LOLA Y JUAN
Aquellos días en que las miradas volaban sin
parar, en que las palabras salían con el ánimo de que no se iban a quedar en el
viento, en que los versos al oído sonaban con más fuerza, cuando el amor estaba
en todo su cénit, Juan desapareció.
Lola, su novia, se arreglaba con primor para su
amado. Se vestía con una falda larga y una blusa blanquísima. Se trenzó el
cabello con una sola trenza, despejando su cara, resaltando así su esbelto
cuello y dejando ver sus agradables facciones. Finalmente se echó por su
espalda un gran pañuelo a modo de mantón y esperó a Juan.
Juan tardaba, Lola miraba el reloj cada minuto, el
tiempo pasó y su novio no apareció.
Desganada, subió a su habitación, se quitó el pañuelo y se preguntó en silencio
lo que le habría ocurrido a Juan. Sin duda algo le ocurriría, podía ser algo
sin importancia. Cenó con sus padres y sus hermanas, Aurora y Celsa, y nadie
pareció dar importancia a lo sucedido.
Un par de días más tarde, se preparó decidida a
llegarse a casa de Juan para conocer el motivo de sus ausencias. Ya abría la
puerta cuando Aurora la detuvo.
—¿A dónde vas?
—A casa de Juan, contestó Lola.
—¡No debes ir!
—¿Y si le hubiese ocurrido algo?
—No, Lola, Juan ha dejado una
nota anunciando que se iba y no volvería.
Se fue a llorar y a ser consciente de lo que
ocurría. ¿Qué habría ocurrido? ¿Le pasaría algo grave y se lo ocultaban? ¿O
sería verdad el abandono?
Así pasó el tiempo, lento y cargado de desolación.
Su madre le consolaba y le decía que un hombre que obra así no merecía su
cariño, la incitaba a salir y rehacer su vida.
Salía con sus amigas que le animaban, pero su vida
estaba llena de melancolía. Nunca reía, a lo sumo sonreía por cortesía. Sufría
en silencio y a veces se avergonzaba cuando sentía la mirada de algunos sobre
su persona.
Pasados algo más de tres años murió la madre de
Juan. El día del entierro se arregló con cuidado y se fue pronto a la
iglesia. Allí esperó hasta que apareció
el féretro y los acompañantes, pero Juan no llegó. No podía comprender que en
un momento así no apareciera.
Con desesperanza, volvió a casa con la intención de
razonar e ir haciendo que el corazón se serenara definitivamente.
Pasada una semana, oyó que Aurora entraba rápida a
casa y cuchicheaba con Celsa. Quiso saber lo que ocurría. Sus hermanas no quisieron
ocultárselo. Juan estaba en el cementerio. No lo dudó, salió con la intención
de verlo, caminó por el lugar en el que podrían encontrarse. Juan subía por la
calle arriba con un niño cogido de la mano. El niño tendría cinco ó seis años.
El gran dolor que sintió no le impidió ver la realidad.
Mª CRUZ PETITE, mayo 2014
Taller
Literario Domus Pucelae. Texto nº 8
Ilustración:
"La familia bien, gracias".
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!Qué largos se me han hecho estos días sin una nueva ilustración!
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