EL GRECO
La peñascosa
pesadumbre estable
ni se
derrumba ni se precipita,
y dando a
tanta sigla eterna cita
yergue con
altivez hisopo y sable.
¡Toledo!
Al amparo
del nombre y su gran ruedo
-Toledo.
«quiero y puedo»-
convive en
esa cima tanto estilo
de piedra
con la luz arrebatada
Está allí
Theotocópulos cretense,
de sus
visiones lúcido amanuense,
que a toda
la ciudad prescrita en vilo,
toda tensión
de espada
flamígera,
relámpago muy largo:
alumbra, no
da miedo.
¡Toledo!
«A mí mismo
me excedo
sin lujo de
recargo.»
Filo de
algún fulgor que fue una hoguera,
siempre
visible fibra,
zigzag
candente para que no muera
la pasión de
un Toledo que revibra
todo infuso
en azules, ocres, rojos:
el alma ante
los ojos.
JORGE GUILLÉN (Valladolid, 1893-Málaga,
1984)
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