29 de junio de 2018

Visita virtual: CALVARIO Y TABERNÁCULO, un prodigio de la eboraria napolitana












CALVARIO Y TABERNÁCULO
Claudio Beissonat? Taller italiano de Nápoles o Sicilia
Finales del siglo XVII
Marfil y carey sobre alma de madera
Colegiata de Santa María la Mayor, Toro (Zamora)
Artes suntuarias del Barroco. Escuela italiana















En la sacristía de la monumental colegiata de Santa María de Toro (Zamora) se conserva un Calvario que es una pieza única y excepcional en su género. Obra maestra de la eboraria italiana, sorprende tanto por su diseño compositivo y la riqueza de los materiales empleados —marfil y carey— como por el programa iconográfico incorporado en forma de esculturas, relieves y motivos ornamentales. Lejos queda ya la zozobra que sufrió este conjunto en 1981, cuando fue robado, junto a más de treinta y dos obras de arte de la colegiata, por el conocido expoliador Eric "el belga". Por suerte, fue recuperado años después y sometido a una intervención realizada en 2016 en el Centro de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Castilla y León, ubicado en Simancas, a la que se debe el aspecto con que hoy podemos admirar tan magnífica obra.

Fue José Navarro Talegón1 quien la estudió a fondo e informó que la obra fue donada en septiembre de 1711 al convento dominico de San Ildefonso de Toro por doña Marina Teresa de Ayala, duquesa viuda de Veragua, cumpliendo la voluntad de su esposo, don Pedro Manuel Colón de Portugal, V Duque de Veragua, heredero de un señorío territorial de los descendientes de Cristóbal Colón y fallecido en septiembre de 1710. 
Este influyente personaje había ocupado el cargo de Virrey de Sicilia entre 1696 y 1701, siendo Di Blasi el que trataba sobre el insano deseo de enriquecerse del Duque de Veragua en sus años finales, por lo que es muy probable que fuese en ese momento cuando realizó el encargo de la obra a un reconocido artista de Sicilia o Nápoles.
Pero ya en Toro, tan suntuario conjunto no se libró del trasiego de unos lugares a otros, pues del convento al que fue donada pasaría a San Pedro del Olmo, desde donde llegó finalmente a la Colegiata de Santa María2, donde permanece en nuestros días.

El Calvario está compuesto por la figura en marfil de Cristo crucificado, sobre una rica cruz recubierta de carey, y a sus lados las figuras dolientes de la Virgen y San Juan igualmente en marfil, con un tamaño ligeramente inferior. Las tres imágenes descansan sobre un fastuoso tabernáculo barroco que está totalmente forrado de láminas de carey y ornamentado por cornisas y rameados en relieve tallados en marfil, destacando en el cuerpo central, a modo de la puerta de un Sagrario, un conjunto de doce medallones dispuestos en círculo con escenas de la Pasión y un relieve central de mayor tamaño con el tema del Descendimiento. A su función se viene a sumar la de relicario, pues bajo las figuras exentas se aprecian tres pequeñas gavetas que debieron ser concebidas con este fin.

Guido Reni. Izda: Cristo crucificado, Galería Estense, Módena
Dcha: Ecce Homo, 1630, Pinacoteca Nacional, Bolonia
El Calvario  
Cristo crucificado está representado vivo, en plena agonía, siguiendo una tipología consolidada por los grandes maestros de la escultura barroca romana, siendo especialmente cercano a los ejemplares de marfil realizados por Alessandro Algardi (1598-1654) para el cardenal Ludovisi en 1625. Cristo aparece con la cabeza levantada, con corona de espinas tallada junto a los cabellos, una esbelta anatomía descrita en sus más mínimos detalles, brazos no demasiado inclinados y un paño de pureza sujeto a la cintura por un cordón, formando un bullón al frente y un anudamiento en el costado derecho para caer el paño en forma de una cascada de pliegues.

La figura de Cristo sigue la línea contrarreformista plasmada por pintores como Guido Reni (1575-1642), autor de una serie de crucificados y de bustos de Cristo coronado de espinas que tienen en común la disposición de la cabeza levantada, la mirada dirigida a lo alto y la expresión dolorida. Así se presenta este crucificado ebúrneo, cuya cabeza está tallada con un gran virtuosismo para describir los mechones de los cabellos y barba, los espinos de la corona perforando la frente, los ojos rasgados con la mirada —pupilas pintadas— dirigida a lo alto y la boca entreabierta permitiendo contemplar los dientes.

Es uno de los ejemplares de mayor tamaño de cuantos se conservan en España y está tallado en tres bloques, uno para la totalidad del cuerpo y otros dos para cada brazo, complementándose con una sofisticada cruz de carey rematada con cantoneras de marfil en los extremos, el rótulo del INRI igualmente en marfil, lo mismo que los adornos de la peana en que se sustenta, entre los que figura un pequeño grupo de pelícanos como símbolo del sacrificio.

De gran belleza, exquisito tallado en marfil y alta expresividad formal son también las figuras de La Virgen y San Juan que aparecen colocadas a los lados de la cruz. La Virgen está representada con las manos cruzadas sobre el pecho con gesto suplicante y con la cabeza levantada hacia Cristo. Su bello rostro muestra un delicado trabajo de talla en el que destacan sus pupilas pintadas, su boca abierta y un cabello ondulado con raya al medio que es cubierto por una toca que cae cruzándose en el pecho. Viste un túnica que se desliza desde la cintura formando suaves pliegues rectilíneos que contrastan con los de las mangas y el manto, que cae en cascada formando numerosas diagonales con sus pliegues. La figura, de extraordinaria esbeltez y emotividad contenida, presenta la graciosa curvatura que condiciona el marfil.

La misma esbeltez y gracia presenta la figura de San Juan, aunque con mayor dinamismo. El joven apóstol aparece en actitud declamatoria, igualmente con la cabeza levantada hacia Cristo, con el brazo izquierdo separado del cuerpo y con su mano derecha levantada hasta el rostro para enjugar sus lágrimas con un pañuelo. Viste una túnica anudada a la cintura con un cíngulo y un manto cruzado al frente que origina unos plegados muy redondeados en diagonal y otros que caen en cascada. Especialmente meritoria es la talla del doliente rostro, de nuevo con las pupilas pintadas y la boca entreabierta, semioculto por la delicada mano y el pañuelo que acentúan sus valores dramáticos.

La Virgen y San Juan responden a la línea clasicista que presenta la escultura romana de la segunda mitad del siglo XVII, aunque también se las puede relacionar con el movimiento de las figuras realizadas a finales del XVII por el austriaco Ignaz Elhaffen.

El Tabernáculo
Si crucifijos y representaciones marfileñas de la Virgen y San Juan se pueden considerar como obras hasta cierto punto frecuentes en los escultores barrocos que trataron este material en distintos territorios europeos, no lo es tanto el tipo de tabernáculo sobre el que se asienta el Calvario de la colegiata de Toro, que adopta la función de una sofisticada peana escalonada, con un cuerpo central compacto y dos grandes volutas a los lados.

El alma de madera aparece totalmente recubierto de carey, una materia córnea extraída en forma de delgadas láminas de las escamas de la especie de la tortuga carey, pobladora de los arrecifes coralinos de las aguas tropicales (hoy en peligro de extinción), que debidamente pulida realza la brillantez de la superficie en forma de aguas de tonos rojizos, tostados y miel. En la parte central se establece un gran círculo, protegido por un cristal, en el que se han practicado una serie de perforaciones para albergar doce pequeños relieves de marfil, trabajados a modo de miniaturas, que aparecen dispuestos radialmente formando una corona con los principales pasajes de la Pasión: la Santa Cena, la Oración del Huerto, el Beso de Judas y el Prendimiento, Jesús ante Pilatos, la Flagelación, la Coronación de espinas, el Ecce Homo, el Camino del Calvario, la Tercera caída de Jesús, la Verónica, el Expolio y la Crucifixión. A ellos se suma otro colocado en el centro, de mayor tamaño, con el tema del Descendimiento de la cruz y la Piedad.

Todos estos relieves están compuestos, en cada una de las escenas y siguiendo un afán narrativo, por numerosas figuras que se colocan en todo tipo de posiciones en unos escenarios definidos por detalladas arquitecturas y diferentes paisajes, con gran atención a los pequeños accesorios de atrezo y con composiciones que oscilan entre la inspiración en la iconografía tradicional, como en la Santa Cena, en la Coronación de Espinas o en el Descendimiento (donde San Juan aparece de nuevo enjugándose las lágrimas con un pañuelo), junto a otras totalmente originales, como en la escena del Expolio, donde aparece Cristo sentado en una roca como Varón de Dolores, a su lado unos soldados despojándole de sus vestiduras y al fondo otros sujetando la cruz.
De gran belleza y finura de talla son también los rameados que conforman las volutas, compuestos por pequeñas piezas talladas en marfil y ensambladas, al igual que los elementos que decoran el resto de las superficies, entre los que se incluyen cabezas de querubines en los costados del Sagrario (una de ellas no restituida tras el robo).
Por los exóticos materiales empleados y la excelente calidad de la talla esta obra se convierte en paradigma del deseo de deslumbrar, a finales del siglo XVII, por aquellos personajes de elevado estatus social, lo que llegaría a producir, durante siglos, un desmedido afán por estos materiales, hasta convertirse en un verdadero peligro para las colonias de elefantes y tortugas de todo el mundo.

La posible autoría           
Si en cierto modo fueron desveladas las circunstancias de la llegada de esta obra a la colegiata de Toro, más difícil es la asignación de su posible autor, siendo Estella Marcos3 quien propone que las figuras del Calvario debieron ser realizadas a finales del siglo XVII por un artista especializado en marfil que trabajaría en el sur de Italia, apuntando la posibilidad de que pudiera tratarse de Dio Claudio Beissonat, autor en aquel tiempo de numerosas obras de marfil que fueron enviadas a la Corte española. Del mismo modo, la cruz y la base tabernáculo, incluyendo los relieves de marfil, podrían haber sido encargados por el Duque de Veragua a algún taller siciliano o napolitano, únicos capacitados para realizar este tipo de trabajo, para ser enviados a España, al igual que ocurre con otras obras napolitanas que se conservan en algunos conventos españoles.

A pesar de que se han conservado varias obras firmadas y fechadas por el escultor Dio Claudio Beissonat, donde además se menciona que fueron realizadas en la ciudad de Nápoles, de su biografía y de su personalidad artística nada se sabe, ya que no existe una mínima documentación que nos lo aclare. Sobre el mismo se ha especulado sobre una posible estancia en España antes de su llegada a Nápoles, lo mismo que se ha supuesto su procedencia del Franco Condado, región histórica y cultural del este de Francia enclavada entre Suiza y la región de Borgoña que tras la ostentación de Felipe II del título de conde de Borgoña en 1556 dejó de ser utilizada por los españoles como paso estratégico en la comunicación con el Sacro Imperio y Flandes. En 1679, durante el reinado en España de Carlos II, el Franco Condado fue cedido a Francia por el tratado de Nimega.

En el convento de la Encarnación de Madrid se conserva un Cristo crucificado de marfil, como donación real, con la firma "Claudio Beissonat fe. Napli". Tiene la cruz y la peana de ébano, con insignias de la Pasión, una vidriera y una puerta con seis columnas, conjunto que se podría relacionar con el de la colegiata de Toro.

Otras obras de este escultor son un ejemplar de una Inmaculada, firmado por "Cla Beissonat", acompañada de cinco ángeles y cabezas de serafines dentro de una urna, que se encuentra en el Palacio del Pardo; un notable Crucifijo conservado en el monasterio de El Escorial y un Cristo crucificado con las tibias y la calavera a los pies de la cruz que se guarda en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, a los que se suma una Inmaculada con pequeños relieves en la peana que ha circulado por el mercado del arte, donde es frecuente comprobar la aparición de un buen número de marfiles atribuidos a este escultor, de obra tan genial y personalidad tan desconocida.      


Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 NAVARRO TALEGÓN, José: Catálogo monumental de Toro y su alfoz, Caja de Ahorros Provincial de Zamora, Zamora, 1980.

2 ESTELLA MARCOS, Margarita Mercedes: Calvario de marfil, en Remembranza, Las Edades del Hombre, Zamora, 2001, p. 325.

3 Ibid., p. 325.





































Claudio Beissonat. Cristo cucificado, Monasterio de El Escorial

















Claudio Beissonat. Izda: Crucifijo. Real Academia de Bellas Artes de San 
Fernando, Madrid. Dcha: Inmaculada Concepción. Mercado del arte









Este artículo ha sido publicado en la Revista Atticus Ocho (edición impresa), a la venta desde el 12 de abril 2018



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