CRISTO
CRUCIFICADO
Luis
Salvador Carmona (Nava del Rey, Valladolid 1708 - Madrid 1767)
Entre 1740 y
1750
Madera
policromada y elementos postizos
Museo
Nacional de Escultura, Valladolid / Depósito del Museo del Prado
Procedente
del Real Colegio de Nuestra Señora de Loreto, Madrid
Escultura
barroca cortesana. Transición al neoclasicismo
En la década de los 40 del siglo XVIII, Luis
Salvador Carmona, a las órdenes de Gian Domenico Olivieri, escultor originario
de Carrara, comenzaba a trabajar, junto a otros muchos artistas, en la
decoración del nuevo Palacio Real de Madrid. Durante ese tiempo, el prolífico
escultor vallisoletano compaginó los trabajos realizados en piedra para el
proyecto real con otros elaborados en madera que le fueron reclamados desde
iglesias guipuzcoanas, navarras y de la segoviana Granja de San Ildefonso, así
como de particulares, parroquias y congregaciones religiosas de Madrid1.
En aquellos años, un grupo de cortesanos navarros encontró en el escultor el
mejor intérprete de sus gustos estéticos, espirituales y emotivos a través de
la creación de un amplio repertorio escultórico en el que Luis Salvador Carmona
fue capaz tanto de renovar iconografías tradicionales como de realizar otras de nueva
invención, siendo buena muestra de ello la colección destinada a la iglesia
nacional de San Fermín de los Navarros.
Es en esos años cuando se le encarga la imagen de un
crucifijo2 destinado al Real Colegio de Nuestra Señora de Loreto,
una de las instituciones más antiguas de Madrid, pues había sido fundado por
Felipe II en 1585 con el fin de acoger niñas huérfanas, en terrenos
actualmente localizados en la actual calle de Atocha, por entonces extramuros
de la ciudad. La iglesia del colegio había sido levantada por Juan Gómez de
Mora, bajo el reinado de Felipe IV, y terminada en 1654 por Pedro Lázaro.
Asimismo, en 1738 el rey Felipe V había redactado las Constituciones, conjunto de nuevas normas —más propias de un
convento que de un colegio— por el que habrían de regirse las niñas allí recogidas,
continuando el Loreto su actividad docente bajo patronazgo real, situación que se
mantuvo hasta la Guerra de la Independencia. En 1882 se procedería a su derribo
y la institución fue trasladada a la actual calle de O'Donnell, por entonces
una zona madrileña muy poco construida.
Para aquella iglesia elaboró Luis Salvador Carmona
la imagen de Cristo crucificado,
verdadera obra maestra tardobarroca que, sin que conozcamos las peripecias
ligadas a la trayectoria del Real Colegio de Loreto, apareció formando parte de
las colecciones del madrileño Museo de la Trinidad, fundado a raíz de la
Desamortización de Mendizábal (1835-1837) para acoger obras procedentes de
conventos y monasterios suprimidos en Madrid y otras provincias cercanas. En
dicho museo permaneció desde 1837 hasta 1872, año en que la institución fue
disuelta y sus fondos traspasados al Museo del Prado.
Entre 1898 el bello crucifijo fue cedido por el
Museo del Prado, que centró sus colecciones en la pintura, al monasterio de la
Visitación de Madrid, donde permaneció al culto. Sin embargo, en 1933, año en
que se creó el Museo Nacional de Escultura, el Museo del Prado lo cedió al
museo vallisoletano en calidad de depósito, formando parte desde entonces de su
colección permanente.
El Cristo
crucificado de Luis Salvador Carmona es una talla de tamaño natural, 1,82
m. de altura, que representa a Cristo muerto sobre una cruz de tipo arbóreo
—muy generalizado en Andalucía— con una anatomía de fuerte naturalismo, un
elegante y armónico movimiento y sutiles matices en los que el escultor logra
un alto grado de virtuosismo técnico, ofreciendo al espectador todo un
ejercicio de corrección académica.
El crucifijo, de una extraordinaria serenidad y un
profundo realismo, en el que el artista demuestra un perfecto dominio del
oficio de imaginero, funde en sus aspectos formales la tradición barroca con
las nuevas propuestas estéticas dieciochescas, pues mientras algunos detalles
están relacionados con los modelos de Gregorio Fernández, sobre todo apreciable
en la ceja atravesada por una espina de la corona, la anatomía está más
planteada con sentido estético que con intención de impactar, o, dicho de otra
manera, prevaleciendo la serenidad sobre el drama, a pesar de las impactantes
heridas en la rodilla y la lanzada en el costado.
El cuerpo, que sigue una sucinta curvatura, sugiere
un mayor peso que en otros modelos castellanos precedentes a través de la
verticalidad de los brazos, dispuestos en forma de "Y", a pesar de
que presenta una anatomía delgada en la que es apreciable tanto la estructura
ósea como la definición de venas y tendones, rompiendo la pretendida
verticalidad con la cabeza caída sobre el hombro derecho y el juego de
diagonales que forma el paño de pureza.
Este paño es un elemento que adquiere en esta talla
un valor plástico fundamental, tanto por estar sujeto por una soga natural, lo
que amplía el campo de desnudez anatómico en su lado derecho, como por el
naturalismo conseguido por una virtuosa talla de la madera en finísimas
láminas, dando lugar a una serie de minuciosos y delicados pliegues que no se
agitan con brisas artificiosas, sino que reposan con naturalidad conformando un
claroscuro que contrasta con la tersura corporal mediante líneas oblicuas muy
estudiadas. El paño presenta además la peculiaridad de ser el lugar elegido por
el escultor para plasmar su firma, apreciable por detrás del borde del cabo que
cuelga en la parte derecha, donde dispuesta verticalmente figura la inscripción
«Luis Salbador Carmona Fat».
De gran finura es también el tallado de la cabeza,
con lo cabellos minuciosamente descritos en forma de rizos filamentosos calados
y dispuestos siguiendo la tradición fernandina, con una melena con raya al
medio, remontado la oreja izquierda para dejar visible la llaga producida en el
hombro izquierdo durante el camino hacia el Calvario, y cayendo sobre el hombro
derecho en forma de mechones sueltos. El rostro, sumamente idealizado, presenta
una gran serenidad, sin atisbo de dolor, con bigote poco resaltado, barba de
dos puntas, boca entreabierta y ojos semicerrados, con el detalle ya citado de
una espina atravesando la ceja izquierda.
Como es habitual en la obra de Luis Salvador
Carmona, la delicada policromía refuerza los valores naturalistas de la imagen,
limitada a una carnación a pulimento con colores muy pálidos, nacarados y con
algunos tonos violáceos que sugieren la muerte; precisos regueros de sangre en
las heridas, sin ningún tipo de truculencia; y un paño blanco con un finísimo
ribeteado dorado que refuerza la palidez del conjunto. Igualmente, para acentuar
su aspecto realista el escultor recurre a la incorporación de diversos
elementos postizos, ya generalizados en la escultura barroca. En este caso con
ojos de cristal, pestañas de pelo natural, dientes de hueso, corona trenzada de
espino natural, soga sujetando el paño y clavos metálicos en manos y pies, a lo
que viene a sumarse la talla de la cruz, con aspecto del tronco de un árbol
natural en el que son visibles partes taladas en el arranque de las ramas.
Como ocurriera con otras de sus esculturas, Luis
Salvador Carmona realizaría otras versiones de crucificados siguiendo el mismo
modelo, como los conservados en las iglesias de El Real de San Vicente y Los
Yébenes (Toledo), en la iglesia de Azpilcueta (Navarra) y en la catedral de
Zamora.
Informe y fotografías: J. M. Travieso.
NOTAS
1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Luis
Salvador Carmona (1708-1767). Diputación de Valladolid, Valladolid, 2009,
p. 12.
2 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. Luis
Salvador Carmona. Escultor y académico. Ed. Alpuerto, Madrid, 1990, p. 247.
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