VISIÓN DEL
CALVARIO DEL PADRE SIMÓN
Francisco Ribalta
(Solsona,Lérida, 1565-Valencia, 1628) y taller
Entre 1612 y
1619
Óleo sobre
lienzo
Museo Nacional
de Escultura, Valladolid
Pintura
barroca española. Escuela valenciana
Anónimo, s. XVII. Venerable Padre Francisco Jerónimo Simón Real Iglesia de San Miguel y San Julián, Valladolid |
Las artes visuales, especialmente en el Barroco,
fueron un medio muy eficaz para la difusión de ideas propagandísticas, tanto
políticas como religiosas. Un buen ejemplo es esta pintura de la Visión del Calvario del padre Francisco
Jerónimo Simón, que ofrece un doble interés: el haber sido realizada por
Francisco Ribalta, pintor barroco colocado en la cumbre de la escuela
valenciana del siglo XVII, y por tratarse de una declaración postulante en
torno al personaje que el pintor incluye en la escena, el clérigo Francisco
Jerónimo Simón, cuya discutida santidad dio lugar a una enconada polémica en la
que se enfrentaron sus fervientes partidarios, como el duque de Lerma, el
archiduque Alberto de Austria (gobernador de los Países Bajos) o el cardenal
Juan Bautista Vives (protonotario apostólico durante el pontificado de Pablo V),
con sus detractores, representados por las órdenes mendicantes, especialmente
los dominicos, y la Inquisición.
EL VENERABLE PADRE FRANCISCO JERÓNIMO SIMÓN (1578-1612)
Durante la segunda mitad del siglo XVI, la vida
religiosa valenciana estuvo marcada por la omnipresente figura del patriarca Juan
de Ribera (1532- 1611), arzobispo de Valencia entre 1568 y 1611. Sin embargo, a
su muerte, la atención se polarizó en torno al clérigo Francisco Jerónimo
Simón, que fallecería en olor de santidad un año después, convirtiéndose en el centro
de atención de toda la ciudad, en un fenómeno religioso propio de una sociedad
sacralizada que alentó un movimiento ciudadano interesado en elevarle
rápidamente a los altares, hasta el punto de que de ningún personaje valenciano
se escribió tanto, de ninguno se hicieron más retratos y ninguno provocó tantas
opiniones enfrentadas1.
Retrato del Padre Simón de Cornelius Galle sobre dibujo de Rubens. Grabado de Michel Lasne Vita B. Simonis Valentini, de Jan van der Wouwer, 1614 |
Todo comenzó el 24 de abril de 1612, cuando, tras el
fallecimiento en Valencia de Francisco Jerónimo Simón, su cuerpo fue depositado
y expuesto durante las exequias que duraron cuatro días en la parroquia de San
Andrés, que se llenó de gente interesada en conseguir alguna reliquia suya,
desfilando, para rendir honores, todos los estamentos de la sociedad,
incluyendo las parroquias y conventos valencianos, algo que, por otra parte,
era una práctica habitual respecto a los fallecidos en olor de santidad.
Sin embargo, a diferencia de Luis Beltrán,
beatificado en 1608, de Tomás de Villanueva, que sería beatificado en 1619, de
Pascual Bailón, Gaspar Bono o Nicolás Factor, junto al patriarca Juan de Ribera, todos ellos
sobradamente conocidos en el ámbito valenciano y muertos con fama de santidad,
Francisco Jerónimo Simón había llevado una vida anónima, sin haber predicado ni
haber plasmado en escritos sus ideas, a pesar de lo cual el deseo inicial de
santificarle fue unánime, de modo que en 1613, sólo un año después de su muerte, se abría en
Roma la causa de su beatificación.
Fue entonces cuando las órdenes mendicantes, que
habían convertido a sus santos en poderosos símbolos de prestigio para sus
comunidades, hasta llegar a establecer una fuerte competencia entre ellas, se
opusieron al proceso a favor de Francisco Jerónimo Simón, tanto por temer el
descenso de su influencia espiritual como por el miedo a una disminución de
limosnas, mientras que la parroquia de San Andrés, donde en una de sus capillas
se hallaba el sepulcro del propuesto beato, aumentaba excepcionalmente sus
ingresos. Esta reacción produjo la escisión de la sociedad valenciana entre
partidarios y detractores, siendo favorable a la beatificación el clero
secular, representado por el cabildo de la catedral, que fue apoyado por las
autoridades locales, el Consejo de Aragón
y el duque de Lerma, mientras que declararon su oposición las
comunidades de frailes, que contaron como aliados con el arzobispo Aliaga y la
Inquisición2.
En este enfrentamiento, las representaciones plásticas llegarían a
tener un valor propagandístico fundamental, de acuerdo a los postulados de la
Contrarreforma. Tras las honras fúnebres, en las que ya comenzaron a aparecer
grabados, jeroglíficos, esculturas y pinturas del Padre Simó, destacaron las
aportaciones de Francisco Ribalta y de Pedro Pablo Rubens, gracias a los cuales
la devoción a Francisco Jerónimo Simón llegaría a gozar de una gran popularidad
en poblaciones levantinas y en Europa durante la segunda década del siglo XVII,
siendo innumerables los grabados estampados en Valencia, Roma, Francia y
Flandes. Algunas de estas representaciones sufrirían el ataque de los
detractores, como el grabado anónimo que representa los Desposorios místicos del Padre Simó con la Virgen, que por su
osadía fue intervenido por la Santa Inquisición (Archivo Histórico Nacional,
Inquisición, Legajo 3701-1).
La batalla entre los apologetas y los detractores
del padre Simón fue un proceso arduo que duró desde 1612, año de su muerte,
hasta 1619, cuando la Inquisición consiguió prohibir definitivamente su culto, suponiendo
siete años de enfrentamientos que en ocasiones devinieron incluso en
alteraciones de orden público.
Francisco Ribalta. Detalles de las visiones del padre Simón Izda: National Gallery, Londres. Dcha: Museo Nal. de Escultura, Valladolid |
En 1612 los milagros del padre Simón ya eran
conocidos en Roma por la Congregación de Ritos, gestionando Ruiz de Prado y
Balaguer que los cardenales afines buscasen el apoyo del papa Paulo V para que
autorizase la impresión de imágenes del padre Simón y anular la prohibición
impuesta por el vicario general de Valencia. Gracias al cardenal Juan Bautista
Vives, valenciano y protonotario apostólico, se consiguió que el papa
autorizase la impresión en Roma y Nápoles de miles de estampas del padre Simón
que también llegaron a circular por España.
En 1613 los partidarios simonistas también trataron
de ganar el favor de la corte española haciendo llegar un memorial a Felipe
III, al príncipe heredero, al confesor real y al duque de Lerma, así como
varias pinturas realizadas por Ribalta, consiguiendo que en el ambiente
cortesano también calara con fuerza el culto al padre Simón. Incluso un
supuesto milagro que benefició al archiduque Alberto de Austria, que sanó de
gota gracias a una reliquia del padre Simón conservada por su esposa, Isabel
Clara Eugenia, extendió hasta Amberes la fama de santidad del clérigo valenciano,
donde se formaba un nuevo frente junto a Roma y Valencia. Tras estos logros, el
7 de septiembre de 1613 se abría en Roma la causa de beatificación del padre
Simón.
Fue entonces cuando el arzobispo Aliaga, con el
respaldo de la Inquisición, consiguió en Roma y Madrid un cambio a favor de las
tesis contrarias, llegando a promulgar en 1614 un edicto que prohibía la
difusión de imágenes sagradas del padre Simón. Asimismo, en 1615 conseguía que
en la corte se dictaran medidas para reformar aquel culto de raigambre popular,
prohibiendo las misas ante su altar y la difusión de estampas como santo. Con
la caída en 1618 del duque de Lerma, principal valedor del padre Simón en la
corte, la causa fue perdiendo fuerza hasta culminar en 1619, cuando la Inquisición
promulgó un decisivo decreto ordenando retirar al padre Simón de los altares y
prohibiendo la elaboración y difusión de todo tipo de representaciones
plásticas3.
De esta manera culminaba el fallido proceso de
beatificación del clérigo valenciano Francisco Jerónimo Simón, de cuya
fervorosa devoción nos han llegado grabados, estampas, pinturas, etc., que,
habiéndose librado por causas desconocidas de los rigores del Santo Oficio, reflejan
aquella efervescencia religiosa en torno al pretendido santo. Curiosamente, en
la sacristía de la iglesia de San Miguel de Valladolid, por entonces
perteneciente a la Compañía de Jesús, se conserva un retrato del padre Simón,
realizado entre 1612 y 1619 por un pintor anónimo, donde se le representa de
medio cuerpo, con indumentaria litúrgica, señalando un crucifijo y con la
leyenda identificativa "V.
(venerable) P. (padre) Francisco de Gerónimo", lo que corrobora la
repercusión en tierras castellanas de aquel fervor de origen valenciano.
LA PINTURA DE LA VISIÓN DEL CALVARIO DEL PADRE SIMÓN
El padre Francisco Jerónimo Simón fue conocido por
su caridad y su ascetismo, figurando entre sus penitencias extravagantes y sus prácticas
piadosas una verdaderamente singular. Según sus apologetas, el beneficiado de
San Andrés recorría por las noches la ciudad de Valencia, siguiendo el
itinerario que conducía a los reos hasta el patíbulo, para meditar sobre los
pasajes pasionarios de Cristo. En estas caminatas afirmó haber tenido visiones
en las que pudo contemplar la tortura de Cristo con la cruz camino del Calvario
y el momento de la Crucifixión, llegando incluso a recibir salpicaduras de su
sangre.
Como era frecuente en la sociedad barroca, estas
visiones pronto fueron interpretadas por los artistas plásticos, en este caso
por el pintor Francisco Ribalta, que aunque no aparece citado en los documentos
inquisitoriales como destacado simonista, se convertiría en el principal pintor
de la causa al realizar las primeras imágenes de las visiones del presbítero,
siendo el autor de dos pinturas que las recrea, en opinión de Domingo Salzedo
de Loaysa4, por ser "uno
de los más admirables y devotos que tiene Valencia y su Reyno".
La primera estuvo destinada a la parroquia de San
Andrés de Valencia, que encargaba a este "pintor famosísimo en España" un lienzo con la Visión del padre Simón de Cristo con la cruz
a cuestas para presidir el altar de la capilla donde se hallaba el sepulcro
del padre Simón. La pintura fue colocada y bendecida en el altar el 5 de
septiembre de 1612 entre una gran expectación devocional. En ella aparece la
figura de Cristo cargando la cruz, que se inspira en el modelo solemne de
Sebastiano del Piombo, pintor de referencia en otras de su pinturas, y el padre
Simón ofreciéndose a cargar con el madero. Tras ser retirada de altar y sufrir
varias peripecias, actualmente esta pintura de Ribalta se conserva en la
National Gallery de Londres, donde en 1945 fue limpiada de los repintes que
ocultaban la figura del padre Simón.
La otra pintura representa la Visión de Cristo crucificado del padre Simón, que debió ser
realizada para un oratorio privado, lo que explica que fuera salvaguardada de
la persecución del Santo Oficio y de las críticas de los detractores, como también
ocurriera en el oratorio privado del propio rey Felipe III, cuya devoción al
clérigo valenciano llegó a contravenir las normas de la Inquisición. Esta
pintura, tras ser adquirida por el Estado en el comercio de arte en 1985, fue
entregada al Museo Nacional de Escultura de Valladolid, pasando a integrar la colección
permanente.
En ella aparece el Calvario, con Cristo vivo sobre
la cruz, que establece el eje central de la composición. En primer plano y de
espaldas al espectador se encuentra María Magdalena, colocándose a su lado un
grupo compacto formado por la Virgen, San Juan, María Cleofás y María Salomé,
que con gestos afligidos vienen a rellenar el espacio izquierdo. El espacio
opuesto queda reservado para la inclusión del padre Simón, que con gesto
implorante adquiere un gran protagonismo en la escena. Al modo de las
tradicionales pinturas con donante, la inclusión del clérigo en un espacio tan
sagrado ya presupone su santificación, reafirmándose en este caso con el giro
de la cabeza de Cristo para establecer un cruce de miradas y con las gotas de
sangre que han salpicado su hombro, ajustándose con detalle al relato de sus
visiones.
Como es habitual en Ribalta, la escena está
representada con un preciso sentido de la composición, en la que predomina un
fuerte naturalismo desprovisto de artificios, con el Gólgota oscurecido por un
celaje de nubarrones tormentosos que neutralizan el fondo y envuelven a los
personajes en una penumbra definida con fuertes contrastes lumínicos, dejando
apenas vislumbrar por detrás del padre Simón un paisaje en el que se sitúan otros
personajes, tal vez José de Arimatea y Nicodemo, y las fantasmagóricas murallas
de Jerusalén, elementos que contribuyen al dramatismo de la escena.
La obra responde al momento en que Francisco
Ribalta, tras la muerte del patriarca Ribera en 1611, torna su pintura en
intimista y profunda, muy acorde con las directrices piadosas de la
Contrarreforma (recuérdense las pinturas de los Novísimos del Museo del Prado), inspirándose en los modelos de
Sebastiano del Piombo que conoció en Valencia. En ese momento sus colores
comenzaron a ser más sobrios y las figuras abandonaron la gesticulación para
ahondar en intensidad expresiva a través de un naturalismo muy personal y el
uso de un intenso claroscuro, elementos que marcarían el devenir de la escuela
valenciana de su tiempo.
La pintura de Francisco Ribalta constituye el
vínculo entre el último manierismo y las nuevas corrientes barrocas,
consiguiendo dotar de naturalidad creíble a los motivos visionarios y
sobrenaturales de sus pinturas, siempre a través de composiciones sencillas,
desprovistas de elementos superfluos, y del tratamiento expresivo de la luz
artificial.
La identificación del tema de la pintura con la
visión del padre Simón fue dado a conocer por Carmen Fernández Aparicio, que
también hizo la propuesta de su autoría5 y, tras analizar la factura
pictórica, la estimación de una posible intervención del taller, pues a partir
de la segunda década del siglo XVII consta la participación, junto a Francisco
Ribalta, de su discípulo Vicente Castelló, que imitaba su estilo, y de su
propio hijo Juan Ribalta, que formaron un sólido y prolífico equipo que impide
distinguir individualidades.
Más allá de cuestiones religiosas, esta
representación apologética del padre Simón pone de manifiesto el poder de las
imágenes como medio para propagar ideas en la sociedad del siglo XVII,
perpetuando en ellas, a pesar de los inconvenientes comentados, la fama de
santidad del clérigo valenciano.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Francisco Ribalta. Los Novísimos: Alma bienaventurada y alma condenada Museo del Prado (Fotos Museo del Prado) El pintor como intérprete del espíritu de la Contrarreforma |
NOTAS
1 FALOMIR FAUS, Miguel: Imágenes
de una santidad frustrada: el culto a Francisco Jerónimo Simón, 1612-1619.
Locus Amoenus nº 4, Barcelona, 1998-1999, pp. 171-183.
2 Ibíd.
3 Ibíd.
4 SALZEDO DE LOAYSA, Domingo: Breve
y sumaria relación de la vida, muerte y milagros del venerable Presbítero Mosen
Francisco Jerónimo Simón, valenciano... Publicado por Felipe Mey, Segorbe, 1614.
5 FERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Rosario: La
visión del Calvario del padre Francisco Jerónimo Simó. En Museo Nacional
Colegio de San Gregorio: colección / collection. Madrid, 2009, pp. 194.
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Interesantes pinturas que resaltan la figura(únicas de un personaje tan sencillo y popular como Jerónimo Simó) quien tanto preocupó a la selecta Escuela de Cristo del XVII valenciano, un tipo de masonería católica, que predata al Opus Dei de nuestros días. Miguel de Molinos fue el delegado del Reino de Valencia para incoar su causa de santidad: el pueblo no elige a sus santos. Arsenio Rey
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