19 de noviembre de 2009

Viaje: Crónica de un fascinante recorrido por Córdoba y Sevilla en otoño



Con motivo de las vacaciones del Puente de Todos los Santos, hemos llegado a las provincias de Córdoba y Sevilla, aunque en el trayecto también nos acercamos al castillo de Baños de la Encina, en la provincia de Jaén, y a la ciudad de Zafra, en la provincia de Badajoz.

Cuando llegamos a Andalucía la temperatura había subido considerablemente. Hacia calor y queríamos ver muchas cosas, aunque el tiempo escaseaba. Hacía muchos años que no subíamos a Baños de la Encina, donde han arreglado los accesos al castillo y se ha realizado una buena restauración en sus muros, torres árabes y torre del homenaje, que fue construida tras la conquista, cuando Baños era una ciudad gobernada por un señor feudal.

Sin comer y con ganas salíamos hacia Medina Azahara, que recientemente ha sido abierta al público después de algunos años de obras. El nuevo lugar de recepción de visitantes es realmente extraordinario. Quedamos muy satisfechos de las instalaciones, que cuentan con una buena cafetería y restaurante, una tienda donde se venden libros de la cultura árabe y de Córdoba en particular, una sala de proyecciones que emite documentales sobre la ciudad objeto de la visita, un museo y un mirador en la parte superior. Hacían falta estas instalaciones para lograr transmitir al visitante las innumerables bellezas, la calidad de los materiales de construcción y de los artistas que trabajaron para Abderramán II y su hijo, durante los 74 años que esta ciudad palaciega fue disfrutada por los califas cordobeses.

Cuando terminó la visita a las instalaciones, un autobús lanzadera nos acercó a los yacimientos arqueológicos, que son fascinantes. Nos faltó una media hora para haberlo recorrido sin tanta “presión”, pero además hemos pensado en una nueva cita cuando pasen los veinte meses previstos por los técnicos para restaurar el “Salón Rico o salón de Abderramán III", que está en pleno proceso de restauración. Sobre la restauración se puede opinar, pero para el gran público que visita las instalaciones arqueológicas, pensamos que son muy adecuadas. En el recinto museístico de la recepción, ya citado, hay una maqueta que describe perfectamente los tres estadios de la ciudad, cuyo lujo y esplendor debía dejar boquiabiertos a todos los que tenían el privilegio de acudir por cualquier motivo a esta ciudad cortesana que dista sólo 8 kilómetros de Córdoba.


Pero todo lo bueno se acaba, los últimos califas, que además de ineptos eran crueles, no quisieron vivir en esta ciudad por una serie de acontecimientos. La ciudad fue saqueada en el año 1010 por los pueblos procedentes de norte de África y años más tarde víctima de un incendio. Cuando su glorioso pasado ya era una ruina, los cristianos conquistaron la ciudad en 1236, sirviendo estos yacimientos de cantera para construir viviendas cerca de la zona de excavación. En el siglo XX, concretamente en 1911, comenzaron las campañas de excavación que han durado prácticamente todo el siglo pasado.

Llegamos a Córdoba alrededor de las seis de la tarde, encontrando que la calle que transcurre paralela al río y a los muros de los Alcázares Cristianos tenía más zanjas que en Madrid. Esto nos dificultó un fácil aparcamiento y nos demoró nuestro acceso a la Mezquita. Realmente es un lujo que este maravilloso templo se ubique en Córdoba. Creemos sinceramente que la Mezquita de Córdoba no tiene rival estético, especialmente cuando se llega a últimas horas de la tarde, cuando llegamos nosotros y encontramos entre dos luces el palmeral de columnas, arcos y dovelas, cúpulas y mosaicos. Es una sensación difícil de describir, pero cuando se entra en el laberinto de columnas y se pasea, cuando se observa y cuando se contempla, las personas sin darse cuenta quedan atrapadas para siempre en este ambiente andalusí, sobrecogidas por el edificio construido durante los siglos de historia del califato, de su cultura y su arte. Todo una lección magistral plasmada en piedra y ladrillo junto al río Guadalquivir.


Las diferentes ampliaciones, que se sucedieron después de que Abderramán I mandara construir su mezquita, fueron marcando el refinamiento y la elegancia, a pesar de que muchos de sus materiales fueran reciclados y la calidad de los mismos tampoco fuera una cosa excepcional. Fue la ampliación de Al-Hakán II la que ha dejado una impronta que es difícil de olvidar. Es de un refinamiento, de una belleza y una delicadeza que contemplar este espacio es trasladarse a rincones islámicos de Siria y del norte de África.
Cuando salimos ya era noche cerrada y había una sensación particular, pues la luna iluminaba el patio de los naranjos y no había nadie en aquel recinto mitad cristiano, mitad musulmán, que desde el siglo V siempre ha servido para adorar a Díos.

Alrededor de las nueve llegamos al hotel de Sevilla, enseguida distribuimos las habitaciones y la cena de bienvenida fue rica, variada y reponedora, teniendo en cuenta que la comida había sido rápida y frugal, reducida apenas a 10 minutos a la sombra del autobús en el parking de Medina Azahara.
Después de la cena salimos a recorrer el casco antiguo de Sevilla. Llegamos por el faro de la Giralda a las puertas de la Catedral, contemplamos los paños sebka que los almohades dejaron plasmados en los muros de la Giralda. Después entramos en el Barrio de Santa Cruz, que curiosamente estaba vacío; sólo algunas personas cenaban en los pocos espacios que el barrio cede a viajeros y visitantes.
De regreso al hotel por la calle Zaragoza y hasta la estación de Plaza de Armas pocas personas pudimos ver por la calle, aunque dicho sea de paso, la hora ya superaba la medianoche.

Al día siguiente era 31 de octubre, en otros tiempos Día del Ahorro. Nos pusimos en marcha hacia la Casa de Pilatos y cada vez que entramos en este palacio mudéjar del siglo XIV nos gusta más. Es realmente elegante el patio con sus bellas columnas y sus decoraciones mudéjares. Recorrimos las habitaciones que sus propietarios ocupaban durante el verano buscando el frescor de sus jardines colindantes, y la residencia palaciega de la parte superior, levantada para buscar el abrigo en el invierno sevillano. Hace unos años, después de una serie de acontecimientos desfavorables provocados por uno de los hijos de la duquesa, esta cambió es estatus de su palacio y pasó, junto con el Hospital de Tavera en Toledo, a una fundación que lleva el nombre de la duquesa de Medinaceli (Ciudad del Cielo).
Cuando salimos del palacio de Medinaceli fuimos a las puertas del Palacio de las Dueñas, residencia oficial de la Duquesa de Alba en Sevilla, posiblemente la ciudad preferida de Dª Cayetana.

Después fuimos a la iglesia de San Pedro para contemplar el alminar árabe que todavía conserva gracias que en su último piso se construyó un campanario cristiano. Ese día se celebraban en Sevilla de bodas de postín, pues vimos a muchas señoras y caballeros ataviados con ropas que prejuzgamos no han sufrido la crisis económica. Nos recordaba, a los que vivimos en los años 70, aquella canción que cantaba Pablo Guerrero.
En la Plaza de la Encarnación, donde en otros tiempos había un amplio solar donde aparcábamos los coches, están edificando un mercado y unas torres que han roto la estética del lugar. Es realmente penoso ver construir un edificio tan horrendo.


Cuando se llega a las puertas del Palacio de la Condesa de Lebrija la expectación crece, ya que es un palacio lleno de riquezas compradas por una rica viuda, con antigüedades romanas procedentes de Itálica, de los siglos I y II d.C., la biblioteca, la vajilla inglesa y quizás lo que más llame la atención es una especie de biombo español con un montón de carruajes de la nobleza española, obra espectacular. Una salita con decoración marroquí de los años 20 y otra, muy confortable, con pinturas de autores modernos. Una buena colección, aunque mal instalada.
La parte de abajo presenta mosaicos, esculturas, arcadas mudéjares, algunos elementos de la vida cotidiana de Itálica, unas bellas escaleras con azulejos procedentes de otro palacio sevillano del XVI y la vivienda de la citada condesa.

Con un guía local nos fuimos a la catedral, donde recorrimos las principales capillas, aunque nos dio un paseo más ligero que el vuelo de un ave y menos denso que una taza de chocolate. Pasó de puntillas por el retablo mayor y el coro, no quiso ver la Capilla Real con la excusa de que habría una boda mas tarde. En la sacristía se detuvo en anécdotas populares y pasó de los Murillos. Otras importantes capillas ni las citó. Después algunos subieron a la Giralda.
La Catedral de Sevilla, el Patio de los Naranjos y la Giralda merecen la visita de una mañana entera, pero será para otra ocasión.

Llegamos a los Reales Alcázares. La sensación que tuvimos en la catedral se volvió a repetir. Se detuvo en los patios y en la portada del Palacio, sin embargo no pudimos visitar los jardines porque la tarde se acababa y nos hicieron salir de la capilla del palacio.
Acabamos el día con la visita al barrio de Santa Cruz, plaza de doña Elvira, plaza de España, antiguos edificios de la Expo del 29 y de la Expo 92.
Después de cenar fuimos gran parte de la expedición hacia el Barrio de Triana, donde recorrimos el tramo que hay entre el puente situado junto a la Estación de la Plaza de Armas y el puente trazado por Gustavo Eiffel.

El domingo, antes de partir hacia a Carmona, fuimos a visitar el Hospital de la Caridad, donde Valdés Leal y Murillo dejaron grandes importantes obras en sus muros, aunque el general Soult, de infausto recuerdo para el hospital, mandó expoliar cuadros magníficos pintados por Murillo que hoy se encuentran dispersos por varios museos internacionales. En la actualidad han vuelto copias de los cuadros del genial artista sevillano para acupar sus lugares originales.
Don Miguel de Mañara fue el gran artífice del reformismo espiritual de este hospital en sólo 17 años. Modificó y llenó de pinturas barrocas el citado lugar, que es una de las grandes perlas sevillanas, edificado sobre las antiguas reales atarazanas construidas por el rey Alfonso X, aquel que dio su divisa a la capital sevillana (NO-DO).

Cuando llegamos a Carmona pasaban las 11 de la mañana. Las obras en los accesos y una vuelta ciclista nos retrasó la entrada, aunque el recorrido fue magnifico. La antigua mezquita, hoy convertida en iglesia de Santa Maria de la Gracia, tiene un retablo más propio de una catedral que de una iglesia parroquial. Pasamos por la Puerta de Sevilla, cartaginesa y romana, y más tarde por un baluarte medieval en la reconquista, el Convento de Santa Clara, que guarda pinturas al estilo de Zurbarán y un bello claustro. Después por el mercado, en el antiguo claustro de un monasterio exclaustrado y finalmente por el Palacio del marqués de Torres, hoy convertido en un museo arqueológico.
Tras la comida pudimos acércanos al antiguo alcázar de D. Pedro I de Castilla, donde algunos tuvieron la suerte de tomar café, pues el servicio no era todo lo ágil que se podía esperar.

Tras llegar a Sevilla, fuimos a la Basílica de la Macarena, que aunque construida en 1949 tiene el sabor barroco de los templos sevillanos, Se celebraba una exposición de artículos de pasión y de la Cofradía, que hacia unos días que el vallisoletano cardenal Amigo había inaugurado.
Después de visitar la Macarena, el día finalizó en un recorrido entre dos luces en un barco por el Guadalquivir, un buen broche para nuestra estancia en la ciudad bética.


Al día siguiente, para finalizar nuestra visita a Sevilla, nos acercamos al Museo de Bellas Artes, situado a unos cientos de metros del hotel, para visitar la exposición de la Colección de la Duquesa de Alba y contemplar los Murillos y Zurbaranes depositados en las impresionantes instalaciones del antiguo convento de la Merced.

Salimos hacia Bollullos de la Mitación para contemplar la antigua mezquita, recientemente restaurada y convertida en la actualidad en la ermita de Cuatrovitas. Todo magnifico si no fuera porque en sus alrededores se había celebrado una romería y las bolsas de plástico cubrían parte de la zona que tiene cedida la cofradía para honrar a la Virgen, aquella que un pastor en los primeros años de la reconquista encontró en un antiguo pozo que se usaba en tiempos almohades para alimentar la fuente de las abluciones.
Eran las 12 de la mañana cuando dejamos de ver la silueta de la Giralda, no sabemos si cuando volvamos a Sevilla ya habrán edificado la polémica torre cuyos cimientos ya están excavados en la zona de la isla de la Cartuja.

Eran casi las 2 de la tarde cuando llegamos a Zafra, último destino previsto en el viaje. Allí hicimos un recorrido por las plazas Grande y Chica, por la iglesia de Santa Maria. Pasamos por el hospital de Santiago, muy modificado con el paso del tiempo, del que sólo se conserva con dignidad la portada gótica.
Antes de finalizar el recorrido, visitamos las instalaciones del Parador Nacional de Turismo, antiguo palacio de los duques de Frías y, en la misma plaza, un palacio mudéjar cuyo aspecto exterior transmitía malas sensaciones. Pasadas las 14,30, un pequeño grupo se acercó al convento de las Claras con la intención de ver el museo mudéjar instalado en algunas salas de convento, pero ahora el museo está transferido a la Junta de Extremadura y debido a la hora y a que era lunes ese día estaba cerrado. Por el contrario, las monjas nos abrieron la iglesia y pudimos contemplar las tumbas de los ascendientes de los duques de Frias y la imagen de la Virgen del Valle.
Antes de abandonar las instalaciones conventuales muchos pudimos colaborar con la comunidad de clarisas de Zafra comprando dulzainas, entre las que destacaban la perronillas y los famosos corazones de obispo, que son un autentico manjar.

A las 16,30 salimos de Zafra y sobre las diez de la noche llegamos a Valladolid, donde el cambio de tiempo era ya evidente, después de haber disfrutado de temperaturas que recordaban los primeros días de Septiembre.

Ilustraciones: 1 Castillo de Baños de la Encina. 2 Panorámica de Medina Azahara. 3 Detalle de la Mezquita de Córdoba. 4 Patio de la Casa de Pilatos en Sevilla. 5 Antiguo minarete de la mezquita de Bollullos de la Mitación (Sevilla).

Informe y fotografías: Radical
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