IMÁGENES EXENTAS DEL
NIÑO JESÚS
Varios
autores anónimos
Siglos XVII
al XIX
Madera
policromada, postizos y orfebrería
Museo del
Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana, Valladolid
Escultura barroca
española y napolitana; escultura devocional decimonónica
Imágenes napolitanas del Niño Jesús, siglo XVIII |
Uno de los museos más desconocidos de Valladolid,
incluso por los propios vallisoletanos, es el del Real Monasterio de San
Joaquín y Santa Ana, a pesar de su céntrica localización y de ofrecer al
visitante las tres únicas pinturas de Goya existentes en Castilla y León, obras
emblemáticas de su oferta museística. Sin embargo, si hay algo que le hace
diferente, es la originalidad de muchas de las obras que ofrece, siendo la
copiosa colección de esculturas del Divino Infante una de las más relevantes.
En otras ocasiones nos hemos referido, de forma
genérica, a la iconografía del Niño Jesús como un subgénero con sus propias peculiaridades dentro del arte católico, poniendo un especial énfasis en determinadas
obras escultóricas elaboradas por renombrados autores españoles y aludiendo a
los desaparecidos rituales litúrgicos y lúdicos practicados con ellas en las
clausuras femeninas. En esta ocasión queremos fijar nuestra atención en una serie
de niños casi "expósitos" que nos esperan anhelantes en sus vitrinas
para contarnos con su silencio una vieja historia de afectos y devociones.
Hubo otro tiempo en que durante las procesiones del
Corpus, pero sobre todo en las celebraciones ligadas al Adviento y la Navidad,
se producían intramuros de las clausuras femeninas unos rituales con su propia
tradición y codificación, cuyo protagonismo absoluto recaía en las imágenes
exentas del Niño Jesús. Es lo que Letizia Arbeteta1 ha definido
acertadamente como la "Navidad oculta".
Antes hemos de recordar que la iconografía del Niño
Jesús aislado se gestó en el siglo XIV, aunque alcanzaría un considerable desarrollo en
el XV, cuando comienzan a ser elaboradas como figuras exentas tanto en
territorios centroeuropeos como en Italia. A finales del siglo XV, y
especialmente en la primera mitad del siglo XVI, se hicieron muy populares unas
pequeñas esculturas elaboradas en talleres de la ciudad flamenca de Malinas, asentamiento
de una corte renacentista donde el emperador Carlos fue criado junto a su tía
Margarita de Austria, circunstancia que por un lado favoreció la presencia de
personajes de la administración real, lo que estimuló el asentamiento de
talleres artísticos de gran refinamiento, y, por otro, el posterior envío de
estas piezas a España2.
Niño Jesús Durmiente, s. XVIII |
Las estatuillas del Niño Jesús de Malinas eran
realizadas en talleres especializados —en madera y marfil—, cuya talla y
policromía pasaban un preceptivo control del correspondiente gremio. Desde la
ciudad flamenca se distribuían a otros territorios, entre ellos a España, donde
llegaban a las legendarias ferias de Medina del Campo, Barcelona, Valencia y
Sevilla (puerto conectado con Amberes), desde donde salieron algunas piezas para
territorios hispanoamericanos3.
Aquellas pequeñas figuras infantiles de Malinas, de
cuerpo estereotipado y rasgos orientales, donde el Niño Jesús era presentado
como Salvator Mundi, bendiciendo y
sujetando un globo terráqueo, nada tenían que ver con las experiencias
italianas del Quattrocento, donde a
partir de las recreaciones en bronce de Andrea del Verrocchio de algunos
amorcillos romanos para ser colocados en fuentes, estos modelos se adaptarían a
la iconografía cristiana, siendo Desiderio de Setignano —formado en el círculo
de Donatello— el pionero el elaborar imágenes del Niño Jesús en madera y mármol
con los atributos de la Pasión, recogiendo el testigo Francesco di Simone
Ferrucci, igualmente autor de infantes en mármol.
Niño Jesús del Pesebre, s. XVII |
La interpretación renacentista respondía a una nueva
religiosidad que, abandonadas las antiguas pautas de piedad por influencia de
las corrientes humanistas, se centró en exaltar la realidad humana de Cristo
para ofrecer una nueva visión del mundo considerando que, para valorar
convenientemente su sacrificio, era necesario ante todo tener en cuenta su
humanidad. En ello coincidirían pensadores tan dispares como Erasmo de
Rotterdam, Martín Lutero y Teresa de Jesús. Ello explica que en el siglo XVI
comenzaran a proliferar imágenes del Divino Infante en total desnudez como
recurso para resaltar su fragilidad humana, generalmente con un tratamiento de
calculada ternura que se canalizaría a través de diversos arquetipos muy aptos
para la devoción individual en oratorios privados o en la intimidad de las
clausuras.
Niño Jesús "Manolito", siglo XIX |
Durante el siglo XVII las esculturas exentas del
Niño Jesús llegarían a convertirse en un auténtico fenómeno iconográfico de
marcado acento español y su área de influencia como respuesta a los ideales de
la Contrarreforma, hecho al que no fueron ajenas las recomendaciones de Teresa
de Jesús en sus fundaciones. De modo que se extendió la afición por este tipo
de representaciones, que paulatinamente se fueron ampliando y diversificando con
nuevas modalidades, técnicas y materiales, llegando a incorporar postizos para
realzar su realismo y los más variados elementos de atrezo y ornato, entre
ellos elaboradas piezas de orfebrería y costosos encajes y bordados.
A pesar de que como subgénero escultórico hasta
tiempos recientes ha sido desdeñado por los historiadores, no hay que olvidar
que imágenes del Niño Jesús salieron de las gubias de los más grandes maestros
del barroco español, que definieron su propia tipología. Entre otros podemos
citar a Gregorio Fernández en Castilla y a Juan Martínez Montañés, Juan de
Mesa, Alonso Cano, Pedro de Mena, José Risueño y la Roldana en Andalucía,
teniendo que recurrir algunos de ellos a la producción seriada en peltre para
atender la enorme demanda, que en gran parte era atendida por todo un ejército
de escultores anónimos que emulaban las creaciones de los grandes maestros.
Las innumerables esculturas barrocas del Niño Jesús le
suelen presentar desnudo, aunque en diferentes actitudes que después serán
comentadas, siendo excepcionales los casos en que aparece tallada la
indumentaria, como ocurre en el Niño
Jesús de Gregorio Fernández del convento de Santa Teresa de Valladolid o en
los sedentes conservados en el Museo Diocesano de Zamora, en el Monasterio de
las Descalzas Reales de Madrid o en el Monasterio de Santa Clara de Carrión de
los Condes, por citar algunos de ellos.
Las piezas más frecuentes presentaban un desnudo infantil
básico, sobre una rica peana, sobre el que se operaba un juego de
transformación que permitía adaptar la imagen al calendario litúrgico o
caracterizarle con determinados atributos con los que adquiría distintos
significados, siempre a través de trabajos artesanales realizados por las
monjas o benefactores, lo que dio lugar a la formación de abundantes ajuares en
cada comunidad.
Dicho juego de transformación alcanzaba su máxima
expresividad y riqueza a lo largo del siglo XVIII, cuando las imágenes
infantiles recibieron la influencia de la moda cortesana de aire rococó,
incorporando pelucas, ricas y exóticas telas en su indumentaria e innumerables
aderezos de ricos metales y materiales preciosos, reflejando el mismo gusto por
la transformación que en los ambientes cortesanos del momento. Un importante
centro productivo de imágenes exentas del Niño Jesús de estilo tardobarroco se
configuró en Nápoles —contemporáneo a la producción de los peculiares belenes
napolitanos—, desde el que llegaron numerosas piezas a conventos y palacetes
españoles.
Niños Rey de Reyes y Salvator Mundi, siglo XVII |
Este fervor por las imágenes del Divino Infante se
continuaría durante el siglo XIX, ocupando un lugar destacado en la producción
los abundantes talleres especializados en imaginería religiosa aparecidos en el
entorno de Olot (Gerona), origen de la distribución por toda España de unos
arquetipos de imagen vestidera — cap i pota— basados en la estructura de un
maniquí articulado en la que sólo cabezas, pies y manos aparecen talladas,
siempre con un aspecto almibarado y aptos para recibir infinitos acabados de
vestuario y aderezos. Estas esculturas de pequeño formato y de barata
producción se prodigaron por conventos, oratorios privados y casas burguesas,
incorporando para su protección, junto a las tradicionales vitrinas, la
modalidad de fanales o campanas de cristal.
Niño Jesús, talleres napolitanos, siglo XVIII |
La tipología del Divino Infante responde a tres
arquetipos diferentes —recostado, sedente y erguido— para cuya elaboración se
recurre a materiales muy variados, desde los más consistentes, como mármol,
alabastro, terracota, estuco, metales preciosos, peltre, plomo y marfil, a los
más endebles realizados en papelón, pasta de maíz y cera, aunque en el arte
hispano predominan los tallados en madera y acabado policromado, adaptándose
todos ellos en cada época a los cánones estéticos y estilísticos imperantes en
cada territorio. Sobre la base de una escultura en plena desnudez, será la
serie de postizos añadidos —vestuario real, encajes, bordados, pelucas,
coronas, potencias, objetos, joyas, amuletos, animales, guirnaldas, etc.— los
que definan la caracterización de cada figura hasta adquirir un aspecto que
llega a ser desbordante, siempre bajo la premisa de la naturaleza humana de
Jesús.
Niño Jesús Rey de Reyes, s. XVIII |
En una síntesis necesaria, citaremos entre las
modalidades más extendidas la del Niño
del Pesebre, la más humanizada, que le presenta recostado —en ocasiones
durmiente o enfajado— sobre una humilde cuna o sobre lujosos lechos de corte
aristocrático, extendiendo su apariencia a niños sentados, generalmente con un
semblante risueño, que las religiosas mimaban como si de un bebé real se
tratara. Esta tipología tiene su extensión en niños presentados como un escolar
aprendiendo a leer e incluso como Divino Maestro.
Muy frecuente es el niño Salvator Mundi, erguido, en actitud de bendecir y sujetando un
simbólico globo terráqueo, generalmente transformado en Rey de Reyes con los atributos de un rey o emperador, como corona,
rica túnica bordada y manto, a partir del siglo XVIII sujetando en ocasiones un
cetro o presentado de forma sedente sobre un rico trono y con los pies
descansando sobre un cojín, generalmente con una expresividad extraordinaria.
San Juanito, s. XVIII |
Ajustándose a esta modalidad aparecen también las figuras de San Juanito, que recibe idéntico
tratamiento, con el vestuario debidamente adaptado y en ocasiones formando
grupo con el Niño Jesús, según una iconografía popular compartida por la
pintura. Otra derivación es el Niño
Eucarístico, especialmente concebido para las celebraciones del Corpus, que
se suele acompañar de un cáliz, un manto y un estandarte, un aspecto que alude
al misterio de la Resurrección.
Una tipología muy bien definida es la del Niño Pasionario, que con el rostro
entristecido y un gesto lloroso y melancólico —mirada a lo alto y lágrimas de
resina o cristal sobre sus mejillas, porta los atributos de la Pasión —corona
de espinas, cruz, esponja, lanza, clavos, columna, escalera, etc.— para
evidenciar su condición humana, una iconografía que puede resultar un tanto
despiadada por vincular a Jesús con la tortura de la cruz desde la niñez, algo
que encuentra su explicación en el objetivo de conmover e inducir a la
meditación.
Niño Jesús Peregrino y Niño Jesús Pasionario, s. XVIII |
Como variante de esta tipología también aparece el Niño Durmiente, generalmente recostado
sobre una cruz y sumido en un profundo sueño, aunque en ocasiones reposa sobre
una calavera o un corazón para recordar la fugacidad de la vida terrenal o su
generosa entrega redentora para alcanzar el sueño de la vida eterna.
Todas estas modalidades se entremezclan con una gran
variedad de adaptaciones que las figuras infantiles recibían en el interior de
las clausuras, donde la indumentaria y los accesorios elaborados por las monjas
les conferían diferentes caracterizaciones, dando lugar a un extenso catálogo
en el que el Niño Jesús puede aparecer como Buen Pastor, pastorcillo,
peregrino, abogado, hortelano, cocinero, fraile, sacerdote, obispo, papa, etc.
Detalle de Niño Jesús Pasionario, s. XVIII |
A partir del siglo XVIII estas imágenes acentuaron el uso de postizos,
incorporando pelucas reales junto a los ojos de cristal, destacando los
ejemplares llegados desde los prestigiosos talleres napolitanos. Los valiosos
ajuares de estas imágenes reportan grandes valores etnográficos y
antropológicos, reflejando, como ningún otro tipo de imágenes, la sincera relación
de la religiosidad de cada época con el arte.
Este tipo de imágenes del Divino Infante adquiría su
auténtica significación en el interior de las clausuras femeninas, donde muchas
eran aportadas a la comunidad durante el ingreso de las religiosas, junto a
cajas de costura, como dote simbólico a su nuevo "Esposo",
dependiendo de las posibilidades económicas de las respectivas familias la
calidad del escultor encargado de la talla y la riqueza de sus accesorios.
Otras ingresaban en los conventos como donaciones de algunos benefactores, de
modo que su presencia se implantó en todas las dependencias del convento:
cocina, costura, lavandería, coro y en las propias celdas, teniendo asignadas
algunas imágenes el servicio de una camarera que se encargaba de su aderezo y
conservación durante todo el año.
Detalle de Niño Peregrino y "Manolito", siglos XVIII y XIX |
En los espacios restringidos de las clausuras, en
torno a las imágenes del Niño Jesús, se fueron configurando toda una serie de
rituales piadosos, determinados por cada comunidad, que abarcaban desde el
Adviento a la fiesta de la Purificación de la Virgen o Candelaria (2 de
febrero), con dos fases especialmente activas: durante el tiempo de Adviento, periodo
de la Expectación, y durante la
Natividad y Epifanía, periodo de Celebración
o Pascua.
Entre las actividades del Adviento se encontraba como
primera tradición la "Canastilla
mística", incitación a las religiosas a elaborar con sacrificio una
prenda u ornato para una imagen del Niño Jesús. En torno al 16 de diciembre seguían
las "Jornaditas", con
procesiones de las figuras engalanadas de la Virgen y San José por las celdas,
evocando el rechazo en la búsqueda de posada.
Niño Jesús Salvator Mundi, siglos XVI y XVII |
El 18 de diciembre se celebraba
la "Expectación del Parto"
o día de la O, una de las fiestas marianas más antiguas de España, donde se
entonaban los primeros villancicos. Finalmente la tradición del "Niño de las celdas", en que la
superiora o abadesa depositaba una imagen del Niño Jesús, llevada en procesión
diaria, en cada una de las celdas, siendo recogida sucesivamente por cada una
de las monjas, que realizaban un retiro, terminando la ceremonia el 23 de
diciembre con el retiro de la priora.
Las celebraciones continuaban en la Navidad, cuando
el 24 de diciembre estaba colocado el belén y los Niños lucían sus canastillas,
siendo el momento de los cánticos y de algún plato especial de la cocina. El
día de Navidad se sacaban los mejores paños y objetos de orfebrería para la
misa y una imagen del Niño Jesús presidía el refectorio, pasando después por
todas las celdas para recibir de cada monja un verso que relataba los
principales acontecimientos del año. En algunos conventos se celebraba el día
28 los Santos Inocentes y el día 30 la Sagrada Familia, practicándose el "Juego del Niño Perdido", en
alusión a la pérdida de Jesús en el Templo, consistente en esconder una imagen
del Niño Jesús que la afortunada en encontrarla podía conservar durante un
tiempo en su celda.
Niño Jesús Sacerdote y Niño Jesús Obispo, s. XVII |
El ciclo terminaba el 1 de enero con la celebración
del Nombre de Jesús. Para ello se entronizaba una imagen del Niño Jesús y se le
rendía culto con el apelativo de "Manolito",
nombre cariñoso derivado de Emmanuel. Tras la fiestas de los Reyes Magos y de
la Purificación de María, conocida como la Candelaria, las imágenes del Niño
Jesús, que recibían cariñosos apodos de las monjas, volvían a ocupar los
arcones junto a sus ajuares. De todos estos ritos algunas comunidades todavía
siguen practicando algunos, aunque en realidad todo esto ya es historia,
pasando a convertirse las mejores imágenes en piezas codiciadas de museos.
De todas las modalidades citadas de la peculiar
iconografía del Divino Infante, en el Museo del Real Monasterio de San Joaquín
y Santa Ana de Valladolid se presentan numerosos ejemplares ilustrativos de
diferentes modalidades, épocas y materiales de los siglos XVII al XIX, con el
acicate de conservar las arcas con los ajuares confeccionados a lo largo del
tiempo por las monjas cistercienses que lo habitan, siendo especialmente
llamativa la colección de zapatitos bordados.
Niño Jesús como Buen Pastor, marfil indo-lusitano, s. XVII |
En la colección —más de una treintena de figuras expuestas— aparecen expresivas representaciones de las modalidades del Niño del Pesebre, Salvator Mundi, Rey de Reyes, Manolito y Niño Pasionario, figurando entre estos últimos bellos ejemplares napolitanos del siglo XVIII en perfecto estado de conservación.
No faltan caracterizaciones del Niño Jesús como
sacerdote, obispo o peregrino, así como espléndidas imágenes de San Juanito y un
Niño Jesús como Buen Pastor rodeado
de animales, marfil indo-lusitano del siglo XVII lleno de exotismo. Algunos de ellos aparecen preservados en sus vitrinas y fanales originales.
En este silencioso rincón de Valladolid todavía es
posible recomponer mentalmente los desaparecidos rituales navideños en el
interior de la clausura y apreciar el alcance artístico y devocional que las
peculiares representaciones del Niño Jesús tienen en el panorama del arte
español, en este caso ilustrado con buenos ejemplos de los vestidos, joyas,
amuletos y un sinfín de variados objetos que las religiosas del monasterio les fueron
incorporando con pasión y ternura.
Ajuares del Niño Jesús bordados por las monjas |
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 ARBETETA, Letizia: La Navidad
oculta. Los Niños Jesús de las clausuras toledanas. Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha, Toledo, 1999.
2 MANRIQUE FIGUEROA, César: Tres
casos de difusión y presencia de esculturas flamencas fuera de Europa
continental. Atrio, Revista de Historia del Arte 13 y 14 (2007/2008), pp.
71-82.
3 GORIS, J.A.: Étude sur les
colonies marchantes meridionales (portugais, espagnols, italiens) à Anvers de
1488 a 1567. Librairie Universitaire, Lovaina, 1925, pp. 283-284.
Zapatitos del Niño Jesús bordados |
Aspectos de las salas dedicadas a las imágenes del Niño Jesús |
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