27 de febrero de 2015

Theatrum: ÁNGELES Y DEMONIOS, repertorio iconográfico en Valladolid (IV)


6 y 7   ARCÁNGEL SAN MIGUEL Y SANTO ÁNGEL DE LA GUARDA
Juan Imberto, 1613.
Iglesia del convento de Santa Isabel, Valladolid.

Durante el primer tercio del siglo XVII la escultura vallisoletana se polarizó en torno a la obra creativa del taller de Gregorio Fernández, algo que no ocurrió de forma tan determinante en la actividad de los ensambladores, artífices de la arquitectura de los retablos, cuya actividad estuvo más diversificada, destacando entre ellos los talleres de Juan de Muniátegui, el de Cristóbal y sus hijos Juan y Francisco Velázquez y el de Melchor de Beya, padre e hijo, todos ellos relacionados personalmente con el escultor gallego, tanto por motivos profesionales como por empatía.
El alto nivel alcanzado por Francisco de Rincón y Juan de Ávila y, sobre todo, por Gregorio Fernández y sus seguidores, algunos de los cuales asumían los trabajos que el apreciado maestro no podía atender por exceso de trabajo, hizo que los retablos vallisoletanos se decantaran en su composición, salvo en contadas excepciones, esencialmente por trabajos escultóricos en detrimento de la pintura, cuyo máximo representante en Valladolid era Diego Valentín Díaz.

Retablo de Santa Isabel. Juan Imberto, 1613. Valladolid
Un buen ejemplo de ello es el retablo mayor de la iglesia del convento vallisoletano de Santa Isabel, sin duda una obra codiciada por cualquier artista que fue concertada el 21 de junio de 1613 entre la abadesa y el ensamblador Francisco Velázquez, según un contrato que especificaba medidas, materiales y la iconografía a incluir. Velázquez delegaba el 5 de noviembre de 1613 toda la obra de escultura en Juan Imberto y parte de la obra del retablo al ensamblador Melchor de Beya, según documentación aportada en 1941 por Pilar López Barrientos5.

El espacio receptor era un antiguo beaterio de monjas franciscanas, fundado en 1472, que después pasó a acoger una comunidad de clarisas franciscanas según licencia papal otorgada por Inocencio VIII en 1484. A principios del siglo XVI tuvo como benefactora a doña Isabel de Solórzano, viuda de contador de los Reyes Católicos don Diego de la Muela, que llegó a ocupar el cargo de abadesa. La austera iglesia del convento, obra del arquitecto palentino Bartolomé de Solórzano, también contaría con otros patronos, como el doctor Francisco de Espinosa y su esposa doña Juana de Herrera, que en 1550 adquirieron los derechos de la capilla de San Francisco para ser utilizada como enterramiento familiar, dotando a la capilla de obras de Juan de Juni.

Anunciación. Juan Imberto, 1613. Convento de Santa Isabel, Valladolid
Una vez realizado el retablo, incluyendo los relieves historiados y figuras de bulto de Juan Imberto, el 26 de agosto de 1621 la comunidad de "Isabeles" encargaba al pintor Marcelo Martínez la tarea de "dorar, estofar y encarnar" las esculturas y mazonería del mismo, al tiempo que establecía que la imagen de la santa titular, realizada en altorrelieve por Juan Imberto, se cambiaría por otra de bulto redondo solicitada ese mismo año a Gregorio Fernández6. El relieve de Santa Isabel de Juan Imberto sería reconvertido en una imagen de Santa Teresa y vendido a los Carmelitas Descalzos, aunque actualmente se conserva en los muros de la cercana iglesia de San Benito el Real.

Se trata de un elegante retablo clasicista formado por banco, dos cuerpos y ático, con una organización vertical en cinco calles, las interiores con cuatro relieves dedicados a la Virgen que representan la Anunciación, la Visitación, la Aparición de Cristo resucitado a María y la Asunción, y las exteriores con un santoral de bulto integrado por San Juan Bautista, San Juan Evangelista, y los franciscanos San Antonio y San Bernardino, con relieves de Virtudes sobre ellos, que se acompañan de San Luis y San Buenaventura junto al Calvario del ático. Se complementa con bellos relieves en el banco que representan a la Magdalena, San Jerónimo, la Adoración de los Pastores y la Epifanía, complementándose con relieves en los netos que muestran a San Pedro, San Pablo, San Agustín, San Ambrosio, San Buenaventura y los santos franciscanos San Diego de Alcalá, Santa Clara y Santa Rosa de Viterbo, así como un Ecce Homo colocado sobre el tabernáculo.

A los lados del presbiterio aparecen dos figuras de ángeles colocados sobre peanas que cuando se firmó el contrato estaba previsto fueran colocadas en las hornacinas del segundo cuerpo del retablo, las situadas a los lados de la figura de Santa Isabel. Sin embargo, antes de la aplicación de la policromía el proyecto se modificó y sus lugares fueron ocupados por los santos franciscanos que aparecen en la actualidad, siendo en principio relegados al ático y después colocados fuera del retablo, en ambos lados del presbiterio7. Representan al arcángel San Miguel y al Santo Ángel de la Guarda y también son obra de Juan Imberto.

El escultor Juan Imberto
El escultor y ensamblador Juan Imberto era hijo del también ensamblador Mateo Imberto y nació en Segovia en torno a 1580. Culminó su formación en Valladolid, donde en los primeros años del siglo XVII abrió su propio taller en la calle Francos (actual Juan Mambrilla), trabajando en la ciudad en varias ocasiones juntos a los ensambladores Melchor de Beya y la familia Velázquez, asiduos colaboradores de Gregorio Fernández, como ocurrió en las obras de Santa Isabel.
Al menos desde 1618 tuvo taller instalado en Segovia, su ciudad natal, donde vivió casado primero con Úrsula Sustayta y en segundas nupcias con Juana Gutiérrez8.  Allí desarrolló un prolífico trabajo que le permitió disfrutar de una vida acomodada hasta que murió el 10 de julio de 1626 y fue enterrado en la iglesia segoviana de San Miguel9.
En su estilo perviven resonancias manieristas y rostros un tanto inexpresivos, a pesar de lo cual consigue impregnar de sello propio a sus esculturas, desarrollando una iconografía basada en estampas y grabados llegados de Europa, entre ellos de Hieronymus Wierix, maestro grabador con taller en Amberes, y sobre todo imitando los modos de Pedro de la Cuadra y los modelos de Gregorio Fernández, como se patentiza en el retablo y los ángeles del convento de Santa Isabel.

El arcángel San Miguel
Aparece colocado sobre una peana fijada en la pared del lado del Evangelio del presbiterio de la iglesia, a pocos metros del retablo para el que originariamente fue concebido. Tiene un tamaño que ronda el natural, está tallado en bulto redondo y representa a San Miguel victorioso sobre la figura de Lucifer vencido a sus pies. El grupo repite en todos sus detalles el prototipo creado por Gregorio Fernández en 1606 para la iglesia de San Miguel, aunque Juan Imberto introduce ligeras variantes que denotan su habilidad para recrear tipos.

La disposición es idéntica, con el brazo derecho levantado sujetando una lanza y el izquierdo bajado en actitud, a juzgar por la posición de los dedos, de sujetar un escudo desaparecido. Igualmente flexiona su pierna izquierda y la coloca sobre el cuerpo del vencido, pero la derecha, en lugar de estar colocada por detrás de éste, como en el modelo fernandino, se sitúa al frente proporcionando un efecto más rotundo. Otras alteraciones contribuyen a marcar la diferencia, como la colocación de Lucifer en sentido contrario, con la cabeza a la derecha, lo que también obliga a girar hacia ese lado la cabeza del arcángel, así como las alas desplegadas en lugar de la posición en reposo del modelo imitado. San Miguel viste el tipo de indumentaria generalizada en el siglo XVII para representarle como líder de las legiones celestiales, apareciendo en este caso como un estricto legionario romano que incluso calza borceguíes. Adolece, sin embargo, de la inexpresividad del rostro que caracteriza la obra de Juan Imberto, siendo otro rasgo la alta frente y el largo cuello habitual en sus figuras.

El ángel y el demonio se rematan con una exquisita policromía aplicada por Marcelo Martínez, hermano del pintor Francisco Martínez, que policromó numerosas obras de Gregorio Fernández. Prevalece en la indumentaria un rico colorido en cuyos esgrafiados deja aflorar el brillo del oro, mientras que las carnaciones están realizadas en mate y tratadas como una pintura de caballete, con tonos sonrosados aplicados de forma selectiva y contrastando la piel lechosa del arcángel con la piel curtida del demonio.      

El Santo Ángel de la Guarda
Colocado frente a San Miguel, en el lado de la Epistola, aparece el grupo del Santo Ángel de la Guarda ajustado a la iconografía tradicional, con el ángel en posición de caminar por la senda de la vida, con el dedo señalando hacia el Cielo como destino y amparando bajo su brazo izquierdo la figura de un niño que simboliza el alma humana. Su presencia corrobora la extensión de su devoción en el siglo XVII, equiparando su presencia a la de los arcángeles más populares.

La imagen toma como modelo la imagen del arcángel San Gabriel realizada por Gregorio Fernández para el retablo de San Miguel, al que se ajusta con enorme fidelidad en su disposición corporal, en la colocación de los brazos, en el diseño de la cabeza y en el tipo de indumentaria, que incluso repite idéntico colorido, aunque se modifica la posición de las alas y en conjunto carece de los sutiles detalles de la obra del gran maestro.

El Ángel Custodio viste un doble juego de túnicas con las consiguientes aberturas laterales, una interior larga y de tono blanquecino, que deja visible la pierna izquierda al lanzar el paso, y otra más corta de mangas anchas y cuello vuelto con el interior forrado en tono verdoso y el exterior decorado a punta de pincel con grandes motivos florales de color rojo que simulan brocados. Grandes broches ejecutados con detalle adornan los extremos de las aberturas y el cuello, así como un cinturón ondulado ceñido a la cintura. La figura del niño, aunque expresiva, ofrece valores plásticos más limitados. Aparece pegado al ángel, con la cabeza elevada, brazos levantados a la altura del pecho en gesto de sumisión y el cuerpo revestido por una túnica ceñida en la cintura por un cíngulo, siendo protegido por una mano del Custodio colocada en su espalda.
En la imagen destaca el color sumamente llamativo aplicado por Marcelo Martínez en base a una gama de suaves tonos en marfil y verde que contrasta con los motivos decorativos en rojo intenso. 

(Continuará)

Informe y fotografías: J. M. Travieso.




NOTAS

5 LÓPEZ BARRIENTOS, Mª del Pilar. El retablo mayor del convento de Santa Isabel de Valladolid. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 8, 1941, p. 243.
6 ANDRÉS GONZÁLEZ, Patricia. Gregorio Fernández, Imberto y Wierix y el retablo mayor de las "isabeles" de Valladolid. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 65, 1999, p. 266.
7 Ibídem, p. 273.
8 MORENO ALCALDE, Mercedes. Noticias sobre el escultor Juan Imberto. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 47, 1981, p. 457.
9 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Escultores coetáneos y discípulos de Gregorio Fernández en Valladolid. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 50, 1984, p. 357.

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