CALVARIO Y
TABERNÁCULO
Claudio
Beissonat? Taller italiano de Nápoles o Sicilia
Finales del
siglo XVII
Marfil y
carey sobre alma de madera
Colegiata de
Santa María la Mayor, Toro (Zamora)
Artes
suntuarias del Barroco. Escuela italiana
En la sacristía de la monumental colegiata de Santa
María de Toro (Zamora) se conserva un Calvario
que es una pieza única y excepcional en su género. Obra maestra de la eboraria
italiana, sorprende tanto por su diseño compositivo y la riqueza de los
materiales empleados —marfil y carey— como por el programa iconográfico
incorporado en forma de esculturas, relieves y motivos ornamentales. Lejos
queda ya la zozobra que sufrió este conjunto en 1981, cuando fue robado, junto
a más de treinta y dos obras de arte de la colegiata, por el conocido
expoliador Eric "el belga". Por suerte, fue recuperado años después y
sometido a una intervención realizada en 2016 en el Centro de Conservación y
Restauración de Bienes Culturales de Castilla y León, ubicado en Simancas, a la
que se debe el aspecto con que hoy podemos admirar tan magnífica obra.
Fue José Navarro Talegón1 quien la estudió a fondo e
informó que la obra fue donada en septiembre de 1711 al convento dominico de
San Ildefonso de Toro por doña Marina Teresa de Ayala, duquesa viuda de Veragua,
cumpliendo la voluntad de su esposo, don Pedro Manuel Colón de Portugal, V
Duque de Veragua, heredero de un señorío territorial de los descendientes de
Cristóbal Colón y fallecido en septiembre de 1710.
Este influyente personaje
había ocupado el cargo de Virrey de Sicilia entre 1696 y 1701, siendo Di Blasi el
que trataba sobre el insano deseo de enriquecerse del Duque de Veragua en sus
años finales, por lo que es muy probable que fuese en ese momento cuando
realizó el encargo de la obra a un reconocido artista de Sicilia o Nápoles.
Pero ya en Toro, tan suntuario conjunto no se libró
del trasiego de unos lugares a otros, pues del convento al que fue donada
pasaría a San Pedro del Olmo, desde donde llegó finalmente a la Colegiata de
Santa María2, donde permanece en nuestros días.
El Calvario
está compuesto por la figura en marfil de Cristo crucificado, sobre una rica
cruz recubierta de carey, y a sus lados las figuras dolientes de la Virgen y
San Juan igualmente en marfil, con un tamaño ligeramente inferior. Las tres
imágenes descansan sobre un fastuoso tabernáculo barroco que está totalmente
forrado de láminas de carey y ornamentado por cornisas y rameados en relieve
tallados en marfil, destacando en el cuerpo central, a modo de la puerta de un
Sagrario, un conjunto de doce medallones dispuestos en círculo con escenas de
la Pasión y un relieve central de mayor tamaño con el tema del Descendimiento.
A su función se viene a sumar la de relicario, pues bajo las figuras exentas se
aprecian tres pequeñas gavetas que debieron ser concebidas con este fin.
Guido Reni. Izda: Cristo crucificado, Galería Estense, Módena Dcha: Ecce Homo, 1630, Pinacoteca Nacional, Bolonia |
El Calvario
Cristo crucificado está representado vivo, en plena
agonía, siguiendo una tipología consolidada por los grandes maestros de la
escultura barroca romana, siendo especialmente cercano a los ejemplares de
marfil realizados por Alessandro Algardi (1598-1654) para el cardenal Ludovisi
en 1625. Cristo aparece con la cabeza levantada, con corona de espinas tallada
junto a los cabellos, una esbelta anatomía descrita en sus más mínimos
detalles, brazos no demasiado inclinados y un paño de pureza sujeto a la
cintura por un cordón, formando un bullón al frente y un anudamiento en el
costado derecho para caer el paño en forma de una cascada de pliegues.
La figura de Cristo sigue la línea
contrarreformista plasmada por pintores como Guido Reni (1575-1642), autor de
una serie de crucificados y de bustos de Cristo coronado de espinas que tienen
en común la disposición de la cabeza levantada, la mirada dirigida a lo alto y
la expresión dolorida. Así se presenta este crucificado ebúrneo, cuya cabeza
está tallada con un gran virtuosismo para describir los mechones de los
cabellos y barba, los espinos de la corona perforando la frente, los ojos
rasgados con la mirada —pupilas pintadas— dirigida a lo alto y la boca
entreabierta permitiendo contemplar los dientes.
Es uno de los ejemplares de mayor tamaño de cuantos
se conservan en España y está tallado en tres bloques, uno para la totalidad
del cuerpo y otros dos para cada brazo, complementándose con una sofisticada
cruz de carey rematada con cantoneras de marfil en los extremos, el rótulo del
INRI igualmente en marfil, lo mismo que los adornos de la peana en que se
sustenta, entre los que figura un pequeño grupo de pelícanos como símbolo del sacrificio.
De gran belleza, exquisito tallado en marfil y alta
expresividad formal son también las figuras de La Virgen y San Juan que
aparecen colocadas a los lados de la cruz. La Virgen está representada con las
manos cruzadas sobre el pecho con gesto suplicante y con la cabeza levantada
hacia Cristo. Su bello rostro muestra un delicado trabajo de talla en el que
destacan sus pupilas pintadas, su boca abierta y un cabello ondulado con raya
al medio que es cubierto por una toca que cae cruzándose en el pecho. Viste un
túnica que se desliza desde la cintura formando suaves pliegues rectilíneos que
contrastan con los de las mangas y el manto, que cae en cascada formando
numerosas diagonales con sus pliegues. La figura, de extraordinaria esbeltez y
emotividad contenida, presenta la graciosa curvatura que condiciona el marfil.
La misma esbeltez y gracia presenta la figura de
San Juan, aunque con mayor dinamismo. El joven apóstol aparece en actitud
declamatoria, igualmente con la cabeza levantada hacia Cristo, con el brazo
izquierdo separado del cuerpo y con su mano derecha levantada hasta el rostro
para enjugar sus lágrimas con un pañuelo. Viste una túnica anudada a la cintura
con un cíngulo y un manto cruzado al frente que origina unos plegados muy
redondeados en diagonal y otros que caen en cascada. Especialmente meritoria es
la talla del doliente rostro, de nuevo con las pupilas pintadas y la boca
entreabierta, semioculto por la delicada mano y el pañuelo que acentúan sus
valores dramáticos.
La Virgen y San Juan responden a la línea
clasicista que presenta la escultura romana de la segunda mitad del siglo XVII,
aunque también se las puede relacionar con el movimiento de las figuras
realizadas a finales del XVII por el austriaco Ignaz Elhaffen.
El Tabernáculo
Si crucifijos y representaciones marfileñas de la
Virgen y San Juan se pueden considerar como obras hasta cierto punto frecuentes
en los escultores barrocos que trataron este material en distintos territorios
europeos, no lo es tanto el tipo de tabernáculo sobre el que se asienta el
Calvario de la colegiata de Toro, que adopta la función de una sofisticada
peana escalonada, con un cuerpo central compacto y dos grandes volutas a los
lados.
El alma de madera aparece totalmente recubierto de
carey, una materia córnea extraída en forma de delgadas láminas de las escamas
de la especie de la tortuga carey, pobladora de los arrecifes coralinos de las
aguas tropicales (hoy en peligro de extinción), que debidamente pulida realza
la brillantez de la superficie en forma de aguas de tonos rojizos, tostados y
miel. En la parte central se establece un gran círculo, protegido por un
cristal, en el que se han practicado una serie de perforaciones para albergar
doce pequeños relieves de marfil, trabajados a modo de miniaturas, que aparecen
dispuestos radialmente formando una corona con los principales pasajes de la
Pasión: la Santa Cena, la Oración del Huerto, el Beso de Judas y el Prendimiento, Jesús ante
Pilatos, la Flagelación, la Coronación de espinas, el Ecce Homo, el Camino del Calvario, la Tercera
caída de Jesús, la Verónica, el Expolio y la Crucifixión. A ellos se suma otro colocado en el centro, de mayor
tamaño, con el tema del Descendimiento de
la cruz y la Piedad.
Todos estos relieves están compuestos, en cada una
de las escenas y siguiendo un afán narrativo, por numerosas figuras que se
colocan en todo tipo de posiciones en unos escenarios definidos por detalladas
arquitecturas y diferentes paisajes, con gran atención a los pequeños
accesorios de atrezo y con composiciones que oscilan entre la inspiración en la
iconografía tradicional, como en la Santa
Cena, en la Coronación de Espinas
o en el Descendimiento (donde San
Juan aparece de nuevo enjugándose las lágrimas con un pañuelo), junto a otras
totalmente originales, como en la escena del Expolio, donde aparece Cristo sentado en una roca como Varón de
Dolores, a su lado unos soldados despojándole de sus vestiduras y al fondo
otros sujetando la cruz.
De gran belleza y finura de talla son también los
rameados que conforman las volutas, compuestos por pequeñas piezas talladas en
marfil y ensambladas, al igual que los elementos que decoran el resto de las
superficies, entre los que se incluyen cabezas de querubines en los costados
del Sagrario (una de ellas no restituida tras el robo).
Por los exóticos materiales empleados y la
excelente calidad de la talla esta obra se convierte en paradigma del deseo de
deslumbrar, a finales del siglo XVII, por aquellos personajes de elevado
estatus social, lo que llegaría a producir, durante siglos, un desmedido afán
por estos materiales, hasta convertirse en un verdadero peligro para las
colonias de elefantes y tortugas de todo el mundo.
La posible autoría
Si en cierto modo fueron desveladas las
circunstancias de la llegada de esta obra a la colegiata de Toro, más difícil
es la asignación de su posible autor, siendo Estella Marcos3 quien
propone que las figuras del Calvario
debieron ser realizadas a finales del siglo XVII por un artista especializado
en marfil que trabajaría en el sur de Italia, apuntando la posibilidad de que
pudiera tratarse de Dio Claudio Beissonat, autor en aquel tiempo de numerosas
obras de marfil que fueron enviadas a la Corte española. Del mismo modo, la cruz y la base
tabernáculo, incluyendo los relieves de marfil, podrían haber sido encargados por el
Duque de Veragua a algún taller siciliano o napolitano, únicos capacitados para
realizar este tipo de trabajo, para ser enviados a España, al igual que ocurre
con otras obras napolitanas que se conservan en algunos conventos españoles.
A pesar de que se han conservado varias obras
firmadas y fechadas por el escultor Dio Claudio Beissonat, donde además se
menciona que fueron realizadas en la ciudad de Nápoles, de su biografía y de su
personalidad artística nada se sabe, ya que no existe una mínima documentación
que nos lo aclare. Sobre el mismo se ha especulado sobre una posible estancia en
España antes de su llegada a Nápoles, lo mismo que se ha supuesto su
procedencia del Franco Condado, región histórica y cultural del este de Francia
enclavada entre Suiza y la región de Borgoña que tras la ostentación de Felipe
II del título de conde de Borgoña en 1556 dejó de ser utilizada por los
españoles como paso estratégico en la comunicación con el Sacro Imperio y
Flandes. En 1679, durante el reinado en España de Carlos II, el Franco Condado
fue cedido a Francia por el tratado de Nimega.
En el convento de la Encarnación de Madrid se
conserva un Cristo crucificado de
marfil, como donación real, con la firma "Claudio Beissonat fe. Napli". Tiene la cruz y la peana de
ébano, con insignias de la Pasión, una vidriera y una puerta con seis columnas,
conjunto que se podría relacionar con el de la colegiata de Toro.
Otras obras de este escultor son un ejemplar de una Inmaculada, firmado por "Cla
Beissonat", acompañada de cinco ángeles y cabezas de serafines dentro
de una urna, que se encuentra en el Palacio del Pardo; un notable Crucifijo conservado en el monasterio de El Escorial y un Cristo crucificado con
las tibias y la calavera a los pies de la cruz que se guarda en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de
Madrid, a los que se suma una Inmaculada con pequeños relieves en la peana que ha circulado por el mercado del arte, donde es frecuente comprobar la aparición de un buen número de marfiles atribuidos a este escultor, de obra tan genial y personalidad tan desconocida.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 NAVARRO TALEGÓN, José: Catálogo monumental de Toro y su alfoz, Caja
de Ahorros Provincial de Zamora, Zamora, 1980.
2 ESTELLA MARCOS, Margarita Mercedes: Calvario de marfil, en Remembranza, Las Edades del Hombre, Zamora,
2001, p. 325.
3 Ibid., p. 325.
Claudio Beissonat. Cristo cucificado, Monasterio de El Escorial |
Claudio Beissonat. Izda: Crucifijo. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid. Dcha: Inmaculada Concepción. Mercado del arte |
Este artículo ha sido publicado en la Revista Atticus Ocho (edición impresa), a la venta desde el 12 de abril 2018
* * * * *
No hay comentarios:
Publicar un comentario