CRISTO COMO
SACERDOTE
Diego
Valentín Díaz (Valladolid, 1586-1660)
Hacia 1640
Óleo sobre
lienzo
Iglesia de
San Ildefonso, Valladolid
Pintura
barroca española. Escuela de Valladolid
Lo que a primera vista puede sorprender en esta
pintura, tan inusual en el arte católico, es tanto el anacronismo de su
iconografía como su respetable formato —1,83 x 1,12 m.—, concebido para no
pasar desapercibido. En ella destaca, dentro de una composición supeditada a
una rígida simetría, la monumental figura de Cristo caracterizada como un
sacerdote con el hábito de los jesuitas. Su gesto mayestático, su ligero giro a
tres cuartos, su mirada clavada fijamente en el espectador y el modo en que
cruza sus manos al frente, responden en cierto modo al arquetipo generalizado
en el siglo XVII para los retratos aristocráticos y reales, transponiendo el
entorno del poder mundano, habitual en aquellos, por otro de carácter celestial
que es reforzado por la presencia a los lados de dos ángeles revestidos con
ornamentadas dalmáticas y en actitud de adoración, así como una gloria abierta en
la parte superior con cabezas de querubines y resplandores que en torno al
busto de Cristo conforman una corona que proclama su divinidad.
La singular figura, de grave semblante, carente de
movimiento y con una pronunciada verticalidad en la caída de los pliegues de la
sotana y del manteo, adquiere un aspecto
un tanto rígido e hierático, reforzando con estos recursos expresivos su
pretendida solemnidad para crear un espacio de carácter más conceptual que
físico al utilizar deliberadamente un fondo neutro e intemporal.
La pintura se debe a los pinceles de Diego Valentín
Díaz, el más destacado de los pintores con taller en Valladolid durante el
siglo XVII. Hombre ilustrado, filántropo y piadoso, ejerció una enorme
influencia en el menguado panorama pictórico de la ciudad. Él fue el creador de
tan atípica iconografía, cuyos seguidores llegaron a repetir con ligeras
variantes, en obras originariamente destinadas a la jesuítica Casa Profesa de
San Ignacio de Valladolid, reconvertida en 1775, tras la expulsión de los
jesuitas decretada por Carlos III en 1767, en iglesia de San Miguel y San
Julián.
Entre todas las versiones conocidas, hemos elegido
esta que se conserva en la renovada iglesia de San Ildefonso de Valladolid por
la corrección del retrato divino y por la belleza de los ángeles acompañantes,
figuras en las que Diego Valentín Díaz manifestaría su sensibilidad y
creatividad a lo largo de toda su producción.
EL ESTRAMBÓTICO CASO DE LAS VISIONES DE MARINA ESCOBAR
De modo que dicha iconografía apareció vinculada a
la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús de Valladolid, con la que
mantenía una estrecha relación la visionaria Marina Escobar (1554-1633), en
realidad verdadera inspiradora de la imagen, ya que Diego Valentín Díaz se
limitó a interpretar con la mayor fidelidad posible una de las visiones
preferidas de tan extravagante mujer, a la que el pintor trataba y respetaba,
una representación que contó con el aprobado del celoso Santo Oficio, que nunca
puso objeciones a los sorprendentes testimonios vertidos por la beata, cuyo
ideario no sólo llegó a afectar a la dirección espiritual de los jesuitas
vallisoletanos, sino también a influyentes gobernantes de la época.
Para comprender el calado ideológico de Marina
Escobar y su gran influencia social y religiosa, reflejada en el arte a través
de sus numerosos retratos en pinturas y grabados, es necesario situarse en la
sociedad sacralizada de su tiempo, cuyo pulso era marcado por los férreos
ideales contrarreformistas. Fue el padre jesuita Luis de la Puente, confesor de
doña Marina, el que recogió su hagiografía en la obra Vida maravillosa de la Venerable virgen doña Marina de Escobar1,
donde se relata el compendio de delirios místicos que tanta repercusión
tuvieron y que tanto prestigio proporcionaron a esta mujer atormentada,
postrada y recluida en su residencia de Valladolid, donde era conocida como
"la costurera de Fuensaldaña" (por ser esta población vallisoletana
destinataria de buena parte de su producción benéfica) y como "la
Santa", llegando a ser honrada como venerable y considerada, casi un siglo
después de su muerte, como "Gloria de España y ornamento singular de la
ciudad de Valladolid"2.
Fue la propia Marina Escobar quien describió sus
incidentes con el demonio, que según su delirante relato trató de estrangularla
cuando aún estaba en el vientre materno. A los 30 años fue de nuevo molestada
por el maligno, que le provocó una crisis depresiva que superó poniéndose bajo
la dirección espiritual de los jesuitas, con Luis de la Puente desde 1593 como
confidente y confesor. Fue en ese momento cuando se iniciaron sus visiones
sobre misterios teológicos que comenzó a escribir de puño y letra, siéndole
atribuidos supuestos milagros sanadores, como el obrado en el Palacio Real vallisoletano
sobre una enfermedad sufrida por la infanta Ana de Austria.
Tomás Peñasco, monasterio de Santa Brígida, Valladolid Izda: Los consejos de San Ignacio a Marina Escobar, 1645-50 / Dcha: La canción mística de Marina Escobar, h. 1645 |
Años después, cuando tenía 49 años, de nuevo fue víctima
de una agresión demoniaca en la que recibió un golpe en el pecho que la dejó
postrada para siempre en el lecho, dolencia de la que fue tratada por los más
afamados doctores de la época y que incrementó su religiosidad y fama de
santidad, comenzando a recibir visitas de devotos e influyentes personajes —eclesiásticos,
doctores, catedráticos de la Universidad, funcionarios de la Chancillería,
nobles y altos cargos— que acudían a recibir sus consejos, tanto referentes a
discusiones teológicas que enfrentaban a algunas órdenes, como el
enfrentamiento de dominicos con franciscanos y jesuitas respecto al dogma de la
Inmaculada Concepción, como a recomendaciones de calado político. Un personaje
sobre el que Marina Escobar ejerció como consejera fue don Rodrigo Calderón,
ministro de Felipe III, especialmente durante el proceso en que fue arrestado
por corrupción y que culminó en 1621 con la ejecución pública de este personaje
en la Plaza Mayor de Madrid.
Diego Valentín Díaz. Cristo Salvador, 1644 Catedral de León (foto Ed. Univ de Valladolid y Sevilla) |
Marina Escobar fue especialmente sensible respecto a
las turbias relaciones entre la corona española y la inglesa, desaconsejando al
conde-duque de Benavente la proyectada alianza matrimonial entre el príncipe de
Gales (futuro Carlos I de Inglaterra) y la infanta María de Austria (hermana de
Felipe IV), que no llegó a celebrarse. Las prevenciones no sólo afectaron a
asuntos de política nacional, sino también internacional, advirtiendo sobre los
peligros de los berberiscos en el Mediterráneo e incluso tratando sobre los misioneros
jesuitas perseguidos en Japón.
Pero si poco normal era el trasiego de personas por
su lóbrega residencia de la calle del Rosario, más extraordinarios son los
relatos sobre los contactos sobrenaturales que Marina Escobar acostumbraba a
tener con aparente normalidad, una experiencia que tuvo su origen cuando a los 18
años, en la víspera de la fiesta de San Miguel de 1572, por entonces patrón de
Valladolid, recibió una visión de Cristo que bajo la apariencia de Ecce Homo le
produjo un gran impacto emocional del que logró recuperarse lentamente. Tiempo
después llegaría a contactar con algunas almas del Purgatorio y con la mayoría
de los seres celestiales, siendo constante la presencia de ángeles que la
reconfortaban en su aposento y que describía con los más mínimos detalles.
Según su testimonio, con frecuencia establecía comunicaciones, entre otros
muchos, con San José, San Benito, Santo Domingo, San Francisco de Asís, San
Francisco Javier y, sobre todo, con San Ignacio de Loyola, con el que afirmaba
tener una relación de extrema confianza3.
Estas visiones, tan meticulosamente descritas,
sirvieron de inspiración a algunos pintores locales, especialmente
pertenecientes al círculo de Diego Valentín Díaz, que reflejaron, con mayor o
menor fortuna, algunas de ellas con la beata postrada recibiendo las sobrenaturales
visitas, obras paralelas a toda una serie de retratos que proclamaban su
beatitud y que configuraron una iconografía genuinamente vallisoletana. La
mayor parte de estas pinturas fueron realizadas para el convento de Santa
Brígida, fundado en Valladolid en 1637, cuatro años después de la muerte de
Marina Escobar y siguiendo los deseos de ésta de introducir en España la orden
fundada por la santa sueca en el siglo XIV, para lo que había redactado la
reforma de la Regla, que fue aprobada por el papa Urbano VIII en 1629. Como no
podía ser menos, la visionaria llegó a recibir directamente de San Brígida
incluso el diseño del hábito que debían vestir sus seguidoras.
Tomás Peñasco. Cristo como sacerdote, h. 1640 Iglesia de San Miguel, Valladolid |
LA VISIÓN DE CRISTO COMO SACERDOTE
Una de las visiones recurrentes de Marina Escobar fue
la de Jesucristo, con el que, según ella, llegó a compartir los dolores y
estigmas de la Pasión, recibiendo en su corazón un letrero con la frase "Aquí mora Jesús", motivo por el que
se hizo bordar en el pecho el anagrama JHS con el que aparece en algunos
retratos. A este fervor jesuítico responde también la visión de Cristo
revestido de sacerdote, del que la visionaria supuestamente recibía
directamente el magisterio que ella plasmaba en sus escritos, una clave
cristológica en la que se interrelacionan la naturaleza humana y la naturaleza
divina de Jesús de Nazaret.
Dejando constancia de ello, el piadoso pintor Diego
Valentín Díaz convertía con maestría en imágenes la minuciosa descripción de
Cristo efectuada por Marina Escobar4: “en su propio rostro y
estatura de varón perfecto, de edad de 33 años, como está en el cielo, la cual
no es alta ni pequeña, sino de buena proporción y aunque en diversos tiempos le
veía con vestiduras muy ricas y misteriosas, más la ordinaria era honesta de un
morado leonado escuro, larga hasta los pies, a modo de loba o sotana, cerrada
por delante, que traen algunos eclesiásticos y encima de ella uno como manteo
del mismo color, menos largo que la loba y sin cuello, preso en los hombros, y
por allí muy ancho, descubriéndose por el cuello y bocas de las mangas algo
como de lienzo muy blanco, el cabello largo hasta los hombros, partido por
medio y en la cabeza una como diadema de oro finísimo y en todo esto
representaba tanta autoridad y majestad que mostraba ser verdadero Dios como
verdadero hombre (Libro I, cap. III, p. 14). Ajustándose milimétricamente a
esta descripción aparece la pintura de la iglesia de San Ildefonso, que procede del antiguo convento de agustinas recoletas.
Tomás Peñasco. Marina Escobar escribiendo al dictado de Cristo, h. 1645 Sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid |
Aunque tal vez no fue la intención del pintor, tan
peculiar iconografía entronca con la prefiguración en el Antiguo Testamento del
supremo sacerdocio de Cristo en la figura de Melquisedec5,
vinculándose también con algunas representaciones coetáneas de Cristo como Salvador,
pues a Marina Escobar se le reveló como "Redemptor de todos". De modo que la imagen persigue la
exaltación del sacerdocio divino de Cristo, eje de los postulados teológicos de
la Compañía de Jesús, a través de la visión de Marina Escobar, tan vinculada a
la orden que su cuerpo acabaría reposando en la iglesia jesuítica.
En base a esta visión, Diego Valentín Díaz realizó varias pinturas con la figura de Cristo
como sacerdote y acompañado de ángeles adoradores, entre ellas la que tratamos
de la iglesia de San Ildefonso de Valladolid y la de Cristo Salvador del mundo de la Catedral de León6,
firmada y fechada en 1644, que incluye el globo terráqueo en su mano izquierda
y en la parte superior una filactería con el salmo "Speciosus forma pre filiis hominum" (Él es más hermoso que
todos los hijos de los hombres). La iconografía fue retomada y ampliada por su
discípulo Tomás Peñasco (1607-1677),
formado como pintor y policromador en su taller, que tomó el tema como
inspiración para realizar tanto escenas miméticas a las de su maestro como
otras en las que incluye el retrato de Marina Escobar, así como retratos por
separado de Cristo, de Marina Escobar y de los ángeles adoradores.
Tomás Peñasco. Ángeles adorantes, h. 1640-1645, mercado del arte |
A los pinceles de Tomás Peñasco pertenece la
pintura de Cristo como sacerdote jesuita
(h. 1640) que cuelga en el crucero de la iglesia de San Miguel de Valladolid
(antiguo templo de San Ignacio), que presenta la visión de la beata dentro de un
rico marco de piedras y gallones7. Igualmente, es el autor de Marina Escobar escribiendo al dictado de
Cristo (h. 1645) de la sacristía de la misma iglesia8, donde incluye
el retrato de la visionaria ante un pupitre en el que escribe la revelación
divina.
La relación de este pintor con el convento de Santa
Brígida, fundación de Marina Escobar, favoreció otros encargos relacionados con
la beata y sus visiones9, como La
canción mística de Marina Escobar (h. 1645), donde aparece en el lecho atendida
por el ángel de la guarda y rodeada de ángeles músicos, y Los consejos de San Ignacio a Marina Escobar (1645-1650), donde el
santo charla con la beata en compañía de Santo Domingo, San Benito, San Agustín,
ángeles y eclesiásticos. Enrique Valdivieso atribuye a este pintor una bella pareja
de ángeles orantes que ha circulado en el mercado del arte, inspirados
claramente en la representación de Cristo
vestido como sacerdote, y la versión que incluye los retratos de Marina
Escobar y Luis de la Puente que se guarda en una colección privada de
Barcelona.
Atribuido a Felipe Gil de Mena. Cristo como sacerdote Monasterio de Santa Ana y San Joaquín, Valladolid |
Tomás Peñasco también es el autor de los retratos
de Marina Escobar que se conservan en el convento de Santa Brígida y en la basílica
de la Gran Promesa, en ambos casos acompañada de un ángel, y en la sacristía de
la iglesia de San Miguel, donde aparece orante ante un crucifijo.
Igualmente abordó la iconografía derivada de las
visiones de Marina Escobar el pintor Felipe
Gil de Mena (1603-1673), discípulo y continuador de Diego Valentín Díaz, al
que se atribuyen las versiones de Cristo
como sacerdote conservadas en el monasterio de Santa Ana y San Joaquín y en
la iglesia de la Magdalena de Valladolid. Otro tanto puede decirse del
sevillano Diego Díez Ferreras, activo
en Valladolid desde 1662 hasta su muerte en 1697, al que se atribuyen las
versiones conservadas en el convento de la Concepción de Ágreda (Soria) y en
los conventos de San Quirce y de Santa Brígida de Valladolid. Incluso en este último
fue realizada una versión por la madre Teresa
del Niño Jesús, religiosa pintora que llegó a ser abadesa del convento.
Sin duda, la expansión por el territorio hispano de
la fama de Marina Escobar en vida, y posteriormente a través de la publicación
del padre Luis de la Puente, propició la aceptación de la iconografía
visionaria creada por Diego Valentín Díaz en los más variados lugares, llegando
a aparecer incluso en el convento de capuchinas de Alicante.
Paralelamente, la proliferación de retratos de
Marina Escobar en diversos conventos de Valladolid, así como los de su confesor
Luis de la Puente —en ocasiones compartidos—, son testimonio de la popularidad
alcanzada por aquella visionaria en su tiempo, a cuya muerte se inició un proceso
de beatificación que no llegó a prosperar.
Atribuido a Felipe Gil de Mena. Detalle de Cristo como sacerdote Monasterio de Santa Ana y San Joaquín, Valladolid |
En el mundo del arte, la representación de Cristo como sacerdote no tuvo
continuidad, aunque en nuestros días ha sido el imaginero cordobés Francisco
Romero Zafra el que se ha inspirado en el tema para realizar el Cristo sacerdote que desde 2011 recibe
culto en el Seminario de Córdoba, talla en la que aparece revestido de
indumentaria litúrgica.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 La obra Vida maravillosa de la
Venerable virgen doña Marina de Escobar, recopilada por el padre jesuita Luis
de la Puente, fue publicada en Madrid en 1673, en la imprenta de la viuda de
Francisco Nieto, por el padre Andrés Pinto Ramírez. En 1766 fue publicada una
segunda parte en la imprenta madrileña de Joaquín Ibarra.
2 TRAVIESO ALONSO, José Miguel: Marina
Escobar, los tormentos de una delirante visionaria, en Retablo imaginario. Historias de Valladolid II. Domus Pucelae.
Valladolid, 2015, p. 97.
Francisco Romero Zafra. Cristo sacerdote, 2011. Seminario de Córdoba |
3 Ibídem, p. 102.
4 FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Cristo Sacerdote. En Catálogo de Kyrios (VV.AA.), exposición de Las Edades del Hombre en Ciudad
Rodrigo, Salamanca, 2006, p. 109.
5 Ibídem, p. 109.
6 URREA, Jesús y VALDIVIESO, Enrique: Pintura barroca vallisoletana. Editorial Universidad de Sevilla y
Universidad de Valladolid, Sevilla, 2017, p. 230.
7 Ibídem, p. 256.
8 Ibídem, p. 258.
9 Ibídem, pp. 258 y 262.
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