14 de marzo de 2009

Historias de Valladolid: GREGORIO FERNÁNDEZ, la gubia del Barroco



     Cuando se aproxima la primavera, y con ella las celebraciones de la Semana Santa, por algunos rincones de Valladolid se oyen ecos lejanos de las bandas de música que se preparan para los desfiles. Es entonces cuando se nos viene a la memoria la figura de un escultor del que todos los vallisoletanos nos sentimos orgullosos: Gregorio Fernández.

Niño Jesús. Convento de la Concepción, Valladolid
DATOS BIOGRÁFICOS DE UNA BUENA PERSONA Y UN EXCELENTE ARTISTA

     Nacido en Sarria (Lugo) en abril de 1576, inició su aprendizaje en el taller de imaginería de su padre, pero durante su juventud acude a Madrid atraído por la oferta laboral de El Escorial, donde trabajaba el escultor milanés Pompeo Leoni. En Madrid se casa con María Pérez Palencia, bastante más joven que él. Al poco tiempo, por influencias del Duque de Lerma, Felipe III desplaza en 1601 la Corte de Madrid a Valladolid, proyectándose un nuevo Palacio Real, circunstancia que favorece la llegada de Gregorio Fernández a orillas del Pisuerga para trabajar en la decoración del salón de festejos del nuevo palacio, junto a un grupo de escultores capitaneados por Pompeo Leoni.

     Instala su casa y taller en la calle del Sacramento (actual Paulina Harriet, esquina con Espíritu Santo), en la manzana situada enfrente del desaparecido convento del Carmen Calzado (terreno después ocupado por el Hospital Militar, hoy convertido en Conserjería de Sanidad de la Junta de Castilla y León), perteneciendo a la parroquia de San Ildefonso, donde bautiza a sus dos hijos: Gregorio, que nace en Valladolid en 1605 y muere prematuramente a los cinco años, y Damiana, nacida en 1607. En su casa, junto a criados, aprendices y oficiales, conviven con el escultor su hermano de madre Juan Álvarez, que ejerce de ayudante y muere en 1630, y un sobrino, hijo de otro hermano, también llamado Gregorio.

Cristo atado a la columna. Convento de Santa Teresa, Ávila
     Desde su llegada a Valladolid, la actividad del escultor fue imparable, realizando sin interrupción encargos para la Corte, conventos, iglesias y cofradías. Tras el nuevo traslado de la Corte a Madrid en 1606, Gregorio quedó atado a Valladolid para atender los numerosos compromisos de trabajo. En la ciudad colaboró y entabló una profunda amistad con el escultor más importante en ese momento, Francisco de Rincón, que tenía su taller en la Puentecilla de Zurradores (actual calle Panaderos), con el que intercambia modelos e influencias. A la muerte prematura de este escultor amigo en 1608, Gregorio recoge y tutela a su hijo Manuel Rincón, de 15 años, al que forma en el oficio de escultor, ejerciendo como padrino cuando el joven se casa en 1615.

     También mantuvo una estrecha amistad con Diego Valentín Díaz, pintor ilustrado que poseía una importante biblioteca y que realizó la policromía de alguna de sus obras. Asimismo, gozó de su amistad Juan de Orbea, prior del vecino convento del Carmen Calzado y admirador del escultor, que ejerció como mecenas para todos los conventos carmelitanos. Otras personas de su círculo de amistades fueron algunos colaboradores asiduos, como los ensambladores y hermanos Juan y Cristóbal Velázquez (a este último apadrina una hija), los hermanos pintores Marcelo y Francisco Martínez (al primero apadrina un hijo), que realizaron la policromía de muchas de sus obras, y el ensamblador Juan de Muniátegui, casado con María Juni, nieta del célebre imaginero, que habitaban una casa muy próxima al taller.

Santa Escolástica. Museo Nacional de Escultura
     Su hija Damiana no fue muy afortunada en amores. Despúes de su primer matrimonio en 1621, a los 14 años, con el escultor navarro Miguel de Elizalde, oficial de su padre, llegaría a casarse otras tres veces más, ya que enviudó repetidamente. De su segundo matrimonio con el médico Juan Pérez de Lanciego nacieron dos nietos que alegraron la vida de Gregorio Fernández: Teresa y José. Tras desposarse de nuevo con el escultor zaragozano Juan Francisco Iribarne, el maestro recibe en 1633 un tercer nieto: Gregorio Francisco. No ocurre lo mismo con los ocho hijos que nacieron del cuarto matrimonio de Damiana en septiembre de 1636 con el comerciante de lencería Juan Rodríguez Gavilanes, a los que ya no llegó a conocer.

     Gregorio Fernández alcanzó, fruto de su enorme trabajo, una posición económica muy desahogada, aunque siempre hizo gala de una gran generosidad. En la cumbre de su carrera, en 1635 el rey Felipe IV, al que el escultor viera nacer en Valladolid, participando de los fastos de su bautizo en 1605 (narrados detalladamente por Tomé Pinheiro da Vega en su obra "Fastiginia"), se refiere a él como "el mejor escultor que hay en estos mis reinos". Pero en ese tiempo ya habían comenzado los achaques de salud que le impedían trabajar a temporadas.

Asunción. Retablo de la catedral de Plasencia
     Gregorio Fernández muere el 22 de enero de 1636, a punto de cumplir los 60 años, en unos días muy lluviosos que provocaron el desbordamiento del Pisuerga, con desastrosas consecuencias para el entorno del convento de Santa Teresa y del barrio de San Ildefonso. Fue enterrado, según disposición propia, en la iglesia del Carmen Calzado, donde había adquirido en propiedad una sepultura. Tiempo después se colocó sobre ella un retrato pintado por el que podemos conocer la fisionomía del genial artista (actualmente se conserva en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio y ha sido atribuido a Diego Valentín Díaz). Su viuda María, que le sobreviviría 27 años, pasaría a vivir con su hija Damiana en la calle de la Panadería, después de su último enlace en ese mismo año.

     Hombre de profundas convicciones religiosas, algo normal en su tiempo, fue un excelente creador de imágenes que fueron tomadas como modelos en toda España, destacando como autor de impresionantes retablos, de una nueva iconografía referida a los santos canonizados en su tiempo, entre ellos Santa Teresa, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier, San Isidro Labrador, etc., y de imágenes concebidas para ser veneradas de cerca, según los postulados trentinos, especialmente crucificados y yacentes, a los que incorpora postizos que aumentan su realismo.

     Pero lo que sigue sorprendiendo a todos son las composiciones procesionales dedicadas a la Pasión, con grupos de acentuado carácter teatral y figuras antológicas en la historia de la escultura barroca española.

Puedes contemplar una muestra pulsando en el Play (>) del vídeo "Simulacrum" de la cabecera.

Informe y vídeo: J. M. Travieso.

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