MEDALLÓN DE
LA VIRGEN DE LA LECHE CON EL NIÑO Y SAN JUANITO
Francisco
Salzillo (Murcia, 1707-1783)
1755-1760
Madera
policromada
Museo de la
Catedral, Murcia
Escultura rococó
española. Escuela murciana
Un hecho que sorprende en la vida profesional del
gran maestro Francisco Salzillo es la escasez de encargos recibidos desde la
catedral murciana, a diferencia de la demanda masiva de obras para iglesias,
conventos y cofradías de la ciudad del Segura. La causa bien pudo estar
motivada por la dedicación de todos los esfuerzos y recursos económicos para
levantar el ambicioso proyecto de la nueva fachada de la Catedral de Santa
María (1736-1754), que se pretendía única e insuperable, una obra para la que
ni Francisco, ni su hermano Antonio, más preparado para el arte de la labra,
fueron requeridos para trabajar en ella, a pesar de que, cuando se inicia la
obra en 1736, Francisco Salzillo ya llevaba diez años de andadura en Murcia,
después de haberse hecho cargo del taller paterno.
No obstante, aunque Francisco Salzillo no fue
requerido para el templo catedralicio, sede de la diócesis de Cartagena, sí lo
fue por uno de sus canónigos más influyentes, don José Marín y Lamas1,
que le encargó un precioso medallón que habría de presidir su oratorio privado y
que fue elaborado por el maestro entre 1755 y 1760. Ajustándose a los gustos
dieciochescos de mediados de siglo, Salzillo lo concibió con un formato
elíptico —el diámetro mayor de 70 y el menor de 53 cm.— en el que se inscribe
una delicada escena que representa a la Virgen
de la Leche con San Juan Niño, tema que es realzado por una moldura oval
dorada que se remata con motivos y rocallas de estilo rococó.
El medallón de la Virgen de la Leche fue donado a la catedral en 1775 por voluntad
testamentaria de su propietario, siendo colocado en la capilla de San Andrés,
pasando después al llamado Oratorio del Obispo y en nuestro tiempo al Museo
Catedralicio, figurando entre sus piezas más atractivas.
En cuanto a la composición de su iconografía, aunque
heredera en su finura de las bellas madonnas
rafaelescas, puede encontrarse su inspiración directa en la delicada pintura de
La Virgen con el Niño y San Juanito
que en 1522 realizara Correggio, actualmente en el Museo de Bellas Artes de
Budapest (ver ilustración al final del artículo), para lo que el escultor debió contar en el taller con una estampa
grabada o con un dibujo suministrado por el comitente, una práctica habitual en
los talleres de pintura y escultura, ajustándose con fidelidad a otra pintura
de idéntica composición que se guarda en la iglesia murciana de San Juan.
Respecto a la temática, hemos de considerar que no
es algo casual, pues conviene recordar el auge que en esos años estaba
experimentando en el ambiente católico contrarreformista más devoto el culto a
los divinos fluídos2 —leche materna, lágrimas, sangre, etc.— repitiéndose las
representaciones de lactancias místicas de algunos santos, entre ellos San
Bernardo, como recurso para potenciar la figura de la Virgen como madre mediadora
y transmisora de la sabiduría de Dios. En este sentido, también es
significativo que una de las reliquias más veneradas de la catedral murciana
fuese una gota de leche de la Virgen que fue regalada en 1714 por doña Mariana
Engracia de Toledo y Portugal, marquesa de los Vélez, para ser depositada en su
capilla familiar, así como el impacto que recibió el Cardenal Belluga por la
Virgen que lloró en 1706 a causa de las derrotas sufridas por el ejército del
futuro Felipe V, motivo de fervor popular por el que la imagen fue entronizada
en un lugar preferente de la girola de la catedral.
El tema de la lactancia es el representado en este
delicado medallón, con la figura adolescente de María reclinada y sujetando al
Niño Jesús en su regazo, al que ofrece el pecho en un momento de absoluta
intimidad. Sin embargo, a modo de instantánea, Jesús vuelve su cabeza y tiende
su mano hacia la figura de su primo Juan, que, acompañado del pequeño cordero
que le identifica, gesticula con las manos y levanta la cabeza estableciendo
entre ellos una conversación o juego infantil, lleno de naturalismo, ante la
mirada complaciente de la Madre.
Planteado como un altorrelieve, los volúmenes de las
tres figuras casi llegan a estar trabajados en bulto redondo y despegados del
tablero, con una de las piernas de San Juanito desbordando hábilmente el marco
para acentuar el efecto tridimensional. Siguiendo una composición clásica de
esquema piramidal y sobre la diagonal que establecen las cabezas de las tres
figuras, Salzillo establece entre ellas una íntima relación a través del juego
de miradas y del sutil lenguaje de las manos, no exento de gesticulación
teatral.
La figura de María responde al arquetipo femenino
habitual en el escultor, en este caso impregnado de un elegante movimiento de
aire rococó en sus ademanes. Viste una simbólica túnica roja que llega hasta
los pies, con una pequeña abertura a la altura del pecho y un amplio cuello que
deja entrever una fina camisa blanca por debajo que también asoma en los puños.
Un manto azul recubre el cuerpo formando delicados pliegues, con un remate de
flecos dorados en la parte inferior y con un virtuoso trabajo de finísimas
láminas en los bordes para simular un paño real. Se cubre con una toca de tonos
ocres y esgrafiados dorados que realzan el exquisito trabajo de la cabeza, en
la que, siguiendo los modelos de Correggio, queda visible parte del cabello,
con una melena de raya al medio peinada hacia atrás y sujeta por una cinta
roja, dejando visible parte de una trenza que forma un moño. El juvenil rostro
es ovalado y terso, con frente despejada, párpados resaltados con ojos de
cristal y boca pequeña ligeramente entreabierta para esbozar una sonrisa.
Elegante es la disposición de las manos, fieles al modelo correggiano, la
derecha mostrando el pecho y la izquierda sujetando al Niño con los dedos
hundidos entre los pliegues de un paño de pureza blanco.
Muy atractivas son las figuras infantiles, en las
que Salzillo se revelaría como un gran especialista, llegando a crear todo un
universo de originales querubines entristecidos que acompañaban a la imagen de
la Dolorosa y gráciles figuras exentas del Niño Jesús, muy apreciadas en el
barroco español. En este medallón es especialmente elocuente el dinamismo del
Divino Infante, que es presentado en total desnudez —para resaltar la
fragilidad de la naturaleza humana de Cristo—, con la mano derecha reposando
sobre el pecho de su Madre, la cabeza vuelta y el brazo izquierdo extendido
hacia el pequeño Juan. De bella anatomía rolliza, sus miembros se despliegan en
movimientos abiertos siguiendo las pautas del barroco, con una cabeza de frente
muy alta sobre la que discurre un largo mechón y bucles sobre las orejas,
realzando su naturalismo con ojos de cristal. Es arropado por la Virgen con un
paño de pureza que forma delicados pliegues que se ajustan a su admirable
anatomía, corroborando que una de las características de la escultura barroca
fue la obsesión por el tratamiento de los plegados. Toda su figura irradia un
movimiento que inevitablemente le convierte en el centro de la composición.
Otro tanto puede decirse de la figura de San
Juanito, que, arrodillado a su lado, con una pierna desbordando el marco y la
cabeza levantada, parece mostrar a Jesús algo entre sus manos, estableciéndose
entre ambos un juego de fuerte carga teatral y naturalidad plena. Se cubre
con la tradicional vestimenta elaborada en piel que deja uno de los hombros al
descubierto, que como el pequeño cordero que le acompaña aluden, en su
condición de Precursor, a sus futuras predicaciones en el desierto y al
sacrificio de Jesús.
A diferencia de la pintura de Correggio, donde las
figuras se recortan sobre un fondo neutro oscuro, Salzillo incorpora en el
medallón de la Virgen de la Leche un luminoso
fondo con un paisaje en relieve en el que aparece una ladera salpicada de
pequeñas plantas y en lontananza un edificio, con aspecto de templo, entre un
bosque de árboles, tras los cuales se vislumbra una montaña. En un segundo
plano, a espaldas de la Virgen, se alza un tronco leñoso, talado y seco, y el
tronco de una palmera, así como la ruina clásica de un templo pagano formada
por un entablamento, la basa y un fragmento de una columna estriada, que
adquieren el simbolismo de la victoria que supuso el nacimiento de Cristo sobre
la Antigua Ley y el paganismo y la glorificación de la Virgen con la palma
alegórica.
En la parte superior, completando la escena, se incluye una
caprichosa formación de nubes entre las que asoma la cabeza de un pequeño
querubín, a modo de custodio, que define el carácter sagrado de los personajes
representados.
Todo este trabajo del fondo está resuelto con
elementos en pequeño relieve que contrastan con la volumetría de las figuras
principales, prescindiendo de una degradación de volúmenes en los sucesivos
planos y consiguiendo que las figuras protagonistas queden bañadas por
efectistas juegos de claroscuro que su propio volumen produce, ratificando la
idea de una escultura pintada o de una pintura en relieve. A ello también
contribuyen los sutiles efectos de la policromía, donde a los colores lisos de
las vestimentas —aquí Salzillo no recurre a los estofados que simulan suntuosas
sedas murcianas habituales en otras de sus esculturas— se contrapone el trabajo
de las carnaciones, que reciben el tratamiento de una pintura de caballete en
las mejillas sonrosadas, en el curtido cuerpo de San Juanito frente a la
palidez del Niño Jesús, etc.
Se trata, en definitiva, de una de las obras más
amables y refinadas del gran maestro murciano, que con un planteamiento de raíz
italiana e imbuido en la corriente rococó, incorpora en la ambientación
elementos clasicistas3. Síntesis de las aportaciones de Francisco
Salzillo a la escultura de su tiempo, la obra responde a los ideales de su
etapa de madurez, cuando el movimiento de las figuras y el lenguaje de las
manos son puestos al servicio de una fuerte espiritualidad y contenido místico.
Francisco Salzillo ya había realizado en 1738, con
las mismas características y con la misma inspiración, otra escultura de la Virgen de la Leche para la iglesia de
San Mateo de Lorca4, obra que desgraciadamente fue destruida.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 El canónigo José Marín y Lamas, protector de los monjes jerónimos
establecidos en La Nora, a pocos kilómetros de Murcia, también sería quien
encargara a Salzillo la escultura de San
Jerónimo penitente, obra cumbre del maestro que junto a la Virgen de la Leche se expone en el
Museo de la Catedral de Murcia.
2 RAMALLO ASENSIO, Germán: Francisco
Salzillo escultor, 1707-1783. Ars Hispanica, Madrid, 2007, p. 122.
3 PÁEZ BURRUEZO, Martín: El
escultor Francisco Salzillo. Apuntes de su vida y de su obra. En Francisco Salzillo, imágenes de culto.
Madrid, 1998, p. 30.
4 BELDA NAVARRO, Cristóbal: Francisco
Salzillo y la escultura pintada. En Francisco
Salzillo, imágenes de culto. Madrid, 1998, p. 55.
Correggio. Virgen de la Leche, 1522 Museo de Bellas Artes, Budapest |
Francisco Salzillo. Medallón de la Virgen de la Leche, 1755-1760 Museo de la Catedral, Murcia |
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