Estampas y recuerdos de Valladolid
En más de una ocasión hemos considerado que
Valladolid todavía está en deuda con Gregorio Fernández, el insigne escultor
barroco que no sólo nos dejó el incomparable legado artístico que directamente
se identifica con la ciudad, sino que además fue vertebrador en su tiempo del
asentamiento de toda una serie de talleres de discípulos y seguidores que
durante muchos años dieron puestos de trabajo a toda una pléyade de madereros,
ensambladores, entalladores, escultores, pintores, doradores y carpinteros,
creando una "industria" floreciente en torno a la realización del
arte sacro reclamado en su tiempo.
Esto es motivo más que suficiente para que en
Valladolid sea levantado un digno monumento en su honor, pues, aunque los
vallisoletanos le admiran y muestran a gala su obra, de la que se sienten
orgullosos, a nivel institucional no han existido iniciativas —sobre todo por
parte del Ayuntamiento— para que su figura esté presente en un lugar urbano
que, por otra parte, debería ser privilegiado, como le corresponde, lo mismo que ocurre con el monumento a Cervantes. Mejor
suerte tuvo Juan Martínez Montañés en Sevilla, cuyo monumento preside la
céntrica plaza del Salvador, con una estatua proyectada por Agustín Sánchez Cid
en 1920.
Curiosamente, en contra de esta inexplicable desidia,
fue la Segunda República Española (14 de abril de 1931-1 de abril de 1939) la
que en 1937 le rindió un homenaje de calado nacional al editar la Fábrica
Nacional de Moneda y Timbre un sello de 30 céntimos (de peseta) con motivo de
la celebración del III Centenario de la muerte de Gregorio Fernández,
encontrando de este modo en el mundo de la filatelia un canal para divulgar la
personalidad de tan reconocido artista.
El sello reproduce el aspecto del escultor a través
del tradicional tratamiento de un grabado, tomando como referencia el retrato
que le hiciera hacia 1630 el pintor, colaborador y amigo Diego Valentín Díaz
—el pintor más notable de la época en el ámbito vallisoletano— para ser
colocado junto a su enterramiento en la iglesia del Carmen Calzado de
Valladolid, un retrato que actualmente se guarda y expone en el Museo Nacional
de Escultura, después de haber sido derribado aquel templo y pasar en 1818 a la
Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción y posteriormente al
Museo Provincial de Valladolid, germen de la actual institución museística.
Se trata de un retrato sobrio, en forma de busto y
con una gran veracidad, sin idealismos de ningún tipo, en el que el escultor aparece
luciendo una vestimenta oscura, apenas esbozada, y el habitual cuello de
golilla de la época. Bajo el retrato aparece una cartela identificativa: "Gregorio Fernandez ynsigne Escultor Natural
/ del Reyno de Galicia, Becino deValladolid en / donde florecio con grandes
creditos de su abeli- / dad y murio el año de 1636 a los 70 de su hedad / en 22
de Enero".
Diego Valentín Díaz. Retrato de Gregorio Fernández, h. 1630 Museo Nacional de Escultura |
En el sello se reproduce la cabeza que mira directamente al
espectador, con una descripción pormenorizada del rostro, en el que no falta la
pequeña verruga que el escultor presentaba junto a la nariz. Asimismo, a su
lado se hacen constar los años de su nacimiento y su fallecimiento. Es de
suponer que no fuera un sello que pasara desapercibido durante su circulación
en 1937, un año en que todo el país se hallaba sumido en una desgraciada guerra
civil, momento en que la correspondencia del servicio de Correos adquiría un
valor especial.
La misma efigie del sello forma parte de la placa fundida
en bronce que señala la calle que la ciudad de Pontevedra dedicó a Gregorio
Fernández, como ofrenda popular, en 1914, en la que, como homenaje al artista
gallego, el escultor F. Campo la acompañó de las figuras alegóricas de la
Escultura y la Gloria, entre las cuales aparece un hombre recostado que evoca
la composición de Fidias en el Partenón. No está inspirado en el retrato de
Diego Valentín Díaz el medallón que decora la fachada del Museo del Prado en
Madrid, obra en mármol labrada en 1830 por Ramón Barba, en la que Gregorio
Fernández aparece colocado de perfil y sujetando la maza que desvela su oficio,
siguiendo un tratamiento que recuerda los trabajos de numismática.
A estos homenajes en Pontevedra y Madrid, bien
podría seguir un tercero en Valladolid que superase y ampliase aquel
reconocimiento que le tributó la España republicana en un soporte tan
entrañable y sencillo como un sello de correos. Nunca es tarde.
F. Campo. Rótulo de la calle de Gregorio Fernández en Pontevedra, 1914 |
Ramón Barba. Medallón de Gregorio Fernández en la fachada del Museo del Prado, 1830 |
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