9 de diciembre de 2016

Visita virtual: VIRGEN DE LA LECHE, belleza y refinamiento en el alma de la materia













MEDALLÓN DE LA VIRGEN DE LA LECHE CON EL NIÑO Y SAN JUANITO
Francisco Salzillo (Murcia, 1707-1783)
1755-1760
Madera policromada
Museo de la Catedral, Murcia
Escultura rococó española. Escuela murciana














Un hecho que sorprende en la vida profesional del gran maestro Francisco Salzillo es la escasez de encargos recibidos desde la catedral murciana, a diferencia de la demanda masiva de obras para iglesias, conventos y cofradías de la ciudad del Segura. La causa bien pudo estar motivada por la dedicación de todos los esfuerzos y recursos económicos para levantar el ambicioso proyecto de la nueva fachada de la Catedral de Santa María (1736-1754), que se pretendía única e insuperable, una obra para la que ni Francisco, ni su hermano Antonio, más preparado para el arte de la labra, fueron requeridos para trabajar en ella, a pesar de que, cuando se inicia la obra en 1736, Francisco Salzillo ya llevaba diez años de andadura en Murcia, después de haberse hecho cargo del taller paterno.

No obstante, aunque Francisco Salzillo no fue requerido para el templo catedralicio, sede de la diócesis de Cartagena, sí lo fue por uno de sus canónigos más influyentes, don José Marín y Lamas1, que le encargó un precioso medallón que habría de presidir su oratorio privado y que fue elaborado por el maestro entre 1755 y 1760. Ajustándose a los gustos dieciochescos de mediados de siglo, Salzillo lo concibió con un formato elíptico —el diámetro mayor de 70 y el menor de 53 cm.— en el que se inscribe una delicada escena que representa a la Virgen de la Leche con San Juan Niño, tema que es realzado por una moldura oval dorada que se remata con motivos y rocallas de estilo rococó.

El medallón de la Virgen de la Leche fue donado a la catedral en 1775 por voluntad testamentaria de su propietario, siendo colocado en la capilla de San Andrés, pasando después al llamado Oratorio del Obispo y en nuestro tiempo al Museo Catedralicio, figurando entre sus piezas más atractivas.

En cuanto a la composición de su iconografía, aunque heredera en su finura de las bellas madonnas rafaelescas, puede encontrarse su inspiración directa en la delicada pintura de La Virgen con el Niño y San Juanito que en 1522 realizara Correggio, actualmente en el Museo de Bellas Artes de Budapest (ver ilustración al final del artículo), para lo que el escultor debió contar en el taller con una estampa grabada o con un dibujo suministrado por el comitente, una práctica habitual en los talleres de pintura y escultura, ajustándose con fidelidad a otra pintura de idéntica composición que se guarda en la iglesia murciana de San Juan.     


Respecto a la temática, hemos de considerar que no es algo casual, pues conviene recordar el auge que en esos años estaba experimentando en el ambiente católico contrarreformista más devoto el culto a los divinos fluídos2 —leche materna, lágrimas, sangre, etc.— repitiéndose las representaciones de lactancias místicas de algunos santos, entre ellos San Bernardo, como recurso para potenciar la figura de la Virgen como madre mediadora y transmisora de la sabiduría de Dios. En este sentido, también es significativo que una de las reliquias más veneradas de la catedral murciana fuese una gota de leche de la Virgen que fue regalada en 1714 por doña Mariana Engracia de Toledo y Portugal, marquesa de los Vélez, para ser depositada en su capilla familiar, así como el impacto que recibió el Cardenal Belluga por la Virgen que lloró en 1706 a causa de las derrotas sufridas por el ejército del futuro Felipe V, motivo de fervor popular por el que la imagen fue entronizada en un lugar preferente de la girola de la catedral.


El tema de la lactancia es el representado en este delicado medallón, con la figura adolescente de María reclinada y sujetando al Niño Jesús en su regazo, al que ofrece el pecho en un momento de absoluta intimidad. Sin embargo, a modo de instantánea, Jesús vuelve su cabeza y tiende su mano hacia la figura de su primo Juan, que, acompañado del pequeño cordero que le identifica, gesticula con las manos y levanta la cabeza estableciendo entre ellos una conversación o juego infantil, lleno de naturalismo, ante la mirada complaciente de la Madre.

Planteado como un altorrelieve, los volúmenes de las tres figuras casi llegan a estar trabajados en bulto redondo y despegados del tablero, con una de las piernas de San Juanito desbordando hábilmente el marco para acentuar el efecto tridimensional. Siguiendo una composición clásica de esquema piramidal y sobre la diagonal que establecen las cabezas de las tres figuras, Salzillo establece entre ellas una íntima relación a través del juego de miradas y del sutil lenguaje de las manos, no exento de gesticulación teatral.

La figura de María responde al arquetipo femenino habitual en el escultor, en este caso impregnado de un elegante movimiento de aire rococó en sus ademanes. Viste una simbólica túnica roja que llega hasta los pies, con una pequeña abertura a la altura del pecho y un amplio cuello que deja entrever una fina camisa blanca por debajo que también asoma en los puños. Un manto azul recubre el cuerpo formando delicados pliegues, con un remate de flecos dorados en la parte inferior y con un virtuoso trabajo de finísimas láminas en los bordes para simular un paño real. Se cubre con una toca de tonos ocres y esgrafiados dorados que realzan el exquisito trabajo de la cabeza, en la que, siguiendo los modelos de Correggio, queda visible parte del cabello, con una melena de raya al medio peinada hacia atrás y sujeta por una cinta roja, dejando visible parte de una trenza que forma un moño. El juvenil rostro es ovalado y terso, con frente despejada, párpados resaltados con ojos de cristal y boca pequeña ligeramente entreabierta para esbozar una sonrisa. Elegante es la disposición de las manos, fieles al modelo correggiano, la derecha mostrando el pecho y la izquierda sujetando al Niño con los dedos hundidos entre los pliegues de un paño de pureza blanco.

Muy atractivas son las figuras infantiles, en las que Salzillo se revelaría como un gran especialista, llegando a crear todo un universo de originales querubines entristecidos que acompañaban a la imagen de la Dolorosa y gráciles figuras exentas del Niño Jesús, muy apreciadas en el barroco español. En este medallón es especialmente elocuente el dinamismo del Divino Infante, que es presentado en total desnudez —para resaltar la fragilidad de la naturaleza humana de Cristo—, con la mano derecha reposando sobre el pecho de su Madre, la cabeza vuelta y el brazo izquierdo extendido hacia el pequeño Juan. De bella anatomía rolliza, sus miembros se despliegan en movimientos abiertos siguiendo las pautas del barroco, con una cabeza de frente muy alta sobre la que discurre un largo mechón y bucles sobre las orejas, realzando su naturalismo con ojos de cristal. Es arropado por la Virgen con un paño de pureza que forma delicados pliegues que se ajustan a su admirable anatomía, corroborando que una de las características de la escultura barroca fue la obsesión por el tratamiento de los plegados. Toda su figura irradia un movimiento que inevitablemente le convierte en el centro de la composición.

Otro tanto puede decirse de la figura de San Juanito, que, arrodillado a su lado, con una pierna desbordando el marco y la cabeza levantada, parece mostrar a Jesús algo entre sus manos, estableciéndose entre ambos un juego de fuerte carga teatral y naturalidad plena. Se cubre con la tradicional vestimenta elaborada en piel que deja uno de los hombros al descubierto, que como el pequeño cordero que le acompaña aluden, en su condición de Precursor, a sus futuras predicaciones en el desierto y al sacrificio de Jesús.

A diferencia de la pintura de Correggio, donde las figuras se recortan sobre un fondo neutro oscuro, Salzillo incorpora en el medallón de la Virgen de la Leche un luminoso fondo con un paisaje en relieve en el que aparece una ladera salpicada de pequeñas plantas y en lontananza un edificio, con aspecto de templo, entre un bosque de árboles, tras los cuales se vislumbra una montaña. En un segundo plano, a espaldas de la Virgen, se alza un tronco leñoso, talado y seco, y el tronco de una palmera, así como la ruina clásica de un templo pagano formada por un entablamento, la basa y un fragmento de una columna estriada, que adquieren el simbolismo de la victoria que supuso el nacimiento de Cristo sobre la Antigua Ley y el paganismo y la glorificación de la Virgen con la palma alegórica. 
En la parte superior, completando la escena, se incluye una caprichosa formación de nubes entre las que asoma la cabeza de un pequeño querubín, a modo de custodio, que define el carácter sagrado de los personajes representados.

Todo este trabajo del fondo está resuelto con elementos en pequeño relieve que contrastan con la volumetría de las figuras principales, prescindiendo de una degradación de volúmenes en los sucesivos planos y consiguiendo que las figuras protagonistas queden bañadas por efectistas juegos de claroscuro que su propio volumen produce, ratificando la idea de una escultura pintada o de una pintura en relieve. A ello también contribuyen los sutiles efectos de la policromía, donde a los colores lisos de las vestimentas —aquí Salzillo no recurre a los estofados que simulan suntuosas sedas murcianas habituales en otras de sus esculturas— se contrapone el trabajo de las carnaciones, que reciben el tratamiento de una pintura de caballete en las mejillas sonrosadas, en el curtido cuerpo de San Juanito frente a la palidez del Niño Jesús, etc.

Se trata, en definitiva, de una de las obras más amables y refinadas del gran maestro murciano, que con un planteamiento de raíz italiana e imbuido en la corriente rococó, incorpora en la ambientación elementos clasicistas3. Síntesis de las aportaciones de Francisco Salzillo a la escultura de su tiempo, la obra responde a los ideales de su etapa de madurez, cuando el movimiento de las figuras y el lenguaje de las manos son puestos al servicio de una fuerte espiritualidad y contenido místico.

Francisco Salzillo ya había realizado en 1738, con las mismas características y con la misma inspiración, otra escultura de la Virgen de la Leche para la iglesia de San Mateo de Lorca4, obra que desgraciadamente fue destruida.  


Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 El canónigo José Marín y Lamas, protector de los monjes jerónimos establecidos en La Nora, a pocos kilómetros de Murcia, también sería quien encargara a Salzillo la escultura de San Jerónimo penitente, obra cumbre del maestro que junto a la Virgen de la Leche se expone en el Museo de la Catedral de Murcia.

2 RAMALLO ASENSIO, Germán: Francisco Salzillo escultor, 1707-1783. Ars Hispanica, Madrid, 2007, p. 122.

3 PÁEZ BURRUEZO, Martín: El escultor Francisco Salzillo. Apuntes de su vida y de su obra. En Francisco Salzillo, imágenes de culto. Madrid, 1998, p. 30.

4 BELDA NAVARRO, Cristóbal: Francisco Salzillo y la escultura pintada. En Francisco Salzillo, imágenes de culto. Madrid, 1998, p. 55.

Correggio. Virgen de la Leche, 1522
Museo de Bellas Artes, Budapest























Francisco Salzillo. Medallón de la Virgen de la Leche, 1755-1760
Museo de la Catedral, Murcia














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