20 de julio de 2018

Excellentiam: RETABLO RELICARIO, testimonio de las obsesiones de Felipe II









RETABLO RELICARIO
Varios escultores anónimos
Finales siglo XVI
Madera policromada
Iglesia de Santa María del Castillo, Olmedo (Valladolid)
Escultura renacentista tardía









Este retablo, concebido para albergar una colección de relicarios, poco aporta a la evolución de la escultura renacentista española, especialmente después del listón tan alto dejado en el ámbito vallisoletano, durante el siglo XVI, por creadores tan geniales como Alonso Berruguete (1490-1561), Juan de Juni (1506-1577), Gaspar Becerra (1520-1568) o Esteban Jordán (1530-1598). Sin embargo, este retablo, integrado por esculturas que rozan la categoría de "arte popular", aporta a nuestros días un testimonio impagable sobre las creencias de tiempos pasados, especialmente en lo referente al afán por reunir reliquias a las que se adjudicaban poderes sobrenaturales y ejemplarizantes.

Fue en el Concilio de Trento (1559-1565) donde se potenció al culto a las imágenes y reliquias, como reafirmación del dogma de la Comunión de los Santos, lo que suponía una reacción ante las ideas protestantes que lo rechazaban. A raíz de aquellas disposiciones trentinas, uno de los privilegios más preciados era conseguir el permiso papal para exhumar de las catacumbas romanas, después de que fueran redescubiertas en 1578, los restos de santos mártires, de modo que aquellas necrópolis se convirtieron en una fuente inagotable de fragmentos óseos que eran considerados como verdaderos tesoros, motivo por el cual, siguiendo la antigua tradición, eran encerrados en preciados relicarios, en ocasiones consistentes en obras de arte de notable calidad, que con la creencia de la aportación de beneficios espirituales eran reunidos por reyes, nobles y religiosos.

Un caso paradigmático fue el de Felipe II (1527-1598), un rey que convertido en adalid de la Contrarreforma se dedicó de forma obsesiva a reunir reliquias y a configurar relicarios. Una serie de hechos ilustrativos definen bien esta pasión del monarca. En 1572 ordenaba al humanista e historiador cordobés Ambrosio de Morales (1513-1591) recorrer los reinos de Castilla, León y Galicia, así como el principado de Asturias, para recabar noticias sobre las reliquias que en ellos se guardaban. La primera visita de aquella investigación tuvo lugar en Valladolid, donde rastreó los relicarios que por entonces poseían en la ciudad los monasterios de San Benito, las Huelgas Reales y el convento de San Francisco, a los que se sumaron en la provincia los monasterios de Palazuelos, La Espina, San Mancio, Matallana, Wamba, La Mejorada y la Cartuja de Aniago. Ambrosio de Morales plasmaría su inventario, con noticias detalladas de sus hallazgos, en su crónica titulada Viaje.

En 1595 Felipe II promovía al aragonés Juan López de Caparroso, fraile dominico del convento de San Pablo de Valladolid, a ocupar la cátedra episcopal de Crotona, en la Calabria italiana, y después la de Monopoli, en la provincia de Bari, donde por su influencia llegó a conseguir las reliquias de 150 mártires que envió a la colegiata de Santa María de Borja (Zaragoza), su ciudad natal, donde aún permanecen en la denominada Capilla de los Mártires.

A esto se vienen a sumar las campañas emprendidas por el rey, entre 1572 y 1598, para la consecución de reliquias, enviando a Italia, Flandes y Alemania delegaciones de nobles y clérigos de confianza, coordinados por un fraile portugués, que consiguieron acopiar millares de restos, debidamente autentificados, que se almacenaron en el puerto de Barcelona antes de su traslado al monasterio de El Escorial, donde eran censados por deseo del monarca. El primer censo de reliquias de España fue realizado en 1575 y figura en las Relaciones topográficas ordenadas por Felipe II.

Según se desprende del estudio e inventario realizado en El Escorial por los frailes agustinos Benito Mediavilla y José Rodríguez Díez, en la colección aparecen restos de unos 6.000 santos y santas, en su mayor parte mártires, que vivieron desde los orígenes cristianos hasta la Edad Media, figurando 12 esqueletos completos, 144 cráneos y hasta 4.168 fragmentos óseos. Curiosamente, fray José de Sigüenza llega a afirmar que proceden de "todos los santos conocidos de la cristiandad", a excepción de san José, san Juan y Santiago el Mayor, este último por conservarse supuestamente su cuerpo íntegro en Santiago de Compostela, apreciada reliquia que desde la Edad Media daría lugar a la configuración de la trascendental Ruta Jacobea.

Pero además, para acondicionar tan apreciada colección, Felipe II mantuvo ocupado en el monasterio a un nutrido grupo de orfebres, entre ellos al célebre platero Juan de Arfe (autor de 22 bustos), que realizaron los relicarios, recipientes con formas de urnas, viriles, bustos con mirillas acristaladas, simulaciones de brazos, etc., unos de latón dorado y otros de plata con aplicaciones de oro y piedras preciosas engastadas, todos ellos con la inscripción del santo correspondiente. Muchos relicarios se distribuyeron por las dependencias de El Escorial como elementos de protección, incluyendo una copia a escala de la Sábana Santa de Turín realizada en 1590 y la hostia profanada y pisoteada por un soldado en la ciudad holandesa de Gorcum, que aún se exhibe solemnemente cada 29 de septiembre y 28 de octubre, aunque el relicario más suntuoso sólo es visible en la festividad de Todos los Santos, cuando en la iglesia de El Escorial se abren los dos retablos-armario colocados junto al altar mayor, aquellos que fueran pintados por Federico Zuccaro y que están dedicados a san Jerónimo y la Asunción, en cuyo interior guardan una suntuosa colección de relicarios.

El coleccionismo de reliquias fue continuado por la dinastía de los Austrias, que encontraron en la Compañía de Jesús a su mejor aliado. Sirvan de referencia, sin salir de Valladolid, los nutridos relicarios de los centros jesuíticos de San Ignacio (actual iglesia de San Miguel) y San Ambrosio (desaparecido) en la capital, y los de Medina del Campo (actual iglesia de Santiago) y Villagarcía de Campos en la provincia, a los que se vinieron a sumar los de los dominicos de San Pablo, los franciscanos de San Diego (patrocinados por el Duque de Lerma emulando al monarca), las carmelitas descalzas de Santa Teresa, las Brígidas y las dominicas de Portacoeli, así como las agustinas recoletas de Medina del Campo.

EL RELICARIO DE OLMEDO

El conjunto de reliquias conservadas actualmente en la iglesia de Santa María del Castillo de Olmedo proceden, según la tradición, de un envío realizado por iniciativa del papa en tiempos de Felipe II, según se desprende de un libro de fábrica de la parroquia de San Andrés1 de Olmedo, adonde en 1840 fue trasladado el busto con la reliquia del santo apóstol titular.

El retablo-relicario estuvo en origen destinado a una capilla de la iglesia del monasterio jerónimo de Nuestra Señora de la Mejorada, construida con fines funerarios por doña María de Toledo, esposa de don Alonso de Fonseca, que fue rematada en 1513. A finales del siglo XVI ya era conocida como Capilla de las Reliquias, seguramente desde que en ella se asentara el retablo-relicario.

El peculiar retablo adopta una forma reticular distribuida en cinco cuerpos y nueve calles, con un ático presidido en el centro por un pequeño frontispicio en el que se coloca un busto del Padre Eterno. Los espacios se configuran en cuarenta y cinco nichos rectangulares, de idénticas dimensiones —72 x 46 cm.— y sin fondo, de los cuales los cuatro cuerpos superiores van separados por pequeñas columnas de fuste estriado y capitel toscano y el inferior por molduras cajeadas con el interior pintado con formas geométricas y vegetales.

En los nichos se disponen cuarenta y cinco bustos relicarios que, junto a otros cuatro colocados por parejas a los lados del ático, suman un total de cuarenta y nueve tallas que representan a treinta y nueve santos y diez santas, todos ellos con tecas de forma ovalada abiertas en el pecho y una cartela sobre la reliquia que facilita su identificación. Todos los santos y santas prescinden de sus atributos tradicionales, aunque en algunos casos son reconocibles por su indumentaria, como en el caso de San Juan Bautista (túnica de piel de camello) y San Jerónimo (capelo cardenalicio). Asimismo, por su caracterización de distinguen ocho papas, cubiertos por la tiara de triple corona, siete santos obispos mitrados, tres con hábito y tonsura, tres con armadura militar, dos eclesiásticos cubiertos por un bonete en el ático y San Esteban como diácono.

Estilísticamente se aprecian varios autores con diferente fortuna que intentan emular los cánones imperantes desde mediados del siglo XVI, aunque en el conjunto prima la inexpresividad y el hieratismo, algunos con rostros seriados y otros más individualizados, como ocurre con los apóstoles, concentrando la ornamentación en los detalles de la indumentaria y un especial esmero en los tocados y cabellos de las santas. Los mismos contrastes se encuentran en las labores de la policromía, con unos bustos repitiendo ciertos convencionalismos y otros animados con tonos coloristas.

En la Capilla de las Reliquias del monasterio de La Mejorada, junto a este retablo relicario se daba acogida a treinta relicarios2 más de diferentes tipologías —bustos, pirámides, brazos, viriles, templetes, cruces, etc.—, pudiendo corresponder algunos a la donación que hiciera en 1608 el Duque de Lerma para la capilla de los Fonseca, entre los que figuraban los de los santos Prudencio, Gallo, Primitivo, Vito, Epímaco, Gordiano, Felipe, Marcial, Lucía, Vitoria y Evaristo, todos con su reliquia y viril.

El monasterio de la Mejorada de Olmedo sufrió la exclaustración en el siglo XIX a consecuencia de la Desamortización de Mendizábal, siendo su patrimonio repartido por otros templos de Olmedo. El retablo mayor de Alonso Berruguete fue llevado a la iglesia de San Andrés, donde fue incautado por su peligro de deterioro irreversible, estando actualmente recogido en el Museo Nacional de Escultura, donde también se hallan despiezados otros retablos del claustro de este monasterio tallados por Fray Rodrigo de Holanda y el Retablo de San Jerónimo de Jorge Inglés.
El retablo relicario de la capilla de los Fonseca fue trasladado a la iglesia olmedana de Santa María del Castillo, donde primeramente se colocó frente a la puerta de la sacristía y, tras la restauración de la iglesia en 1959, colocado a los pies del templo, bajo la tribuna del coro, donde se encuentra en la actualidad. Del mismo modo, los relicarios restantes se trasladaron al camarín de Nuestra Señora de la Soterraña, patrona de Olmedo, en la cripta de la iglesia de San Miguel.

Adenda
Relación de los bustos-relicario del retablo:
Santas
Afecta, Águeda, Apolonia, Catalina, Cecilia, Emburgia, Inés, Justina, Potenciana y Práxedes.
Santos
Agustín, Aniceto, Ambrosio, Apolinario, Basilio, Basilio Magno, Blas, Buenaventura, Ceferino, Cipriano, Clemente, Cosme y Damián, Crisóstomo, Epímaco, Esteban, Felipe apóstol, Felipe, Gregorio Magno, Jerónimo, Jorge, Juan Bautista, Lucas, Marcos, Martín, Mateo, Mauricio, Pablo, Pedro, Pedro mártir, Procacio, Santiago el menor, Sebastián, Silvestre, Sotero, Tomás de Aquino, Vidal y Zenón.



Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 SÁNCHEZ DEL BARRIO, Antonio: Del olvido a la memoria VII. Patrimonio provincial restaurado 2006-2008. Junta de Castilla y León, Diputación de Valladolid y Arzobispado de Valladolid, Valladolid, 2009, p. 25.

2 Ibídem. p. 20. 


















Iglesia de Santa María del Castillo, Olmedo













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