SANTA CLARA DE ASÍS
Pedro de
Correas (?, 1689 - Valladolid, 1752)
Hacia 1735
Madera
policromada y postizos
Monasterio
de Santa Clara, Valladolid
Escultura barroca
española. Escuela castellana
En el coro bajo de la iglesia del convento de Santa
Clara de Valladolid está instalado un pequeño retablo de diseño clasicista,
compuesto por una pareja de hornacinas en las que se hallan las imágenes de San
Francisco y Santa Clara, los dos santos de Asís fundadores de la comunidad de
clarisas que lo habitan. Si los escritos y hagiografías de San Francisco le
vienen a considerar como un "alter Christus", y así aparece en la
iconografía que le representa, aceptando una vida de sacrificio y pobreza como
renuncia a las comodidades mundanas, incluso compartiendo los estigmas de la
Pasión, otro tanto puede decirse de Santa Clara, fundadora de la primera
comunidad de la Orden de las Damas Pobres de San Damián, segunda orden de San
Francisco conocida como las Clarisas, considerada igualmente como "altera
Maria"1.
Ahora fijamos nuestra atención en la figura de Santa Clara que aparece en dicho
retablo, una excelente escultura tardobarroca en madera policromada debida a
las gubias de Pedro de Correas, el más importante retablista vallisoletano del
siglo XVIII, que a lo largo de su vida compaginó las tareas de ensamblador y
escultor.
No obstante, conviene recordar que esta magnífica
talla, de 1,36 m. de altura, no fue concebida para este pequeño retablo, sino
para presidir, como imagen titular, la hornacina principal del retablo mayor2
de la iglesia de Santa Clara, una fastuosa obra contratada en 1730 a Pedro de
Correas por la abadesa Josefa Velázquez y Pimentel, al frente de la comunidad
de clarisas, por 24.500 reales.
En esta ingente maquinaria Pedro de Correas no sólo
consolidaba el abandono del uso de columnas salomónicas colosales para
sustituirlas por otras corintias con el tercio bajo de los fustes decorados con
cabezas de serafines y el resto repleto de elementos ornamentales en relieve
con formas vegetales y trofeos colgantes de cintas, sino que también se ocupaba
del repertorio escultórico destinado a la calle central, con la imagen de Santa Clara en la hornacina principal y San Miguel y un relieve del Padre Eterno en el ático, y calles
laterales, con las imágenes de Santo
Domingo y San Francisco y sobre
ellos San Antonio y San José, a las que se sumaban las
esculturas de dos Ángeles en los
extremos del ático.
Sin embargo, al cabo del tiempo y por razones
desconocidas, tres de las esculturas del retablo fueron sustituidas3.
Santa Teresa y una santa que sujeta un crucifijo, con un perro a los pies,
ambas de autor desconocido, sustituyeron al San
Antonio y al San José de Pedro de
Correas, que pasaron a presidir dos retablos colocados en la nave de la iglesia.
Otro tanto ocurrió con la imagen titular de Santa
Clara, que pasó al retablo del coro bajo, siendo ocupado su lugar por otra
de la misma santa, mucho menos expresiva y datada hacia 1600.
Separada de su contexto original, se puede explicar
el esmerado trabajo aplicado por el escultor en la talla de Santa Clara por
tratarse de la imagen principal del retablo mayor, de modo que la escultura no
sólo presenta un notable nivel de calidad de acuerdo a los cánones
dieciochescos, sino que se puede afirmar
que se encuentra entre lo más sobresaliente de la producción escultórica de
Pedro de Correas.
UNA ICONOGRAFÍA RECONOCIBLE
Esta escultura, realizada durante la tercera década
del siglo XVIII, representa a la santa de Asís, una de las más populares del
santoral católico, portando dos de los atributos habituales en su iconografía:
una custodia con la exposición del Santísimo Sacramento y un báculo alusivo a
su condición de abadesa mitrada. Para comprender la presencia de estos
elementos, que sin duda fueron exigidos por la abadesa comitente, es necesario
recurrir a algunos aspectos de su hagiografía.
Nacida en Asís en 1194, cuenta la tradición que debe
el nombre de Clara a una revelación que tuvo su madre antes de nacer de que
alumbraría una luz brillante que iluminaría al mundo entero. Tenía dieciocho
años cuando el Domingo de Ramos de 1212, en un acto organizado por San
Francisco, el obispo de Asís le entregó de forma simbólica una palma que
despertó su vocación. Esa noche Santa Clara abandonó la casa paterna, distribuyó
todo su patrimonio entre los pobres —requisito requerido por San Francisco— y
fue recibida en la capilla de la Porciúncula por el santo poverello. Tras cambiar sus vestiduras por un tosco sayal, allí ciñó
el cíngulo de la orden franciscana, a la que prometió obediencia.
Anónimo, s. XVII. La Madre Luisa de Carrión representada como Santa Clara. Convento de Santa Isabel, Valladolid |
Días después se unió a ella su hermana Inés y
después su hermana Beatriz, siéndole cedido a Santa Clara el convento de San
Damián, donde germinó un movimiento de inspiración franciscana que tuvo un
rápido crecimiento. Hasta su propia madre, Ortolana, también ingresó en la
comunidad, para la que San Francisco escribió la regla que fue confirmada por
el papa Inocencio III en 1215, aceptando, por deseo de San Francisco, el
nombramiento de abadesa de San Damián. De esta manera, como hija espiritual de
San Francisco, se convertía en la fundadora de la orden que tomaba su nombre:
las Clarisas. Y por este motivo se le suele representar vistiendo el hábito
franciscano y sujetando el báculo abacial.
El tradicional atributo de la custodia está igualmente
relacionado con el convento de San Damián. Cuenta una crónica anónima que en el año
1230 los sarracenos se dirigieron desde la fortaleza de Nocera hasta el valle
de Espoleto y allí trataron de invadir el convento de San Damián. Santa Clara,
que en ese momento estaba convaleciente de una grave enfermedad, se hizo llevar
a la puerta del convento portando una custodia con la hostia consagrada, con la
que en un ejercicio de fe pidió protección al cielo en presencia de todas las
monjas hermanas. Según la leyenda piadosa, al oírse una voz infantil que dijo
"Yo os guardaré siempre", los sarracenos huyeron y abandonaron el
sitio al monasterio. Este episodio es recordado con la inclusión de la custodia
como atributo identificativo en las representaciones de la santa.
Santa Clara moría el 11 de agosto de 1253, en olor
de santidad, rodeada de sus monjas clarisas y algunos frailes. La noticia
conmocionó a la ciudad de Asís, asistiendo a sus exequias el papa, varios
cardenales y la totalidad de la población. Fue canonizada en 1254 por el papa
Alejandro IV. Muy pronto se la comenzó a representar portando un lirio como
atributo de pureza y virginidad, como ocurre en el cuerpo de la santa expuesto
en su basílica de Asís —el lirio y el báculo se entrecruzan en el emblema de las
clarisas—, pero después su imagen aparecería inseparable de la custodia con que
protagonizó su enfrentamiento con los sarracenos.
Así la representa Pedro de Correas, en este caso a
través de una imagen extremadamente idealizada y de aspecto adolescente,
revestida con el hábito de las clarisas —Segunda Orden de San Francisco—
formado por una túnica parda acompañada de escapulario, una toca blanca con un
adorno en la frente en forma de palmeta, un velo negro, zapatos de cuero negro
y un cordón como cinturón que en su caída forma tres nudos, alusivos a los
votos de castidad, obediencia y pobreza.
Juan y Pedro de Correas. Retablo del Santo Sepulcro, 1719 Iglesia de la Magdalena, Valladolid |
La figura aparece esbelta y dinámica, con la cabeza
girada hacia la derecha para fijar su mirada en el ostensorio que sujeta en su
mano, manteniendo un gesto de ensimismamiento y reflexión. Su
disposición corporal sigue un marcado contraposto e insinúa un movimiento de
marcha al disponer la pierna izquierda adelantada, prevaleciendo en toda la
figura el deseo de impregnarla de movimiento a través de un juego de armónicas
curvas que siguen las tendencias del momento, usando como recurso plástico
cierta agitación en el fluir de los paños, especialmente apreciable en las
curvaturas del escapulario, las amplias mangas y la toca. En ellas los pliegues
aparecen muy quebrados y con aspecto metálico, recordando los modelos de
Gregorio Fernández.
A pesar de su aspecto severo, ajustado a la
idiosincrasia de la santa representada, la escultura presenta un rico acabado
policromado, con carnaciones muy pálidas y un complejo trabajo de estofados en
el hábito, que aparece recubierto por una tonalidad parda con esgrafiados a
base de formas vegetales que dejan aflorar el oro subyacente, incorporando en
el bajo de la túnica, las mangas y el escapulario anchas orlas con motivos a
punta de pincel. Otro tanto ocurre en el velo, salpicado de pequeños círculos
esgrafiados que igualmente le proporcionan luminosidad, y en la toca, cuyos
bordes aparecen recorridos por una cenefa dorada con delicados motivos florales
que alrededor de la cara configuran un rostrillo.
Pedro de Correas. Detalle del Retablo de la Inmaculada, 1720 Imagen de San José y el Niño, seguidor de Gregorio Fernández Iglesia de Santiago, Medina de Rioseco |
EN TORNO AL ENSAMBLADOR Y ESCULTOR PEDRO DE CORREAS
La obra de Pedro de Correas catalogada se
circunscribe a una serie de retablos realizados en la primera mitad del siglo
XVIII para distintas poblaciones de Valladolid y Palencia. Hijo del primer
matrimonio del ensamblador Juan de Correas con Teresa Calderón de la Barca,
nació posiblemente en Valladolid hacia 1689. Formado en el
taller de su padre, comenzaría colaborando con él hasta su muerte hacia 1727, momento
en que permanece al frente del obrador, iniciando una andadura que le
proporcionaría sustanciosos bienes gananciales, a juzgar por la obra realizada,
en la que patentiza sus propias aportaciones al arte de la retablística del
primer tercio del siglo XVIII. Con taller establecido en Valladolid, contrajo
matrimonio con Ana María Mendiguren, ocupando una casa del Duque de Béjar en la
calle de la Boariza (actual María de Molina)4.
Una de sus primeras obras, en su especialidad de
tracista, fue el Retablo del Santo
Sepulcro que realizó en 1719 en colaboración con su padre Juan de Correas,
actualmente colocado en la iglesia de la Magdalena de Valladolid. Está
concebido para albergar una imagen de Cristo yacente en el banco, incorporando
grandes estípites rematadas con bustos femeninos y un animado grupo de ángeles
que portan instrumentos de la Pasión en el ático, que se remata en forma de
arco de medio punto y donde un grupo de querubines descorre una larga cortina
que se adapta a esa forma produciendo un efecto muy teatral.
Pedro de Correas. Retablo de Santa Clara, 1730 Iglesia del convento de Santa Clara, Valladolid |
En 1720 traza el Retablo
de la Inmaculada, colocado en la capilla que Diego Carrascal disponía en la
iglesia de Santiago de Medina de Rioseco (actualmente acoge un grupo de San
José y el Niño de un seguidor de Gregorio Fernández), para cuya realización
concurrieron a la convocatoria hasta diez maestros de Medina de Rioseco, Valladolid, Palencia y
Zamora. En él Pedro de Correas abandona la columna salomónica para utilizar
columnas colosales con el tercio bajo decorado con cabezas de serafines y el
fuste acanalado recubierto de profusa hojarasca en relieve, incorporando
estípites y de nuevo cortinas descorridas por querubines, todo ello con
tendencia al horror vacui.
El mismo repertorio lo repite en 1730 en el Retablo mayor de Santa Clara del
homónimo convento vallisoletano, ya descrito en líneas anteriores, para el que
realizó el conjunto de dinámicas esculturas al que perteneció la imagen de Santa Clara que aquí glosamos. Esta obra
realizada para las clarisas de Valladolid le facilitó nuevos encargos de
retablos para los conventos de Santa Clara de Palencia y de Calabazanos
(Palencia), realizados en 1731. Asimismo, en 1732 está documentada su autoría en
el renovado Retablo mayor del convento de
San Francisco de Palencia, que vuelve a presentar una gran profusión
decorativa y escultórica.
Pedro de Correas. Santo Domingo, retablo de Santa Clara, 1730 Iglesia del convento de Santa Clara, Valladolid |
El 13 de febrero de 1741 de nuevo firmaba un
contrato para realizar una obra descomunal, el Retablo mayor de la iglesia de San Andrés de Valladolid, cuyas
imágenes fueron policromadas en 1742 por Bonifacio Núñez y el dorado de toda la
estructura aplicado por Gabriel Fernández en 1759. Pedro de Correas infunde al
conjunto un gran sentido escenográfico de carácter triunfal, adoptando la forma
de un monumental dosel, con remate en forma de cascarón y el uso de columnas
colosales apeadas en voluminosas ménsulas, todo ello con abigarrada decoración
en relieve que produce fuertes contrastes de claroscuro y un santoral con
especial movimiento. La misma disposición y grandes proporciones las repetiría
en el Retablo mayor de la iglesia de San
Francisco de Medina de Rioseco.
Con el mismo ímpetu decorativo y tipología
tetrástila con cascarón, en 1742 asentaba el Retablo mayor de la iglesia de San Pedro de Mucientes (Valladolid),
presidido por una notable escultura de San
Pedro en cátedra, junto a bellas esculturas de líneas muy movidas.
Pedro de Correas. Retablo del convento de San Francisco, 1732, Palencia |
Se atribuyen a Pedro de Correas tres retablos del
monasterio de Santa María de Valbuena, entre ellos el retablo mayor, donde
despliega una escenografía barroca calada, en forma de gran baldaquino exento, destinada
a resaltar la imagen mariana titular, que adquiere una independencia absoluta
respecto al marco arquitectónico. En torno suyo se disponen las esculturas de cuatro
santos significados por su devoción mariana: San Bernardo, San Anselmo, San Ildefonso
y San Pedro Damián.
La Virgen de
la Asunción de Valbuena supone el último grado evolutivo en la producción
escultórica de Pedro de Correas, que la presenta sobre un trono de nubes con
cabezas de querubines, dos de cuerpo completo impulsándola a los lados —siguiendo
el arquetipo infantil habitual en el escultor— y otro sobre su cabeza dispuesto
a coronarla. La imagen de la Virgen difiere de modelos anteriores, con el cuerpo
siguiendo una dinámica línea serpentinata, la cabeza elevada a lo alto, una túnica
ornamentada con cabezas de serafines y pájaros a punta de pincel y un manto muy
movido, formando grandes pliegues recogidos por debajo de la cintura y decorado
con rameados dorados sobre fondo azul, al igual que la gran cenefa que lo
recorre. Destaca el virtuosismo con que está tallado el manto a base de finísimas
láminas que llevan incorporadas en los bordes postizos de encaje, que vienen a
completar la aplicación de ojos de cristal. En conjunto, en la imagen ya aflora
el espíritu del rococó.
Pedro de Correas. Retablo de la iglesia de San Andrés, 1741, Valladolid |
Pedro de Correas moría en Valladolid en 1752.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 ANDRÉS ORDAX, Salvador: Santa
Clara «Altera Maria» y la Sancta Facies. Iconografía del retablo antiguo de
Tordesillas, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima
Concepción nº 44, Valladolid, 2009, pp. 9-21.
2 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y DE LA PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier:
Monumentos religiosos de la ciudad de
Valladolid (Conventos y Seminarios), Catálogo monumental de la provincia de
Valladolid, Tomo XV, parte segunda, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1987,
p. 70.
Pedro de Correas. Retablo de la iglesia de San Pedro, 1742 Mucientes (Valladolid) |
3 Ibídem, p. 68.
4 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura
barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959, p. 326.
Pedro de Correas. Izda: Retablo de la Asunción. Dcha: Imagen de la Asunción Monasterio de Santa María de Valbuena (Valladolid) |
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