6 de febrero de 2015

Theatrum: ÁNGELES Y DEMONIOS, repertorio iconográfico en Valladolid (I)






















Arcángel San Miguel. Anónimo s. XV. Fachada de la iglesia de San Miguel
Tomando prestado el título de la popular novela de Dan Brown, queremos iniciar un recorrido por Valladolid para ir encontrando distintas manifestaciones plásticas de ángeles, la mayor parte de ellos conocidos y populares, otros no tanto, para intentar mostrar como en este tipo de iconografía sacra los talleres vallisoletanos de imaginería barroca también aportaron grandes creaciones al arte español.

Es conveniente recordar que la existencia de ángeles, concebidos como seres espirituales, es reconocida en las tres principales religiones monoteístas: judaísmo, islamismo y cristianismo. En el ámbito cristiano, todas las informaciones precisas sobre los ángeles se encuentran en los libros no canónicos, considerados como fuentes heréticas, seudoepigráficas o apócrifas después de las determinaciones del Concilio de Trento (1545-1563), siendo aceptados algunos textos apócrifos, no obstante, por el canon de algunas iglesias cristianas.


Ángeles tenantes. Gil de Siloé? s. XV. Fachada del Colegio de San Gregorio
Referencias a los ángeles ya figuran en el Libro de Enoc, donde el patriarca describe detalladamente los siete cielos que forman el mundo celestial y los ángeles soberanos de cada uno de ellos. Otra formulación remota sobre la clasificación de los ángeles, como seres espirituales con función de mensajeros divinos, fue realizada en el siglo I por Dionisio el Aeropagita, primer obispo de Atenas según los Hechos de los Apóstoles, en sus obras De divinis nominibus (Sobre los nombres divinos) y De caelesti hierarchia (Sobre la jerarquía celestial), primera sistematización de las distintas dignidades. Según su teoría, la jerarquía comprende tres conjuntos de coros: Tríada superior, formada por serafines, querubines y tronos; Tríada intermedia, formada por dominaciones, virtudes y potestades; Tríada inferior, formada por principados, arcángeles y ángeles. Todos ellos giran en torno al trono de Dios y anuncian a los hombres su voluntad.
En base a esta formulación, el papa San Gregorio el Grande (590-604) estableció una clasificación en tres jerarquías, que de nuevo fue formulada por Santo Tomás de Aquino (1225-1274) en su Summa Theologiae, siendo los tres coros de la tercera jerarquía, principados, arcángeles y ángeles, los encargados de servir a los hombres.

Su representación como personajes alados con función de mensajeros divinos está inspirada en culturas antiguas, tales como la sumeria, babilónica, egipcia, griega y romana, apareciendo como personificaciones aladas en el siglo V. Presentes en múltiples relatos sagrados, a partir del siglo XIII en las iglesias occidentales comienzan a cumplir sus funciones con modelos iconográficos que portan atributos celestiales que definen las distintas jerarquías, como son alas (seis en el caso de los serafines), libros, balanzas, espadas, cetros, flores, coronas, globos terráqueos e indumentaria guerrera o sacerdotal, en ocasiones sujetando círios, antorchas, filacterías, instrumentos musicales, etc. En el siglo XIV se incorporan representaciones de ángeles infantiles, que durante el Renacimiento adoptan la forma de putti, niños desnudos con o sin alas tomados del arte romano. Queda entonces establecido un amplio catálogo que llegará con el Barroco a su máximo apogeo en cuanto a la invención de tipos y su participación en todo tipo de episodios sagrados.

Ángel del retablo del Nacimiento. Gregorio Fernández, 1615
Monasterio de las Huelgas Reales de Valladolid
Entre los ángeles más representados en el arte figuran los arcángeles, conocidos como la cohorte divina, que son, después de los ángeles custodios, los más próximos a los hombres y los primeros junto a Dios. Se les atribuye el papel de mensajeros de las revelaciones divinas y dirigen las legiones celestiales en su lucha contra los seres infernales, compartiendo su presencia con otras religiones, como el budismo, hinduismo, judaismo e islamismo, apareciendo también en la cultura azteca y el antiguo Egipto. La Iglesia cristiana decretó la existencia de siete arcángeles, aunque el Concilio de Letrán limitó el culto solamente a tres: Miguel, Gabriel y Rafael. A partir del siglo XVI se extendió la veneración a Uriel, preceptor de Esdras; Jehuduel, preceptor de Sem; Sealtiel, que detuvo el sacrificio de Isaac, y Maltiel, que precedió a Moisés en su éxodo.

El Santo Ángel de la Guarda
En el Evangelio de San Mateo (18, 10) se afirma que cada persona tiene su propio ángel custodio. Ello favoreció la extensión de su papel protector no sólo sobre personas, sino incluso sobre iglesias, municipios y países, así como la aparición de determinados cultos que conllevaron su representación plástica. Sirva de ejemplo el  Ángel Custodio de España, al que todavía se rinde culto en la iglesia de San José de Madrid en un altar inaugurado en 1920 por el rey Alfonso XIII.
Se da por hecho que el culto al Ángel Custodio o Santo Ángel de la Guarda comenzó en la ciudad francesa de Rodez a principios del siglo XVI, y que a mediados de siglo se popularizaron las devociones a otras jerarquías celestes como consecuencia de la defensa del ideario de la Iglesia Católica frente a los protestantes, siendo especialmente la Compañía de Jesús la que impulsó los cultos mediante las predicaciones, la impresión de grabados con su imagen e incluso con publicaciones a ellos dedicadas, como el Tratatto del angelo custode, escrito en 1612 en Roma por el jesuita F. A. da Catanzaro1.
Arcángel San Miguel. Anónimo s. XVII
Coro del monasterio de las Descalzas Reales, Valladolid
Su representación iconográfica tomó como punto de partida el esquema de San Rafael protegiendo al joven Tobías, según el relato del Antiguo Testamento, reconvirtiendo el tema con la figura del ángel protector, que generalmente señala el cielo con su mano, acompañada de otra que encarnada por un niño simboliza al alma humana, casi siempre dispuestos avanzando juntos por el camino de la vida.
La devoción al Ángel de la Guarda arraigó con fuerza en España, favoreciendo la aparición de múltiples cofradías e instituciones bajo su advocación y su representación en pinturas y esculturas. Junto a las múltiples representaciones del Ángel Custodio, en el mundo del arte son igualmente recurrentes las dedicadas a los arcángeles San Miguel, San Gabriel y San Rafael.

El arcángel San Miguel
Entre ellos, el de mayor rango es San Miguel (¿Quién como Dios?). Es el ángel que expulsó a Adán y Eva del Paraíso tras el pecado original, el que separó las aguas del mar Rojo durante el éxodo de Egipto, el que custodia el Árbol de la Vida y el que acompaña a las almas al otro mundo interviniendo en el Juicio Final. Como líder de los ejércitos celestiales en el Nuevo Testamento, es el que vence a Satán y lo arroja del cielo. Por eso es protector de los ejércitos cristianos y de todo tipo de mal, como la peste, y por eso se le representa con traje de guerrero, con una espada en la mano y un manto rojo, porque es quien genera el fuego y el calor, aunque en ocasiones se incluye una balanza para el pesaje de las buenas y malas acciones de las almas en el Juicio Final. En occidente existen numerosas iglesias y monasterios bajo su advocación y es el patrón de muchos pueblos y ciudades.

San Miguel venciendo a Lucifer. Pedro de Sierra, 1735
Museo Nacional de Escultura (sillería procedente del convento de
San Francisco de Valladolid)
Lucifer, el ángel caído
Ligadas a las representaciones de San Miguel suelen aparecer figuras demoniacas vencidas que representan el mal, como lo hicieran en las representaciones medievales del infierno incorporadas al Juicio Final o al Apocalipsis. Según la tradición, la primera batalla del bien contra el mal fue la guerra de los ángeles, desencadenada por Lucifer al negarse a rendir homenaje a los hombres e intentar ocupar el trono de Dios. Los ángeles rebeldes fueron combatidos por San Miguel al frente de sus huestes, que venció al maligno y le arrojó del Paraíso. El expulsado Lucifer pasó a llamarse Satanel, que significa "el adversario", aunque también se le conoce con los nombres de Luzbel, Samael, Mastema, Beliel, Azazel, Balcebú, Duma, Gadreel, Sier, Mefistófeles y Asmodeo, aunque algunos autores defienden que algunos de éstos se refieren a otros ángeles caídos.
Luzbel reúne todos los pecados capitales y es representado con facciones monstruosas y alas de murciélago, equiparando en ocasiones su imagen con la de Pan, dios griego de los pastores.

El arcángel San Gabriel
Una gran presencia tiene también el arcángel San Gabriel (Mensajero de Dios), que según el Evangelio de San Lucas fue el anunciador a la Virgen de la concepción de Cristo, escena especialmente repetida en representaciones pictóricas y escultóricas. También predijo a Daniel la llegada del Mesías, a Zacarías el nacimiento de Juan el Bautista y anunció a los pastores el nacimiento de Cristo. En la tradición islámica se le denomina “espíritu de santidad” y es el que dicta el Corán a Mahoma. Se le suele representar portando una lirio o azucena, símbolo de pureza, o un caduceo en su condición de mensajero divino.

Retablo de los Ángeles. Atribuido a José de Rozas, s. XVII
Iglesia de San Albano, Valladolid
El arcángel San Rafael
Si San Gabriel es el arcángel intermediario de la revelación, San Rafael (Dios cura) es más pragmático para los hombres, pues es el arcángel sanador del cuerpo. En el Antiguo Testamento sólo se le cita en el Libro de Tobías, donde toma forma humana para ayudar a Tobías a preparar ungüentos medicinales con la hiel, el hígado y el corazón de un pez del río Tigris para curar a su padre de la ceguera, mientras le introduce en los misterios de la medicina. Es el patrono de viajeros, médicos y farmacéuticos y de muchos municipios. Se le representa con atuendo de caminante o peregrino, portando como atributos un bordón, un zurrón y el pez que alude a la historia de Tobías.

Los ángeles y demonios vallisoletanos
Junto al repertorio medieval de ángeles tenantes presentes en diversas fachadas del siglo XV, de innegable calidad, y de la legión diseminada por los abundantes retablos barrocos, todos los arcángeles mencionados están presentes en el enorme catálogo angélico del patrimonio vallisoletano, que cuenta en iglesias y museos con una excelente representación de figuras de ángeles, arcángeles y demonios, ofreciendo una singular y variada iconografía de estos etéreos seres que llega a constituir un verdadero subgénero escultórico dentro de la producción de tipo religioso elaborada por los afamados talleres instalados en la ciudad barroca, siempre con una finalidad devocional y protectora amparada por el espíritu trentino. Entre todos los existentes necesariamente hacemos una drástica selección en base a dos criterios. En primer lugar, ciñéndonos a aquellos realizados únicamente en el campo de la escultura. En segundo lugar, destacando aquellos cuya originalidad, calidad artística o funcionalidad en rituales perdidos aportan valores iconográficos de gran trascendencia. Creemos que la escueta selección elegida es, a pesar de todo, lo suficientemente representativa.

San Miguel venciendo a Lucifer. Anónimo, h. 1750
Museo Nacional de Escultura (procedente del
convento de la Encarnación de Valladolid)
Los ángeles vallisoletanos, en su mayoría modelos creados por los grandes maestros escultores barrocos, recurren a su concisa caracterización, en cuanto a indumentaria y atributos, para poder ser identificados. San Miguel siempre aparece con semblante militar en su condición de líder de los ejércitos celestiales, con un equipamiento de fantasía y gran libertad inspirado en el ejército romano, dotado de coraza o loriga, casco, espada o lanza y escudo, en la mayoría de ocasiones con la figura de Lucifer vencido a sus pies. El resto de ángeles y arcángeles se ajustan a una indumentaria convencional heredera de los diseños italianos renacentistas, siendo común la superposición de dos túnicas, una corta sobre otra larga, con anchas mangas y aberturas laterales que permiten la movilidad de las piernas, en ocasiones con cortes caprichosos acompañados de broches incluso en las mangas y siempre figurando tejidos livianos y suntuosos ornamentos a punta de pincel. No faltan ejemplares de imaginería ligera, maniquíes recubiertos de telas encoladas o con indumentaria real, cuyo antiguo uso y función en determinados rituales todavía es un trabajo por concluir.   

En otro orden de cosas, diremos que Valladolid comparte con Roma, ciudad de la espiritualidad por excelencia, dos circunstancias relacionadas con las figuras de ángeles. En primer lugar, el haber tenido como protector de la ciudad a San Miguel. Según la leyenda, el papa Gregorio I invocó al arcángel en Roma durante una epidemia de peste que asoló la urbe el año 590, llegando a afirmar que había visto su figura envainando su espada en la cúspide del castillo que antes fuera mausoleo de Adriano, simbolizando con ello el fin de la epidemia. Desde entonces fue conocido como Castillo del Santo Ángel —Castel Sant'Angelo—, en cuya parte más alta se colocó en 1536 una escultura pétrea de San Miguel realizada por Raffaello da Montelupo a petición del papa Pablo III, que también le encargó catorce ángeles más para adornar el puente sobre el Tíber que se halla frente a la puerta del castillo. En tiempos de Clemente IX estos fueron reemplazados por una serie de diez magníficos ángeles con atributos de la Pasión diseñados por Bernini en 1669, y el San Miguel por otro en bronce y mayor tamaño diseñado por el mismo artista, pero realizado y fundido en 1753 por Pierre van Verschaffelt. La imagen de San Miguel preside desde entonces uno de los edificios antiguos más altos de la Ciudad Eterna.

Ángel del Retablo de la Buena Muerte. Anónimo, 1730-1735
Iglesia de San Miguel, Valladolid
También en Valladolid se generó una especial devoción por el arcángel protector, que fue el titular del templo más antiguo de Valladolid (ubicado en el centro de la actual Plaza de San Miguel), fundado en el siglo XI y convertido en verdadero epicentro urbano en torno al que fue creciendo el primitivo núcleo de la ciudad medieval, llegando además a ostentar el título de patrón de Valladolid hasta que el 13 de noviembre de 1746 el Ayuntamiento decidió la sustitución del patronazgo por el santo local San Pedro Regalado, canonizado por Benedicto XIV el 29 de junio de aquel año. La portada de la actual iglesia de San Miguel aparece presidida por una imagen pétrea del arcángel en estilo gótico, caracterizado con armadura como Miles Christi, que fue trasladada cuando la primitiva iglesia fue demolida y pasó a ocupar el templo de San Ignacio tras la expulsión de los jesuitas, siendo posiblemente la representación más antigua de San Miguel de cuantas existen en la ciudad.   

Y como ocurriera en Roma, una imagen de San Miguel fue colocada en el remate superior del Arco de Santiago, la monumental puerta de entrada a la ciudad desde el sur, ejerciendo durante más de ciento cincuenta años en tan alto lugar su papel de protector de la ciudad, hasta que el arco fue derribado, en aras del progreso, según una decisión municipal del 5 de noviembre de 1863.

Lucifer. Anónimo, s. XVIII. Museo Nacional de Escultura
Las concomitancias entre Valladolid y Roma respecto a las figuras de ángeles también se produce por motivos algo más ambiguos y que exponemos como excusa para justificar una ruta de visitas por el patrimonio artístico de Valladolid. Aprovechando el tirón comercial de El Código da Vinci, verdadero "bestseller" en todo el mundo, su autor, Dan Brown, publicaba el año 2000 la novela de intriga Ángeles y demonios, donde el profesor de simbología Robert Langdon se ve inmerso en una frenética persecución por Roma intentando evitar un atentado en el Vaticano, proyectado por la antigua secta de los "Illuminati" con un arma tan mortífera como la "antimateria". El hilo argumental sirve de excusa al autor para recorrer algunas de las plazas y templos más emblemáticos de Roma, marcados por connotaciones iconográficas que en su mayor parte están relacionadas con figuras de ángeles, definiendo un verdadero itinerario turístico cuyo interés desborda al de la propia novela, después llevada al cine en 2009.

Del mismo modo, se puede establecer en Valladolid un itinerario para ir localizando las figuras de ángeles que aquí proponemos, con el convencimiento de que el entorno que les ampara siempre supondrá una visita fructífera. Dejamos para algún inspirado novelista la creación de una trama que les relacione y origine el juego de intriga, esperemos que con valores literarios superiores a los de Dan Brown, aunque si con ello las visitas aumentaran y las obras fueran más conocidas, como se ha patentizado en Roma, la iniciativa estaría más que justificada.

(Continuará)

Informe: J. M. Travieso




NOTAS

1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Ángeles napolitanos. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 50, 1984, p. 444.

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