En el interior de la torre de la catedral de
Valladolid, a la altura del primer piso del cuerpo ochavado, que se eleva sobre
otro cuadrangular, se conserva un curioso y sorprendente instrumento que es
mostrado a los visitantes que suben a la torre (en ascensor) para contemplar
las magníficas vistas de la ciudad.
Se trata de una "matraca" de grandes dimensiones, antaño vinculada a los ritos
de la Semana Santa de Valladolid, que tras dejar de utilizarse estuvo
abandonada a su suerte durante muchos años en el interior de la torre.
Afortunadamente, se ha conservado y hoy es posible comprobar el impactante
estruendo que produce, equiparable a un verdadero trueno.
El nombre de matraca
deriva de los términos árabes mitraqa,
que significa martillo, y de táraq,
que significa golpear. De modo que una matraca
se clasifica como instrumento de percusión idiófono, cuya morfología puede ser
de dos tipos: simple o compuesta. Los modelos más simples constan de un cuerpo
de madera, de variadas formas, al que se incorporan martilletes móviles de
madera o metal que mediante su movimiento golpean la madera a la que están
sujetos. Dentro de esta variante, existen "matracas portátiles", de menores dimensiones, en las que el
cuerpo lleva un asa que puede ser accionado por quien la sujeta, permitiendo
caminar haciéndola sonar mediante giros del asa.
Otra variante son las "matracas de campanario", de mucho mayor tamaño, que aglutinan
varios cuerpos de madera para producir mayor estruendo. Generalmente se
accionan mediante una manivela o manubrio, siguiendo un movimiento similar al
voltear de campanas. Estas grandes matracas pueden ser de dos tipos: unas que
adoptan la forma de aspa, con cuatro cuerpos de madera cruzados, cada uno de
ellos con sus correspondientes martilletes, y otras con forma de cajón, con los
martilletes sujetos en el exterior de sus cuatro caras, actuando la cavidad del
cajón como caja de resonancia.
La matraca
de la catedral de Valladolid pertenece a este último tipo, de gran tamaño, con
forma de un gran cajón que actúa como caja de resonancia, volteado por una
manivela lateral accionada por una gruesa cuerda (similar a las campanas), y con
pesados martilletes metálicos en sus cuatro caras, en este caso dobles —ocho
por cada cara— y con forma de aldabas que recuerdan los tiradores de los
cajones de las grandes cómodas colocadas en las sacristías. No es difícil
imaginar el estruendo producido al percutir al tiempo las 24 aldabas sobre el
cajón, más si se tiene en cuenta que en esa altura de la torre, según se dice,
eran cuatro las matracas accionadas, colocadas junto a los cuatro arcos
orientados a los cuatro puntos cardinales, contribuyendo el interior del cuerpo
de la torre a incrementar su resonancia.
Este sonido atronador era un código sonoro que, como
el tañido de las campanas, tenía su propia interpretación en los ritos de
Semana Santa, pues su sonido era un mensaje para incitar a la oración, la
meditación y el recogimiento al producirse la muerte de Cristo en la liturgia
de la Iglesia. Tras caer en deshuso, al igual que los diferentes repiques de
las campanas, hace que hoy prácticamente nadie sea capaz de interpretar su
mensaje, reducido a una simple curiosidad del pasado.
Como instrumento musical ruidófono se encuadra en el
mismo grupo que las "carracas", artilugios de menor tamaño y de
acción manual, de la misma antigüedad y también relacionados con los ritos de
Semana Santa, cuyo sonido igualmente está resuelto con un alto grado de ingenio
mecánico. Del mismo modo, las carracas
presentan una enorme variedad e igualmente se caracterizan por su sonido de
madera continuo y trepidante. En este grupo también se encuadran las
denominadas tabletas o tablillas de
San Lázaro, que como los brajoles, los
tenebres o las simandras, entre otros, eran instrumentos de percusión menos frecuentes.
El empleo de matracas
es exclusivo de España, donde sonaban cuando las poblaciones permanecían en
silencio al conmemorar la muerte de Cristo. La tradición remonta su uso a las
celebraciones del Jueves Santo, cuando muchas ciudades con murallas cerraban el
acceso a carruajes en señal de luto, al igual que los guardias de los cuarteles
mantenían el arma colgada hacia abajo como muestra de dolor. El sonido bronco
de las matracas de campanario venía a
sustituir por unos días al de las campanas, cuyo uso estaba prohibido por la
Iglesia Católica desde el Gloria del Jueves Santo hasta el Gloria de la Vigilia
Pascual.
CARRACAS Y MATRACAS EN EL "STREPITUM" DEL OFICIO DE
TINIEBLAS
Como instrumento musical de percusión, el uso de las
matracas estaba relacionado con el Oficio de Tinieblas, un concurrido
ritual que era compartido en parroquias, conventos y monasterios y que
conmemoraba la Pasión y la agonía de Cristo en el Triduo del Jueves, Viernes y
Sábado Santo (Pasión, Muerte y Sepultura).
En la ceremonia, con todas las
características de unas exequias, se expresaban salmos, antífonas y
responsorios fúnebres, al tiempo que en las iglesias las imágenes quedaban
ocultas —los grandes retablos bajo aparatosas cortinas— y los altares desnudos.
Como parte del rito, en el Oficio de
Tinieblas todas las luces del templo permanecían apagadas, a excepción de
las velas colocadas en el tenebrario,
al igual que las matracas otro objeto
ritual desaparecido, consistente en un candelabro de forma triangular —en alusión
a la Santísima Trinidad— con quince velas colocadas en los bordes, siete a cada
lado, como símbolo de los once Apóstoles que vivieron la Pasión y las tres Marías,
y otra en el vértice superior que recibía el nombre de "vela María" y
venía a simbolizar a Cristo como luz del mundo. En el ritual, el tenebrario era colocado junto al altar,
en el lado de la Epístola.
Tenebrarios conservados en la Colegiata de San Luis de Villagarcía de Campos y en el convento de Santa Ana y San Joaquín de Valladolid |
En dicha ceremonia, tras cada salmo, cantado sin
acompañamiento musical, las velas se iban apagando sucesivamente hasta quedar sólo
encendida la del vértice al terminar la antífona del Benedictus. Tras el canto del Miserere,
los sagrarios quedaban vacíos y la única vela encendida era ocultada detrás del
altar —simbolizando la sepultura de Jesús—, al tiempo que en el templo a
oscuras se producía el strepitum, un
estruendo producido al golpear los oficiantes los sitiales y los libros y hacer
sonar las carracas y matracas como recuerdo de la reacción de
la naturaleza al producirse la muerte de Cristo, siendo este el mensaje sonoro
transmitido por las matracas desde los campanarios.
La "vela María", alusiva a la Lux Mundi, resurgiría de nuevo durante
la Vigilia Pascual como símbolo de la Resurrección, momento en que el bronco
sonido de las matracas era sustituido
de nuevo por el júbilo de las campanas.
Matraca conventual del siglo XVIII y matraca recompuesta en el campanario de la iglesia de Gáldar (Las Palmas) |
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Modelos de carraca, matraca manual y matraca de campanario |
Carraca de una sola lengüeta |
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