bautista. Juan de Juni, h. 1545 Museo Diocesano y Catedralicio, Valladolid |
Pero no hay que ir tan lejos para encontrar muestras
de esta iconografía considerada por algunos como un ejercicio de tremendismo,
pues sin salir de Valladolid podemos reunir un catálogo lo suficientemente
ilustrativo sobre esta modalidad de santas cabezas cortadas que fueron
auspiciadas por una religiosidad no exenta de cierto fanatismo en el intento de
conmover e incitar a la piedad por todos los medios.
Cabeza de San Juan Bautista.
Juan de Juni, h. 1545
Museo Diocesano y Catedralicio,
Valladolid
La imagen más antigua del patrimonio vallisoletano
es la Cabeza de San Juan Bautista que
tallara Juan de Juni hacia 1545 para la iglesia del Aldeamayor de San Martín
(Valladolid), hoy conservada en el Museo Diocesano y Catedralicio de
Valladolid. En ella el escultor borgoñón repite con fidelidad el mismo tipo de
cabeza que había realizado para la figura de Cristo en el grupo del Santo Entierro, culminado apenas un año
antes, con idéntica anatomía vigorosa, el mismo tratamiento en la boca
entreabierta, los ojos cerrados y arqueados y el entrecejo fruncido, aunque en
este caso con mayor volumen en los ensortijados mechones del cabello y los
rizos de las barbas, incorporando una impactante sección del cuello cortado que
deja visible la tráquea y el esófago, aunque prescinde de la bandeja como
soporte, posiblemente realizada aparte y perdida. Una cabeza de intenso
contenido dramático que se muestra deudora, al igual que el Cristo del Santo Entierro, tanto de las cabezas
griegas de Zeus, en su severidad, como de la escultura helenística de
Laocoonte, cuyo hallazgo en Roma en 1506 tanta repercusión tuvo en la forma de
expresar la tragedia en el mundo del arte a lo largo del siglo XVI.
Cabeza de San Juan Bautista. Andrés de Rada, 1579 Iglesia de San Quirce, Valladolid |
Cabeza de San Juan Bautista. Andrés
de Rada, 1579
Iglesia de San Quirce y Santa
Julita, Valladolid
La crudeza de la representación de la cabeza degollada
del Bautista, concebida como un despojo de tanto impacto en la sociedad
sacralizada del momento, fue asumida como emblema por aquellas cofradías entre
cuyos fines estaba la asistencia a los condenados a muerte y su posterior entierro,
como es el caso de la Cofradía de la Sagrada Pasión de Valladolid, en cuyo
patrimonio no sólo guarda un ejemplar de la Cabeza
de San Juan Bautista colocada sobre una bandeja, sino también el cuerpo
completo del Precursor arrodillado junto al tajo con las manos atadas al frente
y recién descabezado, formando con la cabeza separada del cuerpo un desgarrador
grupo escultórico del patrón de la Cofradía con fines procesionales y con un explícito
contenido violento como exaltación del martirio.
El autor de esta obra es el cántabro Andrés de Rada,
un discreto escultor, por entonces residente en Valladolid y cofrade de la
Pasión, que la elaboró en 1579 contando con la colaboración de Juan Díez en la
policromía. La cabeza, que sigue el modelo juniano, se presenta inclinada
ligeramente sobre su lado derecho, con el cuello seccionado y ensangrentado bien
visible, los ojos cerrados, la boca entreabierta y los cabellos en forma de
largos mechones rizados y diseminados simétricamente sobre una bandeja de
aspecto metálico, trabajados, como la barba, siguiendo el estilo de Esteban
Jordán. Tiempo después se incorporarían reliquias en el cabello dando a la
cabeza el tratamiento de relicario, incluyendo su colocación al culto en un
retablo en el interior de una urna.
Cabeza de San Juan Bautista en su urna. Andrés de Rada, 1579 Iglesia de San Quirce, Valladolid |
Andrés de Rada es un escultor bastante desconocido perteneciente
al grupo de escultores cántabros que aparecen trabajando en Valladolid en las
últimas décadas del siglo XVI, en su caso adscrito al círculo clasicista vallisoletano
y con una obra que le muestra como seguidor de Juan de Juni y de las
experiencias romanistas de Esteban Jordán. Se sabe que en Valladolid trabajó en
el taller del rejero Tomás de Celma, donde realizó una serie de medallones con
santos y virtudes para la reja de la iglesia de San Benito, que hizo un retablo
dedicado a San Miguel para la iglesia de San Pablo y que en 1592 cobraba como
autor de la decoración de las galeras de Felipe III que surcaban el Pisuerga
junto al Palacio de la Ribera.
La titularidad del Bautista en la Cofradía de la
Sagrada Pasión obedece a la homologación de la misma desde 1576 con la Venerable
Compañía de San Juan Bautista Degollado de Roma, también conocida como la
Misericordia, que había sido fundada en 1488 por un grupo de florentinos
residentes en la ciudad eterna y cuyas bulas, exenciones, privilegios e
indulgencias serían compartidas en Valladolid en virtud de una concesión
otorgada por el papa Paulo III por su labor asistencial a los ajusticiados.
Cabeza de San Juan Bautista. Torcuato Ruiz del Peral, h. 1745 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
Introducción de la iconografía
en Andalucía
La tipología de Cabeza
de San Juan Bautista elaborada por Juan de Juni y continuada por Andrés de
Rada es el precedente renacentista más inmediato de toda una iconografía
posterior que alcanzó su máximo apogeo en el Barroco, después de que el
Concilio de Trento (1545-1563) dictaminara la conveniencia de utilizar las reliquias
e imágenes como recurso para el adoctrinamiento de los fieles, encontrando en
el arte un medio apropiado para convertir, persuadir, conmover y estimular la
práctica de la piedad, siempre con un deseo propagandístico y difusor del dogma
católico frente al rechazo de las representaciones plásticas por parte del
protestantismo, que redujo sus recursos a las predicaciones, la lectura, la
música y el canto. En el deseo de transmitir sentimientos, los artistas,
especialmente los escultores, se ajustan a los deseos de la Iglesia y se afanan
por mostrar imágenes lo más realistas y emocionales posible, encontrando en los
dolores de la Pasión y el martirio de los santos unos temas especialmente
adecuados para conmover, alcanzando el culmen con la realista representación de
santos decapitados a tamaño natural, cuyas cabezas eran encerradas en urnas de
cristal, portátiles por su tamaño, que adquirían la significación de auténticos
relicarios, recibiendo un tratamiento y una veneración similar a las reliquias.
Cabeza de San Juan Bautista. Gaspar Núñez Delgado, 1591 Museo de Bellas Artes, Sevilla |
Aquellos primeros modelos renacentistas castellanos
serían introducidos en Andalucía de la mano de Gaspar Núñez Delgado, pionero de
posteriores y depurados ejemplares realizados por Martínez Montañés, Juan de
Mesa y Alonso Cano en plena efervescencia del deslumbrante barroco andaluz.
Cabeza de San Juan Bautista.
Gaspar Núñez Delgado, 1591
Museo de Bellas Artes, Sevilla
Un buen intérprete del género de cabezas cortadas
sería Gaspar Núñez Delgado, un escultor de origen castellano llegado a Sevilla
poco antes de 1575 y allí formado como oficial en el taller de Juan Bautista
Vázquez el Viejo, otro escultor castellano que se convertiría en el verdadero
motor de la nueva y pujante escuela sevillana. De Gaspar Núñez Delgado el Museo
de Bellas Artes de Sevilla (como donación de González Nandín) conserva la Cabeza de San Juan Bautista que tallara
en 1591 y que sigue de cerca el modelo juniano, aunque ya reposando sobre una
casi imperceptible bandeja.
La obra de este escultor que fuera maestro de Juan
Martínez Montañés y que está documentado en la capital hispalense entre 1576 y
1606, supone la transición desde la impronta manierista y el romanismo
miguelangelesco hacia una línea más emotiva y temperamental basada en la
búsqueda de un naturalismo muy bien comprendido por la sensibilidad popular,
utilizando como recursos el movimiento de las vestimentas y sobre todo una fina
talla de los cabellos tanto en los modelos de madera como de marfil o barro,
anticipándose con ello a la eclosión de la escuela barroca sevillana
representada por Juan de Mesa.
Cabeza de San Juan Bautista. Juan de Mesa, 1625 Catedral, Sevilla |
Cabeza de San Juan Bautista.
Juan de Mesa, 1625
Catedral, Sevilla
Buen ejemplo del genio de Juan de Mesa
(Córdoba,1583-Sevilla,1627) es la impactante Cabeza de San Juan Bautista que procedente del convento de Santa
Clara se conserva en la catedral de Sevilla. Tallada en 1625, en plena madurez del
escultor, aparece ante nuestros ojos
como un ejercicio de anatomía forense de fuerte naturalismo. En este sentido,
el dramatismo impregnado por Juan de Mesa se acerca a la sensibilidad dramática
de la imaginería castellana, aportando una estética basada en el realismo
recalcitrante como fase final de un proceso basado en el estudio del natural,
lo que confiere a sus imágenes el valor de verdaderos retratos, con un realismo
tan convincente que, como en este caso, llega a relegar a un segundo plano la
truculencia del tema abordado, a pesar de la precisión con que está representado el
corte del cuello, donde se distinguen perfectamente la tráquea, el esófago y los músculos
paraespinales.
Juan de Mesa concentra sus habilidades en esta talla
sevillana, que presenta como marca de taller el característico gran mechón de
pelo sobre la frente, un elemento heredado de su maestro, Juan Martínez
Montañés. Contribuye a realzar su fuerte realismo una policromía aplicada con
sutileza a través de tonos muy difuminados y una encarnación mate, uniéndose
con armonía los trabajos de talla y pintura. Actualmente la cabeza se presenta
sobre una base de plata que no es la original.
Ángel con la cabeza de San Juan Bautista. Alonso Cano, h. 1650 Museo de Bellas Artes, Buenos Aires |
Ángel con la cabeza de San Juan
Bautista. Alonso Cano
Museo de Bellas Artes, Buenos
Aires
En el afán por revitalizar tan escueta iconografía,
no faltan en el barroco andaluz intentos innovadores sobre la presentación de
las santas cabezas cortadas. Un buen ejemplo es el Ángel con la cabeza de San Juan Bautista que se conserva en el
Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, una obra realizada en barro cocido y
atribuida al polifacético Alonso Cano (Granada, 1601-1667), donde la cabeza
aparece depositada sobre un paño que sujeta la figura infantil de un ángel doliente.
En esta obra el escultor granadino utiliza como interlocutor del drama al
infante, que descubre el martirio al espectador, utilizando la morbidez que
facilita el barro para ofrecer una imagen de convincente realismo, aunque con
la vena dramática un tanto atemperada, como es habitual en el artista, con un
modelado preciso y suave que se podría emparentar con la Virgen de Belén que conserva el Museo de la Catedral de Granada.
Cabeza de San Juan Bautista.
Torcuato Ruiz del Peral, h. 1745
Museo Nacional de Escultura,
Valladolid
De nuevo la iconografía, ya convertida en
tradicional, es retomada por el granadino Torcuato Ruiz del Peral (Exfiliana,
Granada, 1708-1773), uno de los escultores más interesantes del tardobarroco
español que se formó como escultor en Granada junto a los hermanos Diego y José
de Mora, discípulos de Alonso Cano, y completó sus estudios como policromador
junto a José Risueño. Entre la década de 1740 y 1750 elaboró repetidamente
distintas cabezas de San Juan Bautista, llegando a convertirse en un verdadero
especialista del tema. Entre las obras conocidas figuran las conservadas en la
catedral de Granada y en el oratorio gaditano de San Felipe Neri, junto a otras
dos que forman parte de los fondos del Museo Nacional de Escultura de
Valladolid, dos de ellas en madera y las otras dos en barro cocido.
Cabeza de San Juan Bautista. Torcuato Ruiz del Peral, h. 1745 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
La Cabeza de
San Juan Bautista de Ruiz del Peral que guarda el Museo Nacional de
Escultura, tallada en madera a tamaño natural, presenta la cabeza depositada
sobre una bandeja dispuesta en forma de talud, que apenas es perceptible por
estar cubierta por un paño de tonos verdosos con abundantes pliegues.
El rostro aparece demacrado, con los ojos cerrados y hundidos, la nariz afilada y la boca entreabierta, con la frente muy despejada y una larga cabellera cayendo por los lados. Su trágico realismo se realza con una hábil policromía, posiblemente aplicada por el mismo artista, con partes tumefactas violáceas, pestañas pintadas y regueros sanguinolentos en la nariz y el cuello, consiguiendo un exacerbado realismo concebido para ser contemplado a corta distancia y transmitir con su dramatismo el mensaje doctrinal del martirio.
Cabeza de San Juan Bautista.
Torcuato Ruiz del Peral, h. 1750
Museo Nacional de Escultura,
Valladolid
Cabeza de San Juan Bautista. Torcuato Ruiz del Peral, h. 1750 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
La otra versión de la Cabeza de San Juan Bautista, en este caso realizada por Ruiz del
Peral en terracota en un año próximo a la anterior, muestra igualmente un extraordinario realismo
conseguido con un virtuoso modelado del barro que le proporciona una
sorprendente morbidez. En ella el escultor prescinde del paño y coloca
directamente la cabeza sobre una bandeja, en una posición ligeramente inclinada
hacia su izquierda. Los rasgos anatómicos son idénticos, con un rostro enjuto
de frente despejada, nariz afilada, boca entreabierta y ojos hundidos y
ligeramente abiertos con la mirada perdida, con los cabellos desparramados por
una bandeja metálica de brillos cobrizos según una efectista policromía
aplicada por el propio escultor. La escultura es un buen ejemplo de las obras
encargadas en el siglo XVIII para oratorios privados, en las que el escultor se
esmera en los detalles y en proporcionar a la imagen una fuerte carga
sentimental y emocional capaz de conmover a simple vista.
Cabeza de San Pablo. Juan Alonso
Villabrille y Ron, 1707
Museo Nacional de Escultura,
Valladolid
A esta iconografía de santas cabezas cortadas se
incorpora durante el Barroco la representación de la cabeza del apóstol San
Pablo, que aunque prescinde de su colocación sobre una bandeja también recurre
a una serie de elementos ambientales y narrativos, como su colocación sobre un
fondo pedregoso por el que discurren pequeños riachuelos recordando la leyenda
de los manantiales que brotaron donde rodó la cabeza del apóstol, al que se
representa como un anciano con gesticulación mística.
Cabeza de San Pablo. Juan Alonso Villabrille y Ron, 1707 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
La cumbre de este tipo de
representación la podemos encontrar en la Cabeza
de San Pablo elaborada por Juan Alonso Villabrille y Ron (Argul,
Asturias, h. 1663 - Madrid, h. 1728) en
1707 y expuesta en el Museo Nacional de Escultura, donde ingresó tras el
proceso desamortizador procedente de la sacristía del convento de San Pablo de
Valladolid, una obra a la que, por su carácter innovador y naturalista,
dedicamos un artículo monográfico.
Cabeza de San Pablo. Felipe
Espinabete, 1760
Museo Nacional de Escultura,
Valladolid
Superada la mitad del siglo XVIII, fue el escultor
Felipe Espinabete (Tordesillas, 1719-Valladolid, 1799) quien continuó la
tradición de representar cabezas cortadas devocionales, tanto la de San Juan
Bautista colocada sobre un bandeja como la de San Pablo sobre un fondo pedregoso.
Como dato ilustrativo del grado de aceptación de este tipo de iconografía que
hoy nos puede resultar tan truculenta, se conocen hasta ocho ejemplares de
cabezas cortadas realizados por Felipe Espinabete en su obrador de Valladolid y
distribuidos por distintos lugares, lo que supone la pervivencia de la estética
barroca más tradicional hasta las postrimerías del siglo XVIII.
Cabeza de San Pablo. Felipe Espinabete, 1760 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
La obra trata de emular el impactante modelo creado por
Juan Alonso Villabrille más de cincuenta años antes, lo que coarta en cierta
medida la creatividad del escultor, que con su limitaciones técnicas no logra
alcanzar con tan dramática instantánea el equilibrio formal y la expresividad
del modelo original, aunque su factura sea correcta y el uso de postizos de
marfil (dientes) y cristal (ojos y gotas del pavimento) le ayuden a cumplir su
cometido.
Como en el modelo de Villabrille, se mueve entre los
indeterminados instantes que separan la agonía de la muerte, con un rostro que
exhala su último suspiro con la boca muy abierta y los ojos elevados al
infinito. Respecto al modelo que imita se aprecian algunas variantes, como la
barba en forma de dos largas puntas con mechones rizados que se apartan hacia
la derecha para permitir contemplar fácilmente el tajo del cuello, los mechones
de cabellos y barba recorridos por finas líneas paralelas y, sobre todo, en el
fondo, aquí con un cuarteado pedregoso poco naturalista en el que se colocaban
añadidos de cristal que simulaban gotas para aludir a los tres manantiales que
según la tradición piadosa brotaron donde se golpeó la cabeza del apóstol.
Otra versión de la Cabeza de San Pablo atribuida a Espinabete, aunque realizada en
barro policromado y sin la base pedregosa, se conserva en el Museo de Santa
María de Mediavilla de Medina de Rioseco. Asimismo, una Cabeza de San Juan Bautista tallada en madera por Felipe Espinabete
se expone en el museo del monasterio del Sancti Spiritus el Real de Toro
(Zamora).
Cabeza de San Juan Bautista. Felipe Espinabete, h. 1770 Museo del Monasterio de las Huelgas Reales, Valladolid |
Cabeza de San Juan Bautista.
Felipe Espinabete, h. 1770
Museo del Monasterio de las
Huelgas Reales, Valladolid
De Felipe de Espinabete también se guardan en
Valladolid dos cabezas de San Juan Bautista colocadas sobre sendas bandejas,
una destinada al interior de una clausura y otra al culto en el banco de un
retablo de una iglesia, ambas realizadas en época posterior a la de San Pablo y
ambas preservadas dentro de urnas. En ellas el artista trabaja con mayor
libertad y ello se traduce en un repertorio de gran calidad en el que deja su
impronta y un estilo reconocible respecto a los modelos de Ruiz del Peral.
Una Cabeza de
San Juan Bautista de las que realizara Felipe Espinabete se conserva en el
Museo del Monasterio cisterciense de las Huelgas Reales de Valladolid, en cuya
clausura ha venido recibiendo culto en el interior de una urna ochavada
realizada en el siglo XVIII expresamente para la talla, elaborada por el
tordesillano alrededor de 1770, lo que ha permitido mantener un excelente
estado de conservación. De tamaño natural, como es habitual, la cabeza se
presenta reposando en una bandeja dorada, con labores a punta de pincel en los
bordes, simulando estar colocada en un atril. La cabeza, de trazado bastante
estilizado, está ligeramente inclinada hacia la derecha, con los ojos cerrados,
la boca entreabierta, barba corta y melena filamentosa y desparramada, dejando
visible en primer plano la impactante sección sangrante del cuello seccionado,
que está resuelta con un realismo que se acerca al estudio científico.
Complementan el efecto realista el uso de postizos en los dientes y una
policromía aplicada con valores de pintura de caballete.
Cabeza de San Juan Bautista. Felipe Espinabete, 1773 Iglesia de San Andrés, Valladolid |
Cabeza de San Juan Bautista.
Felipe Espinabete, 1773
Iglesia de San Andrés,
Valladolid
Muy similar es la Cabeza de San Juan Bautista realizada por Felipe Espinabete en 1773
y conservada presidiendo el banco de un retablo rococó que bajo la advocación
de la Virgen de las Candelas está situado en el lado derecho del testero de la
iglesia de San Andrés. Es el único ejemplar de esta selección que no aparece
musealizado, sino que continúa al culto ocupando el lugar para el que fue
concebido, dentro de una urna con decoración dieciochesca que a través de un
óculo de cristal permite su contemplación a corta distancia.
El modelo repite la tipología habitual de
Espinabete, con la cabeza del Bautista colocada sobre una bandeja circular, con
los cabellos desparramados, en este caso con un bucle sobre la frente, barba
corta de puntas simétricas, ojos entreabiertos de cristal y boca abierta con
regueros de sangre en las comisuras y aplicaciones de marfil en los dientes.
Para su perfecta contemplación está dispuesta con la bandeja de forma
inclinada, como apoyada en un atril, en la que se sustituye la orla decorativa
por una inscripción identificativa del santo. Su gesto entre sufriente y
resignado provoca un fuerte impacto emocional, poniendo en evidencia como el
arte barroco era utilizado para emocionar a través de los sentidos.
Informe: J. M. Travieso.
Nuestro agradecimiento a la
Cofradía de la Sagrada Pasión de Valladolid (fotos 4 y 5) y al Museo Nacional
de Escultura (fotos 11 y 13) por autorizar el uso de imágenes de su propiedad
en este artículo.
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