16 de marzo de 2018

Theatrum: CRISTO COMO SACERDOTE, una iconografía de raigambre vallisoletana













CRISTO COMO SACERDOTE
Diego Valentín Díaz (Valladolid, 1586-1660)
Hacia 1640
Óleo sobre lienzo
Iglesia de San Ildefonso, Valladolid
Pintura barroca española. Escuela de Valladolid















Lo que a primera vista puede sorprender en esta pintura, tan inusual en el arte católico, es tanto el anacronismo de su iconografía como su respetable formato —1,83 x 1,12 m.—, concebido para no pasar desapercibido. En ella destaca, dentro de una composición supeditada a una rígida simetría, la monumental figura de Cristo caracterizada como un sacerdote con el hábito de los jesuitas. Su gesto mayestático, su ligero giro a tres cuartos, su mirada clavada fijamente en el espectador y el modo en que cruza sus manos al frente, responden en cierto modo al arquetipo generalizado en el siglo XVII para los retratos aristocráticos y reales, transponiendo el entorno del poder mundano, habitual en aquellos, por otro de carácter celestial que es reforzado por la presencia a los lados de dos ángeles revestidos con ornamentadas dalmáticas y en actitud de adoración, así como una gloria abierta en la parte superior con cabezas de querubines y resplandores que en torno al busto de Cristo conforman una corona que proclama su divinidad.

La singular figura, de grave semblante, carente de movimiento y con una pronunciada verticalidad en la caída de los pliegues de la sotana y del manteo, adquiere un aspecto un tanto rígido e hierático, reforzando con estos recursos expresivos su pretendida solemnidad para crear un espacio de carácter más conceptual que físico al utilizar deliberadamente un fondo neutro e intemporal.

La pintura se debe a los pinceles de Diego Valentín Díaz, el más destacado de los pintores con taller en Valladolid durante el siglo XVII. Hombre ilustrado, filántropo y piadoso, ejerció una enorme influencia en el menguado panorama pictórico de la ciudad. Él fue el creador de tan atípica iconografía, cuyos seguidores llegaron a repetir con ligeras variantes, en obras originariamente destinadas a la jesuítica Casa Profesa de San Ignacio de Valladolid, reconvertida en 1775, tras la expulsión de los jesuitas decretada por Carlos III en 1767, en iglesia de San Miguel y San Julián.

Entre todas las versiones conocidas, hemos elegido esta que se conserva en la renovada iglesia de San Ildefonso de Valladolid por la corrección del retrato divino y por la belleza de los ángeles acompañantes, figuras en las que Diego Valentín Díaz manifestaría su sensibilidad y creatividad a lo largo de toda su producción.   

EL ESTRAMBÓTICO CASO DE LAS VISIONES DE MARINA ESCOBAR

De modo que dicha iconografía apareció vinculada a la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús de Valladolid, con la que mantenía una estrecha relación la visionaria Marina Escobar (1554-1633), en realidad verdadera inspiradora de la imagen, ya que Diego Valentín Díaz se limitó a interpretar con la mayor fidelidad posible una de las visiones preferidas de tan extravagante mujer, a la que el pintor trataba y respetaba, una representación que contó con el aprobado del celoso Santo Oficio, que nunca puso objeciones a los sorprendentes testimonios vertidos por la beata, cuyo ideario no sólo llegó a afectar a la dirección espiritual de los jesuitas vallisoletanos, sino también a influyentes gobernantes de la época.

Para comprender el calado ideológico de Marina Escobar y su gran influencia social y religiosa, reflejada en el arte a través de sus numerosos retratos en pinturas y grabados, es necesario situarse en la sociedad sacralizada de su tiempo, cuyo pulso era marcado por los férreos ideales contrarreformistas. Fue el padre jesuita Luis de la Puente, confesor de doña Marina, el que recogió su hagiografía en la obra Vida maravillosa de la Venerable virgen doña Marina de Escobar1, donde se relata el compendio de delirios místicos que tanta repercusión tuvieron y que tanto prestigio proporcionaron a esta mujer atormentada, postrada y recluida en su residencia de Valladolid, donde era conocida como "la costurera de Fuensaldaña" (por ser esta población vallisoletana destinataria de buena parte de su producción benéfica) y como "la Santa", llegando a ser honrada como venerable y considerada, casi un siglo después de su muerte, como "Gloria de España y ornamento singular de la ciudad de Valladolid"2.


Izda: Retrato de Marina Escobar. Casa de Espiritualidad, basílica de la Gran Promesa, Valladolid
Centro: Edición de la hagiografía de Marina Escobar publicada por el padre Luis de la Puente
Dcha: Retratos de Luis de la Puente y Marina Escobar, monasterio de Santa Ana y San Joaquín, Valladolid
Fue la propia Marina Escobar quien describió sus incidentes con el demonio, que según su delirante relato trató de estrangularla cuando aún estaba en el vientre materno. A los 30 años fue de nuevo molestada por el maligno, que le provocó una crisis depresiva que superó poniéndose bajo la dirección espiritual de los jesuitas, con Luis de la Puente desde 1593 como confidente y confesor. Fue en ese momento cuando se iniciaron sus visiones sobre misterios teológicos que comenzó a escribir de puño y letra, siéndole atribuidos supuestos milagros sanadores, como el obrado en el Palacio Real vallisoletano sobre una enfermedad sufrida por la infanta Ana de Austria.

Tomás Peñasco, monasterio de Santa Brígida, Valladolid
Izda: Los consejos de San Ignacio a Marina Escobar, 1645-50 / Dcha: La canción mística de Marina Escobar, h. 1645
Años después, cuando tenía 49 años, de nuevo fue víctima de una agresión demoniaca en la que recibió un golpe en el pecho que la dejó postrada para siempre en el lecho, dolencia de la que fue tratada por los más afamados doctores de la época y que incrementó su religiosidad y fama de santidad, comenzando a recibir visitas de devotos e influyentes personajes —eclesiásticos, doctores, catedráticos de la Universidad, funcionarios de la Chancillería, nobles y altos cargos— que acudían a recibir sus consejos, tanto referentes a discusiones teológicas que enfrentaban a algunas órdenes, como el enfrentamiento de dominicos con franciscanos y jesuitas respecto al dogma de la Inmaculada Concepción, como a recomendaciones de calado político. Un personaje sobre el que Marina Escobar ejerció como consejera fue don Rodrigo Calderón, ministro de Felipe III, especialmente durante el proceso en que fue arrestado por corrupción y que culminó en 1621 con la ejecución pública de este personaje en la Plaza Mayor de Madrid. 

Diego Valentín Díaz. Cristo Salvador, 1644
Catedral de León (foto Ed. Univ de Valladolid y Sevilla)
Marina Escobar fue especialmente sensible respecto a las turbias relaciones entre la corona española y la inglesa, desaconsejando al conde-duque de Benavente la proyectada alianza matrimonial entre el príncipe de Gales (futuro Carlos I de Inglaterra) y la infanta María de Austria (hermana de Felipe IV), que no llegó a celebrarse. Las prevenciones no sólo afectaron a asuntos de política nacional, sino también internacional, advirtiendo sobre los peligros de los berberiscos en el Mediterráneo e incluso tratando sobre los misioneros jesuitas perseguidos en Japón.

Pero si poco normal era el trasiego de personas por su lóbrega residencia de la calle del Rosario, más extraordinarios son los relatos sobre los contactos sobrenaturales que Marina Escobar acostumbraba a tener con aparente normalidad, una experiencia que tuvo su origen cuando a los 18 años, en la víspera de la fiesta de San Miguel de 1572, por entonces patrón de Valladolid, recibió una visión de Cristo que bajo la apariencia de Ecce Homo le produjo un gran impacto emocional del que logró recuperarse lentamente. Tiempo después llegaría a contactar con algunas almas del Purgatorio y con la mayoría de los seres celestiales, siendo constante la presencia de ángeles que la reconfortaban en su aposento y que describía con los más mínimos detalles. Según su testimonio, con frecuencia establecía comunicaciones, entre otros muchos, con San José, San Benito, Santo Domingo, San Francisco de Asís, San Francisco Javier y, sobre todo, con San Ignacio de Loyola, con el que afirmaba tener una relación de extrema confianza3.

Estas visiones, tan meticulosamente descritas, sirvieron de inspiración a algunos pintores locales, especialmente pertenecientes al círculo de Diego Valentín Díaz, que reflejaron, con mayor o menor fortuna, algunas de ellas con la beata postrada recibiendo las sobrenaturales visitas, obras paralelas a toda una serie de retratos que proclamaban su beatitud y que configuraron una iconografía genuinamente vallisoletana. La mayor parte de estas pinturas fueron realizadas para el convento de Santa Brígida, fundado en Valladolid en 1637, cuatro años después de la muerte de Marina Escobar y siguiendo los deseos de ésta de introducir en España la orden fundada por la santa sueca en el siglo XIV, para lo que había redactado la reforma de la Regla, que fue aprobada por el papa Urbano VIII en 1629. Como no podía ser menos, la visionaria llegó a recibir directamente de San Brígida incluso el diseño del hábito que debían vestir sus seguidoras.

Tomás Peñasco. Cristo como sacerdote, h. 1640
Iglesia de San Miguel, Valladolid 
LA VISIÓN DE CRISTO COMO SACERDOTE

Una de las visiones recurrentes de Marina Escobar fue la de Jesucristo, con el que, según ella, llegó a compartir los dolores y estigmas de la Pasión, recibiendo en su corazón un letrero con la frase "Aquí mora Jesús", motivo por el que se hizo bordar en el pecho el anagrama JHS con el que aparece en algunos retratos. A este fervor jesuítico responde también la visión de Cristo revestido de sacerdote, del que la visionaria supuestamente recibía directamente el magisterio que ella plasmaba en sus escritos, una clave cristológica en la que se interrelacionan la naturaleza humana y la naturaleza divina de Jesús de Nazaret.

Dejando constancia de ello, el piadoso pintor Diego Valentín Díaz convertía con maestría en imágenes la minuciosa descripción de Cristo efectuada por Marina Escobar4: “en su propio rostro y estatura de varón perfecto, de edad de 33 años, como está en el cielo, la cual no es alta ni pequeña, sino de buena proporción y aunque en diversos tiempos le veía con vestiduras muy ricas y misteriosas, más la ordinaria era honesta de un morado leonado escuro, larga hasta los pies, a modo de loba o sotana, cerrada por delante, que traen algunos eclesiásticos y encima de ella uno como manteo del mismo color, menos largo que la loba y sin cuello, preso en los hombros, y por allí muy ancho, descubriéndose por el cuello y bocas de las mangas algo como de lienzo muy blanco, el cabello largo hasta los hombros, partido por medio y en la cabeza una como diadema de oro finísimo y en todo esto representaba tanta autoridad y majestad que mostraba ser verdadero Dios como verdadero hombre (Libro I, cap. III, p. 14). Ajustándose milimétricamente a esta descripción aparece la pintura de la iglesia de San Ildefonso, que procede del antiguo convento de agustinas recoletas.

Tomás Peñasco. Marina Escobar escribiendo al dictado de Cristo, h. 1645
Sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid
Aunque tal vez no fue la intención del pintor, tan peculiar iconografía entronca con la prefiguración en el Antiguo Testamento del supremo sacerdocio de Cristo en la figura de Melquisedec5, vinculándose también con algunas representaciones coetáneas de Cristo como  Salvador, pues a Marina Escobar se le reveló como "Redemptor de todos". De modo que la imagen persigue la exaltación del sacerdocio divino de Cristo, eje de los postulados teológicos de la Compañía de Jesús, a través de la visión de Marina Escobar, tan vinculada a la orden que su cuerpo acabaría reposando en la iglesia jesuítica.

En base a esta visión, Diego Valentín Díaz realizó varias pinturas con la figura de Cristo como sacerdote y acompañado de ángeles adoradores, entre ellas la que tratamos de la iglesia de San Ildefonso de Valladolid y la de Cristo Salvador del mundo de la Catedral de León6, firmada y fechada en 1644, que incluye el globo terráqueo en su mano izquierda y en la parte superior una filactería con el salmo "Speciosus forma pre filiis hominum" (Él es más hermoso que todos los hijos de los hombres). La iconografía fue retomada y ampliada por su discípulo Tomás Peñasco (1607-1677), formado como pintor y policromador en su taller, que tomó el tema como inspiración para realizar tanto escenas miméticas a las de su maestro como otras en las que incluye el retrato de Marina Escobar, así como retratos por separado de Cristo, de Marina Escobar y de los ángeles adoradores.

Tomás Peñasco. Ángeles adorantes, h. 1640-1645, mercado del arte
A los pinceles de Tomás Peñasco pertenece la pintura de Cristo como sacerdote jesuita (h. 1640) que cuelga en el crucero de la iglesia de San Miguel de Valladolid (antiguo templo de San Ignacio), que presenta la visión de la beata dentro de un rico marco de piedras y gallones7. Igualmente, es el autor de Marina Escobar escribiendo al dictado de Cristo (h. 1645) de la sacristía de la misma iglesia8, donde incluye el retrato de la visionaria ante un pupitre en el que escribe la revelación divina.

La relación de este pintor con el convento de Santa Brígida, fundación de Marina Escobar, favoreció otros encargos relacionados con la beata y sus visiones9, como La canción mística de Marina Escobar (h. 1645), donde aparece en el lecho atendida por el ángel de la guarda y rodeada de ángeles músicos, y Los consejos de San Ignacio a Marina Escobar (1645-1650), donde el santo charla con la beata en compañía de Santo Domingo, San Benito, San Agustín, ángeles y eclesiásticos. Enrique Valdivieso atribuye a este pintor una bella pareja de ángeles orantes que ha circulado en el mercado del arte, inspirados claramente en la representación de Cristo vestido como sacerdote, y la versión que incluye los retratos de Marina Escobar y Luis de la Puente que se guarda en una colección privada de Barcelona.

Atribuido a Felipe Gil de Mena. Cristo como sacerdote
Monasterio de Santa Ana y San Joaquín, Valladolid
Tomás Peñasco también es el autor de los retratos de Marina Escobar que se conservan en el convento de Santa Brígida y en la basílica de la Gran Promesa, en ambos casos acompañada de un ángel, y en la sacristía de la iglesia de San Miguel, donde aparece orante ante un crucifijo.      

Igualmente abordó la iconografía derivada de las visiones de Marina Escobar el pintor Felipe Gil de Mena (1603-1673), discípulo y continuador de Diego Valentín Díaz, al que se atribuyen las versiones de Cristo como sacerdote conservadas en el monasterio de Santa Ana y San Joaquín y en la iglesia de la Magdalena de Valladolid. Otro tanto puede decirse del sevillano Diego Díez Ferreras, activo en Valladolid desde 1662 hasta su muerte en 1697, al que se atribuyen las versiones conservadas en el convento de la Concepción de Ágreda (Soria) y en los conventos de San Quirce y de Santa Brígida de Valladolid. Incluso en este último fue realizada una versión por la madre Teresa del Niño Jesús, religiosa pintora que llegó a ser abadesa del convento.

Sin duda, la expansión por el territorio hispano de la fama de Marina Escobar en vida, y posteriormente a través de la publicación del padre Luis de la Puente, propició la aceptación de la iconografía visionaria creada por Diego Valentín Díaz en los más variados lugares, llegando a aparecer incluso en el convento de capuchinas de Alicante.
Paralelamente, la proliferación de retratos de Marina Escobar en diversos conventos de Valladolid, así como los de su confesor Luis de la Puente —en ocasiones compartidos—, son testimonio de la popularidad alcanzada por aquella visionaria en su tiempo, a cuya muerte se inició un proceso de beatificación que no llegó a prosperar.

Atribuido a Felipe Gil de Mena. Detalle de Cristo como sacerdote
Monasterio de Santa Ana y San Joaquín, Valladolid
En el mundo del arte, la representación de Cristo como sacerdote no tuvo continuidad, aunque en nuestros días ha sido el imaginero cordobés Francisco Romero Zafra el que se ha inspirado en el tema para realizar el Cristo sacerdote que desde 2011 recibe culto en el Seminario de Córdoba, talla en la que aparece revestido de indumentaria litúrgica.   
       
Informe y fotografías: J. M. Travieso.


NOTAS

1 La obra Vida maravillosa de la Venerable virgen doña Marina de Escobar, recopilada por el padre jesuita Luis de la Puente, fue publicada en Madrid en 1673, en la imprenta de la viuda de Francisco Nieto, por el padre Andrés Pinto Ramírez. En 1766 fue publicada una segunda parte en la imprenta madrileña de Joaquín Ibarra.                 

2 TRAVIESO ALONSO, José Miguel: Marina Escobar, los tormentos de una delirante visionaria, en Retablo imaginario. Historias de Valladolid II. Domus Pucelae. Valladolid, 2015, p. 97.
Francisco Romero Zafra. Cristo sacerdote, 2011. Seminario de Córdoba 

3 Ibídem, p. 102.

4 FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Cristo Sacerdote. En Catálogo de Kyrios (VV.AA.), exposición de Las Edades del Hombre en Ciudad Rodrigo, Salamanca, 2006, p. 109.

5 Ibídem, p. 109.

6 URREA, Jesús y VALDIVIESO, Enrique: Pintura barroca vallisoletana. Editorial Universidad de Sevilla y Universidad de Valladolid, Sevilla, 2017, p. 230.

7 Ibídem, p. 256.

8 Ibídem, p. 258.

9 Ibídem, pp. 258 y 262.



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