6 de abril de 2020

Fastiginia: LAS MATRACAS DE LA CATEDRAL, olvidados códigos sonoros del pasado


En el interior de la torre de la catedral de Valladolid, a la altura del primer piso del cuerpo ochavado, que se eleva sobre otro cuadrangular, se conserva un curioso y sorprendente instrumento que es mostrado a los visitantes que suben a la torre (en ascensor) para contemplar las magníficas vistas de la ciudad.
Se trata de una "matraca" de grandes dimensiones, antaño vinculada a los ritos de la Semana Santa de Valladolid, que tras dejar de utilizarse estuvo abandonada a su suerte durante muchos años en el interior de la torre. Afortunadamente, se ha conservado y hoy es posible comprobar el impactante estruendo que produce, equiparable a un verdadero trueno.

El nombre de matraca deriva de los términos árabes mitraqa, que significa martillo, y de táraq, que significa golpear. De modo que una matraca se clasifica como instrumento de percusión idiófono, cuya morfología puede ser de dos tipos: simple o compuesta. Los modelos más simples constan de un cuerpo de madera, de variadas formas, al que se incorporan martilletes móviles de madera o metal que mediante su movimiento golpean la madera a la que están sujetos. Dentro de esta variante, existen "matracas portátiles", de menores dimensiones, en las que el cuerpo lleva un asa que puede ser accionado por quien la sujeta, permitiendo caminar haciéndola sonar mediante giros del asa.

Otra variante son las "matracas de campanario", de mucho mayor tamaño, que aglutinan varios cuerpos de madera para producir mayor estruendo. Generalmente se accionan mediante una manivela o manubrio, siguiendo un movimiento similar al voltear de campanas. Estas grandes matracas pueden ser de dos tipos: unas que adoptan la forma de aspa, con cuatro cuerpos de madera cruzados, cada uno de ellos con sus correspondientes martilletes, y otras con forma de cajón, con los martilletes sujetos en el exterior de sus cuatro caras, actuando la cavidad del cajón como caja de resonancia.

La matraca de la catedral de Valladolid pertenece a este último tipo, de gran tamaño, con forma de un gran cajón que actúa como caja de resonancia, volteado por una manivela lateral accionada por una gruesa cuerda (similar a las campanas), y con pesados martilletes metálicos en sus cuatro caras, en este caso dobles —ocho por cada cara— y con forma de aldabas que recuerdan los tiradores de los cajones de las grandes cómodas colocadas en las sacristías. No es difícil imaginar el estruendo producido al percutir al tiempo las 24 aldabas sobre el cajón, más si se tiene en cuenta que en esa altura de la torre, según se dice, eran cuatro las matracas accionadas, colocadas junto a los cuatro arcos orientados a los cuatro puntos cardinales, contribuyendo el interior del cuerpo de la torre a incrementar su resonancia.

Este sonido atronador era un código sonoro que, como el tañido de las campanas, tenía su propia interpretación en los ritos de Semana Santa, pues su sonido era un mensaje para incitar a la oración, la meditación y el recogimiento al producirse la muerte de Cristo en la liturgia de la Iglesia. Tras caer en deshuso, al igual que los diferentes repiques de las campanas, hace que hoy prácticamente nadie sea capaz de interpretar su mensaje, reducido a una simple curiosidad del pasado.         
Como instrumento musical ruidófono se encuadra en el mismo grupo que las "carracas", artilugios de menor tamaño y de acción manual, de la misma antigüedad y también relacionados con los ritos de Semana Santa, cuyo sonido igualmente está resuelto con un alto grado de ingenio mecánico. Del mismo modo, las carracas presentan una enorme variedad e igualmente se caracterizan por su sonido de madera continuo y trepidante. En este grupo también se encuadran las denominadas tabletas o tablillas de San Lázaro, que como los brajoles, los tenebres o las simandras, entre otros, eran instrumentos de percusión menos frecuentes.

El empleo de matracas es exclusivo de España, donde sonaban cuando las poblaciones permanecían en silencio al conmemorar la muerte de Cristo. La tradición remonta su uso a las celebraciones del Jueves Santo, cuando muchas ciudades con murallas cerraban el acceso a carruajes en señal de luto, al igual que los guardias de los cuarteles mantenían el arma colgada hacia abajo como muestra de dolor. El sonido bronco de las matracas de campanario venía a sustituir por unos días al de las campanas, cuyo uso estaba prohibido por la Iglesia Católica desde el Gloria del Jueves Santo hasta el Gloria de la Vigilia Pascual.

CARRACAS Y MATRACAS EN EL "STREPITUM" DEL OFICIO DE TINIEBLAS

Como instrumento musical de percusión, el uso de las matracas estaba relacionado con el Oficio de Tinieblas, un concurrido ritual que era compartido en parroquias, conventos y monasterios y que conmemoraba la Pasión y la agonía de Cristo en el Triduo del Jueves, Viernes y Sábado Santo (Pasión, Muerte y Sepultura). 
En la ceremonia, con todas las características de unas exequias, se expresaban salmos, antífonas y responsorios fúnebres, al tiempo que en las iglesias las imágenes quedaban ocultas —los grandes retablos bajo aparatosas cortinas— y los altares desnudos. Como parte del rito, en el Oficio de Tinieblas todas las luces del templo permanecían apagadas, a excepción de las velas colocadas en el tenebrario, al igual que las matracas otro objeto ritual desaparecido, consistente en un candelabro de forma triangular —en alusión a la Santísima Trinidad— con quince velas colocadas en los bordes, siete a cada lado, como símbolo de los once Apóstoles que vivieron la Pasión y las tres Marías, y otra en el vértice superior que recibía el nombre de "vela María" y venía a simbolizar a Cristo como luz del mundo. En el ritual, el tenebrario era colocado junto al altar, en el lado de la Epístola.

Tenebrarios conservados en la Colegiata de San Luis de Villagarcía de
Campos y en el convento de Santa Ana y San Joaquín de Valladolid
En dicha ceremonia, tras cada salmo, cantado sin acompañamiento musical, las velas se iban apagando sucesivamente hasta quedar sólo encendida la del vértice al terminar la antífona del Benedictus. Tras el canto del Miserere, los sagrarios quedaban vacíos y la única vela encendida era ocultada detrás del altar —simbolizando la sepultura de Jesús—, al tiempo que en el templo a oscuras se producía el strepitum, un estruendo producido al golpear los oficiantes los sitiales y los libros y hacer sonar las carracas y matracas como recuerdo de la reacción de la naturaleza al producirse la muerte de Cristo, siendo este el mensaje sonoro transmitido por las matracas desde los campanarios.
La "vela María", alusiva a la Lux Mundi, resurgiría de nuevo durante la Vigilia Pascual como símbolo de la Resurrección, momento en que el bronco sonido de las matracas era sustituido de nuevo por el júbilo de las campanas.        



Matraca conventual del siglo XVIII y matraca recompuesta en el
campanario de la iglesia de Gáldar (Las Palmas)
Informe y fotografías: J. M. Travieso.












Modelos de carraca, matraca manual y matraca de campanario









Carraca de una sola lengüeta



















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