BUSTO DEL
ECCE HOMO
Juan de Juni
(Joigny, Borgoña 1506-Valladolid 1577)
Entre 1540 y
1545
Madera
policromada
Museo Diocesano
y Catedralicio, Valladolid
Procedente
de la desaparecida Cartuja de Aniago, Valladolid
Escultura
renacentista española. Escuela castellana
Esta talla del busto de Cristo ingresó en el Museo
Diocesano y Catedralicio de Valladolid para ser preservada para el futuro por
consejo del profesor Martín González, que en 1974 la localizó en la parte alta
de un retablo de la iglesia parroquial de la Visitación, en la población
vallisoletana de Villanueva de Duero, considerándola como obra indiscutible de
Juan de Juni. Al darla a conocer, apuntó como seguro lugar de procedencia la capilla
relicario de la Cartuja de Aniago, enclavada en las proximidades de aquella
localidad y actualmente convertida en una ruina romántica tras ser afectada por
la desamortización decimonónica.
Que se trata de una obra personal de Juan de Juni no
ofrece lugar a dudas, pues es evidente su parentesco formal y estilístico con
la figura de Cristo del grupo del Santo
Entierro, cuya realización está
documentada en Valladolid entre 1541 y 1544 como encargo de Fray Antonio de
Guevara, obispo de Mondoñedo, para su capilla funeraria en el desaparecido
convento de San Francisco de Valladolid. En ambos casos Juan de Juni fusiona la
herencia de la tradición borgoñona con las innovaciones del arte renacentista
italiano, con rotundas y elocuentes cabezas de Cristo en las que a su aspecto
de Zeus olímpico se suma el dramatismo y los cabellos voluminosos inspirados en
el célebre grupo helenístico del Laocoonte
encontrado en Roma en 1506.
Ruinas de la Cartuja de Aniago (Valladolid) |
Que seguramente proceda de la cartuja de Aniago se
basa en una serie de indicios que así lo avalan. El primer lugar, por aparecer
como "un Eccehomo de medio cuerpo"
en el inventario del Relicario de la cartuja realizado en 1809 a causa de la
desamortización decretada durante el reinado de José Bonaparte1. En
segundo lugar, por la información proporcionada en 1572 por el humanista e
historiador cordobés Ambrosio de Morales en su crónica Viaje, resumen de su recorrido por los reinos de León y Galicia y
el principado de Asturias, a petición de Felipe II, para dar noticia de las
reliquias, sepulcros, manuscritos catedralicios y monasterios existentes en
estos territorios, en cuya descripción de la cartuja de Aniago cita la capilla
del Sagrario como un recinto destinado a custodiar las reliquias. Este había sido iniciado en
1542 por el maestro cantero Juan de Escalante y rematado en 1546.
Ambrosio de Morales, que lo presenta como modelo de relicario,
informa que la capilla se localizaba detrás de la capilla mayor, con acceso por
dos puertas situadas a los lados del retablo mayor. En su interior, sobre seis
estantes en forma de gradas, se distribuía una importante colección de
relicarios renacentistas, muchos en forma de bustos con tecas. Tras la
desaparición de la cartuja, algunos fueron depositados en la iglesia de
Villanueva de Duero, donde también apareció el busto del Ecce Homo de Juan de Juni, que seguramente formaba parte de aquel
relicario. Abundando en estos indicios, José de Vallés, en su obra Primer Instituto de la Sagrada Religión de
la Cartuja, publicada en Madrid en 1663, informa que algunas reliquias
fueron donadas por Santa Teresa a Fernando Pantoja2, prior de la
cartuja en el momento en que se construye la capilla-relicario, figurando entre
ellas un fragmento de la Santa Espina, tal vez relacionado con el encargo a
Juan de Juni del busto coronado de espinas.
El busto del Ecce
Homo, de tamaño ligeramente superior al natural y tallado en madera de
nogal, representa a Cristo en el momento en que con las palabras "he aquí
al hombre" (ecce homo) es
presentado al pueblo por Poncio Pilatos desde el pretorio, después de haber
sido flagelado, coronado de espinas, cubierto con una clámide purpúrea y
habérsele entregado una caña burlona como cetro, un dramático episodio previo a
la condena a muerte. Juan de Juni simplifica con maestría este pasaje en un
sintético busto de extraordinaria fuerza plástica, de modo que, aunque no
aparecen los brazos, el cuerpo lacerado, visible bajo el fragmento de la
clámide, y la gruesa corona de espinas, permiten recomponer mentalmente la
sujeción de la caña e incluso toda la figura del resignado reo.
Para tan dramático pasaje, el escultor recurre a
presentar a Cristo al modo de los bustos de la estatuaria clásica, consiguiendo
que la pretendida imagen burlesca del nazareno aparezca con la rotundidad de un
dios griego y con la dignidad y magnificencia de un emperador romano, superando
el hieratismo propio de estas representaciones simplificadas con una magistral
expresión facial, con la cabeza ligeramente inclinada y girada hacia la derecha
mientras clava su mirada en el espectador, un recurso de complicidad repetido
por Juan de Juni en otras figuras realizadas en esos mismos años, como en el
José de Arimatea que muestra una espina en el grupo del Santo Entierro o el naturalista busto de Santa Ana con función de relicario, ambas obras conservadas en el Museo Nacional de
Escultura.
Cristo, como es habitual en la obra de Juan de Juni,
presenta una anatomía hercúlea muy vigorosa, de clara inspiración clásica y
carácter heroico, con el pecho cubierto por una clámide purpúrea que sujeta en
el hombro derecho se desliza por la espalda y cubre parcialmente el brazo
izquierdo, ofreciendo en sus calculados pliegues un trabajo de aristas
redondeadas que recuerdan el modelado en barro, una experiencia que el escultor
había practicado durante su estancia leonesa y que después aplicaría a la
madera a lo largo de toda su producción hasta convertirse en una seña de
identidad de su taller.
Realmente magistral es la composición de la cabeza,
recubierta con una voluminosa cabellera que forma abultados mechones rizados
que caen y reposan sobre los hombros, dejando visible la oreja derecha, y que
en la parte superior se enlazan con los gruesos tallos serpenteantes de la
corona de espinas, tallada en la misma madera y con pequeños clavos aplicados
por separado, que adquiere el aspecto de una diadema en una cabeza clásica.
Elaborada y abultada también aparece la barba, con dos puntas simétricas y
apuntadas formando mechones minuciosamente tallados. Especialmente
significativa es su expresión facial, con una gruesa nariz, boca ligeramente
entreabierta y ojos con párpados algo caídos y muy abiertos mirando al frente
de forma serena y penetrante.
Se complementa con una cuidada policromía que no
hace mucho tiempo ha sido objeto de una limpieza, lo que permite apreciar los
tonos pálidos y vivos de las carnaciones, con los ojos y los labios pintados,
el rostro recorrido por estratégicos regueros de sangre producidos por la
corona de espinas, abundantes señales en el pecho de los latigazos en forma de
hematomas, tonos lisos en los paños y un sustrato de oro reservado a la corona
de espinas, que aparece destacada permitiendo relacionar la elaboración de la
imagen con la mencionada reliquia.
Como resultado, la resignada imagen recuerda las
representaciones de Cristo como Varón de
Dolores realizadas en Francia en las primeras décadas del siglo XVI, en
este caso adaptada al modo de los bustos-relicario y dotada de una gran
vitalidad interior y profundización psicológica, de tal modo que su
contemplación impresiona por su fuerza expresiva para hacer a los fieles
cómplices de su inocencia.
Por su impecable factura y sus novedosos valores
plásticos, este Ecce Homo puede
encuadrarse entre lo más granado de la producción de Juan de Juni, en cuyos
aspectos formales y compositivos Martín González encuentra reminiscencias de
los medallones que el escultor realizara en piedra para la fachada de San
Marcos de León3.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 REDONDO CANTERA, Mª José. Ecce
Homo. Catálogo de la exposición Passio,
Las Edades del Hombre, Medina del Campo y Medina de Rioseco, 2011, p. 316.
2 Ibídem.
3 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. Escultura
del Ecce Homo. Catálogo de la exposición Las Edades del Hombre, el arte en la Iglesia de Castilla y León,
Valladolid, 1988, p. 276.
Juan de Juni. Cabeza de Cristo del grupo del Santo Entierro, 1541-1544 Museo Nacional de Escultura, Valladolid |
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