21 de noviembre de 2014

Theatrum: RETABLO DE LA CAPILLA MALDONADO, genuino barroco vallisoletano







RETABLO DE LA CAPILLA DE LAS MALDONADO
Arquitectura: Melchor de Beya
Pintura: Diego Valentín Díaz (Valladolid, 1586-1660)
Escultura: Francisco Alonso de los Ríos (Valladolid, h. 1595-1660)
1631-1634
Óleo y madera policromada
Iglesia de San Andrés, Valladolid
Pintura y escultura barroca. Escuela de Valladolid







La iglesia de San Andrés tiene su origen en una ermita levantada hacia el año 1236, en cuyo recinto fueron sepultados tiempo después los ajusticiados en la ciudad, entre ellos el célebre Condestable don Álvaro de Luna, antes del traslado de sus restos a la capilla familiar de la catedral de Toledo.

Convertida en parroquia de un populoso barrio en 1482, el edificio fue insuficiente y ruinoso, lo que dio lugar a su reconstrucción a partir de 1527, aunque sería a finales del siglo XVI cuando se renovó el proyecto bajo el mecenazgo del franciscano vallisoletano Fray Mateo de Burgos, obispo de Sigüenza, que había sido bautizado en la primitiva iglesia y que después ejercería como confesor de la reina Margarita de Austria.

Como era habitual, las obras comenzaron por la cabecera, donde se levantó un ábside poligonal con contrafuertes, siguiendo pautas goticistas, para el que el prelado adquirió el magnífico retablo gótico desechado de la iglesia de San Pablo cuando el Duque de Lerma adquirió el patronato de la capilla mayor y decidió sustituirle por otro que emulara al del monasterio de El Escorial. En 1740 aquel retablo asentado en San Andrés sería reemplazado por el actual, fastuosa obra barroca realizada por Juan de Correas.  

En 1631 se levantaba el crucero barroco de San Andrés, con una gran cúpula rebajada sobre pechinas, sustentada sobre cuatro columnas de piedra y orden gigante adosadas a los ángulos del crucero. Junto a él también fue construida una capilla anexa que fue fundada y sufragada por las hermanas doña Isabel y doña Catalina Enríquez Maldonado con la intención de convertirla en panteón familiar, siguiendo la costumbre de la época. Este recinto, abierto en el lado del Evangelio del crucero, fue trazado por el arquitecto Francisco de Praves y llevado a cabo por Juan del Valle, que preservó en los muros laterales los espacios para los enterramientos. Al mismo tiempo, fueron encargados tres ricos retablos que habrían de presidir los cultos en la capilla de las Maldonado, trabajo para el que fueron elegidos notables artistas que participaban de la frenética actividad artística que en esos años conocía Valladolid.


La sencilla iglesia, de una sola nave, crucero no destacado en planta y ábside poligonal, fue incorporando en años sucesivos tres tramos de capillas laterales, una bóveda de cañón con lunetos y decoración de yeserías planas, una sacristía junto al crucero y una torre de tres cuerpos en ladrillo. En 1733 el pintor Ignacio de Prado pintaba sobre las pechinas de la cúpula las figuras de los Cuatro Evangelistas. El proceso constructivo de San Andrés finalizaría entre los años 1772 y 1776, cuando el arquitecto Pedro González de Ortiz, con gusto neoclásico, trazó y levantó el resto del edificio, incorporando cuatro nuevas capillas, un amplio pórtico y la austera fachada, participando en su financiación el franciscano Fray Manuel de la Vega y Calvo, Comisario General de Indias e hijo ilustre de la parroquia, que dejó su impronta en algunas devociones incorporadas al templo, como las capillas dedicadas a San Antonio de Padua y San Francisco de Asís.

EL RETABLO DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES DE LA CAPILLA DE LAS MALDONADO

Fue el prestigioso ensamblador y escultor Melchor de Beya quién en 1631 hizo la traza y la parte arquitectónica de los tres retablos de la Capilla de las Maldonado, dos colaterales con una pintura de gran formato y el retablo principal en el que se combina pintura y escultura, igualmente presidido por un gran lienzo central dedicado a la Virgen. Con una arquitectura de gran pureza clasicista, el retablo presenta un sotabanco de madera lisa, banco, un único cuerpo estructurado en tres calles y un alto ático en el que se prolonga la calle central, con pedestales laterales rematados por bolas de inspiración herreriana.

Toda la obra pictórica fue encargada al vallisoletano Diego Valentín Díaz, el más destacado pintor de la ciudad durante el segundo cuarto del siglo XVII, mientras que la escultura fue encomendada a Francisco Alonso de los Ríos, un escultor con el taller en "la cruz de San Andrés" que imitaba los modelos de su contemporáneo Gregorio Fernández, aunque infundiendo a las figuras su propio estilo, con rostros muy elaborados y originales plegados en las telas.

El banco está presidido por un tabernáculo en forma de templete, con una Alegoría de la Fe en relieve en la puerta del sagrario y pequeñas hornacinas a los lados con las esculturas de San Pedro y San Pablo en bulto, mientras que en los laterales se alternan las escenas pintadas de la Anunciación, el Nacimiento, la Adoración de los Reyes y la Presentación en el templo con otras colocadas en los netos de las columnas en las que aparecen cuatro santos.

El cuerpo, de una gran elegancia clasicista, está ocupado por una pintura de gran tamaño y ancho marco que representa a Nuestra Señora de los Ángeles, iconografía de la que Diego Valentín Díaz hizo otras versiones, como la conservada en la iglesia de San Miguel. A los lados, entre gruesas columnas corintias adosadas, enlazadas por guirnaldas, se abren hornacinas que albergan las tallas policromadas de San Juan Bautista y San Antolín, obras de Francisco Alonso de los Ríos que siguen de cerca los prototipos fernandinos tan solicitados en su tiempo, aunque interpretados de forma muy personal. Este cuerpo se remata con un elegante entablamento formado por un friso corrido decorado con roleos en relieve policromados, al que se superpone una cornisa dorada recorrida por dentículos con forma de pequeñas ménsulas que representan pequeñas hojas de acanto.

En el alto ático que remata el conjunto, un encasillamiento de aire manierista y con forma de templete, formado por dos estilizadas columnas corintias sobre pedestales cajeados y rematado por un frontón triangular abierto, alberga un fondo pintado con un celaje, en el que aparecen el sol y la luna, al que se antepone una imagen de Cristo crucificado, obra de Pedro de la Cuadra, que no corresponde a la composición original, pues sin que conozcamos los motivos, en los años 60 del siglo XX el conjunto del Calvario original del retablo, elaborado por Francisco Alonso de los Ríos para las Maldonado y sin ningún tipo de amenaza de deterioro, fue desmontado y trasladado a la capilla del recién construido Seminario Diocesano Mayor, junto a cuyo altar permanece en la actualidad. El vacío producido en el espacio fue ocupado por el mencionado crucifijo de Pedro de la Cuadra, que procede de la iglesia de San Ildefonso de La Cistérniga. Se mantienen en su sitio, a los lados del ático, las voluminosas imágenes de Santa Isabel y Santa Catalina, también influidas por los modelos femeninos de Gregorio Fernández, junto a las que aparecen como remates unos pedestales coronados por bolas doradas.

En los muros laterales del recinto, enfrentados entre sí, se abren dos lucillos que contienen emparejadas esculturas funerarias de la familia Enríquez Maldonado, un hombre y una mujer en uno de ellos y en el otro dos mujeres. Las cuatro esculturas son también obra de Francisco Alonso de los Ríos, que reproduce en alabastro los modelos implantados en Valladolid por Pompeo Leoni, cuyos prototipos fueron seguidos después por todos los escultores barrocos de la ciudad en los enterramientos de personajes nobles, con las efigies orantes de rodillas y con las manos juntas a la altura del pecho, el caballero con armadura, golilla y manto y las damas con lujosos vestidos de mangas anchas, golilla y ricos tocados. No obstante, en el trabajo en piedra el escultor no consigue la misma expresividad que en la imaginería en madera, acusando las cuatro efigies cierto convencionalismo y rigidez por tratar de ajustarse a un modelo impuesto.

Nuestra Señora de los Ángeles. Diego Valentín Díaz
Se trata de una pintura de excelente calidad en la que Diego Valentín Díaz, pintor culto y de profunda religiosidad, despliega uno de sus habituales repertorios repletos de ángeles para convertir la escena en una alegoría de exaltación mariana relacionada directamente con el tema de la Asunción corporal de la Virgen.
El espacio se organiza en tres niveles; uno inferior que incluye un paisaje terrenal, con un valle salpicado de árboles que deja ver unas montañas al fondo, y grupos de ángeles músicos a los lados del primer plano, figuras que fueron un recurso repetidamente utilizado por el pintor, en este caso tañendo un órgano positivo y un arpa; otro superior, donde entre nubes doradas y ángeles sobrevuela la figura de Dios Padre con el manto desplegado y en actitud de bendecir, así como el Espíritu Santo en forma de luminosa paloma; el tercer nivel, situado en la parte central, ocupa la mayor parte de la pintura con una composición organizada en torno a un círculo central que irradia ejes en todas las direcciones, con la Virgen y el Niño en su regazo ocupando el centro del espacio.

La Virgen aparece sedente y elevada en el aire por una corte de ángeles y querubines entre nubes que configuran un trono. Viste una indumentaria tradicional y simbólica formada por una túnica roja, una toca blanca en la cabeza y un manto azul sobre esta que también se cruza sobre las piernas, donde reposa recostada la dinámica figura del Niño sobre un paño con ribetes de encajes. María levanta los brazos en actitud de ofrenda y oración mientras contempla al Divino Infante, recortándose su busto sobre un resplandor que forma una gran corona, de modo que su figura parece estar revestida de sol —amicta sole— según una adaptación de la imagen implantada en la tradición como Mujer del Apocalipsis, iconografía ya desplegada en la plástica gótica y que en la escultura barroca contemporánea a esta pintura tuvo su correspondencia con la colocación de una gran corona de orfebrería, en forma de llamas, colocada alrededor del cuerpo entero de la Virgen para sugerir la luz de la Gloria.


De forma muy hábil, el pintor coloca decenas de ángeles sin atributos, unos formando grupos y otros aislados entre nubes, jugando con la paleta para establecer una corona luminosa, alrededor de la cabeza de la Virgen, formada por pequeñas cabezas de querubines difuminados.
Por su calidad de ejecución y peculiar iconografía, la pintura se sitúa entre lo más original y creativo de la pintura vallisoletana en las primeras décadas del siglo XVII, ajustándose al movimiento de exaltación contrarreformista imperante.

San Juan Bautista y San Antolín. Francisco Alonso de los Ríos

Las dos esculturas, de tamaño natural, se sitúan a los lados de la pintura de la Virgen de los Ángeles. Seguramente, su presencia debió ser solicitada por la devoción personal de la familia Maldonado, pues el santoral del retablo no guarda relación entre sí, ni sigue un programa iconográfico de temática unificada.

San Juan Bautista presenta una anatomía vigorosa, sujetando en su brazo izquierdo un libro sobre el que reposa un cordero que señala con su mano derecha, al tiempo que sostiene una cruz en su calidad de Precursor. Viste una túnica de piel de camello y un manto rojo con el revés ornamentado con grandes motivos florales sobre fondo blanco. La cabeza, ligeramente inclinada, presenta una larga melena, con un abultado bucle sobre la frente, y una larga barba. En conjunto se inspira en modelos precedentes realizados por Gregorio Fernández para distintos retablos, tales como el del monasterio de las Huelgas de Valladolid (1613), el de la iglesia de San Miguel de Vitoria (1624) o el de la catedral de Plasencia (1630), aunque Francisco Alonso de los Ríos siempre introduce en sus obras matices muy personales.

Otro tanto puede decirse de la figura del santo diácono que identificamos con San Antolín, aunque los atributos incorporados no lo aclaren suficientemente. Podría tratarse de San Vicente, que en ocasiones también es representado de este modo, aunque generalmente se le acompaña de una cruz aspada o de una muela de molino en alusión a su martirio, siendo una devoción escasamente frecuentada por la escultura barroca castellana. Por el contrario, sí fueron conocidas las representaciones de San Antolín, sirviendo de precedente a esta escultura la imagen elaborada por Gregorio Fernández en 1606 para el retablo mayor de la catedral de Palencia, ciudad de la que es patrono, donde aparece con los mismos atuendos y atributos, repitiéndose el tipo de representación en otras muchas obras de la catedral palentina, a cuya diócesis perteneció Valladolid hasta septiembre de 1595.

Abundando en esta identificación, San Antolín también es patrón de Medina del Campo y su figura preside el retablo de la Colegiata medinense a la que da nombre, siendo muy posible que la localización de Valladolid a mitad de camino entre Palencia y Medina del Campo contribuyera a extender la devoción al santo diácono, como también ocurre en las poblaciones vallisoletanas de Fonbellida y Tordesillas.

San Antolín viste un alba con ornamentación floreada y una dalmática de tonos rojizos con simulación de bordados al frente realizados a punta de pincel y en cuyo interior se repiten los grandes motivos florales, así como una estola cuyo extremo pende del libro que porta en su mano izquierda. Su carácter de mártir queda definido por la palma que sujeta en la mano derecha. Como es habitual en la obra de Francisco Alonso de los Ríos, su anatomía es robusta, sus ademanes elegantes y su cabeza tonsurada, de grave gesto, en sintonía con algunos modelos de Fernández, lo mismo que la abultada indumentaria de gruesos pliegues, lo que no impide el dinamismo de la figura y su movimiento con naturalidad en el espacio.

Santa Isabel de Portugal y Santa Catalina de Alejandría. Francisco Alonso de los Ríos

Estas dos figuras femeninas aparecen colocadas en el ático, a los lados del templete central, hacia el que giran sus cabezas. Su presencia en el retablo responde a su condición de patronas de doña Isabel y doña Catalina Enríquez Maldonado y ambas recuerdan inevitablemente los modelos fernandinos, con un elegante movimiento corporal basado en el clasicismo que proporciona el contrapposto

Santa Isabel de Portugal, que recibió el nombre en honor a su tía abuela Santa Isabel de Hungría, aparece sujetando un libro en su mano derecha y con el cuerpo revestido por el ampuloso hábito de la Tercera Orden de Santa Clara del convento que ella misma fundó en Estremoz (Portugal) después de enviudar. El escapulario se desliza en diagonal al frente, mientras parte del manto queda recogido  y plegado bajo el libro, un recurso genuínamente fernandino. No luce la corona ni las rosas que suelen aparecer como atributos tradicionales. La figura se relaciona claramente con las creaciones de Santa Teresa y Santa Isabel de Hungría realizadas años antes por Gregorio Fernández.  

Santa Catalina de Alejandría responde a una iconografía más convencional, siendo fácil su identificación por la cabeza coronada del emperador Maximino, su perseguidor, colocada a sus pies. Es posible que también sujetara, según sugieren los dedos de las manos, los tradicionales atributos de la palma y un fragmento de la rueda dentada en la que sufrió el suplicio o de la espada con que fue finalmente decapitada. Ofrece un bello trabajo en la cabeza, cubierta por una elegante toca, y una vigorosa anatomía cubierta por una túnica y un ampuloso manto que se cruza al frente, ambos decorados con grandes medallones florales. En líneas generales, se aproxima a algunos modelos de la Magdalena de Gregorio Fernández.

     En otro orden de cosas, sería de agradecer que el Calvario original regresara desde el Seminario Diocesano a su lugar de origen en esta capilla de la iglesia de San Andrés, para que el conjunto, de tanta calidad y tan representativo del barroco vallisoletano en la tercera década del siglo XVII, recuperara toda su integridad original. Sería un excelente homenaje y una muestra de respeto al escultor Francisco Alonso de los Ríos, que dejó en este retablo lo mejor de su talento.     

Calvario original del retablo. Fco. Alonso de los Ríos, 1631-1634
Capilla del Seminario Diocesano de Valladolid


Informe y fotografías: J.M. Travieso.























Reconstrucción virtual del aspecto original del retablo














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