SANTA CLARA
Gregorio
Fernández (Hacia 1576, Sarria, Lugo - Valladolid 1636)
Hacia 1630
Madera
policromada
Monasterio
de la Concepción (Madres Clarisas), Medina de Rioseco (Valladolid)
Escultura
barroca española. Escuela castellana
Esta magnífica escultura devocional, que posee el
inconfundible sello de Gregorio Fernández, hasta bien culminado el siglo XX había
pasado inadvertida en la historiografía dedicada a este genial escultor barroco.
Fue Jesús Urrea1 quien la sacaba del anonimato y la consideraba autógrafa
del gran maestro con motivo de una exposición monográfica celebrada en Madrid
entre noviembre de 1999 y enero de 2000, planteando al mismo tiempo algunas hipótesis
sobre la llegada de la escultura al monasterio riosecano. Tras su presentación
en Valladolid en enero de 2008 en la exposición "Gregorio Fernández: la
gubia del Barroco" como obra indudable de este escultor2, ha
sido el riosecano Ramón Pérez de Castro3 quien ha aportado algunos
datos sobre las circunstancias del encargo de la obra y su llegada al
monasterio de Medina de Rioseco. En base a todas estas aportaciones, hoy
podemos reconstruir, al menos someramente, la historia de tan singular imagen.
EL MARCO: EL MONASTERIO DE SANTA CLARA
La fundación del monasterio de monjas clarisas en Medina
de Rioseco se produjo bajo el mecenazgo de don Fadrique Enríquez, Almirante de
Castilla, que en esta ciudad también había patrocinado al desaparecido monasterio
de Valdescopezo y al de San Francisco. Aunque la bula fundacional del Convento
de la Concepción fue otorgada por el papa Inocencio VIII en 1491, fue en el año
1517 cuando, merced a una donación del Almirante, la comunidad se asentaba en
los terrenos ocupados actualmente, en un paraje extramuros próximo al río
Sequillo, recibiendo también ayuda económica para las primeras construcciones.
Apunta Pérez de Castro que previamente, tras la
expulsión de los judíos decretada por los Reyes Católicos en 1492, la antigua
sinagoga se convirtió en iglesia de San Sebastián, en la que se asentó una
comunidad de religiosas de la orden de San Francisco que pudo ser el germen del
asentamiento de las monjas clarisas, igualmente franciscanas, en Medina de
Rioseco.
En 1529 el arquitecto Gaspar de Solórzano trazaba
los planos del monasterio y en 1546 era construido el claustro renacentista
conservado. Sobre la primitiva iglesia, al parecer por su estado ruinoso, en
1610 se comenzaba a levantar el edificio actual, de acuerdo a los nuevos
planteamientos del barroco y los principios de la Contrarreforma, siendo rematado
e inaugurado en 1618. La austeridad de la iglesia primero se vio animada por un
retablo mayor realizado por el taller de Pedro de Bolduque, perteneciente a una
familia procedente de los Países Bajos y asentada en Medina de Rioseco, aunque
en 1663 era sustituido por otro realizado por los riosecanos Lucas González y
Francisco Rodríguez, con esculturas de Alonso de Rozas, al que se requería que
siguieran los modelos de Gregorio Fernández4. Este segundo retablo
fue destruido durante la francesada, siendo ocupado su lugar por otro trasladado
desde la desaparecida capilla del Hospital de San Juan de Dios y Santa Ana, obra
realizada en el último tercio del siglo XVII a la que se añadieron algunos
elementos en la parte inferior para ajustarle al presbiterio de la capilla
conventual, reservando la hornacina principal para la imagen titular de Santa
Clara.
Tras sucesivas reformas realizadas en el convento en
los siglos XVII, XVIII, y sobre todo en el XIX, la comunidad de monjas clarisas
abandonaban el convento en diciembre de 2017, dejando atrás en Medina de
Rioseco un importante patrimonio artístico y una ausencia de gran valor
sentimental para la denominada Ciudad de los Almirantes.
LA OBRA: LA IMAGEN DE SANTA CLARA
Según Ramón Pérez de Castro, en 1627 una imagen de
Santa Clara fue encargada por un comerciante de Medina de Rioseco, cuya hermana
había profesado en el monasterio, al desconocido escultor Gaspar de Barrios. Ante
el incumplimiento del contrato, este escultor fue demandado por el comitente,
que en el proceso judicial mostraba su queja por haber tenido que encargar la
escultura del mismo tamaño a otro escultor por un precio más alto. Aunque en dicho
pleito en ningún momento se menciona a Gregorio Fernández como autor final, a
juzgar por las características de la escultura sin duda este fue el escultor
requerido, que la habría realizado alrededor de 1630. En ese momento ostentaban
el patronato del convento don Juan Alfonso Enríquez, IX Almirante de Castilla,
y su esposa doña Luisa de Sandoval y Padilla, nieta del duque de Lerma, que
posiblemente pudieron influir en la elección del escultor.
Gregorio Fernández Izda: Detalle de Santa Teresa, h. 1624. Museo Nacional de Escultura, Valladolid Dcha: Detalle de Santa Clara, h. 1630. Monasterio de Santa Clara, Medina de Rioseco (Valladolid) |
De dimensiones ligeramente menores al natural —158
cm. de altura—, la escultura sigue una iconografía tradicional en la
representación de la santa: vestida con el hábito de la orden y portando en sus
manos una custodia con la exposición del Santísimo Sacramento y un báculo
alusivo a su condición de abadesa mitrada.
Santa Clara de Asís (1194-1253), que pertenecía a
una noble familia, abandonó la vida mundana tras ser recibida por San Francisco
en la capilla de la Porciúncula, pasando a recluirse, bajo la obediencia a la regla
de la orden franciscana, en el convento de San Damián, donde, por deseo del
santo poverello, aceptó el
nombramiento de abadesa. De esta manera, como hija espiritual de San Francisco,
se convertía en la fundadora de la orden que tomaba su nombre: las Clarisas. Por
este motivo es representada vistiendo el hábito franciscano y sujetando el báculo
abacial.
Por otra parte, cuenta una crónica anónima que en el
año 1230 los sarracenos se dirigieron desde la fortaleza de Nocera hasta el
valle de Espoleto y allí trataron de invadir el convento de San Damián. Santa
Clara, que en ese momento se hallaba convaleciente de una grave enfermedad, se
hizo llevar a la puerta del convento portando una custodia con la hostia
consagrada, con la que en un ejercicio de fe pidió protección al cielo en
presencia de todas las monjas hermanas. Según la leyenda piadosa, al oírse una
voz infantil que dijo "Yo os guardaré siempre", los sarracenos
huyeron y abandonaron el sitio al monasterio. Este episodio es recordado con la
inclusión de la custodia como atributo identificativo en las representaciones
de la santa.
Así es representada por Gregorio Fernández, que impregna
a la figura un gesto de arrobamiento místico que repetiría en otras esculturas
de santos salidos de sus gubias, como en San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier (hacia 1622, iglesia de San Miguel y San Julián, Valladolid), en Santo Domingo de Guzmán (hacia 1625,
iglesia de San Pablo, Valladolid) y en San
Agustín (1629-1630, monasterio de la Encarnación, Madrid), pero sobre todo en
la representación de Santa Teresa
(hacia 1624, Museo Nacional de Escultura, Valladolid).
Gregorio Fernández Izda: Detalle de Santa Isabel, 1621. Convento de Santa Isabel, Valladolid Dcha: Detalle de Santa Teresa, h. 1624. Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
Santa Clara aparece de pie, dispuesta frontalmente y
revestida del hábito negro de la orden, formado por una túnica de mangas anchas
y ceñida a la cintura, con escapulario, amplio el manto y una toca de tres
capas, una blanca de tejido liviano que le cubre la cabeza y el pecho dejando
visible el rostro, otra blanca superpuesta a la cabeza con los bordes fruncidos,
y una tercera negra como el manto que le cubre la cabeza y forma pliegues
profundos sobre los hombros. En la escultura, realizada en su momento de mayor
madurez, caracterizado por una tendencia al realismo más absoluto, los pliegues
de los paños abandonan el aspecto quebrado, casi metálico, de su anterior
producción, para tornarse en blandos y con una gran naturalidad. Estos
mantienen en su policromía los tonos lisos, apareciendo el escapulario y el
manto solamente ornamentados en los bordes con grandes cenefas con motivos
vegetales encadenados, como ocurre en el santoral antes mencionado.
En este caso Gregorio Fernández impregna dinamismo a
la figura mediante la colocación de los brazos a diferente altura, el ligero
giro de la cabeza y la colocación de un efectista pliegue del escapulario en la
parte inferior, prescindiendo de su personal hallazgo expresivo consistente en recoger
parte del manto y sujetarle con una alfiler a la altura de la cintura
estableciendo un juego de diagonales frontales, como ocurre en la representación
de Santa Isabel de Hungría (1621,
convento de Santa Isabel, Valladolid) y de Santa
Teresa (hacia 1624, Museo Nacional de Escultura, Valladolid). Sin embargo,
con esta última comparte las mismas ondulaciones de la toca a la altura del
pecho y los minuciosos trabajos de fruncidos en los bordes de la misma.
Interior de la iglesia del monasterio de Santa Clara Medina de Rioseco (Valladolid) |
Los tonos neutros de la policromía de la
indumentaria obligan a concentrar la mirada en los efectistas contrastes del
busto y en la expresividad del rostro. Este, levantado y girado ligeramente hacia
la derecha, responde al arquetipo creado por el escultor para las figuras
femeninas, con forma ovalada, barbilla cuadrada, mentón remarcado, boca
entreabierta, nariz recta y párpados redondeados, incluyendo ojos de cristal
postizos, con las pupilas de color miel y la mirada dirigida a lo alto para
enfatizar el gesto místico de arrobo y revelación divina. En este sentido, el
rostro de Santa Clara presenta grandes
similitudes con los de Santa Escolástica
(Museo Nacional de Escultura) y la Virgen de la Piedad (hacia 1627, iglesia de San Martín, Valladolid), en los que el
escultor repite los mismos modos expresivos.
Otra constante en la obra de Gregorio Fernández es
la colocación de las manos con los dedos pulgar e índice flexionados para
sujetar algún objeto postizo, en este caso una custodia sacramental realizada
como pieza de orfebrería5 y el báculo de abadesa en madera recubierta
de oro. Asimismo, la santa mantiene la corona original de tipo resplandor,
formada por una diadema decorada con piedras fingidas y rayos decrecientes
dorados. En el retablo aparece colocada sobre una bella peana que no fue
expresamente elaborada para la escultura, sino reaprovechada por la comunidad
clarisa, apareciendo recorrida por una inscripción que reza "RVM SOLA
VIRGO LACRVM".
En definitiva, se trata de una obra maestra impregnada del sentimiento religioso que el gran maestro gallego sabía infundir a sus obras devocionales, tanto por su propio carácter piadoso como por la perfecta adecuación de sus obras a los ideales contrarreformistas.
En definitiva, se trata de una obra maestra impregnada del sentimiento religioso que el gran maestro gallego sabía infundir a sus obras devocionales, tanto por su propio carácter piadoso como por la perfecta adecuación de sus obras a los ideales contrarreformistas.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Gregorio
Fernández 1576-1636. Fundación Santander Central Hispano, Madrid, 2000, p.
128.
2 ÁLVAREZ VICENTE, Andrés: Santa
Clara. En "Gregorio Fernández: la gubia del Barroco", Valladolid,
2008, p. 70.
3 PÉREZ DE CASTRO, Ramón: Santa
Clara. En "Eucharistia/Las Edades del Hombre", Aranda de Duero,
2014, pp. 356-357.
4 ÁLVAREZ VICENTE, Andrés: Santa
Clara. En "Gregorio Fernández: la gubia..., p. 70.
5 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Gregorio
Fernández..., p. 128. La custodia que porta Santa Clara no es la original,
sino otra más moderna que vino a reemplazarla.
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