CRISTO CRUCIFICADO
Anónimo
Primera mitad siglo XII
Madera policromada y pintura en la cruz
Iglesia del convento de San Salvador, Palacios de Benaver (Burgos)
Escultura románica
La comunidad de monjas benedictinas que veneran y
conservan este crucifijo en la iglesia del convento de San Salvador, en la
población burgalesa de Palacios de Benaver, le denominan cariñosamente "el
Cristo de los Ojos Grandes", aunque no sólo son grandes los ojos, sino toda la imagen, cuyas considerables dimensiones —2,76 metros de altura, 2,23 metros de
ancho y 40 centímetros de fondo— le distinguen como uno de los crucifijos románicos de
mayor tamaño entre los conservados tanto en Castilla como en toda España. Otro tanto se puede afirmar de su antigüedad, pues, aunque no está
documentado y se le ha venido datando a finales del XII, hay sobradas razones para
pensar que unas manos desconocidas le dieron forma, siguiendo las más
estrictas pautas del arte románico del momento, en un período indeterminado a caballo entre
finales del siglo XI y principios del XII, poco tiempo después de la presencia
en los páramos burgaleses de la figura del Cid, generando, como el héroe legendario, una serie de leyendas que se difuminan junto a los muros del monasterio
que lo acoge, donde no sólo se recuerdan las razias sanguinarias de los
caudillos moros Zefa y Almanzor, sino también que fue el hallazgo del propio
crucifijo lo que alentó la posterior reconstrucción del monasterio benedictino
de San Salvador en torno a la regla asociada al "ora et labora" y en
una zona vinculada a la Ruta Jacobea.
Dejando a un lado leyendas de endeble fundamento
relacionadas con los primeros condes de Castilla, hoy podemos resaltar los
valores artísticos de esta talla que se presenta como prototipo de los cánones
estéticos que prevalecieron cuando en buena parte de Europa se construía,
pintaba y esculpía siguiendo las pautas del mismo estilo, el Románico; se
utilizaba una lengua común, el latín; se entonaba el mismo tipo de canto, el gregoriano;
y se escribía en el mismo tipo de letra, la carolina, compartiendo estos mismos
patrones en un fenómeno cultural al que no fue ajena la vía de comunicación que
representó el Camino de Santiago.
El Cristo de
Palacios de Benaver ofrece rigurosamente todas las peculiaridades de la
iconografía románica más genuina, aquella de origen bizantino que, aunque
presenta a Cristo como un ajusticiado en la cruz, con la ausencia de
padecimiento intenta resaltar su victoria sobre la muerte como símbolo de su
naturaleza divina, después de ésta fuera cuestionada en algunas herejías,
justificando con ello el valor de su sacrificio para la salvación o redención
de la humanidad.
Este monumental crucifijo fue objeto de una restauración integral en 2007 que ha
permitido recuperar no sólo sus valores escultóricos, sino también su
policromía original, incluida la sorpresa de las pinturas aparecidas sobre el
anverso y reverso de la cruz, a la que también se ha reintegrado el tamaño que
tuvo en origen y que había sido recortado. Porque la talla había sufrido a lo
largo del tiempo una "puesta al día" a través de modificaciones
agresivas, algunas de las cuales afortunadamente se han podido eliminar durante
el proceso de restauración, mientras que otras se han paliado en la medida de
lo posible. Entre ellas posteriores aplicaciones en los ojos para que
estuvieran cerrados o abiertos, según el gusto de cada época, hasta cinco
repintes superpuestos en las carnaciones, incluyendo nuevos regueros de sangre,
modificaciones en el perizonium o paño
de pureza y su adaptación para ser vestido y llevar peluca, conociendo
igualmente sucesivos recortes del tamaño de la cruz para adaptarle a distintas ubicaciones,
el último realizado en el siglo XVIII para ajustarle a la hornacina de un
retablo.
Hoy día se puede contemplar el crucifijo en una de
las capillas de la iglesia con un aspecto muy próximo al original, aunque su
posible ubicación, como era tradición, posiblemente fuera colgado sobre el
altar en la embocadura del presbiterio.
La imagen está compuesta por el cuerpo de Cristo,
tallado en bulto redondo y superpuesto a través de los clavos a una ancha cruz
de madera de haya, siguiendo el prototipo implantado a partir del siglo XI: sin
ningún atisbo de expresión de dolor y sin pretensiones naturalistas en la
anatomía, convertidos sus valores plásticos en un símbolo por antonomasia de
victoria sobre la muerte. Su proporcionado cuerpo tiene una disposición
vertical, con los brazos rectos y en posición horizontal, los característicos
dedos largos, las piernas sin flexionar y los pies paralelos, con la típica
representación de la crucifixión con cuatro clavos. Cristo mantiene la cabeza
erguida y mira al frente con los ojos abiertos. Presenta nariz afilada, boca cerrada,
barba recortada y un pronunciado bigote que la remonta, así como una larga
melena con raya al medio y mechones por detrás de las orejas en forma de
tirabuzones que discurren por los hombros, siguiendo el principio de simetría
que domina toda la figura, sin incorporar la corona de espinas.
Especial interés tiene el trazado anatómico, con un
cuerpo en el que priman los volúmenes esquemáticos y geométricos y en el que los
principales rasgos aparecen reflejados mediante incisiones sobre la superficie.
Esto se aprecia en la configuración de los hombros y sobre todo en las
costillas, trazadas bajo el pecho en forma de nueve incisiones paralelas y
onduladas que contrastan con la tersura de los pectorales y del vientre. Junto
al trabajo de la cabeza la máxima ornamentación se concentra en el perizonium, un faldellín que, como es
habitual en su época, cubre de la cintura a las rodillas y que también presenta
un diseño basado en la simetría y en el uso de incisiones, con uno de los cabos
en forma semicircular y pequeños pliegues al frente y dos capas superpuestas en
los laterales con un juego de plegados que aparece original y caprichoso en los
ribetes, en la misma línea del que presenta el célebre Cristo de Carrizo (Museo de León), con un tímido atisbo de
supeditar las vestiduras a las leyes físicas. El mismo esquematismo geométrico
se repite en las piernas, largas y ligeramente modeladas sobre un esquema
cilíndrico, con los pies dispuestos para descansar sobre un soporte
desaparecido, el llamado suppedaneum.
El modelo es representativo del tipo de crucifijo
más extendido en Castilla, donde no abundaron los modelos de Cristo en Majestad tan comunes en el
territorio catalán, caracterizados por el recubrimiento del cuerpo con una
esquemática túnica o hábito talar (túnica manicata)
que velaba la anatomía, en ocasiones con corona real. En Castilla, como rasgos
comunes a lo largo de los siglos XI y XII, los crucifijos ofrecen una anatomía
completa basada en el esquematismo, la frialdad de formas y las desproporciones,
concentrando en el perizonium una
gran fantasía decorativa.
El Cristo de
Palacios de Benaver es un vivo ejemplo de cómo los escultores románicos
trabajaban al servicio del dogma religioso procurando materializar una figura
más representativa de valores simbólicos que naturalistas o imitación del mundo
real, deformando la realidad en aras del impacto emocional y encontrando en la
simplicidad y el geometrismo, es decir, en la pura abstracción, la vía adecuada
para presentar el símbolo: El cuerpo de Cristo es el símbolo de la cruz en sí
mismo, la Virgen sedente adquiere el valor de ser el trono de su propio Hijo,
etc. Estos factores proporcionan a las obras románicas un alto contenido
intelectual, pudiéndose comprobar en este crucifijo como la imperfección de la
rigidez y el hieratismo, que se contrapone a las leyes naturalistas,
proporciona sin embargo a la figura una mayor solemnidad y valor simbólico como
maiestas domini: Cristo vivo y con su
propio cuerpo convertido en cruz, sin peso y sin dolor.
De igual manera la policromía responde a los cánones
del momento, con una paleta muy limitada y colores lisos resaltando distintos
elementos esquemáticos, como ojos, cejas, cabellos, regueros de sangre, etc.,
contrastando el tono lechoso de las carnaciones con los tonos verdosos y
rojizos del perizonium, en cuya ornamentación
se utilizan pequeños círculos o lunares en blanco para simular ricas telas de
aire principesco.
Sin embargo, una de las mayores peculiaridades del Cristo de Palacios de Benaver es la de
presentar el anverso y reverso de la cruz recubierto de labores polícromas, en
gran parte desaparecidas, lo que le confiere la categoría de obra maestra del
románico. Entre la pintura de la cruz, aparecida bajo la capa de suciedad en la
restauración de 2007, destaca la figura del Agnus
Dei que se halla donde se cruzan los ejes en el reverso, con la figura del
cordero portando una cruz, simbolizando a Cristo, inserto en un círculo que a
su vez se enmarca en un cuadrado decorado con trazos esquemáticos que forman
cadenetas y tallos vegetales, un tipo de decoración que se repetía por toda la
cruz y en la que prevalece la simplicidad, los esquemas geométricos y los
colores planos, en este caso los bordes remarcados en negro y con
encasillamientos rellenos de color rojo intenso.
El enorme crucifijo es la principal obra artística
que guarda el convento de San Salvador de Palacios de Campos, de tan dilatada
historia y que tanta influencia ejerció en su entorno hasta el siglo XV. Una
obra que sigue impresionando a pesar de su esquematismo, frialdad y falta de
naturalismo, siendo capaz de emocionar a cuantos lo contemplan por la
fascinación que producen en ocasiones las "imperfecciones" de algunas
obras románicas que sin embargo revelan el lenguaje del arte en su estado más
puro y sincero.
Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: Santiago García Vegas.
Pintura románica del Agnus Dei en el dorso de la cruz |
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