PASO PROCESIONAL DE LA ÚLTIMA
CENA
Francisco Salzillo y Alcaraz (Murcia,
1707–1783)
1761-1763
Madera policromada
Museo Salzillo, Murcia
Escultura procesional barroca de
transición al Rococó. Escuela murciana
Asistir a la
procesión que en la mañana del Viernes Santo recorre todos los años algunas de
las principales calles de Murcia es experimentar todo un cúmulo de sensaciones.
Primero por la contemplación de los grupos pasionarios en su escenario natural,
envueltos en la luminosidad de una atmósfera mediterránea que realza su
fastuosidad; después por los valores teatrales de cada una de las unidades
escultóricas, los pasos, que aparecen en público sobre refulgentes plataformas
doradas y acicalados con refinados adornos florales; finalmente por la
oportunidad de contemplar, uno tras otro, los trabajos de escultura procesional
que realizara el mejor escultor español del siglo XVIII, Francisco Salzillo, que
especializado en temática religiosa supo recoger en su taller de Murcia la herencia
del arte napolitano y del barroco español para infundir a la escultura de su
tiempo una nueva dimensión, una modernidad cuyo lenguaje plástico se
aproximaría progresivamente a las pautas y la elegancia del Rococó.
Precisamente,
en esa procesión de “los Salzillos” el primer paso que desfila es La Última Cena, un sorprendente conjunto
escultórico formado por trece figuras de tamaño natural, cuyos ingredientes son
consustanciales al mundo barroco, de modo que lo transitorio y lo efímero se
funden haciendo que la misma obra no parezca igual a cada instante, mostrando
distintos valores plásticos según el momento, la luz y el lugar en que se
contemple. La composición fue realizada durante el período de plenitud del
escultor.
Se desconocen
las circunstancias del encargo del paso de La
Última Cena, que fue realizada por Salzillo en 1761 para la cofradía
murciana de Nuestro Padre Jesús Nazareno con el fin de sustituir a un paso
anterior, conocido como la Mesa de los
Apóstoles, que había sido realizado por su padre Nicolás Salzillo, también notable
imaginero.
Con una
concepción eminentemente teatral, en la escena no se realza el tradicional
sentido eucarístico, sino que el escultor recurre a representar el momento
dramático en que Cristo anuncia que será traicionado: “Unus ex vobis me prediturus est”, lo que provoca el desconcierto
entre los apóstoles, que reaccionan con distintas actitudes en la misma línea
que en el Cenáculo de Leonardo da
Vinci. En esta ocasión estableciendo un cauce narrativo desde la figura de
Cristo a la de Judas Iscariote, colocados en extremos opuestos de la mesa, lo
que permite al escultor trabajar cada apóstol de forma individualizada para
reflejar distintos estudios psicológicos y estados de ánimo ante la gravedad
del anuncio. Con ello queda formulado el auténtico sentido dramático del paso:
la despedida de Cristo y la aceptación de su sacrificio.
Mientras que
Cristo sigue el arquetipo habitual del escultor, siendo la única figura que
luce una potencia de plata, los apóstoles están caracterizados con distintas
edades, oscilando desde la juventud y el rostro barbilampiño de Juan a la vejez
y largas barbas canosas de Andrés. Para mantener la unidad formal, todos ellos
visten una indumentaria uniforme que se adapta a la norma de moderación en los
atuendos recomendada por los tratadistas, con una túnica ceñida con un cíngulo,
un manto por encima y sandalias, a lo que se suma una prenda que procedente de
la moda napolitana recogió la escultura murciana de forma generalizada desde
finales del XVII. Se trata de una camisa blanca que asoma por debajo de la
túnica y que en la obra de Salzillo adopta el modelo de la camisa huertana, con
amplio cuello y un remate liso abotonado en forma de cenefa a la que va cosido
un tejido fruncido, lo que permite al escultor hacer gala de su virtuosismo
técnico.
Detalle de Cristo. Foto Jerome van Passel - Flickr |
El sentido
simbólico de las figuras queda reforzado igualmente por la gesticulación de los
rostros y las manos, como el ya citado sentido acusatorio de Simón, las súplicas
de Judas Tadeo, Mateo y Santiago el Menor, la sorpresa de Felipe y Bartolomé o
la entrega incondicional de Juan. Pero estas diferentes reacciones no afectan
sólo a la expresividad, sino que
condicionan el volumen y el movimiento de los diferentes mantos, siempre
concebidos para evitar las dificultades en la contemplación del conjunto y para
que durante el desfile callejero el cruce de miradas, gestos y actitudes
infunda un sentimiento que ayude al espectador a comprender el sentido de la
escena.
El color de la
indumentaria es otro de los elementos diferenciadores, pues la mayoría del
grupo luce una túnica en gris azulado y un manto rojo, con las excepciones de Pedro,
con túnica azul y manto pardo, Santiago el Mayor, con manto de tonos claros marfileños
y Judas Iscariote con túnica azafrán y manto verde oscuro, lo que junto a su
dura expresión marca una diferenciación personal que le separa del resto. El
interés por destacar la figura del traidor, protagonista del momento
representado, se hace evidente en una serie de matices, como ser el único apóstol
que no tiene el honor de vestir la camisa huertana, el aparecer bizco y con el
cabello pelirrojo1 y de realizar con la mano un gesto delator, lo
que aumenta su fealdad física y moral. A ello se suma la cabeza vuelta hacia él
de Simón, que sentado a su lado induce al espectador a compartir la sospecha de
traición.
Figura de Cristo. Foto Museo Salzillo, Murcia |
Atendiendo a
los matices de la policromía también se aprecia un tratamiento jerarquizado,
pues mientras todos los apóstoles llevan una indumentaria en colores planos,
con discretos ribetes dorados en forma de hojas de cardo, se destaca de ellos,
por sus brillos dorados, la túnica de Cristo, la única que presenta labores de
ricos estofados de tono rosáceo y decoración floral a base de rajados sobre el
oro, recreando en su diseño, de forma anacrónica, las prestigiosas manufacturas
de seda producidas en la Murcia de su tiempo. Se completa con un delicado
trabajo de carnaciones realizadas a pulimento, como es habitual en el escultor,
cuyas tonalidades en piel y cabellos determinan la personalidad de cada
personaje, cuyo verismo es reforzado con la aplicación de ojos de cristal, un
recurso habitual desde el siglo XVII.
Uno de los
extremos de la mesa queda despejado con dos finalidades. Primero, para procurar
la posibilidad de contemplar a todos los personajes cuando el paso era
introducido en la capilla de la Cofradía de Jesús Nazareno, ya que por entonces
era un recinto en que se celebraban cultos permanentes.
Detalle de San Juan. Foto Web Semana Santa según Salzillo |
Segundo, para permitir
apreciar todos los recursos escenográficos durante el desfile, pues la mesa se
convierte en un fastuoso banquete de atrezzo
en el que abundan los manjares de la huerta y los frutos exóticos,
tradicionalmente acompañados por un ajuar y candelabros de diseño rococó,
elementos que contribuyen a realzar el aspecto cambiante de la escena en el
espacio urbano. Al mismo tiempo, hay que recordar que estos ingredientes que
acompañan a este grupo pasionario, a modo de naturaleza muerta, hacen
referencia a lo fugaz y transitorio de la existencia, según una concepción
propia del mundo barroco, dando paso a la escena siguiente, la Oración del
Huerto, en que el relato abandona estos elementos lúdicos para centrarse en
otros de carácter penitencial.
La Última Cena,
que tuvo en su tiempo un costo de 27.749 reales de vellón, desfila en Semana
Santa a hombros de 28 nazarenos de la Real y Muy Ilustre Cofradía de Nuestro Padre
Jesús Nazareno, que soportan un peso de 1.312 kilogramos a través de tres varas
de madera de haya que la cofradía recibió como un regalo de Cartagena. El trono
sobre el que actualmente se sustenta, de madera tallada recubierta de plata
corlada, es obra de Antonio Carrión Valverde, que lo realizó hacia 1964.
Detalle de San Juan. Foto Fundación Caja de Murcia |
Este paso procesional
figuró en el pabellón de Murcia de la Exposición Universal de Sevilla de 1992 como
muestra de la excelente escuela escultórica murciana, que alcanzó el máximo
esplendor de su historia a mediados del siglo XVIII. Tan fastuoso conjunto, que
fue restaurado a partir de 2011 por el Centro de Restauración de la Región de Murcia, bajo
el patrocinio de la Dirección General de Bellas Artes y Bienes Culturales de la
Consejería de Cultura y Turismo, para devolverle su aspecto original
—especialmente en lo referente a su magistral policromía—, puede contemplarse
durante todo el año, junto a otros de los pasos salzillescos, en el renovado
Museo Salzillo de la ciudad de Murcia.
Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: Todas las imágenes
que ilustran este artículo, a excepción de las que lo indican expresamente,
están tomadas de la edición digital del diario La Verdad de Murcia, que las
hizo públicas en 2014 con motivo de la presentación de la obra restaurada.
Detalle de Santo Tomás. Foto Jerome van Passel - Flickr |
NOTAS
1 En la restauración integral del
paso, finalizada en 2014, todas las figuras han recuperado su policromía
original, siendo especialmente llamativo el caso de Judas, que ha recobrado el
color pajizo o pelirrojo de su cabello, lo que unido al color amarillo de la
túnica y al estrabismo de sus ojos, apareciendo bizco, responden a
convencionalismos de la época para representar a una persona con catadura de
poco fiar.
Desfile en Viernes Santo. Foto Patricio Alcaraz - Flickr |
Desfile en Viernes Santo. Foto Patricio Alcaraz - Flickr |
Aspecto del Museo Salzillo de Murcia en 2019 |
Restauración de la Última Cena en 2011 |
Joaquín Campos. Retrato de Francisco Salzillo Colección Valentin Carderera, Biblioteca Nacional, Madrid |
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