5 ARCÁNGEL SAN GABRIEL
Gregorio Fernández, hacia 1611.
Museo Diocesano y Catedralicio,
Valladolid.
En 1974 el historiador José Carlos Brasas Egido,
catedrático de la Universidad de Salamanca, encontraba esta escultura
abandonada y en un lamentable estado de conservación en el desván de la iglesia
de la Asunción de Tudela de Duero (Valladolid), con los brazos mutilados y
separados del cuerpo3. Puesta en valor la calidad de la talla,
después de ser convenientemente recompuesta y restaurada, fue recogida en el
Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid, donde figura entre sus obras más
atractivas por presentar numerosas singularidades y una iconografía peculiar.
El proceso de restauración permitió relacionar la escultura con la obra
elaborada por Gregorio Fernández para la iglesia tudelana, pudiéndose comprobar
la maestría del escultor en el ahuecado de las esculturas de madera para
conseguir estabilidad y ligereza, pues en este caso mientras que las piernas
están talladas de forma maciza en algunas partes del torso el grosor apenas
llega a los 2 mm.
La disposición de la figura, con aspecto de delicado
adolescente, remite inevitablemente al célebre Mercurio realizado en bronce en 1580 por Giambologna (Museo del
Bargello, Florencia). Su ademán de levantar el brazo derecho a modo de saludo,
la colocación de los dedos de la mano izquierda en actitud de sujetar algún
objeto con delicadeza y la pierna derecha flexionada en el aire haciendo que su
único apoyo sea el pie izquierdo, como si descendiese de un vuelo, han hecho
presuponer que se trate del arcángel San Gabriel y que originariamente formase
parte de un grupo de la Anunciación.
No obstante, se han hecho todo tipo de especulaciones
explicando su posible procedencia. Una de ellas apunta que podría haber servido
de modelo en el taller de Gregorio Fernández para realizar el relieve de la Anunciación que forma parte del retablo
de la misma iglesia de la Asunción de Tudela de Duero en que fue hallado, en el
que la figura de San Gabriel presenta rasgos similares. La autoría de dicho
relieve y la participación de Gregorio Fernández en aquel retablo que habían
realizado el vallisoletano Francisco de la Maza y el palentino Manuel Álvarez está
documentada4, conociéndose de igual manera que para el mismo fue
solicitado en 1611 al ensamblador Francisco Fernando un tabernáculo que debía
estar ornamentado con pequeñas figuras que también fueron encomendadas a
Gregorio Fernández, asentado en Valladolid desde poco tiempo atrás, una de las
cuales pudo ser este ángel, de 1,10 m de altura, que pudo coronar dicho
tabernáculo. No hay que olvidar que Gregorio Fernández tuvo, recién establecido
en Valladolid, como importante cliente al Duque de Lerma, que desde 1609
ostentaba el señorío de Tudela de Duero y que bien pudo ser el mediador en la
realización de los encargos.
A estas teorías se suman otras que plantean que pudo
ser una figura utilizada en las ceremonias de la fiesta del Ángel en el Domingo
de Resurrección, tal como se celebran en las localidades de Peñafiel y Aranda
de Duero, o concebido para estar colgado en la embocadura de la capilla mayor
sujetando una lámpara o incensario, una modalidad puesta en boga durante el
Barroco.
Fuese el que fuese su destino, se trata de una
exquisita obra de resabios manieristas, típicos en la primera etapa del
escultor, por su postura inestable, por seguir su graciosa anatomía un
movimiento helicoidal próximo a una postura de danza y por presentar un canon sumamente
estilizado, así como por el elegante movimiento que es animado por la
gesticulación de las manos, siendo indicios de su colocación en alto la
longitud de sus extremidades y del cuello.
El ángel ofrece dos singularidades en la obra de
Gregorio Fernández. En primer lugar el trabajo de la cabeza, con un rostro de
facciones juveniles e idealizadas, de carácter andrógino y con ojos de cristal,
que ofrece la peculiaridad de ser la única obra de Gregorio Fernández que
esboza una tímida sonrisa y una de las primeras con aplicación de postizos en
los ojos.
Característico del escultor es el tallado de los cabellos, similares
al San Gabriel del retablo de la iglesia de San Miguel, con amplios rizos
esponjosos y un mechón sobre la frente. El resultado final es una imagen de
movimientos aerodinámicos y artificiosos acordes con los postulados
tardomanieristas, todavía muy alejada del afán de fuerte realismo que
caracterizaría las posteriores etapas del escultor y que contribuirían a definir la estética
barroca española.
Otra singularidad es la desnudez de la figura, con
la explicita inclusión de los genitales, siendo la primera escultura de
Gregorio Fernández que muestra un desnudo integral, una experiencia que, tomada
como ejercicio anatómico para mostrar la belleza y dignidad del cuerpo humano
en su más sincera expresión, el escultor repetiría a lo largo de su trayectoria
en el Ecce Homo (1620-1621)
conservado en el mismo museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid, en el
Cristo del paso del Descendimiento (1623-1624)
de la iglesia de la Vera Cruz de Valladolid, en el Cristo yacente (1626-1627) del retablo de la buena Muerte de la
iglesia de San Miguel de Valladolid y en el San
Antonio de Padua de la misma iglesia, concebido como imagen de vestir, así
como en el Cristo crucificado (1630)
del convento de las Carmelitas Descalzas de Palencia, además de toda la serie
de yacentes apenas cubiertos con un cabo del paño de pureza.
Su desnudez estuvo amortiguada por una túnica que
llegaba hasta algo más abajo de las rodillas y realizada por la técnica de
paños encolados, según los rastros detectados en su policromía, e igualmente
contó con una alas postizas que dejaron en su espalda las marcas de las
bisagras. Hoy la podemos contemplar con la misma pureza y gracia como la
concibió el talento de Gregorio Fernández.
(Continuará)
Informe y fotografías: J. M. Travieso
NOTAS
3 SAÍZ GONZÁLEZ, Ángel. El
arcángel San Gabriel de Gregorio Fernández. Liceus, Universidad de
Salamanca, 2007, p. 1.
4 BUSTAMANTE GARCÍA, Agustín. Gregorio
Fernández en Tudela de Duero. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y
Arqueología (BSAA), 1975, p. 672.
No hay comentarios:
Publicar un comentario