SEPULCRO DEL OBISPO DON
CRISTÓBAL DE ROJAS Y SANDOVAL
Diseño:
Pompeo Leoni (Milán, 1553-Madrid, 1608)
Ejecución: Juan
de Arfe y Villafañe (León, 1535-Madrid, 1603) y Lesmes Fernández del Moral
1603
Bronce
dorado
Colegiata de
San Pedro, Lerma (Burgos)
Escultura y
orfebrería renacentista. Escuela cortesana
BREVE APUNTE BIOGRÁFICO DE DON CRISTÓBAL DE ROJAS Y SANDOVAL
Cristóbal de Rojas y Sandoval era hijo de la dama
guipuzcoana Dominga de Alcega, perteneciente a una noble familia relacionada
con las actividades marineras, y de Bernardo de Rojas y Sandoval, marqués de
Denia, al que Carlos V confió en Tordesillas a su madre la reina Juana. Nació
en Fuenterrabía el 26 de julio de 1506 y, como tantos vascos, estudió en Alcalá
de Henares, pasando a colegial del Colegio Mayor de San Ildefonso después de
doctorarse en Teología.
Su talento y buena fama fueron reconocidos por el
emperador Carlos, que le eligió como capellán acompañante durante varias jornadas.
Durante una estancia en Ratisbona (Alemania) con el séquito imperial, fue
propuesto como obispo de Oviedo, diócesis que ocupó en octubre de 1546 y desde
la que se trasladó para asistir a la primera fase del Concilio de Trento,
celebrada entre 1545 y 1549. En mayo de 1556 fue confirmado por Pío IV como
obispo de Badajoz, donde permaneció durante seis años, hasta que Felipe II,
después del fallecimiento del emperador en Yuste en 1558, le ofreciera primero
el obispado de Córdoba, del que tomó posesión en 1563 y donde puso en práctica
las decisiones conciliares de Trento, y después la silla arzobispal de Sevilla,
que ocupó por poderes en 1571 y personalmente en 1572, ostentando este cargo
hasta el momento de su fallecimiento.
Ocupando la cátedra hispalense, en 1575 tuvo la
ocasión de encontrarse con Teresa de Jesús, que había llegado a la ciudad en su
periplo fundacional de nuevos conventos de carmelitas. Pero el prelado
Cristóbal de Rojas y Sandoval le propuso la reforma de los conventos sevillanos
existentes antes que nuevas fundaciones, aunque favoreció mucho a la santa abulense
y su reforma, narrando Santa Teresa el momento en que este obispo se postró
ante ella solicitando su bendición.
Cristóbal de Rojas permanecería como arzobispo de
Sevilla desde 1571 hasta 1580, protagonizando importantes episodios para la
ciudad hispalense, entre ellos la fundación de la hermandad del Dulce Nombre en
la iglesia de San Vicente y el compromiso de Felipe II para la creación de la
Lonja de mercaderes, ambos en 1572, así
como la inauguración en la catedral, en 1579, de la Capilla Real de Nuestra
Señora de los Reyes, a la que fueron trasladados en solemne procesión los
restos de San Leandro, de Fernando III y su esposa doña Beatriz, de Alfonso X
el Sabio, de doña María de Padilla, del maestre de Santiago don Fadrique y de
los infantes Alonso y Pedro, ceremonia a la que asistieron treinta cofradías
con sus estandartes, junto a benedictinos, jerónimos y cartujos, miembros de
las Órdenes militares de Alcántara, Calatrava y Santiago y de instituciones
como la Inquisición, la Universidad y el Tribunal de Contratación, con la
participación masiva de los gremios y del pueblo sevillano. En 1580 consagró a
Toribio de Mogrovejo, que después llegaría a santo, como arzobispo de Lima.
Con el ánimo de realizar algunas fundaciones
piadosas en su tierra natal, Cristóbal
de Rojas y Sandoval emprendió un viaje hacia el norte, pero el 22 de septiembre
de 1580 le sorprendió la muerte en la población de Cigales (Valladolid), por
aquellos días ocupada en recoger la cosecha de sus prestigiosos viñedos.
EL SEPULCRO DE LA COLEGIATA DE SAN PEDRO DE LERMA
Don Cristóbal de Rojas y Sandoval era tío de don
Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, más conocido como Francisco de Sandoval y
Rojas, el célebre Duque de Lerma, que llegaría a ser el personaje más poderoso
durante el reinado de Felipe III. Este, hijo del marqués de Denia y nieto de
San Francisco de Borja, había nacido en 1553 en Tordesillas (Valladolid) y se
había educado en la corte madrileña de Felipe II bajo la protección de su tío don
Cristóbal de Rojas y Sandoval, arzobispo de Sevilla, llegando a ser
gentilhombre de la casa del príncipe Felipe —futuro Felipe III—, momento en que
comienza a ejercer su influencia sobre el príncipe hasta ser nombrado virrey de
Valencia, caballerizo mayor y consejero del monarca, el cual, tras ser coronado
en 1598 a la muerte de Felipe II, le otorgó un año después el título de Duque
de Lerma.
Desde entonces, el ambicioso Duque de Lerma, influyente
personaje convertido en verdadero valido del pusilánime Felipe III, comenzó a
utilizar los recursos reales en beneficio propio a través del tráfico de
influencias y la venta de cargos públicos, consiguiendo, con sus maquiavélicas
maniobras de corrupción, apartar del poder al resto de cortesanos y manejar a
su antojo la voluntad del monarca. Inmensamente rico, entre sus actividades
destacó la labor de mecenazgo en la Villa Ducal de Lerma (Burgos), donde empleó
grandes sumas en embellecerla al estilo de las cortes europeas, dotándola de un
elegante palacio precedido de una enorme plaza, de cotos de caza, jardines de
recreo, una colegiata dedicada a San Pedro y un nutrido grupo de conventos e
iglesias, para lo que fueron contratados los más importantes arquitectos y
utilizados los más nobles materiales.
Del mismo modo, su influencia fue decisiva para el
traslado de la corte de Felipe III de Madrid a Valladolid en 1601, donde
previamente había comprado a los herederos de Francisco de los Cobos sus
grandes casonas de la Corredera de San Pablo, sobre las que se levantó un
Palacio Real al que, como centro palatino dedicado a la actividad
administrativa y política, complementó con el lujoso Palacio de la Ribera,
situado en una finca que el Duque de Lerma había adquirido a orillas del Pisuerga,
escenario de continuas fiestas y lugar de recreo de la familia real,
consiguiendo revitalizar y engrandecer a la ciudad de Valladolid del mismo modo
y con el mismo criterio que lo hiciera en Lerma.
Como es natural, en aquella sociedad sacralizada del
tiempo de Francisco de Sandoval y Rojas, el engrandecimiento de Valladolid vino
acompañado del asentamiento en la ciudad de nuevas órdenes religiosas y de la
construcción de numerosos conventos e iglesias por todo su entramado urbano,
algunas, como la de San Diego, fundada por el propio Duque de Lerma. Sin
embargo, su interés se centró en la iglesia de San Pablo, a la que, por su
vecindad al Palacio Real y al estar en construcción la catedral, intentó
convertir en centro religioso del complejo palatino, duplicando para ello la
altura de la nave y de la fachada y adquiriendo el patronato de la capilla
mayor, donde proyectó la colocación de sus sepulcros familiares a imitación de
los cenotafios reales de Carlos V y Felipe II en El Escorial.
En la capilla mayor de la espectacular y remozada
iglesia de San Pablo de Valladolid, el Duque de Lerma dispuso el enterramiento
de los grandes de su familia, con su efigie y la de doña Catalina de la Cerda
Manuel, su esposa, en el lado del Evangelio, y las de sus tíos don Bernardo
Sandoval y Rojas, cardenal-arzobispo de Toledo (1599-1618), y don Cristóbal de
Rojas y Sandoval, arzobispo de Sevilla (1571-1580), en el lado de la Epístola1.
Las cuatro estatuas orantes en bronce fueron encargadas al milanés Pompeo Leoni,
autor de los cenotafios escurialenses y cuya majestuosidad se quería imitar.
Pompeo Leoni, presente en Valladolid para realizar
trabajos en el Palacio Real y en la iglesia de San Diego, trabajó durante cinco
meses en el modelado de las suntuosas figuras de don Francisco Gómez de
Sandoval y su esposa doña Catalina de la Cerda Manuel, participando en el
trabajo los ayudantes Millán de Vimercado y Baltasar Mariano, también
colaboradores en los trabajos decorativos del Palacio Real. Asimismo, Pompeo
Leoni realizó el diseño de las efigies de don Bernardo y don Cristóbal, sus
tíos eclesiásticos, siempre siguiendo los precedentes de El Escorial, con las
figuras superando el tamaño natural, representados de rodillas y en actitud
orante, reposando sobre cojines y con las manos unidas al frente, las cabezas
trabajadas como minuciosos retratos idealizados y precedidas de un reclinatorio
cubierto por ricos paños sobre el que reposan los principales atributos
identificativos, siempre buscando el engrandecimiento de los personajes.
Finalizado el modelado en Valladolid, las piezas se
llevaron a Madrid para ser fundidas, por el procedimiento de la cera perdida,
por el escultor y orfebre Juan de Arfe y Villafañe, célebre por sus custodias
procesionales en plata, que prácticamente ejecutó en su totalidad la escultura
en bronce dorado de don Cristóbal de Rojas y Sandoval, cuyo trabajo, tras la
muerte de Juan de Arfe en 1603, fue rematado por su yerno, el destacado platero
y escultor burgalés Lesmes Fernández del Moral, siempre a petición del duque de
Lerma y bajo el asesoramiento de Pompeo Leoni.
La impresionante escultura en bronce de don
Cristóbal de Rojas y Sandoval no fue colocada, como estaba previsto, en el
presbiterio de la vallisoletana iglesia de San Pablo, sino que en 1608 fue
trasladada y asentada en la iglesia colegial de San Pedro de Lerma, por él
fundada y rematada en 1617 por el Duque de Lerma, donde luce majestuosa sobre
un amplio pedestal de piedra colocado junto a un pilar del lado del Evangelio y
frente al altar mayor, sin duda la obra más importante del templo.
Don Cristóbal de Rojas y Sandoval aparece
arrodillado y revestido de pontifical en referencia a su rango episcopal en
Oviedo, Badajoz, Córdoba y Sevilla, recubierto con una espectacular capa
pluvial que simula brocados con motivos vegetales y en la que aparecen
cinceladas junto al borde de cada lado, con exquisita finura, las figuras de
cuatro apóstoles dentro de marcos rectangulares, así como un capillo en la
espalda, rematado por un borlón con los hilos minuciosamente cincelados, donde
se representa la escena de la Transfiguración y un suntuoso broche sobre el
pecho.
A las ropas litúrgicas se añade un cuello alto, con
forma de la golilla tan utilizada en aquel tiempo, cerrado por minúsculos
botones y con aspecto naturalista por estar reducido a una fina lámina. El
mismo efecto es perceptible en los guantes, que simulando fina piel de
cabritilla permiten adivinar los dedos y las uñas, con el anillo episcopal
superpuesto.
Con especial atención trabajó Juan de Arfe la
fundición de la cabeza, visiblemente idealizada y representando al difunto
mucho más joven que cuando se produjo su muerte, según puede comprobarse por
otros retratos pictóricos. El rostro aparece enjuto y afilado, con arrugas
marcadas en la frente, los párpados y las comisuras, con una mirada penetrante
por las incisiones de las pupilas. Luce una corta melena que le cubre las
orejas y que establece un flequillo redondeado sobre la frente, con mechones
rizados trabajados con minuciosidad, siguiendo la moda del momento.
La mayestática imagen queda reforzada por el
elegante reclinatorio, que aparece recubierto por un paño ornamentado con
motivos vegetales en suave relieve, simulando ricos brocados, que se pliega en
las esquinas. Sobre él reposa un cojín, recorrido por cordones en las juntas y
cuatro borlones en los ángulos, sobre el que reposa un libro abierto con las
páginas cinceladas con detalle. Este atributo complementa la imagen episcopal
con la mitra colocada sobre el reclinatorio y el báculo, símbolos de autoridad,
piezas trabajadas con la misma finura y lujo de detalles.
La obra es uno de los trabajos más destacados de
toda la producción de Juan de Arfe, acorde con la época dorada que le tocara
vivir al arzobispo de Sevilla y digna representación del virtuosismo de Juan de
Arfe en los trabajos de orfebrería y fundición, donde puso en práctica sus
teorías recogidas en tratados tan importantes como el Quilatador de la Plata, Oro, y Piedras, cinco libros publicados en
Valladolid en 1572 y dedicados al tratamiento de los metales y piedras
preciosas, o De varia commensuración para
la Esculptura y Architectura, publicado en Sevilla el año 1585. Actualmente
es uno de los atractivos que ofrece la legendaria villa ducal de Lerma.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 GARMENDIA ARRUEBARRENA, José. Un
arzobispo ilustre de Fuenterrabía. Sancho el Sabio: Revista de cultura e
investigación vasca nº 10, 1999, págs. 151-162.
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Hier möchte ich darlegen, wie ich auf diese Seite gestoßen bin. Don Francesco.
ResponderEliminarEl nombre del arzobispo español Cristóbal de Rojas y Sandoval figura en la literatura de las historias del purgatorio. El arzobispo tenía una gran devoción por las pobres almas del purgatorio y en una ocasión fue objeto de un incidente extraordinario. Según cuenta, estaba rezando por las Almas Pobres en la iglesia cuando, de repente, un espíritu (Alma Pobre) se le puso delante con una luz extraña. Esta Alma Pobre le ayudó a salir de la mayor angustia (económica). Durante el resto de su vida, el arzobispo Cristóbal nunca olvidó este episodio. - ¡Cómo me hubiera gustado saber más de este Cristóbal! ¿Dónde hay algún amigo del Arzobispo que pueda contarme más?
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