AGNUS DEI
Francisco de Zurbarán (Fuente de Cantos, Badajoz,1598 - Madrid, 1664)
1635-1640
Óleo sobre lienzo
Museo del Prado, Madrid
Pintura barroca española
Si hay algo que asombra de la pintura de Francisco de Zurbarán son los matices y texturas que es capaz de conseguir con una paleta de colores blancos, en cuyo sombreado, absorbiendo los tonos del espacio envolvente, logra efectos inigualables de veracidad y volumetría. Podría decirse que Zurbarán es el maestro de los lienzos blancos. Estos virtuosos trabajos textiles aparecen repetidamente en su obra y adquieren especial relevancia en la representación de los hábitos de los frailes, siendo buen ejemplo de ello "San Serapio" (1628, Wadsworth Atheneum de Hartford, USA. Ver ilustración 5), "San Hugo en el refectorio de los cartujos" (1633, Museo de Bellas Artes de Sevilla), "Fray Jerónimo Pérez" (1633, Academia de San Fernando de Madrid), "Visión de Jerusalén de san Pedro Nolasco" (1629, Museo del Prado), "Aparición de san Pedro crucificado a san Pedro Nolasco" (1929, Museo del Prado), o, para no hacer la lista interminable, las distintas representaciones de la "Santa Faz" diseminadas por distintos museos.
En otras ocasiones Zurbarán aborda el género del bodegón para hacer alarde de representación naturalista en el tratamiento de las texturas, ya se trate de frutas, como el "Plato con membrillos" (1633) del Museo Nacional de Arte de Cataluña de Barcelona, a veces acompañadas de mimbres, como las naranjas del "Bodegón" (1633) del Norton Simon Museum de Pasadena o con recipientes cerámicos y de metal como aparecen en el "Bodegón con cuatro vasijas" (1633) del Museo del Prado.
En la pintura del Agnus Dei el pintor aglutina todas estas experiencias para representar, a modo de naturaleza muerta, un cordero tratado como un bodegón y con un realismo extraordinario basado en los contrastes limínicos del color blanco. Sin embargo, esta representación trasciende lo que aparentemente ofrece como imagen realista para adquirir un valor simbólico y trascendental propio de la mentalidad barroca, siendo un buen ejemplo de lo que ha venido a denominarse como "bodegón a lo divino".
Porque lo que aquí se representa, un cordero con sus patas atadas, es en realidad una alegoría de Cristo, entregado para ser sacrificado como redentor de la humanidad. Este valor trascendental adquirido por seres y objetos cotidianos es reflejo de la influencia, en la sociedad sacralizada del siglo XVII, de los escritos místicos que proliferaban interpretando la presencia de Dios en todas las cosas, incluidas las más rutinarias y cercanas, de modo que los artistas no se limitan a representar con un virtuoso realismo una serie de objetos, plantas o animales, sino que, en un ejercicio intelectual, los eligen en función del mensaje religioso que puedan transmitir para convertirlos en una imagen devocional.
El pintor extremeño Francisco de Zurbarán es especialmente aficionado a colocar junto a las figuras elegidos objetos cuyos atributos proporcionan una información complementaria a las mismas, siempre a partir de un prodigioso estudio del natural.
En este cuadro la mansedumbre del animal y su forzada quietud aluden a su disposición para el sacrificio. Aparece colocado ante un fondo neutro e intemporal para remarcar su significado de Agnus Dei (Cordero de Dios), rememorando las palabras de San Juan Bautista en el Jordán señalando a Cristo: "Este es el cordero de Dios, que quita los pecados del mundo". La calma y el silencio que dominan la escena simbolizan la entrega de Jesús para ser inmolado, participando de la peculiar sensación de quietud que predomina en toda la obra del pintor.
Para reforzar este contenido doctrinal, Zurbarán nos deleita con un asombroso apunte del natural donde los esponjosos mechones del cordero alcanzan la textura de la lana real. La ausencia de elementos accesorios obliga al espectador a fijarse en estos efectos de asombroso naturalismo logrados con una pincelada suelta y una reducida gama de color, que apenas tienen su contrapunto en la áspera textura de los cuernos y de la soga que ata sus patas, bañando la escena una luz cenital que adquiere un carácter sobrenatural y que hace perceptibles la humedad del hocico y de los ojos.
La composición no puede ser más simple: el animal apoyado sobre un alféizar, que en este caso adquiere el valor de un ara de sacrificio. Es la imagen del abandono y del desamparo en medio de una densa oscuridad y un profundo silencio.
Zurbarán realizó hasta seis versiones de este tema, que con idénticas características también incluye como una ofrenda en la pintura de la "Adoración de los pastores" que conserva el Museo de Bellas Artes de Grenoble. Este cuadro del Museo del Prado, donde ingresó en 1986 después de ser adquirida por el Estado, está considerada como la versión más refinada de todas ellas y pone de manifiesto el grado de madurez pictórica alcanzada por el gran maestro de la pintura barroca española.
Informe: J. M. Travieso.
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