26 de enero de 2018

Theatrum: SANTA CLARA, la fuerza de los símbolos en la sociedad barroca













SANTA CLARA DE ASÍS
Pedro de Correas (?, 1689 - Valladolid, 1752)
Hacia 1735
Madera policromada y postizos
Monasterio de Santa Clara, Valladolid
Escultura barroca española. Escuela castellana















En el coro bajo de la iglesia del convento de Santa Clara de Valladolid está instalado un pequeño retablo de diseño clasicista, compuesto por una pareja de hornacinas en las que se hallan las imágenes de San Francisco y Santa Clara, los dos santos de Asís fundadores de la comunidad de clarisas que lo habitan. Si los escritos y hagiografías de San Francisco le vienen a considerar como un "alter Christus", y así aparece en la iconografía que le representa, aceptando una vida de sacrificio y pobreza como renuncia a las comodidades mundanas, incluso compartiendo los estigmas de la Pasión, otro tanto puede decirse de Santa Clara, fundadora de la primera comunidad de la Orden de las Damas Pobres de San Damián, segunda orden de San Francisco conocida como las Clarisas, considerada igualmente como "altera Maria"1.

Ahora fijamos nuestra atención en la figura de Santa Clara que aparece en dicho retablo, una excelente escultura tardobarroca en madera policromada debida a las gubias de Pedro de Correas, el más importante retablista vallisoletano del siglo XVIII, que a lo largo de su vida compaginó las tareas de ensamblador y escultor.

No obstante, conviene recordar que esta magnífica talla, de 1,36 m. de altura, no fue concebida para este pequeño retablo, sino para presidir, como imagen titular, la hornacina principal del retablo mayor2 de la iglesia de Santa Clara, una fastuosa obra contratada en 1730 a Pedro de Correas por la abadesa Josefa Velázquez y Pimentel, al frente de la comunidad de clarisas, por 24.500 reales.

En esta ingente maquinaria Pedro de Correas no sólo consolidaba el abandono del uso de columnas salomónicas colosales para sustituirlas por otras corintias con el tercio bajo de los fustes decorados con cabezas de serafines y el resto repleto de elementos ornamentales en relieve con formas vegetales y trofeos colgantes de cintas, sino que también se ocupaba del repertorio escultórico destinado a la calle central, con la imagen de Santa Clara en la hornacina principal y San Miguel y un relieve del Padre Eterno en el ático, y calles laterales, con las imágenes de Santo Domingo y San Francisco y sobre ellos San Antonio y San José, a las que se sumaban las esculturas de dos Ángeles en los extremos del ático.


Sin embargo, al cabo del tiempo y por razones desconocidas, tres de las esculturas del retablo fueron sustituidas3. Santa Teresa y una santa que sujeta un crucifijo, con un perro a los pies, ambas de autor desconocido, sustituyeron al San Antonio y al San José de Pedro de Correas, que pasaron a presidir dos retablos colocados en la nave de la iglesia. Otro tanto ocurrió con la imagen titular de Santa Clara, que pasó al retablo del coro bajo, siendo ocupado su lugar por otra de la misma santa, mucho menos expresiva y datada hacia 1600.

Separada de su contexto original, se puede explicar el esmerado trabajo aplicado por el escultor en la talla de Santa Clara por tratarse de la imagen principal del retablo mayor, de modo que la escultura no sólo presenta un notable nivel de calidad de acuerdo a los cánones dieciochescos,  sino que se puede afirmar que se encuentra entre lo más sobresaliente de la producción escultórica de Pedro de Correas.

UNA ICONOGRAFÍA RECONOCIBLE

Esta escultura, realizada durante la tercera década del siglo XVIII, representa a la santa de Asís, una de las más populares del santoral católico, portando dos de los atributos habituales en su iconografía: una custodia con la exposición del Santísimo Sacramento y un báculo alusivo a su condición de abadesa mitrada. Para comprender la presencia de estos elementos, que sin duda fueron exigidos por la abadesa comitente, es necesario recurrir a algunos aspectos de su hagiografía.
Nacida en Asís en 1194, cuenta la tradición que debe el nombre de Clara a una revelación que tuvo su madre antes de nacer de que alumbraría una luz brillante que iluminaría al mundo entero. Tenía dieciocho años cuando el Domingo de Ramos de 1212, en un acto organizado por San Francisco, el obispo de Asís le entregó de forma simbólica una palma que despertó su vocación. Esa noche Santa Clara abandonó la casa paterna, distribuyó todo su patrimonio entre los pobres —requisito requerido por San Francisco— y fue recibida en la capilla de la Porciúncula por el santo poverello. Tras cambiar sus vestiduras por un tosco sayal, allí ciñó el cíngulo de la orden franciscana, a la que prometió obediencia.

Anónimo, s. XVII. La Madre Luisa de Carrión representada como
Santa Clara. Convento de Santa Isabel, Valladolid
Días después se unió a ella su hermana Inés y después su hermana Beatriz, siéndole cedido a Santa Clara el convento de San Damián, donde germinó un movimiento de inspiración franciscana que tuvo un rápido crecimiento. Hasta su propia madre, Ortolana, también ingresó en la comunidad, para la que San Francisco escribió la regla que fue confirmada por el papa Inocencio III en 1215, aceptando, por deseo de San Francisco, el nombramiento de abadesa de San Damián. De esta manera, como hija espiritual de San Francisco, se convertía en la fundadora de la orden que tomaba su nombre: las Clarisas. Y por este motivo se le suele representar vistiendo el hábito franciscano y sujetando el báculo abacial.

El tradicional atributo de la custodia está igualmente relacionado con el convento de San Damián. Cuenta una crónica anónima que en el año 1230 los sarracenos se dirigieron desde la fortaleza de Nocera hasta el valle de Espoleto y allí trataron de invadir el convento de San Damián. Santa Clara, que en ese momento estaba convaleciente de una grave enfermedad, se hizo llevar a la puerta del convento portando una custodia con la hostia consagrada, con la que en un ejercicio de fe pidió protección al cielo en presencia de todas las monjas hermanas. Según la leyenda piadosa, al oírse una voz infantil que dijo "Yo os guardaré siempre", los sarracenos huyeron y abandonaron el sitio al monasterio. Este episodio es recordado con la inclusión de la custodia como atributo identificativo en las representaciones de la santa.


Santa Clara moría el 11 de agosto de 1253, en olor de santidad, rodeada de sus monjas clarisas y algunos frailes. La noticia conmocionó a la ciudad de Asís, asistiendo a sus exequias el papa, varios cardenales y la totalidad de la población. Fue canonizada en 1254 por el papa Alejandro IV. Muy pronto se la comenzó a representar portando un lirio como atributo de pureza y virginidad, como ocurre en el cuerpo de la santa expuesto en su basílica de Asís —el lirio y el báculo se entrecruzan en el emblema de las clarisas—, pero después su imagen aparecería inseparable de la custodia con que protagonizó su enfrentamiento con los sarracenos.

Así la representa Pedro de Correas, en este caso a través de una imagen extremadamente idealizada y de aspecto adolescente, revestida con el hábito de las clarisas —Segunda Orden de San Francisco— formado por una túnica parda acompañada de escapulario, una toca blanca con un adorno en la frente en forma de palmeta, un velo negro, zapatos de cuero negro y un cordón como cinturón que en su caída forma tres nudos, alusivos a los votos de castidad, obediencia y pobreza.

Juan y Pedro de Correas. Retablo del Santo Sepulcro, 1719
Iglesia de la Magdalena, Valladolid
La figura aparece esbelta y dinámica, con la cabeza girada hacia la derecha para fijar su mirada en el ostensorio que sujeta en su mano, manteniendo un gesto de ensimismamiento y reflexión. Su disposición corporal sigue un marcado contraposto e insinúa un movimiento de marcha al disponer la pierna izquierda adelantada, prevaleciendo en toda la figura el deseo de impregnarla de movimiento a través de un juego de armónicas curvas que siguen las tendencias del momento, usando como recurso plástico cierta agitación en el fluir de los paños, especialmente apreciable en las curvaturas del escapulario, las amplias mangas y la toca. En ellas los pliegues aparecen muy quebrados y con aspecto metálico, recordando los modelos de Gregorio Fernández.

A pesar de su aspecto severo, ajustado a la idiosincrasia de la santa representada, la escultura presenta un rico acabado policromado, con carnaciones muy pálidas y un complejo trabajo de estofados en el hábito, que aparece recubierto por una tonalidad parda con esgrafiados a base de formas vegetales que dejan aflorar el oro subyacente, incorporando en el bajo de la túnica, las mangas y el escapulario anchas orlas con motivos a punta de pincel. Otro tanto ocurre en el velo, salpicado de pequeños círculos esgrafiados que igualmente le proporcionan luminosidad, y en la toca, cuyos bordes aparecen recorridos por una cenefa dorada con delicados motivos florales que alrededor de la cara configuran un rostrillo.

Pedro de Correas. Detalle del Retablo de la Inmaculada, 1720
Imagen de San José y el Niño, seguidor de Gregorio Fernández
Iglesia de Santiago, Medina de Rioseco
EN TORNO AL ENSAMBLADOR Y ESCULTOR PEDRO DE CORREAS

La obra de Pedro de Correas catalogada se circunscribe a una serie de retablos realizados en la primera mitad del siglo XVIII para distintas poblaciones de Valladolid y Palencia. Hijo del primer matrimonio del ensamblador Juan de Correas con Teresa Calderón de la Barca, nació posiblemente en Valladolid hacia 1689. Formado en el taller de su padre, comenzaría colaborando con él hasta su muerte hacia 1727, momento en que permanece al frente del obrador, iniciando una andadura que le proporcionaría sustanciosos bienes gananciales, a juzgar por la obra realizada, en la que patentiza sus propias aportaciones al arte de la retablística del primer tercio del siglo XVIII. Con taller establecido en Valladolid, contrajo matrimonio con Ana María Mendiguren, ocupando una casa del Duque de Béjar en la calle de la Boariza (actual María de Molina)4.

Una de sus primeras obras, en su especialidad de tracista, fue el Retablo del Santo Sepulcro que realizó en 1719 en colaboración con su padre Juan de Correas, actualmente colocado en la iglesia de la Magdalena de Valladolid. Está concebido para albergar una imagen de Cristo yacente en el banco, incorporando grandes estípites rematadas con bustos femeninos y un animado grupo de ángeles que portan instrumentos de la Pasión en el ático, que se remata en forma de arco de medio punto y donde un grupo de querubines descorre una larga cortina que se adapta a esa forma produciendo un efecto muy teatral.

Pedro de Correas. Retablo de Santa Clara, 1730
Iglesia del convento de Santa Clara, Valladolid
En 1720 traza el Retablo de la Inmaculada, colocado en la capilla que Diego Carrascal disponía en la iglesia de Santiago de Medina de Rioseco (actualmente acoge un grupo de San José y el Niño de un seguidor de Gregorio Fernández), para cuya realización concurrieron a la convocatoria hasta diez maestros de Medina de Rioseco, Valladolid, Palencia y Zamora. En él Pedro de Correas abandona la columna salomónica para utilizar columnas colosales con el tercio bajo decorado con cabezas de serafines y el fuste acanalado recubierto de profusa hojarasca en relieve, incorporando estípites y de nuevo cortinas descorridas por querubines, todo ello con tendencia al horror vacui.
El mismo repertorio lo repite en 1730 en el Retablo mayor de Santa Clara del homónimo convento vallisoletano, ya descrito en líneas anteriores, para el que realizó el conjunto de dinámicas esculturas al que perteneció la imagen de Santa Clara que aquí glosamos. Esta obra realizada para las clarisas de Valladolid le facilitó nuevos encargos de retablos para los conventos de Santa Clara de Palencia y de Calabazanos (Palencia), realizados en 1731. Asimismo, en 1732 está documentada su autoría en el renovado Retablo mayor del convento de San Francisco de Palencia, que vuelve a presentar una gran profusión decorativa y escultórica.

Pedro de Correas. Santo Domingo, retablo de Santa Clara, 1730
Iglesia del convento de Santa Clara, Valladolid
El 13 de febrero de 1741 de nuevo firmaba un contrato para realizar una obra descomunal, el Retablo mayor de la iglesia de San Andrés de Valladolid, cuyas imágenes fueron policromadas en 1742 por Bonifacio Núñez y el dorado de toda la estructura aplicado por Gabriel Fernández en 1759. Pedro de Correas infunde al conjunto un gran sentido escenográfico de carácter triunfal, adoptando la forma de un monumental dosel, con remate en forma de cascarón y el uso de columnas colosales apeadas en voluminosas ménsulas, todo ello con abigarrada decoración en relieve que produce fuertes contrastes de claroscuro y un santoral con especial movimiento. La misma disposición y grandes proporciones las repetiría en el Retablo mayor de la iglesia de San Francisco de Medina de Rioseco.

Con el mismo ímpetu decorativo y tipología tetrástila con cascarón, en 1742 asentaba el Retablo mayor de la iglesia de San Pedro de Mucientes (Valladolid), presidido por una notable escultura de San Pedro en cátedra, junto a bellas esculturas de líneas muy movidas.


Pedro de Correas. Retablo del convento de San Francisco, 1732, Palencia
Se atribuyen a Pedro de Correas tres retablos del monasterio de Santa María de Valbuena, entre ellos el retablo mayor, donde despliega una escenografía barroca calada, en forma de gran baldaquino exento, destinada a resaltar la imagen mariana titular, que adquiere una independencia absoluta respecto al marco arquitectónico. En torno suyo se disponen las esculturas de cuatro santos significados por su devoción mariana: San Bernardo, San Anselmo, San Ildefonso y San Pedro Damián.

La Virgen de la Asunción de Valbuena supone el último grado evolutivo en la producción escultórica de Pedro de Correas, que la presenta sobre un trono de nubes con cabezas de querubines, dos de cuerpo completo impulsándola a los lados —siguiendo el arquetipo infantil habitual en el escultor— y otro sobre su cabeza dispuesto a coronarla. La imagen de la Virgen difiere de modelos anteriores, con el cuerpo siguiendo una dinámica línea serpentinata, la cabeza elevada a lo alto, una túnica ornamentada con cabezas de serafines y pájaros a punta de pincel y un manto muy movido, formando grandes pliegues recogidos por debajo de la cintura y decorado con rameados dorados sobre fondo azul, al igual que la gran cenefa que lo recorre. Destaca el virtuosismo con que está tallado el manto a base de finísimas láminas que llevan incorporadas en los bordes postizos de encaje, que vienen a completar la aplicación de ojos de cristal. En conjunto, en la imagen ya aflora el espíritu del rococó.

Pedro de Correas. Retablo de la iglesia de San Andrés, 1741, Valladolid
Pedro de Correas moría en Valladolid en 1752.  


Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 ANDRÉS ORDAX, Salvador: Santa Clara «Altera Maria» y la Sancta Facies. Iconografía del retablo antiguo de Tordesillas, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción nº 44, Valladolid, 2009, pp. 9-21.

2 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y DE LA PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier: Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid (Conventos y Seminarios), Catálogo monumental de la provincia de Valladolid, Tomo XV, parte segunda, Diputación de Valladolid, Valladolid, 1987, p. 70.

Pedro de Correas. Retablo de la iglesia de San Pedro, 1742
Mucientes (Valladolid)
3 Ibídem, p. 68.

4 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana, Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1959, p. 326. 













Pedro de Correas. Izda: Retablo de la Asunción. Dcha: Imagen de la Asunción
Monasterio de Santa María de Valbuena (Valladolid)












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