22 de junio de 2018

Visita virtual: TRÍPTICO DE LA EPIFANÍA, el refinamiento en una escenografía sacra













TRÍPTICO DE LA EPIFANÍA
Maestro de Covarrubias (escultura)
Diego de la Cruz (pintura)
Hacia 1510
Madera de nogal policromada y óleo sobre tabla
Museo de la Colegiata de San Cosme y San Damián, Covarrubias (Burgos)
Escultura y pintura tardogótica














EL TRÍPTICO DE COVARRUBIAS

Esta obra excepcional adopta la forma de un tríptico de carácter mixto, pues la parte central presenta la forma de un armario o caja rectangular —2,35 m. de alto y 1,92 m. de ancho— que aparece rematado en la parte superior por un friso con decoración en relieve de tracerías góticas a partir de arcos conopiales y filigrana ornamental. En su interior alberga un grupo escultórico que representa la Adoración de los Reyes Magos, compuesto por seis figuras humanas, prácticamente en bulto redondo y en tamaño ligeramente inferior al natural, todas ellas dispuestas para su visión frontal. En contraposición, las puertas que lo cierran ofrecen pinturas. En el exterior con las figuras de la Magdalena y Cristo atado a la columna, la primera en grisalla y la segunda con un suave color, y en el interior con cuatro escenas referidas al Nacimiento, el Bautismo de Cristo, la Transfiguración y la figura orante del donante, el chantre Francisco García de Covarrubias.

La escena principal, referida a la Epifanía y compuesta con figuras de escala monumental, según José Ignacio Hernández Redondo1 pudiera estar inspirada en un grabado del holandés que firmaba su obra como IAM de Zwolle a finales del siglo XV (ver ilustración). En ella se muestra a la Virgen, colocada en el centro y sujetando al Niño en su regazo, mientras detrás de ella se coloca San José con gesto contemplativo. En torno a las figuras sagradas se colocan los tres Reyes Magos, que de forma visible y con expresivo realismo representan las tres edades del hombre —vejez, madurez y juventud— y los rasgos raciales de tres continentes —Europa, Asía y África—, lujosamente ataviados, desprovistos de sus sombreros en gesto de respeto y sujetando en sus manos suntuosas ofrendas.

La Virgen
La Virgen aparece representada entronizada, majestuosa y hierática, siguiendo los modelos de buen número de pinturas flamencas. Su cuerpo está sumamente estilizado y se muestra como una joven de piel tersa y larga melena rubia con raya al medio que cae por los lados formando rizos paralelos. Sus facciones son delicadas y de inspiración flamenca, con un rostro ovalado de frente despejada, ojos rasgados, nariz larga y recta y boca con las comisuras minuciosamente delineadas, así como un cuello muy alargado y dedos estilizados. 
Con gesto reflexivo y ensimismado, dirige la mirada al espectador, viste una túnica de ricos brocados que deja asomar una camisa de lino en el escote y se cubre con un manto dorado que deja libre la cabeza y remonta las rodillas, mostrando en los bordes una cenefa en la que figura un críptico mensaje mediante una inscripción con textos del Magnificat.

San José
A su lado permanece serena y de pie la figura de San José, caracterizado como un aldeano que al frente apoya sus manos sobre un cayado. Su cabeza ofrece un trabajo de fuerte naturalismo, con un cabello canoso recortado, barba incipiente matizada por la policromía, ojos rasgados, párpados caídos y arrugas marcadas en la frente, el entrecejo y en la comisura de los ojos. Su función en la escena es meramente contemplativa, limitándose a observar cómo por delante el Niño Jesús tiende la mano hacia la copa que le ofrece el rey Melchor. Luce un manto rojo que igualmente está recorrido en sus bordes por un cenefa con adornos dorados.

El Niño Jesús
Retenido por la Virgen sobre sus rodillas, el Niño Jesús aparece sonriente y en plena desnudez. Con su gesto naturalista rompe la quietud de la escena, pues su estilizado cuerpo se gira para acercar su mano, en un arranque de curiosidad, hacia la copa que le ofrece el rey Melchor, que levanta la tapa permitiendo al Niño introducir sus dedos atisbando lo que guarda en su interior. Su cabeza es redondeada, con corto cabello rizado que forma mechones sobre la frente, ojos rasgados, generosos mofletes y boca entreabierta.
          
El rey Melchor
El rey Melchor se coloca arrodillado en primer plano, dispuesto de perfil al espectador, mostrando el justo momento en que hace entrega de su presente al Niño Jesús. Su gesto es adusto y complaciente, con la mirada clavada en la reacción del infante, mientras en señal de reverencia ha depositado su tocado a los pies de la Virgen. 
Está caracterizado como un hombre de avanzada edad cuyos rasgos son definidos por una calvicie prominente, cabello canoso y arrugas que configuran su rostro, que aparece rigurosamente afeitado. Viste un lujoso atuendo de prendas superpuestas en las que el escultor incluye numerosos detalles descriptivos en relieve, como los remates con flecos de las mangas, la orla en la abertura de su túnica, el collar con cadenas que luce en el pecho, que proclama su estirpe real, y el bolso o zurrón que cuelga de su cintura sugiriendo su carácter peregrino, repitiendo idéntico detallismo en la copa con tapa que llena de oro ofrece como presente.

El rey Gaspar
El rey Gaspar, que con rasgos orientales representa a un hombre en plena madurez, aparece colocado de pie en la parte izquierda de la composición. En su mano derecha sujeta el sombrero del que se ha despojado como reverencia a los personajes sagrados, mientras en la izquierda sujeta la copa esférica que contiene incienso. Repite una vestimenta a base de prendas superpuestas, entre las que destaca una túnica rojiza que llega hasta los pies, una esclavina verde sujeta por cadenas y borlones dorados y una banda blanca anudada a la cintura que forma un lazo en la parte derecha. Se acompaña de pequeños detalles descriptivos en relieve, como una cadena que se desliza desde el hombro a la cintura y flecos de las mangas, recordando su aspecto a las representaciones metafóricas de Santiago peregrino y de San Roque de la época.

Destaca el minucioso trabajo de la cabeza, con largos cabellos y pronunciadas barbas ensortijadas de disposición simétrica, repitiendo los ojos rasgados, los párpados caídos, la boca bien delineada y las arrugas en la frente y entrecejo para conformar un gesto severo. Por su aspecto facial y la disposición de la barba y el cabello, con un pronunciado flequillo sobre la frente, Beatrice G. Proske encuentra su inspiración en la pintura flamenca, siendo un buen referente la Adoración de los Reyes atribuida a Joos de Gante, que reinterpreta otra pintura de Hugo van der Goes (Metropolitan Museum, Nueva York).  

El rey Baltasar
El rey Baltasar, que aparece colocado de pie en la parte derecha, está caracterizado como un africano de raza negra en plena adolescencia. En su mano derecha, levantada para permitir su visión, sujeta reverente el sombrero, mientras que en la izquierda porta su ofrenda de mirra. Viste una túnica corta azulada y polainas rojas con zuecos, con el cuerpo cubierto al frente por un manto dorado que se desliza desde el hombro izquierdo hasta los pies. Entre los elementos descriptivos figura un collar al cuello del que pende una anacrónica cruz, tal vez aludiendo a la unificación de los credos bajo este símbolo. Su rostro es terso y barbilampiño, con ojos rasgados, nariz chata y labios prominentes, con un corto cabello rizado que deja visibles las orejas.   

Los elementos ambientales
A los elementos crípticos insertados en las figuras humanas se vienen a sumar otros diseminados por la escena. Junto a las convencionales figuras del buey y la mula, que asoman sus cabezas sobre un pesebre colocado entre las figuras de la Virgen y el rey Gaspar, a los pies aparece un perro con la cabeza levantada en actitud de aullar. Su presencia y su significado son difíciles de explicar por ser algo poco habitual. Tal vez puede tratarse de un símbolo de fidelidad, de acuerdo a la iconografía funeraria de la época, o tal vez se reduce a un mero elemento narrativo referido al cortejo de los Reyes Magos, como el que incluyera Rogier van der Weyden hacia 1455 en la Adoración de los Reyes, tabla central del Tríptico de Santa Columba (Pinacoteca Antigua, Múnich), con un galgo afgano que alude a la procedencia oriental de los Magos.    
Las figuras se colocan ante un fondo arquitectónico que reproduce un muro de sillería con grandes ventanales apuntados y vidrieras que simulan un templo gótico, motivo tradicional en la escultura tardogótica que en este caso dota al espacio escénico de un carácter sagrado.

Características estilísticas del Maestro de Covarrubias
Es realmente gratificante que este grupo escultórico conserve inalterable su policromía original, recurso que realza la expresión de los personajes y el afán naturalista del escultor.  En ellos prevalece un canon alargado que, junto a la actitud reflexiva de las figuras, le proporciona un componente místico de elevada espiritualidad.

Como señas de identidad del taller del desconocido maestro se encuentran los personales rasgos de los rostros, con ojos muy rasgados, párpados caídos, pómulos y barbillas sobresalientes y estratégicas arrugas en el cuello, frente, entrecejo y comisuras de la boca y los ojos que definen la expresión facial, siendo constante una hendidura que desde el labio superior llega a la nariz. La búsqueda de naturalismo se patentiza en la plasmación de las venas bajo la piel, especialmente apreciable en las manos, perfectamente visible en la del rey Gaspar.

Personal es también el tratamiento de los plegados de la indumentaria, siendo abundantes los pliegues en forma de "V" de la tradición flamenca, presentes en el Tríptico de la Epifanía en las figuras de la Virgen y del rey Garpar, así como otros desparramados sobre el suelo con aristas vivas —visibles en la Virgen y el rey Melchor— y otros con afiladas aristas lineales como en el manto del rey Baltasar.

Otro de los rasgos característicos es el empleo de un canon alargado, que generalmente responde al canon de siete cabezas, lo que se traduce en formas sumamente estilizadas que junto a los gestos ensimismados y reflexivos dotan de una especial solemnidad a las figuras.

Como nota peculiar, común a los talleres burgaleses, se puede apuntar la excepcional técnica de policromado y dorado, tanto aplicadas en los ropajes —simulación textil de brocados en la túnica de la Virgen— como en las carnaciones, con detalles matizados al modo de la pintura de caballete, policromía exuberante y preciosista que, junto a las pequeñas joyas talladas en la madera con minuciosidad flamenca, proporcionan una deslumbrante riqueza ornamental. 

UNA OBRA EN BUSCA DE AUTOR  

El Tríptico de la Epifanía fue encargado hacia 1510 por Francisco García, chantre (responsable del canto en el coro) de la colegiata de San Cosme y San Damián de Covarrubias, para ser colocado en la capilla en la que ostentaba el patronato, que bajo la advocación de los Reyes Magos es la más próxima al presbiterio en la nave de la Epístola de la colegiata.

El tríptico es obra destacada del artífice que hoy conocemos como Maestro de Covarrubias, apelativo que define a un desconocido escultor vinculado al foco tardogótico burgalés de tiempos de los Reyes Católicos, activo en los últimos años del siglo XV y primeros del XVI en un ambiente dominado por la personalidad del gran maestre Gil de Siloé, autor de una deslumbrante obra que creó escuela en el ámbito de la ciudad de Burgos. Además, esta obra maestra sirve de referente para la atribución al Maestro de Covarrubias de otras obras diseminadas por la zona, ya que en ella el artista define un estilo que mantendría en el resto de su producción.

En base a sus peculiaridades estilísticas, se especula la posible llegada del Maestro de Covarrubias desde Alemania a Burgos a finales del siglo XV, seguramente atraído por la enorme demanda de artistas del mercado artístico burgalés, donde también habían recalado otros artistas germanos procedentes de Colonia. En la ciudad castellana, en opinión de Robert Didier, se habría vinculado inicialmente al taller de Gil de Siloé, del que asumiría rasgos, técnicas y estilo, pasando posteriormente a instalarse con taller independiente para atender la enorme demanda de obras devocionales y componentes de retablos, siempre manteniendo su filiación germánica respecto a la tipología e iconografía.

A este respecto hay que recordar que, en ocasiones, el historiador de arte carece de cualquier apoyo documental, por lo que es frecuente la formación de un corpus de determinado artífice a partir de atribuciones que, basadas en similitudes estilísticas, conforman un conjunto homogéneo y definen una producción realizada en unos años y un ámbito geográfico concreto, siendo la obra más representativa la que suele servir para definir determinado perfil artístico y señalar la identidad del autor de la obra, de la que toma el nombre, aunque también es frecuente que dichas atribuciones sean rechazadas o contestadas por otros especialistas.

Hasta no hace mucho tiempo esta obra, por su extraordinaria calidad, era atribuida a Gil de Siloé por la evidente relación estilística con algunas figuras del santoral que integra el retablo mayor de la Cartuja de Miraflores de Burgos, con el que mantiene similitudes en las tipologías humanas y en la imitación de pedrería tallada, siendo Joaquín Yarza el primero en apuntar la presencia en tierras burgalesas de otro escultor de origen nórdico, de notable calidad, como autor del tríptico de Covarrubias. Después ha sido José Ignacio Hernández Redondo quien ha esbozado la personalidad del Maestro de Covarrubias2, definiendo las características formales de su estilo y remarcando el expresivo realismo junto a los detalles pormenorizados.
A pesar del desconocimiento de los datos biográficos antes de su llegada a Castilla, por el afán realista de las figuras, la tipología del tríptico y algunos detalles iconográficos, Hernández Redondo sugiere Wesfalia o alguna ciudad del Bajo Rin como lugar de origen del escultor, al que se podría considerar como el último gran maestro de la escultura tardogótica burgalesa, que dejaría paso a la aparición en Burgos de una renovada escuela renacentista a cuya cabeza se situarían Felipe Bigarny y Diego de Siloé.     

LAS PINTURAS DEL TRÍPTICO DE LA EPIFANÍA      

Era habitual que las puertas del tríptico permanecieran cerradas y que solamente se abrieran en ocasiones solemnes para determinadas celebraciones litúrgicas, hecho que sin duda ha contribuido a la preservación de la obra. También era frecuente que el exterior de la puertas se pintara con la técnica de la grisalla (diferentes tonos de grises), lo que al abrirlo producía un gran contraste con el luminoso colorido del interior, siendo recurrente la plasmación de la escena de la Anunciación como alusión a la Concepción o principio de la Redención, con la figura de la Virgen en una de las puertas y el arcángel San Gabriel en la otra.

Las pinturas exteriores
Así fue concebido el exterior del Tríptico de la Epifanía, pues el pintor comenzó esbozando la escena de la Anunciación, con la Virgen leyendo de pie en la puerta izquierda y el arcángel realizando el saludo con las alas desplegadas en la puerta derecha, ambas figuras dentro de hornacinas de diseño arquitectónico. 
Sin embargo, por motivos desconocidos, seguramente a petición del comitente, el pintor llegaría a cambiar esta iconografía por otra en la que el ángel fue sustituido por la figura de Jesús atado a la columna y la Virgen reconvertida en la imagen de María Magdalena, ya que junto a ella aparece el tradicional tarro de ungüentos que la identifica, sin las flores simbólicas que habitualmente en la escena de la Anunciación acompañan a la figura de María como símbolo de pureza.

La certeza de este "arrepentimiento" es muy reciente, siendo constatado cuando el tríptico fue restaurado en su totalidad (2007-2008) y la aplicación de rayos infrarrojos permitieron observar el dibujo subyacente. Aunque la imagen de la Virgen se mantuvo como una grisalla que al modo flamenco insinúa valores escultóricos, en la imagen de Cristo atado a la columna se pudo comprobar su metamorfosis a partir de la figura del ángel, permitiendo observar a la altura del pecho un manto sobre los hombros sujeto por un broche, así como alas extendidas a los lados, dibujo que finalmente sería recubierto por la imagen de Cristo azotado y coronado de espinas, con una lacerada anatomía resuelta en un suave color rosáceo.         
Izda: Maestro de Covarrubias. Detalle del rey Gaspar.
Dcha: Adoración de los Reyes. Versión de Joos de Gante sobre una pintura
de Hugo van der Goes, Metropolitan Museum, Nueva York.

Las pinturas interiores
Completamente diferentes son las pinturas del interior, dos superpuestas en cada hoja batiente, todas ellas acordes con la tradición hispano-flamenca y dotadas de un brillante colorido. La temática debió ser elegida por el comitente, como lo demuestra la inclusión, en una de ellas, de su propia figura como donante. En la parte superior aparecen representadas las escenas del Nacimiento y el Bautismo de Cristo, mientras que en la parte inferior se insertan la Transfiguración y el Retrato del donante amparado por sus santos protectores.

El Nacimiento
De sencilla composición, la pintura se reduce a lo esencial del pasaje, con las figuras de la Virgen y San José en adoración junto al Niño colocado en el suelo, siguiendo una iconografía muy común en la pintura flamenca que encontró su inspiración en los relatos de Santa Brígida. El escenario es un templo clásico en ruinas, reconvertido en establo, que adquiere el significado del fin de la antigua Ley con el nacimiento de Cristo. A un lado asoman las cabezas de la mula y el buey y entre los arcos del fondo se divisa un paisaje en el que se incluye la escena del Anuncio de los Pastores, que son sorprendidos por un ángel que porta una filactería.

El Bautismo de Cristo
Siguiendo una iconografía de raigambre flamenca, el pasaje se inserta en un sugestivo paisaje, presidido por una alta formación rocosa, por el que discurre el Jordán como un pequeño riachuelo en el que aparece sumergido Cristo hasta las rodillas. A su derecha se encuentra arrodillado San Juan Bautista, que derrama el agua con una venera, y en el lado opuesto el preceptivo ángel que sujeta la túnica de Jesús. Al fondo, sobre una gloria abierta con forma de nubes, se encuentra la figura de Dios Padre, del que emanan rayos con la figura del Espíritu Santo en forma de paloma y una inscripción con la leyenda "Hic est filius meus dilectus", tomada del evangelio de Mateo.

La Transfiguración
La composición, basada en la simetría y organizada a dos niveles, muestra el pasaje de la Transfiguración o metamorfosis de Jesús en el monte Tabor, donde llegó acompañado de los apóstoles Juan, Pedro y Santiago, que se arrodillan en la parte inferior mientras contemplan el prodigio de la conversión de la figura de Jesús en una luz deslumbrante y la aparición a su lado de los profetas Moisés y Elías, con los que llega a conversar. Curiosamente, la figura de Elías aparece revestida con una indumentaria muy similar a la de los Reyes del grupo escultórico central.

Retrato del chantre Francisco García de Covarrubias
En un escenario configurado por una galería porticada, en cuyo fondo se abre un bello paisaje, se hizo retratar el chantre Francisco García, donante del retablo, que aparece en actitud orante junto a un reclinatorio sobre el que reposa un libro de oraciones minuciosamente descrito. Viste indumentaria eclesiástica y luce tonsura, apareciendo tutelado por el santo franciscano San Bernardino de Siena, identificado por la colocación sobre el pecho de una imagen radiante del Niño Jesús, alusiva a su dedicación al santo nombre de Jesús, que viene a sustituir a su atributo tradicional, el crismón con las iniciales "IHS". Amparando al chantre también se encuentran los mártires San Cosme y San Damián, patronos de la colegiata de Covarrubias a la que la obra estaba destinada, que presentan una curiosa iconografía sosteniendo en sus manos sus propias cabezas decapitadas.

Diego de la Cruz como autor
El conjunto de pinturas, de notable calidad, responden al estilo hispano-flamenco imperante en Castilla a comienzos del siglo XVI. Aunque fueron atribuidas por algunos historiadores a Juan de Borgoña, actualmente se consideran obra de Diego de la Cruz, uno de los pocos artistas conocidos de la pintura hispano-flamenca burgalesa. Documentado en Burgos entre 1482 y 1500, fue un pintor colaborador de Gil de Siloé, para el que realizó la pintura y el dorado de algunos de sus retablos tallados, como el desaparecido de la capilla de Fray Alonso de Burgos en el Colegio de San Gregorio de Valladolid y el retablo mayor de la cartuja de Miraflores de Burgos (1496-1499).

Aunque Diego de la Cruz estuvo asentado en Burgos, José Gudiol Ricart le supone nacido en Flandes en torno a 1460, lo que explica el perfecto dominio del tipo de pintura flamenca, en la que se percibe la influencia de maestros nórdicos, especialmente de Rogier van der Weyden. No obstante, el historiador Didier Martens, en sus trabajos publicados en 2001, le considera de origen español y formado en Castilla, donde pudo conocer la considerable llegada de obras flamencas, como ya había apuntado José Camón Aznar.

Con un buen dominio del dibujo, del color y del tratamiento de la luz, su estilo se vincula a la tradición flamenca en el gusto por personalizar las cabezas, la profusión de pliegues en las indumentarias y la colocación al fondo de sugestivos paisajes con pequeños grupos de árboles, aunque en algunas de sus pinturas mantiene ciertos arcaicismos medievales, como la jerarquización de la escala de los personajes y la persistencia de los fondos dorados.

El estilo de Diego de la Cruz se define a partir de Cristo Varón de Dolores entre la Virgen y San Juan, única obra firmada que fue realizada entre 1475 y 1480 y se conserva en el Museo del Prado, y los Estigmas de San Francisco, obra documentada entre 1487 y 1489 que se guarda en la iglesia de San Esteban de Burgos. Otras obras significativas son la Misa de San Gregorio con dama donante (h. 1480) del Museo Nacional de Arte de Cataluña, la Virgen de la Misericordia (h. 1486) del monasterio de Santa María la Real de las Huelgas de Burgos, donde aparecen retratados los Reyes Católicos con su familia, Cristo entre la Virgen y San Juan (1475-1480), San Juan Bautista con religiosa donante (1480-1485) y la Asunción y Coronación de la Virgen (h. 1497), las tres en el Museo del Prado, y especialmente la magnífica tabla de Cristo entre ángeles (h. 1485) que se conserva en la propia colegiata de San Cosme y San Damián de Covarrubias.

Adoración de los Reyes.
Grabado de IAM de Zwolle, finales siglo XV 
Es significativo que en la pintura de San Juan Bautista del Museo del Prado el santo luzca en su manto una orla recorrida por una inscripción tan similar a la que aparece en los bordes del manto de la Virgen del grupo escultórico de Covarrubias.      

EL TRÍPTICO DE LA EPIFANÍA: UNA OBRA FELIZMENTE RESTAURADA

Debido a su preocupante estado, el Tríptico de la Epifanía fue restaurado por la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, entre junio de 2007 y mayo de 2008, en un taller habilitado en las propias dependencias de la colegiata, donde trabajaron cualificados profesionales que realizaron una exhaustiva limpieza de barnices envejecidos y suciedad acumulada, así como la consolidación de los componentes. Ello ha permitido recuperar la belleza original del conjunto, que ha sido recolocado en lo que fuera la antigua sacristía del templo, ahora reconvertida en espacio museístico.
Como ya se ha comentado, durante estos trabajos se pudieron estudiar los dibujos subyacentes de las pinturas a través de rayos infrarrojos, lo que ha permitido determinar que inicialmente el pintor concibió la escena de la Anunciación en grisalla para el exterior de las puertas, aunque sobre la marcha, por razones desconocidas, la imagen del ángel fue reconvertida por el pintor en la figura de Cristo atado a la columna y la de la Virgen en María Magdalena.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Fotografías del Museo del Prado de las obras correspondientes. 

 
Diego de la Cruz. Pinturas del exterior del Tríptico de la Epifanía

NOTAS

1 HERNÁNDEZ REDONDO, José Ignacio: En torno al Maestro de Covarrubias. Burgos, 2001.

2 Ibídem.















Diego de la Cruz. Pinturas del interior: El Nacimiento y el Bautismo de Cristo















Diego de la Cruz. Pinturas del interior: la Transfiguración de Cristo y el
donante Francisco García con San Bernardino, San Cosme y San Damián















Diego de la Cruz. Izda: Cristo entre los profetes David y Jeremías, 1495-1500,
Museo del Prado. Dcha: Cristo entre ángeles, Colegiata de Covarrubias










Diego de la Cruz. Izda: Virgen de la Misericordia con los Reyes Católicos,
1486, Monasterio de las Huelgas Reales, Burgos. Centro: San Juan Bautista
con donante, 1480-1485, Museo del Prado. Dcha: Cristo entre la Virgen y
San Juan, 1475-1480, Museo del Prado. 































Antigua sacristía de la Colegiata de San Cosme y San Damián de
Covarrubias, hoy sala del Museo

















Atrio, fachada y torre de la Colegiata de San Cosme y
San Damián de Covarrubias



















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