PASO PROCESIONAL DE LA ORACIÓN DEL HUERTO
Andrés
Solanes (Valladolid 1595 - Vitoria 1635)
1628-1630
Madera
policromada
Cristo y el ángel en la iglesia
penitencial de la Santa Vera Cruz, Valladolid
Judas y dos sayones en Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Judas y dos sayones en Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura
barroca española. Escuela castellana
EL IMAGINERO ANDRÉS SOLANES
Andrés Solanes fue uno de los imagineros que
realizaron su aprendizaje en Valladolid como discípulo del genial Gregorio
Fernández. De él absorbió como una esponja los modos y técnicas de trabajo
hasta llegar a repetir miméticamente aquellos modelos tanto éxito tuvieron en el
primer tercio del siglo XVII.
Hemos de constatar que como escultor capaz de
impregnar un sello propio a su obra ha sido revitalizado en tiempos muy
recientes, por lo que el catálogo de su producción aún no es demasiado extenso
e ilustrativo, especialmente por haber permanecido su figura ensombrecida por
quien fuera la cabeza visible de la importante escuela de escultura castellana,
de la que fue fiel imitador.
Andrés Solanes nació el año 1595 seguramente en
Valladolid, por ser hijo de un ensamblador del mismo nombre que había trabajado
para el Duque de Lerma, contando con otro hermano, Francisco, que ejerció el
mismo oficio del padre. Andrés realizó su aprendizaje y oficialía en el obrador
que Gregorio Fernández tenía instalado en la calle del Sacramento (actual
Paulina Harriet), donde pudo ejercitarse en el sólido academicismo implantado
por el maestro gallego en su prolífico taller de escultura.
Hoy sabemos que en 1622 contrajo matrimonio con
Catalina de Zuazu Guevara, con la que tuvo al menos dos hijos, Francisco y
Andrés, y que en 1626, año en que como "maestro de escultoría" firma
la escultura del desaparecido retablo mayor del convento de San Pablo, ya
disponía de su propio taller, primero en las proximidades de San Miguel, en un
local alquilado por su hermano Francisco, después en la acera del Sancti
Spiritus, en un aposento propiedad de Estefanía Juni, y desde 1630 localizado en
la placeta de los Orates (actual Cánovas del Castillo), donde trabajaron como
mancebo Pedro García de Zaroa y como aprendices Juan Bautista Vázquez y Juan Rodríguez.
Andrés Solanes formaba parte del grupo de escultores
asociados a Gregorio Fernández que realizaban los encargos que el gran maestro
no podía atender por exceso de trabajo, en casi todas ocasiones repitiendo con
gran fidelidad los prototipos fernandinos, como es el caso del retablo de la
capilla de los patronos del monasterio vallisoletano de la Santa Espina, obra
culminada en 1635 y hoy con algunas figuras diseminadas por la provincia, como
el Cristo atado a la columna de la
iglesia de Urueña, el Ecce Homo de la
iglesia de Santa María de Villabrágima y el Cristo
yacente de la iglesia de San Cebrián de Mazote.
En su producción más personal, las imágenes de
Andrés Solanes no logran la esbeltez del canon de su maestro. No obstante, en
su obra es apreciable la misma precisión en el tallado de los cabellos y la
expresividad de los rostros, siempre con grandes ojos, así como una forma de trabajar los pliegues de las
telas de forma ampulosa y aspecto metálico, situándose en este sentido muy
próximo a la habilidad del escultor vallisoletano Francisco Alonso de los Ríos.
En ocasiones deja su impronta creativa en figuras altamente expresivas, como es
el caso de este paso procesional de la Oración del Huerto.
Una muerte prematura, cuando rondaba los 40 años,
truncó una carrera que le hubiera colocado entre lo más granado de la escuela
escultórica castellana. El óbito se produjo en noviembre de 1635 en la casa que
su amigo el pintor Diego Pérez Cisneros tenía en Vitoria, cuando allí se
hallaba desplazado para asentar un retablo de Gregorio Fernández, que apenas le
sobrevivió dos meses, y algunos retablos suyos que había realizado con el
ensamblador Juan Velázquez y el pintor Mateo de Prado para el monasterio franciscano
de Nuestra Señora de Aránzazu. El día 20 de diciembre de 1635 era enterrado en
la iglesia de San Vicente de la ciudad alavesa.
EL PASO PROCESIONAL DE LA ORACIÓN DEL HUERTO
El año 1623 culminaba Gregorio Fernández el paso del
Descendimiento encargado por la cofradía de la Santa Vera Cruz de Valladolid,
que no cumplió con los pagos acordados con el artista, lo que motivó una
reclamación judicial que enfrió las relaciones entre el escultor y la cofradía.
Posiblemente este fuera el motivo por el que en 1628, cuando la cofradía de la
Vera Cruz decidió encargar un nuevo paso de la Oración del Huerto, que vendría
a sustituir a la anterior versión en papelón citada por Tomé Pinheiro da Veiga
en su Fastiginia, tuviera que
recurrir a su discípulo Andrés Solanes, que por entonces ya disponía de propio
taller y era capaz de ajustarse como nadie a la estética del maestro. También
es posible que esta fuera la causa de la mala relación de Andrés Solanes con
María Pérez y Damiana, esposa e hija de Gregorio Fernández respectivamente, a
las que otorgaba perdón en su testamento por la difusión de comentarios que él
consideraba injuriosos.
El escultor, que estuvo dedicado a componer esta
obra entre 1628 y 1630, según consta en diferentes cartas de pago, no defraudó
las expectativas de la cofradía, que recibió un conjunto de cinco figuras que
fusionaba dos escenas simultáneas: la Oración del Huerto y el Prendimiento. Las
figuras, dispuestas sobre una larga plataforma pintada por Gregorio Guijelmo en
1628, configuraban una escena con los mismos aires de teatralidad que había
conseguido Gregorio Fernández en los pasos del Camino del Calvario, la
Crucifixión (Sed tengo), el Descendimiento y la Sexta Angustia, en este caso
con dos grupos bien diferenciados para narrar el pasaje evangélico, por un lado
un Cristo suplicante en el huerto de Getsemaní ante un ángel que le ofrece el cáliz y por
otro Judas indicando a dos soldados a quien deben apresar. El paso procesional
desfiló por primera vez el Jueves Santo de 1630 a hombros de sesenta
costaleros.
En la elaboración del conjunto intervinieron, bajo
las directrices de Andrés Solanes, los colaboradores Jacinto Rodríguez, Martín
López de Vallejo y Pedro Carrillo, ocupándose Francisco García de la policromía
del ángel y Gregorio Guijelmo, pintor de la plataforma como ya se ha dicho, del
"peñasco" sobre el que iba asentado.
Cristo
Iglesia de la Vera Cruz,
Valladolid
Formalmente representa a Cristo arrodillado y
extendiendo vacilante su mano derecha hacia el cáliz que le ofrece el ángel,
con un tamaño que supera ampliamente el natural. Está recubierto por una túnica
larga, que produce un característico pliegue al cuello, y un manto que discurre
por la espalda y remonta el hombro derecho, una indumentaria con una acabado pintado
en color verde azulado y un discreto ribete dorado. Sin duda el mejor trabajo
se concentra en la cabeza, con el rostro al frente y la mirada a lo alto, la
boca entreabierta insinuando un susurro, ojos postizos de cristal y los
cabellos y barbas minuciosamente tallados. Una personalísima obra de Solanes
llena de vida interior que muestra un gesto entre sudoroso y dubitativo, siendo
posiblemente la cabeza de un Cristo vivo más patética y rotunda de cuantas ofrece el
barroco vallisoletano.
Andrés Solanes, siguiendo a Gregorio Fernández,
utiliza el expresivo lenguaje de las manos y recubre la anatomía con abultados
drapeados que ofrecen los característicos pliegues de aspecto metálico. Su
configuración sirvió de inspiración a otros escultores que copiaron este modelo cuando fue solicitado
por cofradías de Medina del Campo, Nava del Rey, Tordesillas o Medina de
Rioseco.
El Ángel
Iglesia de la Vera Cruz,
Valladolid
Tradicionalmente denostado por los críticos -sin
duda no tiene la misma fuerza que la figura de Cristo- es una figura secundaria
llena de movimiento que responde a una tipología angélica muy difundida en
Valladolid, con los cabellos ensortijados y el cuerpo recubierto por una túnica
interior larga, abierta a los lados y pintada con motivos vegetales sobre fondo
marfil, y una sobretúnica exterior corta, con numerosos pliegues, motivos
vegetales sobre fondo rojo y ajustada a la cintura por un cíngulo. Sus ojos se
clavan en Cristo, mientras en su mano izquierda sujeta el simbólico cáliz de la
amargura que le ofrece y en la izquierda enarbola una cruz que prefigura el
sacrificio que se le exige.
La figura adolece del canon poco esbelto que
caracteriza la obra de Solanes, aunque mantiene la finura en el tallado de los
cabellos y los pliegues de las túnicas, que aparecen ligeramente agitadas por una suave brisa insinuando su procedencia etérea. En 1787 el Diario Pinciano criticaba cierta
desfiguración de la escultura con motivo de su repintado, aunque recientemente ha
sido objeto de una restauración que le ha devuelto la policromía original.
Judas
Museo Nacional de Escultura,
Valladolid
Esta escultura permaneció durante muchos años abandonada
en los almacenes del Museo Nacional de Escultura sin adjudicación de autoría,
hasta que fuera puesta en relación con las imágenes de la Oración del Huerto
por Luis Luna Moreno en 1986, aunque no aventuraba el posible nombre de su
autor, dato posteriormente confirmado por Jesús Urrea como obra de Andrés
Solanes.
La tipología del apóstol traidor presenta gran
similitud con la de Cristo, especialmente la cabeza, en este caso con melena de
tono pelirrojo, aunque su trabajo no ofrece la rotundidad de aquella. Judas
aparece de pie, con la pierna derecha adelantada insinuando el paso y con el
torso ligeramente inclinado para señalar con gesto acusador con su mano
izquierda la figura de Jesús. Viste una túnica roja con botonadura en el pecho,
cuello y puños vueltos en blanco y ajustada a la cintura mediante un cíngulo.
La voluminosa figura se recubre con un grueso manto que cae desde el hombro
izquierdo y se recoge por la derecha a la altura de la cintura, todo decorado
con motivos vegetales rojizos sobre fondo ocre. De nuevo la textura de las
telas es sumamente rígida, aunque en la composición de la figura predomina el
dinamismo, el gesto decidido y el dominio del espacio envolvente, cumpliendo a
la perfección su papel en la narración teatralizada.
Su restauración por el Museo Nacional de Escultura,
realizada no hace muchos años, ha devuelto a la figura todos sus valores
plásticos, motivo por el que fue seleccionada en 2009 para ser presentada en el
Victoria & Albert Museum de Londres con motivo de la exposición "El
Barroco 1620-1800: El Estilo en la Era de la Magnificencia".
Los dos sayones
Museo Nacional de Escultura,
Valladolid
Dos de los sayones conservados en los almacenes del
Museo Nacional de Escultura, restaurados y limpiados en tiempos recientes, han
sido identificados como soldados integrantes del paso original de la Oración
del Huerto, ambos sujetando sendas lanzas en su mano derecha. Aunque en estas
figuras baja el nivel de calidad de las tallas precedentes, ofrecen una
coherencia estilística que permite aceptar la atribución, si bien en ambos
trabajos participarían los oficiales del taller.
Uno de los soldados, con postura un tanto estática,
viste un jubón con listas negras sobre fondo blanco que le proporciona un aire
de coraza. Un faldellín floreado deja al descubierto parte de las calzas, con
listas azules sobre fondo rojo lo mismo que las mangas. Lleva medias rojas y
botas de cuero hasta la rodilla. Muy original es el gorro cónico de cuero
haciendo juego con el jubón. Su gesto adusto y su rostro con bigote, perilla y
nariz aguileña, roza la caricatura para presentarle ante el pueblo como un personaje
despreciable, siguiendo la tipología de los sayones implantados por Gregorio
Fernández.
El otro aparece igualmente vestido de forma
anacrónica con una indumentaria más propia de la época en que se hace la
escultura que de los tiempos romanos. Viste un jubón de fantasía, con faldellín
y tímidas mangas, cuya policromía recrea una cota de malla, mientras que las
mangas de la camisa y las calzas reproducen el recurso de los acuchillados tan de
moda en la época. Más original es su casco, cuya visera sugiere la cabeza de un
león. La figura presenta un peculiar movimiento, al disponer las piernas
ligeramente arqueadas y colocadas en distintos planos, lo mismo que su brazo
izquierdo con la mano al frente, en la que originariamente portaba un fanal,
según la descripción realizada en 1675 por Moreno de la Torre. En el rostro,
con facciones populares, destaca un enorme mostacho que casi le cubre la boca.
Estas esculturas, tan peculiares sacadas de contexto,
adquirían sus verdaderos valores plásticos y escénicos cuando desfilaban por la
calle, al ritmo de los costaleros y a la luz de las velas, especialmente en
esta escena nocturna, integrando un pasaje suficientemente conocido por las
masas.
El paso de la Oración del Huerto desfila en la
Semana Santa vallisoletana alumbrado por la Cofradía Penitencial de la Oración
del Huerto y San Pascual Bailón, fundada en 1939 por un grupo de hortelanos y
jardineros. Una recomposición integral del conjunto se hizo durante el pregón
de la Semana Santa de 1993, aunque es difícil que llegue a desfilar de nuevo
con los mismos valores escenográficos concebidos y materializados en el taller
de Andrés Solanes.
¿Y porqué va a ser difícil desfilar de nuevo el paso completo?
ResponderEliminarM.A.Alonso
Es difícil, no imposible, por los siguientes motivos:
ResponderEliminar1.- Las imágenes de Cristo y el ángel son propiedad de la Cofradía de la Vera Cruz, que realiza la cesión anual a la Cofradía de la Oración del Huerto, debiendo asumir ésta el preceptivo seguro de riesgo de manipulación (se trata de obras de arte). A esto habría que añadir los seguros necesarios para tomar prestadas tres tallas del Museo Nacional de Escultura y los gastos de una nueva carroza. Por lo que se ve, la Cofradía de la Oración del Huerto está más interesada en disponer de su propio paso, ya elaborado y modificado por Miguel Ángel Tapia, del que nos reservamos hacer juicios de valor.
2.- Más lógico podría ser que la Cofradía de la Vera Cruz, propietaria, tomara la iniciativa de hacer la recomposición, pero de momento no lo ha manifestado, como tampoco lo ha hecho con la escena de la Coronación de Espinas y el Azotamiento, cuyos sayones también se encuentran en el Museo. De momento, la plenitud de las tallas titulares no necesitan acompañamiento (de calidad inferior) y sólo se hacen recomposiciones ocasionales. En el fondo todo se reduce a problemas económicos, tal vez cuando soplen otros aires...No perdamos la esperanza.
Es evidente que los gastos, y más en los tiempos actuales, de una nueva carroza pueden ser importantes; no obstante hay que tener en cuenta que en un plazo muy corto de tiempo será necesario acometer la realización de una nueva que sustituya a la actual debido a su estado de conservación. Puede ser justo en ese momento cuando se plantee la recuperación, que no modificación, del montaje original.
ResponderEliminarUn saludo