19 de marzo de 2012

Un museo interesante: IGLESIA PENITENCIAL DE LA SANTA VERA CRUZ, Valladolid


IGLESIA PENITENCIAL DE LA SANTA VERA CRUZ, UN MUSEO DE SEMANA SANTA 
Calle Platerías, Valladolid

     La iglesia de la Santa Vera Cruz está situada en uno de los lugares más emblemáticos de Valladolid, a escasos metros de la Plaza Mayor. Su fachada sirve como telón de fondo o referente visual de la calle de las Platerías, estando vinculadas, tanto la iglesia como la calle en que se encuentra, a relevantes episodios históricos de la historia de la ciudad.

     Por un lado, porque la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz, que tiene en ella su sede canónica, es la más antigua de cuantas se fundaron en Valladolid, conociéndose su existencia desde 1498, con una reliquia del Lignum Crucis como principal objeto de devoción y con la atención a enfermos contagiosos y viajeros desamparados como actividad caritativa en tiempos de su fundación. Por otro, porque la calle de las Platerías es un conjunto urbanístico renacentista renovado a raíz del célebre incendio, ocurrido el 21 de septiembre de 1561, que llegó a devastar una considerable parte del centro histórico. Ambas circunstancias favorecieron que la iglesia ocupe un lugar tan privilegiado.

     El incendio ocurrido el día de San Mateo de 1561, año en que el rey Felipe II trasladó la sede de la corte a Madrid, convirtiéndola en la capital de España, tuvo su origen en la calle de la Costanilla (actual Platerías) y llegó a afectar a un total de 600 casas situadas entre dicha calle y la Plaza Mayor, tras lo cual el propio rey dirigió un plan de planificación estatal en el que llegó a dictar hasta 63 cédulas y provisiones para su reconstrucción, ocupándose personalmente de los procesos de valoraciones, expropiaciones, indemnizaciones, trazados y financiación. El proyecto fue encomendado al arquitecto Francisco de Salamanca que, acompañado de un grupo de arquitectos supervisores, llevó la obra a cabo entre 1562 y 1576.

     El resultado fue espectacular, destacando el trazado lineal de la nueva calle de la Costanilla, un modelo urbanístico de vanguardia que serviría como prototipo para otras ciudades españolas, americanas y europeas. En 1580 la Cofradía de la Santa Vera Cruz, por entonces ubicada en el convento de San Francisco de la Plaza Mayor, lograba comprar el solar que cerraba la flamante calle para levantar allí su propia iglesia penitencial. Los trabajos fueron realizados a partir de 1589 por Pedro de Mazuecos el Viejo, que levantó un templo que la cofradía consideró al poco tiempo pobre y pequeño, motivo por el que en 1595 recurrió al prestigioso arquitecto Diego de Praves para que al menos levantara una fachada clasicista que, ajustándose a las exigencias urbanísticas del lugar, cerrase con verdadera entidad tan importante perspectiva urbana.

     La desproporción entre la elegante fachada, que adopta la forma de un arco triunfal en su cuerpo bajo y está dotada de un balcón que la recorre de un lado a otro, a imitación del que existía en San Francisco, y las carencias y poca funcionalidad del templo, motivaron que la cofradía emprendiese su total remodelación respetando la fachada, una obra de la que se encargó el arquitecto Juan Tejedor Lozano a partir de 1667, que con material procedente de las canteras de San Martín de Valvení levantó el edificio actual, un templo de tres naves, con la central mucho más amplia, crucero no destacado en planta y coronado por una cúpula con tambor y linterna, bóvedas de cañón peraltadas y decoradas con molduras y motivos de cruces, y espacios para la colocación de capillas en los laterales, destacando las amplias tribunas que recorren la parte superior de las naves laterales y están comunicadas con el balcón de la fachada, un espacio de gran funcionalidad para las actividades de la cofradía. Anexos a la iglesia se distribuyen una serie de espacios igualmente funcionales, como la sacristía, sala de cabildos, archivos, almacenes, etc.

     El nuevo templo, en cuya fachada se añadirían dos espadañas con función de campanarios para las ocasiones solemnes, y con el interior presidido por un abigarrado retablo barroco dispuesto como un camarín, posiblemente obra de Alonso del Manzano, fue inaugurado en 1681, acompañándose la consagración de la penitencial de sermones, procesiones, lectura de poesías y un certamen de pintura, actividades que contaron con asistencia masiva de fieles y cofrades.

     Desde que fuera levantado el primer templo, la Cofradía de la Vera Cruz había ido incorporando paulatinamente a su patrimonio un ingente número de obras artísticas que se vinieron a sumar al relicario del Lignum Crucis, que anualmente desfilaba por las calles de Valladolid, cada 3 de mayo, en la fiesta de la Invención de la Cruz, todo un acontecimiento devocional equiparable a la fiesta del Corpus.

     Buena parte de aquel patrimonio, a excepción de algunas figuras secundarias de los pasos procesionales, se conserva in situ, constituyendo un caso excepcional de resistencia a los expolios de la francesada durante la estancia de Napoleón en Valladolid en 1809, la Desamortización de Mendizábal de 1836 y los derribos que en 1938, supuestamente en aras del progreso, realizara en Valladolid el urbanista alcoyano César Cort, cuyo proyecto incluía la demolición de toda la iglesia.

     Cuando la Cofradía de la Vera Cruz encargó sus pasos procesionales, tuvo la fortuna de contar en Valladolid con algunos de los talleres de imagineros más importantes de España. En tiempos recientes ha realizado con sus propios recursos, con el esfuerzo económico que ello supone, la restauración y limpieza de todas sus obras, entregando a la ciudad de Valladolid y a los amantes del arte de todo el mundo, con una generosidad infrecuente en los tiempos que corren, un verdadero Museo de Semana Santa que está integrado por un considerable número de obras maestras, siendo el espacio que aglutina algunas de las creaciones más representativas de Gregorio Fernández.

     Del enorme acervo artístico que guarda la iglesia penitencial, señalamos a continuación algunas de las obras escultóricas que con celo guarda la Cofradía de la Santa Vera Cruz, cuya visita debe considerarse como un objetivo prioritario para quienes visitan Valladolid y para los propios vallisoletanos.

ENTRADA TRIUNFAL DE JESÚS EN JERUSALÉN, LA BORRIQUILLA
Francisco Giralte, hacia 1545.
     Este paso procesional fue elaborado cuando la Cofradía de la Vera Cruz tenía su sede en el convento de San Francisco, siendo el más antiguo de cuantos desfilan en la Semana Santa de Valladolid. Ha sido atribuido por el profesor José María Parrado a Francisco Giralte, un escultor de origen palentino que fue discípulo y seguidor de Alonso Berruguete.

     Tradicionalmente esta obra ha sido denostada por los historiadores de tiempos pasados, que no encontraron en ella "mérito alguno". Sin embargo, la historiografía actual, aunque no la considera como una obra maestra, remarca su valor testimonial sobre el tipo de pasos procesionales generalizados en Valladolid durante el siglo XVI, ya que ofrece la peculiaridad de ser la única escena, formada por siete figuras y dos animales, que está realizada enteramente en lo que hoy se denomina imaginería ligera, a partir de la técnica del "papelón", con la que en el siglo XVI, según las crónicas fidedignas, estaban elaboradas la mayoría de las escenas pasionales, hasta que comenzaron a hacerse en madera ahuecada, de forma generalizada, desde 1604.

     Esta técnica, cuya finalidad era conseguir figuras muy livianas, apropiadas para ser colocadas sobre la plataforma que debían portar los costaleros, se basa en la confección de un maniquí de madera muy aligerado y recubierto de vestiduras elaboradas con cartón encolado y lienzos enyesados, estando solamente talladas en madera las cabezas, pies y manos, que eran sujetadas mediante pernos y anclajes. Sin embargo, el acabado de las figuras permite el mismo tipo de policromía que la aplicada a las tallas de madera, siendo difícil apreciar la diferencia cuando las piezas son elaboradas por maestros expertos.

     La escena, que protagoniza la conocida como Procesión de las Palmas en la mañana del Domingo de Ramos, representa a Jesús en actitud de bendecir a lomos de un asno, al que acompaña un pequeño pollino, en compañía de tres apóstoles y rodeado de otros tres personajes que rinden honores extendiendo paños, a modo de alfombras, y portando palmas. La Borriquilla es extraordinariamente popular en Valladolid, causando secularmente una gran expectación entre el público infantil.


LA ORACIÓN DEL HUERTO
Andrés Solanes, 1628.
     El año 1623 Gregorio Fernández estuvo ocupado en realizar el paso del Descendimiento que se conserva en esta misma iglesia, aunque la Cofradía de la Vera Cruz, que lo había encargado, no cumplió con los pagos preceptivos al artista, dando lugar a una reclamación judicial del escultor que no llegó a percibir en vida. Por este motivo, cuando en 1628 la cofradía planteó la renovación del paso de la Oración del Huerto, para sustituir una versión anterior en papelón, tuvo que recurrir al imaginero Andrés Solanes, un discípulo de Gregorio Fernández que por entonces ya contaba con taller propio en Valladolid.

     Este imaginero, hijo de un ensamblador del mismo nombre que había trabajado para el Duque de Lerma, repetía miméticamente los modelos de su maestro, siendo capaz asumir algunos encargos que aquél no pudo atender hasta que murió en Vitoria el 20 de diciembre de 1635. Una buena muestra es este paso procesional, que desfiló por primera vez el Jueves Santo de 1630 y que en origen estaba compuesto por dos escenas simultáneas: la Oración del Huerto y el Prendimiento.
     En la actualidad sólo se conservan en la iglesia las figuras de Cristo y el Ángel, colocadas en el interior de un pequeño retablo del lado del Evangelio. Cristo, que aparece arrodillado y extendiendo su brazo derecho hacia el cáliz de amargura que le ofrece el ángel, sigue los prototipos fernandinos en la articulación de los paños quebrados, en el lenguaje de las manos y la concentración emocional en el rostro.
     A pesar de todo, Andrés Solanes, que absorbía como una esponja el arte de su maestro, posiblemente por exigencia de los contratos, fue capaz de infundir su sello personal en esta impresionante y dramática imagen, cuya cabeza, la de un Cristo vivo y sudoroso, es seguramente la más rotunda, patética y expresiva de cuantas ofrece el barroco en Valladolid.

     Más convencional es la figura del Ángel, que presenta un canon menos esbelto y que originariamente aparecía elevado sobre un peñasco (sustituido actualmente por una peana). Es una figura muy dinámica por tener la pierna derecha adelantada, estar ataviado con dos túnicas agitadas y superpuestas, una corta y otra larga, tener los cabellos desplegados al viento y sujetar en sus manos un cáliz, atributo de amargura según el pasaje evangélico, y el anacrónico símbolo de una cruz. Su estética se ajusta a una iconografía angelical muy extendida en Valladolid, tanto en pintura como escultura, en el tiempo en que se hizo, ofreciendo bellas labores decorativas en las túnicas, trabajo del que se ocupó el pintor Francisco García, autor de su policromía.

     Los dos sayones de la escena del Prendimiento y la figura de Judas, que se suprimieron en el montaje del paso en 1769, se conservan en el Museo Nacional de Escultura. El paso desfila en Semana Santa alumbrado por la Cofradía Penitencial de la Oración del Huerto y San Pascual Bailón, fundada en 1939 por un grupo de hortelanos y jardineros.


CRISTO ATADO A LA COLUMNA
Gregorio Fernández, hacia 1619.
     El éxito conseguido por Gregorio Fernández en los tres pasos monumentales precedentes, la Crucifixión (Sed tengo) realizada en 1612 para la Cofradía de Jesús Nazareno, el Camino del Calvario encargado en 1614 por la Cofradía de la Pasión y el Descendimiento (Sexta Angustia) compuesto en 1616 para la Cofradía de las Angustias, todos integrados por múltiples figuras, animó a la Cofradía de la Vera Cruz a solicitar, hacia 1619, el paso del Azotamiento, originariamente compuesto por cuatro figuras: Cristo atado a la columna, dos sayones con azotes y una autoridad presidiendo el castigo, posible personificación de Pilatos, todas ellas obra personal del gran maestro.

     En la actualidad en la iglesia se conserva únicamente la figura de Cristo atado a la columna, colocado dentro de un retablo del testero, en el lado de la Epístola, que fue elaborado en 1693 por Alonso del Manzano. Desde 1769, durante una época decadente para la Semana Santa, con escasez de costaleros, el paso comenzó a desfilar con la figura aislada de Cristo, en la que Gregorio Fernández alcanza sus máximas cotas de virtuosismo técnico y expresivo.
     El clasicismo de la figura, que se desenvuelve en el espacio de una forma magistral, el formidable trabajo de la proporcionada anatomía y el misticismo del gesto hacen que la madera quede desmaterializada para convertirse en morbidez palpitante. Es, sin duda alguna, una de las mejores esculturas del Barroco español y una buena muestra del arte conmovedor auspiciado por la Contrarreforma.

     En Semana Santa el paso desfila alumbrado por la Hermandad de Nuestro Padre Jesús atado a la Columna, fundada en 1930.


ECCE HOMO
Gregorio Fernández, 1620.
     El paso de la Coronación de espinas, encargado en 1620, poco después que el anterior, estaba integrado por la figura sedente de Jesús en la modalidad de Ecce Homo, esto es, coronado de espinas, sujetando una caña como cetro y cubierto por una clámide, con dos sayones colocándole la corona con la ayuda de palos y cañas, otro arrodillado por delante, ofreciendo burlonamente una caña como cetro, y un juez del senado que bien podría ser Poncio Pilatos.

     De aquel conjunto la iglesia conserva la célebre imagen del "Cristo de la Caña", que al contrario que las figuras secundarias que formaron la escena, debidas a colaboradores del taller, es una singular y personalísima obra de Gregorio Fernández, terminada hacia 1622, que aparece colocada en un retablo que forma pareja con el anterior y que igualmente es obra de Alonso del Manzano. El resto de los personajes están recogidos en el Museo Nacional de Escultura.

     Sentado sobre un bloque cuadrangular, con los brazos cruzados en la cintura, la pierna izquierda ligeramente desplazada hacia atrás, la cabeza orientada hacia la derecha y la mirada perdida en el infinito, es una buena muestra del virtuosismo técnico alcanzado por Gregorio Fernández, apreciable en la ejecución de la clámide que lo cubre, tallada en finísimas láminas de madera que simulan un paño real. Como es habitual en el escultor, el exacerbado naturalismo queda reforzado por la aplicación de una serie de postizos, como los ojos de cristal, dientes de marfil y gotas de sangre de resina, efectos reforzados por el uso de una corona de espinas y una caña reales.

     La presentación burlona de Cristo ante el pueblo queda trastocada por una imagen impregnada de dignidad humana y un conmovedor desamparo, buen ejemplo de la creatividad y el sentimiento religioso de su autor, que concentra el drama en la figura permitiendo prescindir del resto de los componentes de la escena.
     La imagen es alumbrada por la Hermandad del Santo Cristo de los Artilleros, fundada en 1944.

EL DESCENDIMIENTO
Gregorio Fernández, 1623-1624.
     Es el más espectacular de los pasos procesionales creados por Gregorio Fernández, que elaboró la escena como una compleja maquinaria teatral de carácter sacro a lo largo del segundo semestre de 1623 y los primeros meses de 1624, desfilando por primera vez el Jueves Santo 27 de marzo de 1625. Esta obra maestra de la escultura barroca española está compuesta por siete figuras que suman tres toneladas y media de peso, por lo que primitivamente exigía la participación de más de 60 costaleros.

     La escena recoge toda la herencia iconográfica del arte cristiano y de las representaciones de la Función del Desenclavo, siempre alusivas a la certificación de la muerte de Cristo para realzar posteriormente su resurrección. En ella se refleja el momento, a modo de instantánea, en que el cuerpo de Cristo es desclavado y descendido de la cruz por José de Arimatea y Nicodemo, encaramados sobre altas escaleras, con la colaboración de un joven ayudante y en presencia de la Virgen, que aparece acompañada en tan amargo trance por San Juan y María Magdalena.

     Con extraordinaria habilidad Gregorio Fernández establece dos espacios de concepción barroca en los que establece un juego de contrapuntos que obliga a contemplar la escena desde múltiples puntos de vista para captar en su totalidad los sutiles matices. La parte superior adquiere un carácter narrativo centrado en el esfuerzo físico de José de Arimatea y Nicodemo, que con la ayuda de un sudario retienen con delicadeza el cuerpo que aún presenta los pies aferrados a la cruz. En la parte inferior se plasma el drama humano a través de un planteamiento completamente original, con la Virgen desplomada y los brazos levantados anhelando recibir a su Hijo en el regazo, mientras a los lados San Juan repite el mismo gesto con un nudo en la garganta y la Magdalena permanece inmóvil con los ojos llenos de lágrimas y la mano en el corazón.

     Toda la composición se articula a través de una diagonal que enlaza, de modo ascendente, los rostros de María y de Jesús, desplegando el escultor el lenguaje de las manos y las expresiones faciales para acentuar el drama dentro del mayor naturalismo, con unos personajes envueltos en abultados ropajes que acentúan sus valores teatrales.

     Este paso procesional, el único que se conserva en Valladolid en su lugar original y montado tal como lo concibió su autor, aglutina siete personalísimas creaciones de Gregorio Fernández que le colocan en la cumbre de la escultura del siglo XVII realizada en madera policromada.

     Actualmente es alumbrado por la Cofradía de la Santa Vera Cruz y en la Procesión General de la Pasión del Viernes Santo por la Cofradía del Descendimiento y Santo Cristo de la Buena Muerte, fundada en 1939.

NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES DE LA SANTA VERA CRUZ
Gregorio Fernández, 1623.
     Esta imagen integraba en origen el paso del Descendimiento, siendo separada del mismo en 1757 y sustituida por una copia realizada por el escultor Pedro Sedano. En la actualidad preside la hornacina central del monumental retablo mayor de la iglesia, como imagen titular de la Cofradía de la Santa Vera Cruz, lugar antaño ocupado por la imagen del Cristo del Humilladero, un crucifijo de gran tamaño que presidía el retablo desde 1681 y que procedía del humilladero que la cofradía disponía en los terrenos de la actual Plaza de Zorrilla.

     La Virgen aparece desfallecida y apoyada sobre un cúmulo de peñascos, siguiendo una iconografía emparentada con la Virgen de las Angustias de Juan de Juni, aunque adoptando movimientos expresivos propios del barroco, como los brazos desplegados y levantados, con el cuerpo envuelto por una fina camisa blanca, una túnica roja ceñida a la cintura y con anchas mangas, un manto azul que se repliega al frente con dos cabos anudados y que le cubre parte de la cabeza, y un doble juego de tocas blancas que enmarcan un rostro de suma belleza formal, verdadero centro emocional, con la mirada de sus ojos de cristal elevada al infinito, la boca entreabierta, con lengua y dientes muy bien definidos, y las mejillas recorridas por tenues lágrimas aplicadas por el desconocido autor de su policromía.

     Esta incomparable Dolorosa adquiere, fuera del contexto para el que fue concebida, nuevos valores en su modalidad de Stabat Mater, al estar acompañada desde 1802 por una cruz de madera con el rótulo, cantoneras y ráfagas de plata, a la que se sumaron una lujosa corona de tipo resplandor y una espada que sujetada con su mano izquierda le atraviesa simbólicamente el corazón, elemento que sólamente luce cuando permanece para el culto en su camarín. Convertida en un icono devocional de la ciudad, siempre ha despertado enconados elogios entre visitantes e historiadores, para muchos de ellos la imagen más bella de la Virgen realizada por Gregorio Fernández y una de las obras cumbre de la plástica barroca española.

Otras obras de la iglesia:
- Lignum Crucis, reliquia medieval extraída del fragmento conservado en Santa María de Liébana (Cantabria). Andas de plata realizadas en 1661 por el platero Pedro Cortés.
- Cristo del Humilladero, siglo XVI, seguidor de Alonso Berruguete. Procedente de la ermita que la Cofradía de la Vera Cruz disponía en terrenos del Campo Grande (Plaza de Zorrilla), cerca del Hospital de la Resurrección.
- Virgen de la Soledad, imagen vestidera del siglo XVII que sigue una iconografía tradicional.
- Virgen del Carmen, siglo XVII. Sigue el modelo creado por Gregorio Fernández para el Carmelo.
- Virgen de la Paz, imagen vestidera del siglo XVIII.


HORARIO DE VISITAS:
Mañanas, de 11,30 a 13,30 horas / Tardes, de 18,30 a 20,30 horas.


TARIFA:
Donativo a voluntad.


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1 comentario:

  1. La imagineria es una muestra de arte del pueblo, total espíritu.
    Me impresionan la cuarta y quinta imagen, tan primitiva y un poco infantil.
    Los colores vivos le quitan dramatismo y violencia.
    Es un arte muy, muy, muy propio.

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